Diario de un encierro. Día XLVIII




All that Jazz


Ayer escuchaba a Juan Echanove defendiendo la importancia del teatro. Y me convenció. Llevamos más de dos mil años ofreciendo confort espiritual a los pueblos de todo el mundo, decía. También escuché al gremio de hosteleros, defendiendo la santidad de los bares y restaurantes, aunque a estos no les hace falta mucho para convocar a los fieles en su defensa. Y las iglesias también están llamando a la puerta de los gobiernos, recordando la importancia del culto, aunque no prevenga guerras ni pandemias, como alivio.

En fin, que los veo a todos muy bien preparados, con las armas del discurso bien afinadas; la dialéctica del apocalipsis en buena forma. Se preparan para luchar con denuedo por su cuota de protagonismo en un contexto de crisis económica, de repliegue obligado a la austeridad como forma de vida. Llorar mejor que nadie, plañir sin descanso y con estilo, salvará más puestos de trabajo que una exposición ordenada y objetiva de los datos, no lo duden. Seguimos siendo un conjunto complejo de emociones desordenadas, aunque nos conozcan como animales racionales.

La pregunta, al menos para el autor de este blog, es en qué trinchera se hará fuerte el baloncesto como industria, de qué forma reclamará su carácter pertinente y necesario. También como mecanismo de formación, pues no es menor su valor pedagógico si se saben rescatar las claves adecuadas, ya les adelanto que ninguna de ellas tiene que ver necesariamente con su absurda sofisticación terminológica: esta mañana he visto a unos cuantos chicos describir lo que hacían con un balón con términos en inglés que habrán aprendido de un capullo como yo.

Tampoco sé muy bien quién podría ser nuestro portavoz, quién podría mostrarse tan afectado como Echanove, tan convincente como Francisco y su séquito o tan resolutivo como un camarero con treinta años de experiencia a la hora de representarnos. Supongo que Pau Gasol lo podría hacer bien, aunque él es el primero que eligió Chicago (y plantó a Durant y una mejor posibilidad de anillo) por sus teatros. Y Navarro regresó a Barcelona por su familia después de una buena temporada en Memphis. Y Raúl López pasa todo lo desapercibido que puede. ¿A ver si no hay nada que hacer?

Volvamos por un momento a Chicago. A Chicago, a sus teatros y al jazz que sonaba en ellos, también en sus salas de fiesta y cabaret. Quizá tengamos que retrotraernos a esta época, en la que baloncesto y jazz implosionaron jugando un papel central en la historia de los Estados Unidos, del mundo y de la cultura afroamericana para encontrar un argumento. O encontrar en una orquesta de jazz, o en un cuarteto, y en sus similitudes con un equipo de baloncesto, las claves que los “coaches” llevan buscando años sobre el trabajo en equipo, la cesión pautada, o improvisada, del foco, la importancia de la labor del batería o el especialista defensivo,… Y entender que hay algo en deportes de acción-reacción tan rápidos como el baloncesto, y el jazz, que incentiva la espontaneidad y el pensamiento rápido, que obliga a quienes los practican a tener que trabajar muy duro para llegar a hacer sencillo lo difícil.

Pero para eso tenemos que romper nuestras particulares batutas, flexibilizar las estructuras, retornar a la esencia del baloncesto en vez de seguir vistiéndolo de guirnaldas cada vez más vistosas e inútiles, y abrazar de una vez por todas este discurso. El del entretenimiento, el del mero entretenimiento, lo ganarán únicamente NBA y Euroliga, y solo porque con buen lacrimal bien se llora.



UN ABRAZO Y FELIZ DÍA INTERNACIONAL DEL JAZZ PARA TODOS

Diario de un encierro. Día XLVII




Why can´t we be friends?


Seguramente, la principal razón de que no tenga claras las fases a seguir en el desconfinamiento tenga que ver con mi desinterés por el asunto. Y sé que es importante, pues es posible que las canteras puedan retomar el trabajo, algunas ligas ensayar fórmulas para cerrar el año y, además, que todo vaya bien puede ser la garantía de que puedan celebrarse los campus, veremos en qué condiciones, lo que salvaría el verano de muchos pequeños emprendedores, de los entrenadores, que obtienen unos ingresos extra fuera del ejercicio, y también de muchos padres, que se “desembarazan” de sus hijos y los entregan para que se formen en los ámbitos deportivo y humano, hecho que exigirá, al menos este verano, de un plus de confianza.

También ello posibilitaría que los jugadores que terminan la etapa junior, o que se hallan en ese páramo frío y desangelado que media entre los 18 y los 22 años, apuesten por recorrer el camino y asumir sus dificultades. De eso hablaban en una interesante conversación organizada por la federación gallega, Antonio Pérez Caínzos, Diego Ocampo, Paco Redondo y Carlos Colinas. Es el momento de que el jugador de formación, a quienes los reglamentos de las competiciones van a empezar a premiar con plazas en los equipos, invierta en su futuro. Es también, quizá, el momento, de que los agentes den un paso adelante y se hagan con una maquinaria en condiciones para que sus agenciados puedan subir un escalón el nivel, algo que muchos han pretendido que sucediera por arte de magia.

No tardará mucho en llegar la cultura del trabajo en verano a nuestro país. Pronto entrenadores especializados en la enseñanza de fundamentos y lecturas individuales alquilarán sus naves y crearán grupos de trabajo para conseguir una motivación, precisamente grupal, a la hora de afrontar la meta. En este sentido, para quienes se aventuren en esta empresa, un título fundamental es The hoops whisperer, de Idan Ravin, un libro en el que este entrenador de jugadores cuenta su particular trayectoria y el modo en el que contactó y se ganó a figuras de la talla de Lebron James, Carmelo Anthony o Chris Paul.

Una vez más, establecer un clima de confianza con el jugador, fijar unos códigos de comunicación internos con los que ambos, entrenador y jugador, se encuentren cómodos, se torna fundamental. Y esto es algo que me sorprende también de lo observado en la producción de moda del momento, The last dance, donde Phil Jackson aparece estrechamente unido a figuras como Jordan o Rodman, o de lo que manifiesta también en el documental sobre los San Antonio Spurs, “su secreto”, en el que vemos cómodamente sentados en corro a Manu Ginobili, Tim Duncan, Tony Parker y el propio Gregg Popovich departiendo amistosamente, señal de que se ha roto el distanciamiento social. 



No es esto lo que se nos comenta en los cursos de entrenadores, ni lo que se observa en las plantillas de las ligas profesionales y semiprofesionales, seguramente por la aún mayor incertidumbre, por la doble condición de entrenador y verdugo, por los recelos mutuos y, seguramente, porque haya motivos objetivos para que esto sea así, pero no sé, quizá haya que darle una vuelta y dotar a todo de una mayor naturalidad. Aunque para ello tengamos que resetear décadas de experiencias filtradas bajo los parámetros de la culpa, la búsqueda de la responsabilidad y la desconfianza mutua. ¿Por qué no podemos ser amigos?



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Diario de un encierro. Día XLVI




Michael, ya eres historia de España


Hoy adelanto la publicación, me da igual lo que pueda pasar de aquí al final del día, qué puede ir peor: ha muerto Michael Robinson y con eso basta. Desde 1992, en mi caso, venía siendo uno más de la familia. Recuerdo como si fuera ayer sus correcciones tácticas en aquella maqueta de Atocha con su español con acento inglés que nunca fue perfecto, pero nunca, tampoco, mejorable, pues era ideal para su humor típicamente británico. Él mismo reconocería un día que podía hablar español perfectamente, pero que si lo hiciera se quedaría sin trabajo.

Los lunes eran mucho mejores gracias a que en El Día Después nos enseñaban la cara b del fútbol. Antes de que los medios empezaran a buscar el morbo, y los futbolistas decidieran cubrirse la boca al hablar, aquel programa nos rescataba lo que sucedía en el campo al margen de los planos habituales. Lo que el ojo no ve era también una radiografía de la España de copa y puro que despertaba a la democracia con la ingenuidad de un niño, que acudía al estadio en familia y aún era capaz de reírse de sí misma. Las rivalidades se resolvían, más allá de las actitudes fanáticas, con cánticos llenos de guasa. Los personajes políticos quedaban retratados en guiñoles y no pasaba nada.

Michael Robinson ha sido junto a Andrés Montes el mejor comunicador de deporte en nuestro país (seguro que me dejo a muchos pero hoy lo siento así). Ninguno de los dos bebió, precisamente, en las fuentes de la ortodoxia. Ambos entendieron en qué consiste el entretenimiento, cuáles eran las principales demandas de la persona que se ponía frente a un televisor. Andrés, porque conocía el medio, Michael porque había sentido el barro de los campos ingleses, las mieles del triunfo y el dolor del fracaso. Michael conocía a los futbolistas casi tan bien como a los espectadores. Tal vez por que jugó para una de las mejores aficiones del mundo: la del Liverpool, su gran amor.

Lo reconozco, muchas veces lamenté la poca simpatía que mostraba por mi equipo, el Real Madrid, por muy bien que la disimulara. Supongo que representaba unos valores muy distintos, una perfección casi obscena. Pero lo perdonábamos, la verdad, sus críticas eran siempre las mejor fundamentadas y al menos había que escucharlas. Y, por supuesto, si el elogio procedía de Robin es que lo estábamos haciendo muy bien. Valía doble.

En cualquier caso, la redención definitiva, el ascenso a los altares de la comunicación deportiva en nuestro país, lo alcanzó nuestro querido Michael cuando dio a luz al mejor programa de deporte de la historia de nuestro país, un serial de documentales llamado Informe Robinson que destila grandeza. Sí, grandeza en una época en la que los contenidos deportivos de la televisión se volvían cada vez más viles y miserables. No conozco mejor introducción al deporte, para nuestros hijos, sobrinos o nietos, que un programa al azar de Informe Robinson.

En fin, Michael, nunca caminarás solo.  Nunca estarás más solo que la una, aunque sé que allá donde estés intentarás rematar cualquier balón llovido, cualquier centro al área. Eres historia del fútbol, eres historia del deporte, eres historia de España.



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Diario de un encierro. Día XLV





Saben aquell que diu 

Por necesidad sobrevenida, dadas las actuales circunstancias, por salud o porque todos los gremios que tienen un amplio repertorio de chistes sobre sí mismos tienen salarios medios que, eliminando los casos extremos, quintuplican el de un entrenador de baloncesto, creo que nos convendría rescatar de entre los sesudos análisis de pitagorín y las poses de escritor maldito un poco de sentido del humor.

Menos mal de Darío Méndez, que pone ante los espejos cóncavos y convexos de El Callejón del Gato muchas de las circunstancias cotidianas que rodean nuestro oficio. También de Guillermo Giménez y Antoni Daimiel, que encuentran siempre un recoveco donde incluir una hipérbole o una anécdota, siguiendo a su manera la estela que aún ilumina el cielo al sur de Madrid, esa que dejó Andrés Montes con su humor tan reconocible al tiempo que no exento de un cierto amargor.

Esto no necesariamente iría en contra del famoso ego del entrenador, ese que le protege contra los posibles contratiempos y que, quizá, le impida hablar con humor de sí mismo. Hay algo en el discurso cómico que, al contrario de lo que pudiera parecer, al encaramar al sujeto a la altura de lo parodiable, lo enaltece dotándolo de una superior categoría. En determinadas culturas, no eres nadie hasta que no eres portada de revistas satíricas, personaje de monólogos malintencionados o si tú mismo no eres capaz de hablar de ti mismo con cierta distancia, recordando aquella vez en la que te confundiste, ordenaste a un jugador hacer lo contrario a lo que indicaba al sentido baloncestístico, y salió bien, o aquella otra en la que te quedaste en blanco durante el discurso más importante de tu carrera.

Urge un monólogo sobre el oficio, con Gila al teléfono o un dúo como Tip y Coll explicando cómo se anota un tiro libre en dos idiomas. También me imagino a Chaplin jugando con una pizarra sintiéndose el amo del universo o a Chiquito explicando el porqué de una decisión definitiva a su directiva en el vino de después del partido. Necesitamos humor, carcajadas, relajar la tensión de los músculos de la cara, aceptar que estamos en manos de otros y que dios hubo solo uno y se llama Michael Jordan, no Phil Jackson, como a muchos nos gustaría pensar. Necesitamos humor para ocultar, como Eugenio, la tragedia que nos acompaña.



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS




Diario de un encierro. Día XLIV





Winner wins it all

No sé desde qué perspectiva abordar este asunto y, sin embargo, la perspectiva es la clave para resolver este y cualquier otro asunto. Quiero decir, no sé si se trata de una realidad económica, que deba ser abordada a través de los esquemas neoclásicos, desde luego queda fuera de toda posible consideración de bien público, o si nos debemos mover más bien en términos de justicia, honor u otras cuestiones de corte más bien moral. Hablo de la formación en baloncesto.

Tenía pensado hablar sobre el tema antes de que corriera como la pólvora la noticia que apunta a una homologación o equivalencia profesional de los títulos de entrenador superior obtenidos en una convocatoria anterior a 2008. Esa era la rama hasta ahora formal de acceder a una formación en baloncesto, la que nos igualaba al comienzo de la carrera y evitaba intrusismo y, a priori, abusos y malas prácticas. Aun así, se trataba de una modalidad formal/informal, pues aunque los requisitos estaban ahí, y eran conocidos por todos, la realidad del baloncesto y la de sus entrenadores impedía que se tratara de cursos convencionales.

Pero la verdad, no venía a hablar del cauce oficial, sino de toda la formación que se imparte por el circuito informal y comercial, un hecho que quiere volverse económico en atención a las características de la oferta pero que muchas veces olvida los condicionantes de la demanda, especialmente de los demandantes y del mercado profesional de entrenadores. Creo que hay un error de base, que es ignorar que el mercado de empleo de entrenadores de baloncesto es todo menos un mercado de competencia perfecta. Además, hay que recordar que no hay elasticidad en la oferta o, mejor dicho, que esta no depende ni del precio ni de la formación de los entrenadores, esto es la productividad.

De ahí que el mercado de formación, por las características del mercado laboral y por el reducido número de entrenadores, al menos en España, que viven de este trabajo, deba ser necesariamente reducido y tienda a la concentración de esfuerzos, energías y activos. Conseguir que una empresa de formación de entrenadores de baloncesto escape de la informalidad, de mecanismos de financiación pseudocaritativos exige de una calidad, unas garantías de certificación y un acceso a esa red clientelar de contactos de la que veníamos hablando, lo que está en manos de muy pocos.

Internet y la cuarentena han sido caldos de cultivo excelentes para la celebración de charlas y la masificación de un hambre natural y elogiable por compartir y aprender. Sin embargo, en el medio plazo, el mercado de la formación responde a las características de todos aquellos en los que el ganador se lo lleva todo: Winner wins it all. La escalabilidad de la producción está al alcance de muy pocos competidores y pasa por ser la única garantía de supervivencia en una red tan pequeña como informal. Así que mi consejo es que esperemos a que nos abran los bares o que nos sumemos a los proyectos que se lo han tomado en serio y los ayudemos a crecer.



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Diario de un encierro. Día XLIII





Equipo improvisador vale por dos

Quizá vaya siendo hora de hablar de baloncesto- Por cierto, no sé si hacer deporte “individualmente” habilita para echar unos tiros en uno de esos parques que siempre están vacíos o si la conquista se circunscribe al jogging, al footing o a lo que solíamos llamar correr. Yo lo intentaré el primer día, ya lo aviso. Sanitariamente no creo que haya problema, el próximo domingo habrán pasado cincuenta días sin que nadie, salvo perros (y no se infectan), haya pisado una cancha de baloncesto. Eso sí, espero que a nadie más se le ocurra. Esta vez ya pueden venir los mayores armados con navajas que no me pienso mover.

Pero hablemos de baloncesto, les decía. Aprovechando que un amigo me pidió ideas para compartir con entrenadores de su club, me dio por discurrir un poco, algo que no sale fácil toda vez que el mundo se ha visto reducido de golpe a las cuatro paredes de la casa y a las 17 pulgadas del monitor. Estas fueron tres ideas que me vinieron a la cabeza.

En cuestiones técnicas, también artísticas, cuanto peor es el modelo peor es la copia, aunque existan posibilidades de que la copia supere al original, como el alumno puede superar al maestro. Ello para empezar a utilizar los medios audiovisuales en los entrenamientos de técnica individual y ajustar los gestos a enseñar a los parámetros anatómicos de cada jugador. No enseñen vídeos de Chris Paul a su cadete de 1,92, ni intenten enseñar gestos de Kevin Durant a su base jugoncete. Simplemente, no es lo mismo.

X + Y Z Es decir, para llegar al punto final de un proceso de enseñanza no creo en la segmentación del mismo ni en las fases transitorias que muchas veces pueden ser contraproducentes y contradictorias. En mi opinión el primer paso para hacer bien Z es hacerlo mal, muy mal, rematadamente mal. Así fue también el primer ensayo del musical El rey león o del último directo del Circo del sol. Pondré un ejemplo: para que un jugador sea efectivo en situaciones de “spot up” o recepción con ligera ventaja (posicional, temporal o espacial) el paso previo no es enseñar a parar el balón, subirlo por encima de la cabeza, mirar, pivotar,… Si queremos jugadores que tomen rápidas decisiones antes de tener el balón en sus manos tendremos que mejorar su capacidad de percepción/análisis intuitivo y trabajar únicamente con herramientas que sean compatibles con la velocidad de juego que exige el baloncesto actual: ejecución rápida de tiro, pase extra o puesta del balón en el suelo con múltiples recursos, incluido el paso cero. Y convivir con el error, primero en entornos no estresantes y luego, por supuesto, también en competición. 

De la concentración de la culpa a la difusión de la responsabilidad. Creo que como entrenadores tenemos que determinar qué clima queremos que reine en nuestros entrenamientos. Si toda la carga del reproche, en la medida en que la corrección se produce siempre sobre un error por alejamiento de la acción de un jugador sobre el plan previsto, cae sobre el infractor, crearemos equipos jurado. De ahí que siempre que una acción del juego no desemboca en una acción positiva me guste poner el foco en la reacción, en la falta de creatividad de quienes asistieron a ese alejamiento del plan previsto y se quedaron paralizados, cuando no culpando al compañero. En mi opinión, los grandes equipos de la historia fueron grandes improvisadores sobre la base de un guion. Creo, además, que esta es la principal característica de un equipo imposible de analizar o “scoutear”, el grado de improvisación, no la modificación sistematizada de 90 jugadas.



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS.

Diario de un encierro. Día XLII




Escapismo y autojustificación.



A veces tengo la sensación de que es obligatorio participar en el clima de “aquí no pasa nada” que sibilinamente nos venden los profetas del optimismo. Y algunas veces hasta me lo creo y me digo “qué bien, otro día con más muertos que en el mayor atentado de la historia de España y confinado sin hijos, perro o trabajo considerado medianamente esencial que hiciera las veces de salvoconducto y remedio terapéutico, pero qué bien, era verdad que el ser humano se adapta a todo”. Ello mientras las horas se consumen entre actividades varias con mayor velocidad que antes de la cuarentena, entre otras cosas porque ya no existe la excusa de estar en tránsito o haciendo lo que tienes que hacer para ignorarlas, aunque te siga tocando hacer lo que tienes que hacer, no sabes muy bien los motivos.

Creo que esto les pasa también a muchos clubes, y lo celebro, anfitriones de numerosas orgías del conocimiento y la metodología baloncestística que han sabido convertir la necesidad en virtud y la crisis en oportunidad y, entre adagio y adagio, se fuman unos puros metafóricos y se dan golpes de pecho. He podido ver alguna de sus charlas y, en primer lugar, he de celebrar que exista este interés por hablar de baloncesto, compartir, enseñar y aprender, vaya esto por delante. Sin embargo, muchas veces me parece que el principal interés es autojustificativo y escapista.

Autojustificativo para tratar de explicar los salarios que se mantienen, las cuotas que no se han retirado, el puesto, el cargo o los futuros contratos o colaboraciones. Escapista porque a veces pienso que los tíos que se enfrascan en debates sobre aspectos muy concretos del baloncesto, yo el primero, creen que mañana se levantarán e irán al pabellón como lo hacían el 1 de marzo en Figueres, Vigo o La Línea de la Concepción. Y señores, lo que toca ahora es aprenderse el manual de supervivencia: cómo se hincha el salvavidas, cuántos días aguanta el cuerpo humano sin comer y, en todo caso, educar el espíritu para los tiempos difíciles; para el “no”, el “vuelva usted mañana” y el “no es usted prioridad para este ministerio”.

Toca apelar a la resistencia íntima, a la resignación sublime, a todas estas uniones de sustantivo y adjetivo que nada tienen que ver con la desescalada progresiva o el desconfinamiento gradual. En paralelo al cumplimiento de las normas y el cuidado, por acción u omisión de nuestros familiares, debe ir este cultivo, este lento cultivo para el que no hay crisis que se convierten en oportunidades ni demás frases hechas. Mejoren su relación consigo mismo, distánciense socialmente del baloncesto, abróchense las mascarillas antes de hablar sin reflexionar y apaguen el televisor cuando el experto les cuente aquello que su hijo de siete años, el que les va a sacar de casa el domingo, y no al revés, ya sabía porque se lo había contado Carlos, Antón o como quiera que se llame su amigo imaginario.



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Diario de un encierro. Día XLI





Lo que tiene de ciencia, lo tiene de tómbola. 


Hoy traigo sentimientos contradictorios. Por un lado, dos amigos parecen estar cerca de llegar a un acuerdo con su club y renovar con ciertas garantías, y me alegro un montón por ellos. Por otro, no un amigo, pero sí un gran tío al que estaba empezando a conocer, anuncia que sale de un club en el que ha conseguido los objetivos a base de ganar, ganar y volver a ganar. No conozco los motivos, pero este es el fino hilo de una profesión con contratos anuales, resultados basados en un alto porcentaje en el azar y en otros aspectos incontrolables y en la que es más fácil pulsar el botón de cese que el de la gestión y el replanteamiento.

Avanzada ya la cuarentena, cuarenta y un días reza este diario, la primera pregunta que me hago es si me gusta tanto, sí, si me gusta tanto esto. Me siento incapaz de mirar con lupa los detalles, será que soy un amante de las abstracciones, aunque baje a lo concreto para describir el estado de las cosas, y el del alma. En mi caso, cuando el sabio señale a la tierra, a un fantástico crossover, a un magnífico hip swivel o a un pronunciado sweep and Sway, seguramente me coja mirando a la Luna, ¿no era así la fábula de la necedad?

De pequeño, el tercer trimestre era siempre el de la geometría. Había que montar sólidos en tres dimensiones de distintos poliedros o figuras de revolución, creo que las llamaban así. Y pintar mediatrices, bisectrices a rotring, para que equivocarse fuera la gran hijoputada de aquellos tiempos, vaya usted a saber por qué. Lo cierto es que era el trimestre que menos me gustaba, un doble por aquí, recorte por allá, haga así con el compás, pinche usted aquí. Y ostrás, será porque nos acercamos a mayo y estamos inmersos, precisamente, en el tercer trimestre, pero no veo más que triángulos, bisectrices y ángulos agudos y obtusos en muchos de los clínic que sigo.

Y bueno, si a cambio establezco relaciones, me empapo de un deporte que discurre en paralelo de la historia de muchos países, especialmente Estados Unidos, que pone ante el espejo al hombre y todos sus debilidades, pues me place, me gusta y hasta me siento realizado sacando del estuche la escuadra y el cartabón. Pero ni la deriva matemática ni la arbitrariedad nada creativa ni sesuda con la que discurren muchos directivos me atrae demasiado. Y eso que suelo caerle bien a las abuelas.

Porque mis amigos, los que renuevan, han hecho un trabajazo y es justo que sigan y los consideren parte importante del proyecto, pero el tío al que no renuevan, vaya usted a saber por qué, también, he sido testigo de ello. En fin, brindo por ambos, por que los primeros sigan dándole un sentido al día a día y trabajando con ilusión en el desarrollo de individuos y colectivos, en ese orden bajo mi punto de vista, y por que el segundo encuentre una segunda casa, donde lo quieran un poquito mejor, o por que lo mande todo al pairo y sea más feliz.

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Diario de un encierro. Día XL




Un día para olvidar



Saber que existe un día del entrenador de baloncesto en la víspera del Día del Libro no deja de ser reconfortante. El entrenador, como el propio libro, es un ente en constante crisis pero también un gran ejemplo de supervivencia. Si se trata de un entrenador de formación, las generaciones se suceden, con sus propios ritmos vitales, estructuras sociales, espíritu colectivo y ética particular. Ello mientras el primero permanece, anclado en sus raíces y en sus principios, puede que formándose, pero formándose siempre desde su posición; qué difícil es dejar de ser quienes somos (sin ser conscientes de que lo estamos haciendo, o intentándolo).

Si hablamos de un entrenador profesional, cambian los entornos, las directivas, los jugadores, las exigencias, pero siempre permanece la urgencia de obtener resultados, de convertir en hechos las teorías menospreciando el valor de la suerte, aunque, bien mirado, este sea siempre un factor capital. La incertidumbre se convierte en el pan de cada día, el abismo en un paisaje habitual. Es lógico, muchos intereses están en juego.

No sé si es meramente semántica la distinción entre adiestrador, formador, entrenador, técnico o cualquier otro en apariencia sinónimo. Creo que hay matices, claro, en función del propósito y los medios a emplear, también en la propia relación que establezcamos, precisamente, entre los medios y el propósito. Puede que unos se centren en el proceso, pensando en el mañana y que otros lo hagan en el resultado, pensando en el hoy que ya es prácticamente ayer. En cualquier caso, sea uno u otro el contexto, creo que en todos los casos posibles el entrenador debe ser un líder: un seductor de almas, un abanderado de la causa y un intachable ejemplo para su plantilla.



Esta mañana leía como Benny Goodman, célebre líder de una de las orquestas más famosas del mundo del jazz fue una auténtica guillotina para muchos buenos músicos que llegaron a él esperanzados en formar parte de su proyecto. Su perfeccionismo impedía los avances; su intensidad, al contrario de lo que pudiéramos suponer, desalentaba a los candidatos. En cambio, Duke Ellington prosperó hasta el punto de ser estudiado, hoy en día, como un caso paradigmático de liderazgo exitoso. Uno de los más famosos artistas que pisaran nunca el famoso Cotton Club construía el éxito de sus bandas partiendo de los puntos fuertes de sus músicos, lo que derivaba en una atmósfera más dispuesta al trabajo y al disfrute. Mientras los músicos iban y venían de la orquesta de Benny, muchos de los músicos que trabajaban a las órdenes de Duke lo harían durante décadas.



Estaría bien recordar esto cuando en el día del entrenador, o en el resto de días del año, nos den ataques de ello. En mi opinión, aspirar a que el jugador amplíe su rango de habilidades es necesario, pero partir y fomentar sus puntos fuertes es obligatorio. Solo con un jugador con la autoestima saneada, que sienta de su entrenador el aliento tras una buena acción, se puede emprender un plan de mejoría técnico-táctica que, como todo, debe partir de la detección de una necesidad, de un pacto o convicción interna (interna del jugador, siento que debo introducir el matiz) y de un plan con su correspondiente seguimiento, evaluación y replanteamiento al que le pediremos cuentas mucho más adelante, casi cuando nos hayamos olvidado de nuestra genial idea, de nuestra capacidad de convicción y, por supuesto, de que somos entrenadores de baloncesto y el 22 de abril se celebra nuestro día. Nuestro día, tíos. La hostia. 

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Diario de un encierro. Día XXXIX




Mucha policía, poca diversión



Viendo El hombre tranquilo, disfrutando con el mimo en el trabajo de fotografía, la dirección de actores y empapándome, al mismo tiempo, de las viejas tradiciones de la verde Irlanda en una trama que avanza con la parsimonia e ingenuidad con la que se vivía entonces, me atrevo a pensar que los cortes generacionales son demasiado arbitrarios u obedecen a criterios que no siempre comparto, aunque la demografía y los expertos, nuevamente los expertos, tendrás sus propias razones.

Por compañeros de generación entiendo a aquellos que comparten referentes, lugares comunes de la memoria, ritos, dejes y ademanes, aunque no sean siempre conscientes, y también una sensibilidad. Sí, una sensibilidad distinta, adquirida en la infancia, cuando no sabíamos de qué hablaban papá y mamá en el dormitorio, como ahora no saben, esos chicos que al fin podrán pasear el próximo fin de semana, qué clase de monstruo invisible nos acecha y obliga a permanecer en casa, cuando todas las aventuras de los cuentos suceden fuera: en el barrio, en el bosque, en otros países.

En lo baloncestístico, el partido de la Recopa que hoy ha emitido Teledeporte, entre PAOK Salónica y CAI Zaragoza, representa un buen ejemplo. No tengo ningún recuerdo formado de aquella final, tendría que esperar a la Copa de Europa del Madrid para ver imágenes en mi memoria, aunque queda algo, en el subconsciente, de la que ganara el Joventut: cierro los ojos y creo ver el triple de Corny Thompson. Aun así, reconozco la voz de Pedro Barthe, el color de aquellas retransmisiones, la humareda provocada por el tabaco, las tretas de los equipos griegos, los arbitrajes caseros, el discurso certero aunque exageradamente victimista de los narradores,… Y, no sé, me gusta.



El refinamiento del baloncesto ha terminado edulcorándolo en exceso, creo. Ahora es, sin duda, un deporte mejor jugado y más limpio. Más perfecto, excesivamente perfecto. Sé que es absurdo que diga esto, nadie podría ir en contra de estos progresos, negar la abrumadora diferencia que existe entre el sofisticado producto actual y el rústico de aquellos años. Sin embargo, aun aceptando que esto es así, me parece que por el camino hemos renunciado a gran parte de los motivos que nos movilizaban: la pertenencia a un lugar o club, una suerte de orgullo por representar unos valores casi telúricos y un barbarismo bien entendido, bonachón, que hacía de cada pequeño acontecimiento una gran fiesta.

Lo he dicho muchas veces. Toronto empezó a ganar el anillo con su campaña “We, the north”, una manifestación bastante evidente de un repliegue, no tanto nacionalista como regionalista, que supo aunar en torno a unos pocos lemas a toda la provincia de Ontario y prácticamente a todo el Canadá. No me malinterpreten, no se trata de volver a permitir fumar en los pabellones, o de recuperar los ambientes infernales, al límite de la criminalidad, de algunos pabellones turcos o griegos, ni mucho menos, pero más vale que entre lo apolíneo rescatemos también lo dionisíaco.

En fin, los de mi generación lo entienden, aunque no todos llegáramos a tiempo para ver a Rambis por los suelos, o a Laimbeer repartiendo tarjetas de invitación en la zona de los Pistons. Está bien, refinamos el juego, acabemos con la violencia, usemos las mascarillas, pongámonos guantes y lavémonos las manos, pero, no sé, inventemos otra cosa para no aburrirnos. Convénzannos de que, además de que ganará el mejor, pasará algo divertido. Ya se sabe, mucha policía... 



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Diario de un encierro. Día XXXVIII





Niño, deja ya de joder con la pelota.



Solo he visto el primer capítulo de The last dance y creo que tampoco me va a rescatar de la cuarentena emocional y psicológica. Supongo que su estilo de narración coincide con la forma en que se consume no ficción hoy en día. A mi gusto, el relato avanza de forma atropellada, no se sirve de las pausas necesarias, lo que hace que ni siquiera nos emocione la lectura de la carta que Jordan le enviara a su madre en la universidad (aunque a ella y al propio Michael sí que se les escapen algunas lágrimas). Tampoco se detiene en torno a la metáfora de “The last dance” que utiliza Phil Jackson para unir a sus jugadores, una metáfora que empleará a lo largo de la temporada para dar un sentido al esfuerzo y las renuncias. De poco sirve defender bien las situaciones de bloqueo directo si no hay un motivo superior para hacerlo, por ficticio que sea.

Por eso creo, y cada vez estoy más convencido, que el bagaje técnico-táctico que podamos obtener estos días, a priori tan alejados en el tiempo de su posible aplicación práctica, palidece en comparación con las inversiones diarias en una noción más amplia de capital humano que incluiría parcelas tan distintas como la filosofía, la literatura, las matemáticas, la física o la cocina, por qué no. Lo más importante para sobrevivir a la cuarentena y a su inevitable compañera de viaje, la incertidumbre, será reforzar el armazón emocional, conocerse mejor a uno mismo y mejorar la calidad del diálogo interior reconociendo por igual excesos de autocomplacencia o de rigor injustificado.

Incluso en las aproximaciones al juego, viciados como estamos por la visión del detalle, importante, cómo no, creo que no nos hemos dado tiempo para acceder a la esencia del mismo. Lo más saludable, seguramente, hubiera sido dedicar la primera semana confinados en olvidarnos que somos entrenadores, en desaprender las reglas escritas y no escritas del baloncesto. Y eso que no puedo dar lecciones en este sentido, la verdad, hace mucho tiempo que no me siento en el sofá desprovisto de las gafas de leer, la lupa o el bisturí. Y lo echo de menos, la verdad, no solo por sentir de nuevo la pasión ingenua del aficionado, sino porque creo que solo con una lectura despegada de nosotros mismos, del andamiaje conceptual del que nos hemos dotado, podremos sentir el ritmo de los partidos, la armonía en las relaciones dentro de los equipos, el fluir o el discurrir de ese duelo entre dos naturalezas y filosofías que es un partido si nos sentamos y nos relajamos para verlo.

En los últimos días he estado dándole vueltas al concepto “toma de decisiones”, creo que uno de los que más he utilizado en mis planificaciones. De verdad, me genera ansiedad esta noción y, mucha más aún, pensar que podemos enseñarla. Estoy más en la línea de que lo que tiene que entrenar el jugador son los mecanismos de percepción, que lo que tiene que entender es que forma parte de un equipo, que hay una canasta en la que depositar el balón y, como mucho, que hay unos patrones que la ortodoxia del baloncesto (que avance y retrocede según modas explicadas por números que hablan del pasado), aplicada punto por punto por el noventa por ciento de los entrenadores, nos permiten saber cómo puede reaccionar la defensa.

Pero enseñar a decidir, casi siempre una acción no consciente explicada con sesudos argumentos racionales, me parece una auténtica locura. Enseñar a decidir es casi suplantar al jugador. No hay corrección ni estadística que se compruebe siempre. Otra cosa es que las decisiones del jugador estén motivadas por móviles egoístas incompatibles con el desempeño del equipo, ahí nos serviremos del banquillo o de la rescisión de contratos, en función de la categoría. Pero insisto, decir qué, cómo, cuándo y por dónde es como decirle al niño que deje de joder ya con la pelota.



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Diario de un encierro. Día XXXVII





La luz al final del túnel era roja. 


Veintidós años después, el número 23 sale nuevamente al rescate del baloncesto para traerlo de vuelta al “prime time”, a las portadas de los periódicos y al titular de nuestras agendas diarias. El documental The last dance, que podrá verse desde mañana a las 18:00 en España a través de Netflix es lo mejor que le ha pasado a nuestro deporte desde la llegada del coronavirus. Ojalá las expectativas no mediaticen la degustación del producto, como el tiempo ha ido pasando factura a los VHS que está reponiendo Teledeporte, algo que nunca sucederá con su majestad. 



Revisando cifras he podido comprobar que la etiqueta "Michael Jordan" ha sido la más utilizada para un jugador, hasta treinta y cuatro veces en los casi diez años de vida del blog. En ellas, básicamente, le daba las gracias por haber existido, llevando el juego a un nivel de refinamiento que no alcanzaban Bird y ni siquiera Magic, cuya estela siguió también en términos de popularidad, un aspecto al que también imprimió un sello distintivo, dando una nueva vuelta de tuerca a la explotación de la imagen y los patrocinios deportivos.

Sin embargo, tal vez porque decir Michael Jordan supone invocar uno de los lugares comunes por excelencia de la literatura sobre baloncesto, lo cierto es que apenas le he dedicado un par de entradas a su figura. La mayor parte de las veces lo relegué a roles secundarios para ilustrar los éxitos de sus entrenadores o la grandeza de sus rivales. También el mérito de sus compañeros, como en esta Crónica de un delirio a propósito de Scottie Pippen, o el duro camino de tratar de imitarlo, como en esta semblanza de Grant Hill: Ha nacido una estrella.

También fue protagonista, claro, de este artículo sobre David Thompson, su ídolo, en esta entrada que recuerdo con especial cariño, The Sweetheart of Tobacco Road, y de la reseña tras la lectura de Canastas sagradas, por supuesto. Solo un día lo convertí en protagonista, y tampoco en solitario, pues el contexto era el de un 19 de marzo, día del padre en España, aunque no en USA: En el nombre del padre.

En fin, si no he escrito más de Jordan es porque citarlo es casi motivo de herejía. Todos los homenajes hubieran sido merecidos pero redundantes. Cualquier posible debate, en mi opinión, una pérdida absoluta de tiempo. No sé qué nos contará el documental de Netflix, tal vez altere la visión de los más jóvenes acerca de una de esas leyendas que solo han podido ver en YouTube, pero muy mal que se le tiene que dar a Jordan este partido para que no siga siendo considerado el mejor jugador de baloncesto de la historia y, posiblemente, el deportista más influyente de todos los tiempos.



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Diario de un encierro. Día XXXVI






Alerta: material censurable.

Pensaba dejar a Sabina en paz hasta que pasara el confinamiento, entretenerme con otros clásicos, descubrir nuevos autores, explicar la vida, y la muerte, a través del silencio. Pero, qué cojones, llevamos treinta y seis días confinados, lejos, en muchos casos, de los seres queridos, si no han muerto, separados de amores recién nacidos o exiliados mientras por el hilo musical suena un popurrí de los Lunnis, el Dúo Dinámico y la banda sonora de Qué bello es vivir que otros quieren contrarrestar con el vuelo de los cazas, el acechante planeo de los buitres y la cabecera del NO-DO.

A veces pienso que, de no haber estado convaleciente tras su reciente caída del escenario, Joaquín podría estar al frente del gabinete de crisis y dirigirlo con mayor pericia que quienes han tenido la desgracia de hacerlo. Y al frente de la FEB, si me apuran, llegando a pactos entre caballeros a altas horas de la madrugada en uno de esos bares que usaba de oficina. Y no solo por su acertada predicción sobre el mes de abril, sino por la cantidad de versos proféticos que entonces sonaban a simple canción de amor y que ahora, sin embargo, explican punto por punto los sentimientos que se acumulan tras este cierre por derribo: los clientes del bar, uno a uno, se fueron marchando.

He vuelto a Sabina ante el silencio de las instituciones deportivas, ante el chantaje emocional al que nos vemos sometidos constantemente, cuando se nos recuerda que cualquier movimiento fuera de nuestro domicilio puede ser el aleteo de esa mariposa que provoque una tempestad en el resto del mundo, o el que mate a nuestro padre o abuelo: por favor, no apriete el gatillo. Nadie es un héroe por quedarse en su domicilio, está claro, pero cuando se abran las puertas muchos seremos pájaros de Portugal, ya saben, sin dirección, ni alpiste, ni papeles, condenados a arroparse con la sensatez del desvarío.



Se nos exige que el fin del mundo nos pille bailando, en casa, por supuesto: una pareja de policías custodia el bulevar de los sueños rotos. Están vigilados los tejados por los que nos movíamos como gatos sin dueño, se recomiendan máscaras antigás, se nos recetan pastillas para no soñar, pero están agotadas en las farmacias.

Perdonen que el trigésimo sexto día de encierro no hable de baloncesto. Pero más que clínics, opiniones o especulaciones sobre el futuro del bloqueo directo, a la España de la cuarentena le urge que alguien componga su particular “De purísima y oro”, un nuevo himno generacional de quienes se vieron sorprendidos por la penúltima venganza de la naturaleza, el enésimo fracaso de la arrogancia antropológica y su deriva. Toca renovar el vestuario, usar vocabulario de época, encontrar el paralelismo para el siguiente verso: para la tisis, caldo de gallina.



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Diario de un encierro. Día XXXV





Barbarismos baloncestísticos. 

Si las matemáticas no me fallan, hoy llegamos al domingo de la quinta semana, al quinto partido de este mesociclo que nos deja a las puertas de los playoff. En contra de lo esperado, por demarrar a principio de puerto y no comer en las bajadas, llegamos todos destrozados, tanto que aceptamos con gusto la vitola de equipo cenicienta. Es más, por nosotros como si vienen a recogernos antes de las doce, que hay mucha gente hambrienta y, de ser cierto lo de la calabaza, nos van a hacer puré ahí fuera.

En fin, la situación es dramática en términos sanitarios pero también si analizamos las perspectivas profesionales de todos los actores relacionados con el deporte. Quizá, en vez de seguir formándonos en aspectos específicos del baloncesto, deberíamos empezar a consultar estadísticas de mortalidad y expansión del maldito virus en otras regiones del mundo e ir aprendiendo su idioma, leyendo sobre su cultura,… O, si me permiten la frivolidad, también apuesto por seguir afinando el sentido del humor, invento, este sí, propio de la especie humana y de una sofisticación que entronca con la creatividad que nos va a hacer falta para sobrevivir a las diferentes derivadas de la pandemia.

Por ello, con el ánimo de practicar y, si acaso, también de entretener, rescato algunas definiciones de un amago de diccionario inspirado en el libro de Andrés Neuman, editado por la editorial Páginas de Espuma, que lleva por título Barbarismos.

Acompañamiento. 1. En baloncesto, infracción por acunamiento del único hijo que no te abandonará de mayor. // 2. Como toda violación del reglamento, acto que cometen solo los del otro equipo.

Actitud. 1. Capacidad de trabajo desprovista de talento. // 2. Mala ~ : En palabras del entrenador, jugador que no cumple a rajatabla sus órdenes.

Apostar. 1. Sentido último del deporte. // 2. Amañar.

Aptitud. Talento innegable desprovisto de capacidad de trabajo.

Árbitro. 1. Manera cariñosa y rara vez empleada de dirigirse al árbitro. // 2. Paciente receptor de órdenes que casi nunca acata: “vete a la mierda”, “muérete”,...

Ataque. 1. Pesadilla recurrente de Xavi Pascual[1]. // 2. Invento de los americanos, según Xavi Pascual. // 3. Concepto consecuencia del error cometido por James Naismith en la redacción del reglamento al proclamar que el objetivo es introducir una pelota en la cesta, cuando todo el mundo sabe que el verdadero objetivo es impedirlo. Todo ello según Xavi Pascual.

Automatismo. Acción producto del azar que será explicada por el entrenador mediante complejos argumentos teóricos. 

Ayudante (de entrenador). 1. Aprendiz de traidor. // 2. En baloncesto y otros deportes, masturbador compulsivo entre montaje y montaje de vídeo. // 3. Ex marido, ex amante, ex amigo,… // 4. Clase de hombre del que todo el mundo se pregunta cuándo fue la última vez que lo vio.

Blog. 1. Bitácora virtual para deportistas cuyos éxitos no son lo suficientemente elocuentes. // 2. Bitácora virtual para amantes del deporte cuyo talento o influencias no son lo suficientemente rentables. 

Canasta. 1.  Cesta de melocotones a la que James Naismith encontró un uso alternativo. // 2. ~ ganadora. En el cine, tiro milagroso que anota un jugador con talento para poner lavadoras y agitar toallas. // 3. En la vida real, tiro milagroso que anota un jugador que nunca ha puesto una lavadora ni agitado una toalla.

Cansancio. (Retirada del diccionario por presiones del colectivo de entrenadores).

Carta. 1. ~ de despido. Única correspondencia de los entrenadores. // 2. ~ de dimisión. Forma epistolar que aún no ha llegado a España.

Coaching. 1. Neologismo innecesario. // 2. Anglicismo innecesario. // 3. Postureo innecesario. // 4. Disciplina innecesaria.

Cuñado. Deportista de élite, tipo entrañable, buen chico,... Lo que haga falta para que se calle.

TO BE CONTINUED…



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS



[1]     Entrenador de la sección de baloncesto del F.C. Barcelona entre 2008 y 2016, caracterizado por la mentalidad defensiva de sus equipos.

Diario de un encierro. Día XXXIV




Esa puta sonrisa en la cara. 


Los Bilardo y Mourinho del mundo del fútbol, no creo que exista comparación posible en el baloncesto, pueden acumular títulos, pero no son capaces de juntar las palabras del modo en el que lo pueden hacer los Lillo, los Valdano, los Guardiola o los Menotti. Aquí estoy, tratando de ordenar la tristeza, dice Azkargorta, en su perfil de Twitter, que le ha respondido este último a la simple y protocolaria pregunta con la que se inicia cualquier conversación: ¿qué tal?

Yo también estaría ordenando la tristeza de haber sido capaz de semejante ocurrencia. En fin, el coronavirus amenaza con llevarse por delante también la inspiración que otorgan los paseos, los cambios de escenario, el sol, el aire y el contacto con el otro. Mi fortaleza cede enteros, mi capacidad para seguir la oferta formativa, gratuita y de calidad en su mayor parte, es cada vez menor. Siento que hay algo de obsceno en que sigamos hablando del sexo de los ángeles, de la XIX encíclica papal o de técnica y táctica individual con tantos muertos, enfermos y miseria económica y moral.

Entiendo que cada uno se distrae como puede, y que hay que aferrarse a los cimientos de nuestra profesión para justificar nuestra existencia, más aún cuando no dejan de llegar noticias alarmantes que pospondrían un retorno a la antigua normalidad a 2021, 2022; sine die, en cualquier caso. Se nos complica la obtención de pan por esta vía, se nos estrecha el mapamundi. ¿Cómo podríamos aportar valor a la sociedad desde nuestras humildes moradas? ¿Qué tipo de conocimiento atesoramos que no es posible imaginarlo mejorando vidas, educando espíritus, disciplinando abusos de libertad y excesos de ego, si no es con un balón en la mano?

Pero hablemos de la finta, y de los límites de la finta. De los límites en la enseñanza de la finta, me refiero. Enseñar a engañar es ofensivo. Si nuestros jugadores tuvieran calle, cancha, barrio, nos mandarían al carajo. Como diría un antiguo presidente del gobierno, ¿quién le ha dicho a usted que quiero que finten por mí? En fin, este es el trigésimo cuarto día de encierro, y, aunque el país ya está regido de facto por la Ley de O´Neal, a mí el número 34 me recuerda a Paul Pierce.

Paul Pierce es el tipo que me enganchó definitivamente a los Celtics, de quienes ya me interesaba su historia. Y lo hizo cuando perdíamos más que ganábamos y era incapaz de liderar un proyecto. Lo cierto es que su físico nunca fue tan espléndido como para poder situarse a la altura de las grandes figuras. Pero esa ausencia de explosividad, precisamente, hizo el resto. Cada canasta de Paul Pierce era un modesto truco de magia, un pasar de lento a más lento, o de lento a ligeramente menos lento, como Valerón.

Y una finta por aquí, y un “parece que me levanto pero no”, y un “¿lo ves? Ya no lo ves” y un constante duelo con su defensor, con una enorme sonrisa en la cara. Y si queréis lo llamamos técnica o táctica individual, lo encapsulamos y se lo enseñamos a quien lo tiene todo menos esa puta sonrisa en la cara. En fin, les dejo, queda mucha tristeza por ordenar.



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