Diario de un encierro. Día XX






"Ha llegado el profesor de baloncesto"


Desde mi cómodo encierro hogareño, al que le sigue faltando el tacto de personas especiales, la conversación inteligente, y sin pantalla por medio, con otras a las que también admiro, y la reconfortante soledad de mis cafeterías oficina, con sus seres anónimos y llenos de secretos, al menos para mí, hoy me he acordado de los chicos y chicas de la residencia infantil y del centro de menores en los que colaboro como “profesor de baloncesto”, ese nombre con el que alerta de mi presencia el guardia de seguridad de uno de ellos, y que, a pesar de gustarme, tan vagamente se ajusta al verdadero perfil de quien les escribe.

(No busquen la conexión entre párrafos, quizá no la haya). Esta tarde he estado siguiendo a unos cuantos amigos charlar sobre minibasket, abarcando un amplio abanico de materias alrededor de su enseñanza. El seguimiento ha sido relativamente masivo, mayor de lo esperado, en cualquier caso, y el debate ha sido interesante. Yo me reconozco lego en la materia, entre otras cosas porque nunca he sabido expresarme en el lenguaje de los niños, o porque mi inteligencia es básicamente verbal, mucho más apta para convencer a quienes ya han formalizado la lógica del español y entienden las nociones abstractas de mis discursos y arengas. Yo sí creo, como sugirió Rafa Gil en el debate, que faltan entrenadores/profesores de minibasket, pero no creo, como se solía decir, que estos deban ser los que más saben de baloncesto. ¿El del senior al mini? En mi opinión no.

Es más, les diré lo siguiente. Creo que al hacer jugar a chicos tan pequeños a un deporte tan normado les cerramos en exceso el campo de posibilidades. Hacer convivir a diez niños y/o niñas en el 26x14 que suelen medir muchas pistas de minibasket, o en el 24x13 o inferior en el que los hacinamos a menudo, requiere de la intervención de un adulto, claro, por poco hay que llamar a las fuerzas de seguridad. Estoy casi convencido de que el nivel perceptivo de un niño que maneja un balón, incluso de un niño que juega sin balón, no va más allá del tercer nivel de lectura, siendo el primero su posición en el conjunto del campo y en relación con la canasta, el segundo su relación directa con el defensor y el tercero su relación directa con el compañero, y su defensor, más cercanos. Ojo, esto pasa también en senior. ¿Cuántos pases a la puerta atrás o a la continuación son interceptados porque no se ha llegado a reconocer la intervención de un tercer jugador?




También es necesario un adulto para que entiendan y compartan los objetivos del equipo: meter más canastas que el contrario. Incluso parece obligatorio que todos entiendan conceptos como línea de aro, línea de pase, ayuda, finta, cuestiones que un niño suficientemente estimulado por el juego podría comprender naturalmente si de verdad siente la necesidad de robar el balón y depositarlo en el aro: a estos los llamamos niños precoces. Entrenando colectivamente, porque parece inviable dar verdaderamente a cada uno lo suyo, equilibramos motivaciones y compensamos energías. Y claro, nos pasa como en la escuela, que el ritmo lo marca el individuo que estadísticamente se sitúa en la mediana, en la cúspide de la campana de Gauss.

Por eso creo que, sin desdeñar las experiencias que pueda añadir el minibasket al currículo formativo de una persona, es necesario combinar esta participación con su presencia en un deporte individual y, no sé por qué, me gusta el tenis por los desplazamientos y la coordinación óculo manual que exige, por su constante toma de decisiones (con toda la carga atencional y perceptiva que esta demanda) y por la necesidad que tiene el jugador de autorregular sentimientos de euforia o frustración, así como de comprender la globalidad del partido, su vertiente estratégica, hecho que, inopinadamente, en el baloncesto asumimos los entrenadores. Cuántas veces echamos de menos esa “lectura de partido” entre jugadores profesionales de baloncesto, cuántas esa capacidad para empezar mal un partido y terminarlo bien. Cuántas nos lamentamos por los déficit de atención. 



En fin, sé que esta reflexión no va a ninguna parte. Ni siquiera tiene un propósito concreto porque la tesis es, en sí misma, ambigua. Sirva de algo, si acaso, si nos hace más conscientes de lo que hacemos y nos invita a reflexionar sobre el valor de cada palabra y cada gesto, de cada segundo de entrenamiento. Sobre todo a los verdaderos profesores de baloncesto, de minibasket, a los que tanto admiro.

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

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