Setenta en 2015






Setenta veces siete pido perdón por cada una de las setenta entradas que con esta han salpicado con tinta virtual este diario durante 2015. Setenta por no dejarlas en sesenta y nueve, número redondo y simbólico, pero poco conectado con el perfil más bien escarpado de este diario y su autor. Setenta entradas que, partiendo de la órbita de un balón de baloncesto, tomaron derivadas inesperadas adquiriendo rumbos no siempre queridos. Setenta entradas de las que, agrupadas temáticamente, rescataré a modo de resumen las que más me gustaron.

En 2015 quise airear los cajones de mi habitación y extraer de entre las pelusas y el polvo la pedagogía asociada a la formulación de dilemas en un par de entradas de diario que invitaban a la reflexión y al diálogo. También, después de ver Wiplash, la película basada en la descarnada lucha de un aspirante a baterista, quise compartir mi opinión sobre la crisis de las vocaciones. Meses después, tras leer la obra de Ramón Gener, Si Beethoven pudiera escucharme, extraje un cuento que él mismo incorporaba para reflexionar sobre la creatividad y relacionarla, a posteriori, con la enseñanza del baloncesto. Por último, para no firmar en noviembre mi primer mes en blanco después de más de cinco años, tuve que inventarme un pequeño juego con mi equipo infantil para poner a prueba la honestidad de los jugadores y el pacto de confianza que hemos establecido. Todo para hablar del baloncesto en su faceta más didáctica. Todo para hablar, en definitiva, de educación, en un país donde todos estos temas se resuelven a base de decreto y sin abordar las cuestiones de fondo. 41-32 fue el marcador.

En esta misma línea, quise recuperar también la línea trazada por los grandes maestros. Si Billy Wilder escribía los guiones para sus futuras películas en un despacho presidido por un gran cartel que rezaba “¿Cómo lo haría Lubitsch?” todos los entrenadores deberíamos planificar nuestras temporadas y nuestra toma de decisiones con un lema parecido siempre en mente. En mi caso, y en este caso el blog sirve tanto de radiografía como de manifiesto, pienso que John Wooden, Mike Krzyzewski y Gregg Popovich deben ser los tres grandes referentes. Todo para poder triunfar al recibir, cerca del final de una carrera o de la propia vida, el cariño que el mundo del baloncesto le expresó a Jim Valvano poco antes de morir y que tan bien recoge el documental Sobrevive y Avanza. O todo, simplemente, para que pasados unos años, sigamos recibiendo una llamada cuya primera frase sea: qué tal entrenador.

En este año que termina escribí también sobre actuaciones que me emocionaron. Sobre el virtuosismo de los 37 puntos en un cuarto de Klay Thompson, sobre los valores que hay detrás de los 40 puntos de Pau Gasol en la semifinal del Eurobasket y sobre el heroísmo de la victoria de los Clippers ante los Spurs en el playoff de la mano de un Chris Paul haciendo las veces de un Héctor resucitado. En la previa de las finales hablé también del gran villano de la liga y de ese niño al que se hace necesario recordarle cada poco que deje de joder ya con la pelota.



También hubo espacio para los grandes equipos. También, incluso, para uno de fútbol, el Atlético de Madrid, tras su 4-0 en el derby de la capital. No me olvidé de los Spurs a raíz de la victoria de los Patriots, su “alter ego”, en la Superbowl. Y hablando de almas gemelas, aproveché la visita de los Celtics a España para referirme a los paralelismos que de modo natural se establecen entre ellos y el Madrid, un Madrid, por cierto, en el que Laso obtuvo al fin el premio al no siempre valorado talento de “saber esperar”. Por supuesto, en el año de los Warriors, no pude evitar comparar su juego con el de otros grandes equipos, de este y otros deportes, en la entrada que titulé “El baloncesto total”.

Por lo que a mí respecta, seguí formándome de manera más o menos activa. Lo hice en la semana de entrenadores a la sombra de Porfirio Fisac en Valladolid y también de regreso a Zaragoza para el máster de táctica, donde además tuve la gran oportunidad de exponer los resultados del proyecto de investigación del CES 2014. Además, aunque de manera muy precaria, a través de vídeos de los que sentiré vergüenza –espero– el día de mañana, quise explorar mi vena divulgadora hablando de los Spurs y el pase, de Curry y Carmelo y sus habilidades en el uno contra uno, de la defensa del futuro que representaron, aunque solo fuera el año pasado, los Milwaukee Bucks, y de nuevo, del juego de pick and roll de los San Antonio Spurs. Además, rescaté la sección más longeva de este blog con la octava edición de Aclarando conceptos.



Y saqué a la luz reflexiones de fondo de armario que no interesan a nadie, y menos en Navidad. Y busqué la solución en la catedral de Burgos, en la redefinición de la oferta televisiva o en el replanteamiento del lugar que ha de ocupar el baloncesto en el sistema educativo. Y divagué, y caí en incoherencias y paradojas –esas que no se perdonan en esta sociedad tan perfecta que no duda ni a la hora de autodestruirse–. Y no convencí. Y fracasé como lo hacía Scott Fitzgerald en comparación con Hemingway, pese a que su prosa era tal vez (seguro) más profunda y delicada. Y reclamé, de manera cuanto menos osada, cada vez que le di al botón “publicar”, un lugar en la vida privada de muchas personas. Porque uno escribe para que lo lean, aunque escriba lo que le dé la gana. Como es el caso.


UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Los caminos no tomados




"Dos caminos se bifurcaban en un bosque y yo, yo tomé el menos transitado. Y eso hizo toda la diferencia". (Robert Frost en El camino no elegido)


Hace poco reflexionaba, en el marco de un seminario de escritura de no ficción, sobre el peso de los hechos que, en nuestra biografía, nos afectan por no haber sucedido nunca; por haber sembrado una expectativa que nunca germinó. A esta colección que incluye aviones y trenes no tomados, palabras nunca dichas, letras jamás impresas, besos nunca robados o síes que nuestros miedos transformaron en desoladores noes, quiero añadir hoy todas esas entradas de diario que bien pudieron haber visto la luz en este 2015 que está a punto de expirar y que, sin embargo, ante la falta de tiempo, por discreción o vergüenza, se quedaron en ese difuso universo de lo intangible e inmaterial.

Bien pudieron irrumpir en este diario las necrológicas de Dolph Schayes, Darryl Dawkins o Moses Malone acompañadas de una reflexión sobre la temprana edad a la que les sobrevino la muerte a estos dos últimos (58 y 60). También pude haber escrito sobre el legado de Bill Ruthridge, ayudante casi vitalicio de Dean Smith o el de Flip Saunders.

También pude hablar, pero no tuve tiempo para armarme del arsenal probatorio suficiente, de las presuntas corruptelas del señor Sáez, presidente de la Federación. Desconozco si sus actuaciones pecaron de mal gusto, de escaso cuidado o de soberbia. Desconozco si son causa suficiente para inhabilitarlo de su cargo y tampoco estoy al corriente de los términos de su enfermedad. Quiero ser cauto, pero exijo, como último miembro de toda esta cadena alimenticia en la que, como sucede en el mundo, unos pasamos hambre y otros se atiborran, una explicación. Sí, quiero transparencia. Deseo saber cómo se gestiona el dinero procedente de los clubes y de los contribuyentes. Quiero saber en qué se gastan esos fondos, mientras asociaciones deportivas modestas apenas sí pueden asomar la cabeza por encima del agua

No me sorprendió el anuncio de retirada de Kobe. Como tampoco lo ha hecho el nefasto arranque de temporada de los Lakers. La vanidad pudo a la discreción y al final el magnífico escolta no pudo resistirse a que este año se convierta en una suerte de gira homenaje por las diferentes canchas de la liga. Para sorpresa de muchos de mis contemporáneos no está en mi top 10. Le avalan sus largas jornadas de trabajo y su capacidad para anotar, anotar y volver a anotar. En contra la alargada sombra en la que se cobijó para obtener numerosos triunfos y lo destructivo de su afán de notoriedad: su ego le impidio ser un buen líder.

También me hubiera gustado debatir en la distancia con mi admirado Popovich. Hablando sobre el éxito de los Golden State Warriors criticó el abuso del lanzamiento exterior, calificándolo como de una especie de circo. Sin despreciar la posibilidad de que sea simplemente una maniobra para desestabilizar al que se plantea como gran rival de sus San Antonio Spurs en la lucha por la hegemonía en la Conferencia Oeste, creo que Popovich se equivoca. La implantación de la línea de 3 puntos en la temporada 1979-1980 fue un gran acierto. Hizo, sin necesidad de reformas, más grande la cancha y favoreció a su estimado juego interior. Su presencia, además, no es nueva, por lo que si los Warriors son capaces de servirse de esta convención, lo que Popovich debería hacer es darles la enhorabuena y, mientras tanto, seguir usando sus armas. Porque si los Warriors apuestan por pivots móviles que puedan subir a la base y distribuir el juego desde allí, los Spurs cuentan con dos de los jugadores interiores más capaces para construir juego desde poste medio. Y nadie les critica por abusar del balón interior. Y la lucha que se planteará, como esperamos y deseamos los aficionados, no será entre la pureza y el circo, sino entre dos estilos diferenciados que, por su nivel de ejecución, marcarán una época.

Por último tampoco quise hablar de mí como sí hacía en otras épocas en las que el diario tenía más de eso, de diario, y menos de ensayo sobre la marcha;cuando era más egocéntrico y menos pretencioso. No quise relatar lo feliz que abandoné el campeonato de selecciones provinciales de Castilla y León tras ver competir magníficamente al grupo de niñas prealevines que representó a Salamanca con orgullo y absoluta devoción por el juego. Tampoco las dificultades que me encontré con el infantil de Santa Marta, durante la temporada pasada, al ser incapaz de crear un grupo con la disciplina suficiente como para poder competir a escala autonómica. Y más recientemente, tampoco quise dejar cuenta de mi incorporación al Club Baloncesto Tormes en el que, por el momento, me hallo muy feliz y satisfecho con la implicación de los chavales, también infantiles, que entreno.

Y tampoco escribí la crónica del triunfo de Duke. Ni ahondé en la magnífica temporada del Real Madrid o en el magnífico arranque del Valencia Basket. Ni valoré suficientemente el bronce de la selección femenina absoluta o los múltiples triunfos en cantera, con mención especial al que lograra, una vez más, José Ignacio Hernández, mi paisano, con la sub-20 femenina. Ni volví a hablar de Pau Gasol tras su exhibición ante Francia, cuando el mayor de los Gasol sigue siendo el mejor pívot de la liga y el tipo mejor educado de toda la NBA.

Y tampoco escribí una entrada, y esto sí que me duele,, dándoos las gracias por estar ahí,cerca o en la distancia, pero comunicándonos siempre en el mismo idioma: el del baloncesto. Así que, brindando por todos esos caminos no tomados, me despido y os doy las gracias.


UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Debates nada inocentes





Últimamente estoy haciendo lo que nunca se me pasó por la cabeza durante mis años de universidad: colarme en una clase que no me corresponde. La celebración del curso de nivel I de entrenadores de baloncesto me está permitiendo escuchar las lecciones de los mejores técnicos de la ciudad y el diálogo que estos entablan con los que pretenden serlo de aquí a unos cuantos años. Durante estos seminarios, las cuestiones metodológicas se mezclan con aquellas otras de corte más bien conceptual partiendo siempre de la base de que “casi todo vale” o de que “cada cual puede mantener su posición”. Sin embargo, estas afirmaciones, siendo necesarias para dotar al discurso del pertinente tono de humildad, son rápidamente matizadas por la presencia más o menos perceptible de los espectros de los padres de la estadística, la geometría o la biomecánica moderna. Por no hablar de los de la psicología, la preparación física, la sociología y otras ciencias auxiliares de las que el entrenador debe conocer al menos unas nociones básicas.

En el curso de estas charlas se dejan caer algunas afirmaciones cuanto menos susceptibles de abrir nuevos debates y yo, ante la necesidad de seguir llenando de contenido este diario, he tomado nota.

1. ¿Ganar o formar?

1.1. Las defensas zonales en categorías de formación.
1.2. La asignación de roles en la búsqueda de la mayor efectividad del equipo ahora y sin vistas al futuro. (“Este no tira”, “jugamos para este”).
1.3. El uso mayoritario de sistemas como herramienta de control del entrenador sobre el juego por conceptos, mucho más complejo de enseñar, con mayor protagonismo de los jugadores y con, tal vez, peores resultados en el corto plazo.

2. El papel de la técnica individual.

2.1. “La técnica individual no existe” (Alberto Miranda). Es decir, no se debe entrenar descontextualizada, sin que el jugador comprenda su aplicación inmediata en el juego.
2.2. La técnica individual aplicada como tendencia reciente. No entrenar recursos que un jugador no vaya a emplear en el partido.
2.3. Los jugadores y los entrenadores deberían intervenir en la elaboración del reglamento, algo que ha venido quedando en manos del Comité Técnico de Árbitros de la FIBA.

3. Los entrenadores.

3.1. La escasa ambición y capacidad de autocrítica del nuevo entrenador.
3.2. El amateurismo. La dificultad para conciliar la tarea de entrenador con las otras fuentes de ingresos, vida familiar, vida social,…
3.3. ¿Un gremio? ¿Nos coordinamos como tal? ¿Compartimos información? La lógica de los clubes frente a la lógica de los entrenadores.

4. El papel del baloncesto en el marco de la nueva “cultura del ocio” (este es de mi cosecha)

4.1. ¿Qué valor debe aportar el baloncesto en el marco socioeconómico actual? ¿Deben volcarse los esfuerzos financieros en su dimensión mediática como espectáculo o más bien en su vertiente educativa como complemento en la formación?
4.2. La necesidad de fidelizar futuros “consumidores” de baloncesto. ¿Cómo implantar una cultura de baloncesto aprovechando los éxitos de nuestra selección absoluta? ¿Qué medios emplear para esta difusión?

Debates necesarios a los que nos deberíamos plantearnos darle respuesta. 

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Lo que ya sabíamos




Hasta Rajoy lo intuía cuando la mañana después de encajar la primera hostia de la semana pasada, se dedicó a caminar en la cinta: el ejercicio físico repercute favorablemente en el rendimiento. Lástima, para el presidente en funciones, que no directamente en los resultados electorales. Un reciente estudio de la Universidad Internacional de Valencia y del que los medios se han hecho eco en días pasados, ha venido a confirmar lo que en su día concluyeron otras instituciones en España y también en el extranjero.

La capacidad cardiorespiratoria y la habilidad motora están relacionadas con el rendimiento escolar”, afirma Francesc Llorens, cabeza visible del estudio. Resulta que el ejercicio se correlaciona de manera directa y positiva con la generación de neurotransmisores y con factores de crecimiento cerebral que a su vez fortalecen las conexiones neuronales que facilitan la memoria y el aprendizaje. Y si dos de las facetas que nos identifican como especie dentro del mundo animal son nuestra capacidad de razonamiento y nuestra habilidad para crear recuerdos, el resultado de este estudio no puede ser tachado en ningún caso de intrascendente.

Una mejor respiración alienta la comunicación entre las células y, por otra parte, la habilidad motora favorece la concentración”, relataba en este caso Irene Esteban-Cornejo, coordinadora de unestudio semejante llevado a cabo en el marco de la Universidad Autónoma de Madrid en 2014 y en el que la muestra superó el número de dos mil estudiantes. Por su parte, en el Reino Unido, el Estudio Longitudinal Avon de Padres y Niños también conocido como “Niños de los 90”, en el que se hizo un seguimiento de más de 14.000 chicos y chica nacidos en 1991 y 1992, fue aún más lejos al concluir que había un efecto dosis/respuesta, es decir, que “cuanto más intenso era el ejercicio realizado, mayor era el incremento de las calificaciones”. Acompañaba todas estas proposiciones con un argumentario neurológico muy sesudo del que soy incapaz de extraer una pequeña síntesis sin incurrir en errores de bulto, pero del que se deducía muy fácilmente la misma tesis del resto de estudios.

Esto que han venido a demostrar instituciones de gran prestigio es lo que muchos ya intuíamos. Las mejoras atencionales, en la capacidad espacial y las no mencionadas en estos estudios relacionadas con las habilidades sociales, en el caso de los deportes de equipo, no necesitaban del respaldo de ningún estudio para su sostenimiento. En muchas ocasiones, y sin querer desprestigiar el bendito oficio del magisterio, el patio y el pabellón han servido como correctores de conductas desviadas que la escuela no hace más que reforzar con lo esclerótico de su forma y lo oscuro de su fondo y su discurso. Cada día, un muchacho estresado o aburrido, encuentra sentido a su infancia correteando detrás de un balón, colaborando con un compañero y tratando de conseguir un reto, aunque como le sucede también al horizonte, se desplace al mismo ritmo que sus intentos por alcanzarlo.

Así que ya lo saben, muévanse e inviten a sus hijos a que organicen su apretada agenda marcada por los deberes escolares, el chat de WhatsApp y la videoconsola, para que quede en ella un espacio de tiempo para correr y saltar. Recuerden, si no, lo mucho que les puede ayudar esto a pensar y que pensar, después de todo, no está tan mal.


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Not that far






Para los primeros colonos que se hicieron al camino con la intención de conquistar el oeste, este punto cardinal simbolizaba lo lejano y lo desconocido. Para los amantes de las películas ambientadas en los desiertos de Texas, Nuevo Méjico o Arizona, el Oeste representa una tierra sin ley donde la supervivencia se gana con las armas y en la que vaqueros e indios suceden a los héroes tebanos o troyanos en una suerte de épica contemporánea. En cualquier caso, el Oeste está rodeado de leyenda y mitología, igual que sucede en el baloncesto.

Y es que alguno de los equipos más mitificados de la historia de nuestro deporte sientan sus raíces en estas tierras más allá de las Grandes Llanuras, a barlovento o sotavento de las Rocosas. La Blazermania se instaló durante los años 70 en la ciudad de Portland como lo hiciera el Showtime en la megalópolis de Los Angeles durante la siguiente década. Famosos fueron también los Jazz de la dupla Stockton y Malone, así como los Kings de la tortilla de patata (Bibby, Christie, Stojakovic, Webber, Divac,...), que diría Montes, o de nuevo aquellos Blazers de Rasheed Wallace, Pippen, Stoudamire, Sabonis, Randolph, Bonzi Wells,... que igual que terminaron siendo asociados por su carácter macarra, bien podrían haber sido recordados por su buen baloncesto. Durante muchos años el Oeste fabricó equipos caracterizados por su baloncesto vertiginoso y su inevitable fatídico destino. Y es que a los Jazz, los Kings y estos Blazers habría que unir a los Suns liderados por Steve Nash, a los Sonics de Payton o Kemp y, por supuesto, a los Lakers de Baylor (jugador con mayor número de finales sin anillo), West (único MVP de las finales que no consiguió el anillo) y Chamberlain, un equipo que habría podido marcar una época de no haber sido por la presencia constante de la maquinaria céltica, tal vez más roma y menos brillante, pero sin duda mejor engrasada.

El cambio de siglo vino a alumbrar una tendencia claramente marcada por la supremacía del Oeste. Con Phil Jackson cambiando el viento de Chicago por el sol de California a la sombra de Shaquille y de Kobe, los Lakers del “threepeat” sentaron las bases de dicho dominio. Lo hicieron de la mano de los intermitentes Spurs; intermitentes, digo, porque se dedicaron a ganar anillos solo en los años impares. Solo Pistons, Heat y Celtics lograron inmiscuirse en este festín hasta que los de Miami se hicieran con la tripleta formada por Wade, Bosh y Lebron, pero ni siquiera sus títulos consiguieron alterar la lógica de poder de un tablero claramente descompensado. Los datos son esclarecedores en este sentido. Desde que comenzara el milenio solo en una temporada los equipos del Este registraron un balance mejor que los equipos del Oeste. Y si nos aproximamos en el tiempo a nuestros días, es escalofriante el récord de 547 a 353 partidos a favor del Oeste en los dos últimos años. Un 61% de victorias que resultaba más descorazonador si cabe al ser la NBA una liga cuyos mecanismos están llamados a equilibrar las tendencias y buscar la igualdad de oportunidades.

Este año, como por arte de magia, después de cuarenta días de competición, el Este registraba a fecha de 4 de diciembre, una ventaja de 54 a 47 en los partidos frente al Oeste. Además, un vistazo a la clasificación basta para comprobar que los playoffs, por primera vez en mucho tiempo, se encuentran mucho más baratos hacia el Pacífico. Y si bien los 82 partidos terminarán de poner en valor esta aparente mejora, yo me atrevo a concluir que el cerco se ha estrechado y que el Este es, efectivamente, más competitivo que en años anteriores. Y no, no gracias especialmente a la llegada de nuevos talentos vía Draft o traspasos, sino a partir de proyectos que se han ido consolidando en el tiempo como son los de Atlanta, Indiana, Toronto, Orlando o Boston.

Estamos, en cualquier caso, de enhorabuena. El Este ha dejado de ser ese núcleo de baloncesto enjaulado en sistemas conservadores y, desde esta nueva perspectiva, el Far West se nos muestra no tan lejano. Warriors aparte.




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VEINTE POR CINCO





Los Golden State Warriors pondrán esta noche en juego, una vez más, su imbatibilidad. La visita a Toronto supondrá una buena prueba de fuego. No en vano, los canadienses son uno de los rivales que más cerca han estado de vencer a los chicos de La Bahía. Con todo y con eso, este 20-0 es ya en sí mismo una auténtica hazaña, un inicio soñado en el que el vigente campeón se ha sobrepuesto a la ausencia de su convaleciente entrenador, Steve Kerr, a la pérdida de un suplente de lujo como David Lee y, por encima de todas estas circunstancias, a la autocomplacencia que suele acompañar a aquel que viene de ganarlo todo, de proclamarse “campeón del mundo”.

Aunque es evidente que gran parte del mérito de este record reside en la vuelta de tuerca que ha dado Stephen Curry a sus estadísticas de MVP –con un incremento de ocho puntos de media por partido (32), de cuatro puntos en el porcentaje de tiros de campo (52,4%) y de punto y medio en los lanzamientos de tres (45,9%)–, hoy quiero fijarme en aquellas estadísticas de equipo que explican el abrumador dominio que los Warriors están ejerciendo sobre la competición.

1. Eficiencia en el tiro. Si ridículos son los porcentajes de Stephen Curry, lo mismo se puede decir de los de todo el equipo. El 49,3% supera en dos puntos y medio a los Thunder, segundos en esta estadística. Esto les permite anotar 1,14 puntos por posesión, 0,07 más que los Thunder, también segundos en esta categoría. Si ponderamos el mayor efecto de los lanzamientos de tres en el marcador y lo añadimos a la ecuación en lo que la NBA llama el “Effective Field Goal Percentage”, las cifras son aún más ridículas: 56,7%. Al final, entrenadores, meterla lo es todo.



2. Generosidad. El 69,4% de los tiros anotados por los Golden State Warriors han sido asistidos por un compañero, lo que les lleva, por supuesto, a liderar esta magnitud estadística. Los chicos de Luke Walton también son los mejores si se cotejan las asistencias y las pérdidas. Así, por cada pérdida, los Warriors dan 1,8 asistencias. Ningún equipo da más. Esta estadística se retroalimenta recíprocamente con las estadísticas de tiro y también con las que les sitúan como equipo que más anota en contraataque (21,3 puntos por partido), situación de juego en la que el porcentaje de asistencias es mucho mayor.



3. Defensa. Para un equipo con vocación claramente ofensiva, ser el sexto en eficiencia defensiva es un gran logro. Los 0,97 puntos que concede por posesión son un dato que mejora los 0,98 que consiguió durante toda la temporada anterior. Los perfiles defensivos de Harrison Barnes, Andre Iguodala y Draymond Green, sumados a la reconversión de Bogut y el compromiso defensivo de Klay Thompson, Stephen Curry y todos los jugadores de rotación, les convierten en un equipo temible. Los Warriors son, tras los Knicks, el equipo que mejor defiende el perímetro, concediendo un pírrico 30,1% en los lanzamientos de tres de sus rivales. También es el sexto equipo que fuerza un peor porcentaje en el conjunto de los tiros de sus rivales.



4. Rebote. Comparados con muchos de los equipos a los que se enfrentan, los Warriors no son un equipo excesivamente alto. Aun así, son el sexto equipo que menos rebotes conceden al oponente, 42, estadística con toda seguridad relacionada con el alto porcentaje de tiro, pero que también tiene que ver con un alto nivel de compromiso de todos los jugadores en esta faceta. Además, el elevado número de lanzamientos exteriores practicado por los Warriors, junto con el fantástico despliegue de facultades de un jugador como Draymond Green, les permite coger muchos rebotes ofensivos. De hecho, son el cuarto equipo que más rebotes ofensivos coge por posesión.



5. Ritmo. Los Golden State Warriors son el cuarto equipo que más posesiones ofensivas juega por partido: 101,68. Esto tiene que ver con el promedio de tiempo de cada una de ellas y también con el tipo de defensa que practica, muy orientada a provocar errores y a forzar que los rivales incurran en acciones precipitadas. La profundidad de la plantilla, conseguida gracias a la gestión de los técnicos al priorizar el desarrollo de los jugadores sobre el protagonismo de las estrellas (Curry juega 34 minutos por partido), les permite practicar este baloncesto a lo largo de todo el encuentro.



Cinco facetas con reflejo estadístico que multiplicadas por veinte partidos nos conducen al cien por cien de victorias. Todo eso y mucho, mucho, espectáculo.


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