Peligro de extinción





Los cuerpos son cada vez más atléticos, los brazos y las piernas de los jugadores cada vez más largos, los planteamientos tácticos defensivos cada vez más sofisticados gracias, en parte, a la utilización del scouting y a la lógica obsesión por contrarrestar los puntos fuertes del rival. Sin embargo, el campo mantiene sus viejas dimensiones y el reglamento permite a los equipos colapsar la zona para evitar penetraciones con triángulos defensivos tan amplios que es difícil encontrar un espacio por el que atacar. Eso y cortar, sin ni siquiera hacer el esfuerzo de defender, numerosos contraataques o intentos de penetración con la llamada falta táctica. Todo eso mientras se es extremadamente riguroso, en mi opinión, a la hora de aplicar el reglamento en torno a la violación por “pasos” en las arrancadas, los reversos o los traspié, por poner solo un ejemplo. De ahí, entre otros muchos motivos, que esa suerte primitiva de juego en la que dos jugadores se retan el uno al otro para medir sus habilidades haya quedado relegada a un segundo o tercer plano.

Pero no es solo una cuestión legal. Es también un tema de educación. No formamos a jugadores capaces de superar en el uno contra uno a su defensor. Enseguida, en edades cada vez más tempranas, le ofrecemos al jugador soluciones tácticas, bloqueos que le faciliten la recepción, bloqueos que le permitan progresar hacia el aro. Poco a poco hemos ido eliminando esa bella pugna del uno contra el otro poniendo trabas al desarrollo del talento del jugador, poniendo demasiado alto el listón de lo que consideramos “un buen tiro”. Muchos entrenadores de cantera, obsesionados por un resultado inmediato y consumidores, fundamentalmente, de baloncesto adulto, profesionalizan sus métodos de instrucción y buscan que sus equipos sean reproducciones a escala de los que ven por la televisión. Y los equipos que se muestran por televisión son orquestas llenas de especialistas en una pequeña función, con roles muy bien definidos y con poco margen para saltarse el guión.

Por fortuna aún quedan ciertos reductos donde la formación en técnica individual lo es casi todo: La Penya, la escuela balcánica,... Por suerte, además, aún nos queda la NBA como exponente máximo del baloncesto dentro de esta “aldea global”, con un reglamento que castiga las acampadas defensivas en la zona y con una noción de espectáculo que linda con la de negocio. Y en ambas entra el uno contra uno, la oposición frontal y sin obstáculos entre dos jugadores que desean medir su talento.

Ahora bien, si estáis de acuerdo conmigo en que es necesario recuperar esta faceta del juego por el bien del espectáculo del que deriva, a fin de cuentas, el que el baloncesto pueda llegar a ser rentable, es necesario formar buenos jugadores en el uno contra uno. Y aquí empiezan mis dudas. ¿Qué cualidades debe tener un buen jugador de uno contra uno? A priori se me ocurren:

1. Debe ser una amenaza de tiro. De lo contrario lo defenderán con distancia y le será difícil rebasar.
2. Debe ser un buen pasador. De lo contrario le lloverán ayudas defensivas castigando su escasa visión.
3. Debe manejar el balón como si este fuera una prolongación de su propio cuerpo, lo que le facilitará su control e hilar, de esta manera, la acción de bote con la de pase o tiro.
4. Debe tener gran agilidad de pies, capacidad para cambiar direcciones en poco espacio y de forma muy explosiva.
5. Debe manejar el cambio de ritmo, herramienta fundamental para rebasar. Y no solo poder acelerar en muy poco tiempo, sino también, fundamental, ser capaz de parar en seco castigando la inercia de los defensores.
6. Debe ser capaz de disociar el trabajo de los pies y de las manos haciendo que funcionen a diferente velocidad.
7. Debe ser agresivo en todas sus acciones y gozar de una gran confianza en sus habilidades.
8. Debe ser inteligente, capaz de leer situaciones antes de que ocurran anticipando reacciones defensivas.

Seguro que vosotros podéis añadir alguna más. Ahora bien, conocidas las cualidades que ha de reunir, ¿cómo ha de ser el proceso de enseñanza? ¿Lo basamos en la repetición de gestos técnicos o entrenamos cualidades más generales (coordinación, disociación de pies y manos) dejando que sea el jugador el que una vez provisto de esas habilidades invente situaciones o gestos técnicos para rebasar a su par? En fin, seguramente me digáis que una mezcla de ambos métodos.

En cualquier caso, para ayudarme y ayudaros, he elaborado un vídeo con alguno de los recursos que Stephen Curry utiliza para rebasar a su defensor. Lo decía Jenaro Díaz en una charla, Stephen Curry representa hoy en día la excelencia. Él es el mejor ejemplo de talento entrenado, de velocidad de ejecución y de variedad de gestos técnicos. El contexto en el que creció, el hecho de ser hijo de un jugador profesional, su propia constitución física, al alcance de muy pocos mortales, fueron factores que jugaron a su favor, no cabe duda. Pero sin las horas de entrenamiento, sin la terquedad y la constancia a la hora de afrontar el lento camino del progreso, no sería el jugador que es hoy en día. Disfrutad del vídeo como yo lo he hecho haciendo las capturas y montándolas. Puro deleite.




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Aclarando conceptos (VIII)





Qué personaje Jenaro Díaz, qué cerebro más despierto, qué actividad e inquietud. En su caso la meditación, además de una opción vital, debe de ser una necesidad. Duerme menos que nadie, trabaja más que ningún otro. Pone el listón del esfuerzo, la dedicación y el entusiasmo a una altura casi inalcanzable. Pero a su vez motiva, transmite pasión por el juego y nos insta a ser mejores profesionales, más fieles y entregados amantes del baloncesto.

“Hoy vamos a pasar el día juntos”, nos dijo al comenzar la jornada. “Lo siento”, se disculpó a continuación con un deje irónico que, como siempre ocurre con el empleo de este recurso oratorio, esconde tanta hipérbole como verdad. Porque su discurso, fruto de largas jornadas de estudio, es denso, cargado de conceptos clásicos pero también propios, difícil de seguir sin ibuprofeno, pero útil, muy útil, cuando consigues captar sus detalles.

Aprovechando que mi presencia en el Master coincidió con sus clases, hecho provocado y no casual, he decidido renovar una sección que acabo de comprobar que tenía abandonada desde hace casi dos años. Aclaremos y confundamos conceptos.

Dinamismo horizontal. Bien podría ser el sinónimo de hacer la croqueta o rodar por el suelo. O una forma de llamar al acto sexual ejecutado en su vertiente más clásica o misionero. Pero ahora, en la nueva terminología táctica, consiste en las ventajas que se generan a partir del juego disimétrico entre los pívots que se desplazan horizontalmente, (en paralelo a la línea de fondo) fundamentalmente a partir de una continuación corta o una finta de bloqueo (no bloquear o hacer un flash pivot para alejarse del bloqueo) directo de uno de ellos con su compañero situado pegado a la línea de fondo.

Bump. Eufemismo empleado para lo que antes se llamaba body check y que consiste básicamente en lo mismo, en interponerse en la trayectoria de un atacante (en una continuación tras bloqueo directo, en una salida de indirecto o tras un corte) y golpearle sin exceso de violencia y sin sobrepasar los límites del propio cilindro para dificultar su acción y romper el timing del ataque. ¿Por qué se cambió el nombre? Por una suerte de esnobismo y también porque se decidió que el body check estaba prohibido. Suerte para la defensa, que el bump no lo está todavía, salvo que se ejecute con una mala posición o sin respetar los elementos de tiempo y espacio.

Romper el bloqueo bien podría ser la acción diplomática llevada a cabo en meses recientes por Estados Unidos y Cuba, pero en baloncesto consiste en las acciones previas que ejecuta la defensa para impedir que el bloqueo directo o indirecto se produzca o, al menos, para forzar un mal timing.

Romper la espalda es la forma común con que se conoce la actual moda de situar los bloqueos directos, con los pies apuntando a la canasta propia, forzando la máxima verticalidad en el juego del atacante. Sin duda, una acción muy complicada de defender.



Porterías. Sí, las porterías han llegado al baloncesto. El mundo del fútbol, en su ánimo invasivo, ha terminado por ocupar una parcela que parecía estarle vedada. En realidad, es solo una manera diferente de nombrar el doble trabajo al que se enfrenta un jugador cuando su equipo se ha visto desbordado o cuando, por iniciativa propia, ha decidido salir agresivo a parar con dos jugadores a uno solo del rival dejando una situación de inferioridad en lado contrario que exige, al menos, de dos jugadores, la necesidad de atender a una doble función, a los dos palos de la portería, con el objetivo de anticiparse al posible pase. Parar un penalty, en definitiva.


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Regreso a Zaragoza (II)





La excelencia es una mierda, vociferó Jenaro en el salón de actos del hotel Tryp de Zaragoza. Se refería a lo volátil de un concepto que se altera en función del baremo que se utilice para la comparación. “Hoy es Curry, pero mañana será otro”. Un no parar.

La empatía táctica. Como también sucedió el año pasado, cada curso eleva a la categoría de mantra alguna reflexión surgida del propio desempeño de los alumnos, amén de alguna otra lanzada más o menos abiertamente por el claustro de profesores. Este año, además de la insistencia en aspectos pedagógicos, se ha hecho mucho hincapié, a raíz de la intervención de Roger Grimau a la que hice referencia en el post anterior, en la importancia de tener involucrados a los jugadores en el entramado táctico del conjunto tratando de que se sientan cómodos y crean en nuestra propuesta.

Hacer que los jugadores crean. Hilando con el punto anterior y a colación de una entrevista que concediera Zeljko Obradovic con motivo de la Final Four de la Euroliga en Madrid, surgió en el foro de debate con los entrenadores de LEB que han conseguido el ascenso deportivo con sus respectivos equipos, la trascendencia de tener a la plantilla de nuestro lado, a muerte con nuestras decisiones, con un lenguaje corporal que denote que los jugadores serían capaz de ir a la guerra si nosotros se lo pidiéramos. Para ello, claro, conocimiento, capacidad de convicción y empatía. El arte de entrenar es también, o más aún, el arte de dominar las relaciones humanas.

Que el ritmo no pare. Ya por la tarde, en el pabellón, tomaron la palabra Orenga y Jenaro Díaz para introducirnos en la importancia de que no se detenga nunca el balón. El jugador profesional debe ser capaz de decidir con el balón en el aire, antes de la recepción. Ha de ser capaz de estar tirando, pasando o poniendo el balón en el suelo antes de que este repose en sus manos para que la defensa nunca pueda alcanzar las posiciones deseadas tanto en la recuperación o closeout al jugador con balón como en los triángulos defensivos fuera de él. En formación se le enseña al jugador a parar y mirar antes de tomar una decisión. La élite exige ir un paso más allá.

Bendito y maldito bloqueo directo. No hay espacios para jugar uno contra uno. Los entrenadores solo consideramos un buen tiro el lanzamiento liberado y aquel otro que se intenta bajo aro, aunque sea en presencia de varios defensores. Sin querer, como consecuencia de la reducción de talento en todas las competiciones, de la mayor preparación física y actividad de pies y manos de la defensa y de los scouting, el espacio para jugar uno contra uno y generar ventajas a partir del mismo se ha reducido. Así, aunque parezca un contrasentido, poner dos jugadores cerca facilita el spacing de los otros tres jugadores, ensancha el campo y mejora la capacidad de obtener ventajas en diferentes puntos de la pista. Sin embargo, dado su profusa utilización, los niveles de adaptaciones defensivas son también de una sofisticación increíble, lo que hace que esa capacidad de generar ventajas dependa, como casi siempre, de la amenaza que representen los jugadores implicados (que son los cinco) y de su capacidad para leer los ajustes que proponga el rival. Estas fueron alguna de las conclusiones de un foro en el que los participantes del Máster de Táctica pudimos comprobar cuáles son las últimas tendencias en el ataque y defensa del ínclito bloqueo directo. Aunque insisto, se pueden hacer muchas más cosas.

Cuidar el negocio. Fue Ñete Bohigas, entrenador del Ciudad de Cáceres, el más claro al respecto. O cambiamos ciertas normas o nos quedamos solos, con el pabellón vacío y con cuatro despistados viéndonos por el televisor. Se habló de darle un metro más al campo a lo ancho, de introducir los tres segundos defensivos que llevan años instalados con éxito en la NBA y de castigar severamente la falta táctica, al menos esa que corta contraataque y que impide que disfrutemos del vértigo que suele acompañarlo por definición. Con estos cambios acabaríamos con las ayudas que ni siquiera tienen que ir, sino que ya están preparadas y le devolveríamos parte del protagonismo a una acción, el uno contra uno, en la que dos jugadores miden sus capacidades al más puro estilo del oeste.



El oficio. Quiero terminar esta entrada agradeciendo las más de dos horas que Gonzalo García de Vitoria, entrenador del Ourente, nos dedicó al final de la jornada, y hasta bien entrada la madrugada, revelándonos no solo cuestiones relativas al bloqueo directo que habíamos dejado pendientes en la charla prevista en el horario, sino también aquellas otras que tienen más que ver con el oficio de entrenador. Lo hizo recuperando las claves tácticas, pero también emocionales, que llevaron a su equipo a remontarle un 2-1 en contra al Breogán de Lugo para hacerse con el derecho al ascenso a ACB. Ahí comprobamos el grado de detalle que se alcanza, dónde está el listón de la excelencia, por mucho que a Jenaro le repugne la palabra. Y por mucho que yo le entienda. Tomar la decisión de querer ser entrenador en nuestros días es difícil. Llegar a serlo profesionalmente, una larga y dura travesía.


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Regreso a Zaragoza


En distinto medio de transporte, pero con un mismo destino. Unos días más tarde, pero bajo el mismo sol abrasador. En el mismo hotel donde nos alegró ver alguna cara conocida entre el personal, señal inconfundible de que sus contratos han sobrevivido a estos atribulados tiempos. Con alguno de los profesores y ponentes de 2014 a los que se han unido otros como Juan Antonio Orenga. Con muchos menos nervios aunque con el mismo deseo de escuchar, tomar notas, experimentar y aprender. Aquí estoy, de nuevo en Zaragoza.

Me bajé prácticamente en marcha del tren, tras un trayecto de más de seis horas, para presentar las conclusiones del proyecto de investigación que ya avancé en su día en esta bitácora. Lo hice responsabilizado por el alto nivel de los alumnos de la nueva promoción, entre ellos un Roger Grimau que unos minutos antes había expuesto de forma excepcional el papel que puede jugar la táctica a la hora de conectar con nuestros jugadores. Haciendo un breve repaso a su carrera, en cuyo transcurso pasó de ser un ávido anotador a obsesionarse por su falta de amenaza de tiro –lo que hizo que las defensas prácticamente lo ignoraran–, el recién jubilado jugador de élite nos comentó cómo los diferentes entrenadores le apoyaron en la búsqueda de una nueva identidad proporcionándole opciones para aportar de otro modo, jugando sin balón.

Por la tarde, ya en el pabellón, Mario Pesquera desentrañó las claves de la defensa matchup, una propuesta táctica que pasa por defender al hombre en la zona, que exige comunicación, concentración, trabajo en equipo; un esquema heredado de alguno de los principales gurús del baloncesto universitario norteamericano e importado en Europa por el propio Mario a través del maestro Aza Nikolic. Quizá por la mayor frescura con la que afronto estos días, pero creo que también gracias a una exposición más ordenada y elocuente, lo que tanto me costó seguir hace justo hoy un año, se ha convertido en una propuesta interesante que, tal vez y en función de las circunstancias, pueda introducir en un equipo durante la próxima temporada.

Tras la merecida y emocionante dedicatoria de Mario Pesquera hacia quien fuera su ayudante, el malogrado José Luis Abós, tomó la palabra Juan Antonio Orenga para explicarnos diferentes esquemas para generar juego a partir de un grande, ya esté este situado en poste medio o poste alto, dibujos que emplearon para tratar de que Marc Gasol luciera en su papel favorito, el de facilitador de vidas. Orenga nos habló como entrenador pero también como ese jugador que aún conserva las sensaciones de lo que supuso pelear por unos pocos centímetros de espacio en la zona.

Finalmente, con la incorporación de Ñete Bohigas, exitoso entrenador y artífice del ascenso del Ciudad de Cáceres a LEB Oro, a una tertulia que también incluyó la presencia de Audie Norris, profundizamos en el papel del jugador interior, esa especie en peligro de extinción que ha debido refundarse con nuevas características, más propias de un jugador de perímetro, para sobrevivir y poder figurar en los momentos trascendentales de un partido o, más aún, en las diferentes plantillas de las principales competiciones del planeta.

Toda vez sentado en la terraza donde vieran la luz las entradas del diario que elaboré sobre la experiencia del año pasado, con la agenda de eventos concluida, envuelto en este ambiente de baloncesto que tanto me gusta, tuvimos que tocar ese tema que tan poco nos agrada, el que versa sobre el estatus del entrenador en una sociedad que apenas valora sus esfuerzos y que lo viene a considerar como victima propiciatoria para dar rienda suelta a sus propias frustraciones. Pero bueno, nos fuimos animando y los temas volvieron a versar sobre esas cuestiones tan nuestras que nos elevan a la categoría de enfermos. Felices enfermos.


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¿De verdad importa?





El pasado domingo, la selección española ganó el campeonato sub 20 femenino. Lo hizo basándose en una magnífica demostración de poderío defensivo, siendo mucho más agresiva que cualquiera de sus rivales en el campeonato. Su medalla de oro se suma a la larga lista de condecoraciones que adornan las vitrinas de la Federación y, al menos, se consiguió con Teledeporte como testigo. Bueno, también con bastante afición en las gradas de Teguise, en Lanzarote.

Los chicos de su misma edad, en cambio, afrontan en Italia la búsqueda del campeonato en un ambiente de clandestinidad. Sus partidos se pueden seguir por streaming a través de la página de la FEB, lo que es de agradecer, pero eso mismo nos permite comprobar que apenas son capaces de reunir cien almas en el pabellón. Después de siete victorias consecutivas afrontarán a partir de mañana el camino hacia las medallas. De conseguirla, tendremos otro galardón más del que presumir.

A veces tengo la sensación de que todas estas victorias son poco menos que números. Números, sí, como de los que echan mano los políticos en sus intervenciones en el Parlamento. Claro que, detrás de esos números, hay largas semanas de trabajo y años de selección y perfeccionamiento. Sin embargo, si el mérito escapa de los focos, si los éxitos quedan en un segundo plano y apenas sí ocupan un exiguo espacio en los periódicos; y si además los mejores jugadores europeos de una generación son incapaces de reunir a más de cien personas para ver sus partidos, a uno le cabe preguntarse por qué le damos tanto valor a todo esto.

Trascendencia e importancia no deberían estar reñidas, es cierto. La primera es una dimensión social; la segunda, una percepción subjetiva (la foto de portada es un claro ejemplo de ello). Es más, si el desarrollo de una actividad dependiera de la valoración colectiva de la tribu, el abanico sería estrecho y de dudosa calidad. De ahí que los técnicos de la federación se afanen por presentar equipos competitivos, por hacer exhaustivos scouting de los rivales, por motivar a los jugadores, por tener controlados todos los aspectos extradeportivos de una concentración,... Por hacer bien su trabajo, en definitiva. De ahí, también que los chicos ofrezcan lo mejor que llevan dentro, su máximo esfuerzo, desde la base de que este es innegociable. E igual los árbitros, los oficiales y auxiliares de mesa, los voluntarios y organizadores de cada torneo. No es una cuestión de trascendencia. Es un asunto de orgullo, competitividad y compromiso personal.

Pero entiéndanme cuando les propongo la siguiente pregunta. ¿En qué medida importa el baloncesto? Sin una repercusión que rebase los límites de un círculo cerrado el baloncesto pasa por ser un divertimento privado, parecido al de esos chicos que se reúnen semanalmente para jugar al rol o para pegar unos tiros virtuales en un videojuego. Es decir, si los éxitos federativos en categorías inferiores permanecen fuera del conocimiento del común de los ciudadanos, si son conocidos solo por una pequeña “casta” de frikis del baloncesto y se limitan a un resultado, como el de ganar o perder en una partida de cartas con los amigos, ¿por qué reclamar de instituciones y empresas privadas subvenciones o patrocinios para clubes o proyectos de dimensión aún más reducida que los de la federación?

Perdonen este acceso de nihilismo. Ver las gradas vacías en un partido entre dos de las mejores selecciones sub 20 del continente me hizo reflexionar. Y llegué a la conclusión de que, aunque ganar deba ser el objetivo último de cada equipo que salta a una cancha de baloncesto, como entrenadores debemos reforzar todas aquellas facetas que van más allá del marcador, especialmente la formación integral del jugador. Porque el resultado es algo que queda para nosotros, para el reducido círculo de toxicómanos del baloncesto, pero la formación, en todas sus facetas, es un activo que el jugador lleva consigo y arrastrará en el conjunto de su vida.

Si en el contexto de una cantera de una ciudad de provincias, me dedicara solo a intentar ganar partidos, a gestionar un capital humano para sacarle la máxima productividad, no sería más que el manager de uno de esos clubes que manipulábamos en el PC Basket o el PC Fútbol. Y qué quieren que les diga, si los padres nos confían a sus chicos no es para que actuemos con ellos de esta manera, sino para que, luchando cada día por alcanzar nuestro potencial como equipo, les otorguemos también una experiencia que va más allá de un campeonato, tal vez la excusa para que todo lo demás suceda. Y tal vez todo lo demás sea lo verdaderamente importante.


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La respuesta era la catedral





Anoche regresé tarde de Burgos tras haber asistido a la Asamblea de la federación regional de baloncesto. En ella se expuso, amén de estados de cuentas y bases de competición, la necesidad de formular y ejecutar un plan estratégico durante los próximos cinco años. Un leitmotiv principal: la búsqueda y persecución de la excelencia. Fantástico.

Fantástico si no contrastara con el estado financiero de los clubes y de la propia federación, (que aunque bien gestionada no deja de manejar un presupuesto austero) fantástico si no hubiera seguido a un discurso en el que se recalcaba el carácter amateur de los diferentes actores que saltan a la escena durante una temporada de baloncesto, (directivos, árbitros, oficiales de mesa, entrenadores,...) carácter que sin duda repercute en su estatus sociolaboral, en la visión que de ellos pueda tener la sociedad o en la ausencia de incentivos para progresar, por muy quijotes que seamos, por muy enamorados que estemos de esa particular Dulcinea llamada baloncesto. Aun así fantástico. Cómo no aspirar a la excelencia cuando su búsqueda, aunque esencialmente infructuosa, es uno de los motores de la existencia.

En la misma asamblea se puso de manifiesto, también, cómo la crisis afecta no solo a las estructuras de cantera, sino, y principalmente, a los clubes profesionales. El no ascenso por tercer año consecutivo del equipo masculino de Burgos y la previsible desaparición del mítico Club Baloncesto Valladolid, dibujan un panorama sombrío del que Castilla y León no es monopolista. Orense, tras ganarse, ellos también, una plaza en ACB, tampoco vio admitida su candidatura. La mayor competición de clubes de nuestro país muestra, cada vez más, las señas de identidad de una liga cerrada, lo que unido a la bicefalia Madrid-Barcelona, que acapara títulos y finales, está conduciendo a la desafección del aficionado.

La demanda de baloncesto sigue una curva descendente desde hace años. Ni siquiera la coincidencia temporal de las dos mejores generaciones de nuestra historia, (en baloncesto masculino y femenino) y su innegable magnetismo, ha conseguido arrastrar a una masa de aficionados que vaya más allá del oasis de los campeonatos de verano. En 2015, los deportes han de abrirse espacio a codazos no solo frente a otros deportes, sino principalmente respecto a nuevas ofertas de ocio. Los usuarios cuentan con infinitas posibilidades para distribuir su tiempo y el baloncesto no consigue situarse entre las primeras opciones perdiendo de paliza ante marujas, cocineros, tertulias políticas de escaso valor intelectual, junglas, vídeos musicales, youtubers, juegos de estrategia o dosis ingentes de humor burdo (ojo, no es que sitúe a todas en el mismo nivel, son solo ejemplos).

Pero es que el aficionado, aunque pueda nacer, sobre todo se hace. Se hace si en casa se ve baloncesto, si en el cole monitores entusiasmados y conocedores del deporte le infunden pasión por el juego. Se hace si disfruta compitiendo, si comprende los valores asociados a dos aros y un balón y si observa, en los niveles profesionales, que los que ganan ven recompensado su esfuerzo, que los que ganan además de ganar divierten y se divierten, y si encuentra, en su pueblo o ciudad, referentes a los que imitar y con los que soñar. De lo contrario, el aficionado al baloncesto ni siquiera existirá o se diluirá con facilidad al llegar a la edad adulta. Si esto no es así; sin entusiasmo en el seno del hogar, en los coles y clubes, sin referentes arriba y sin una adecuada promoción del producto, crítica habitual a la televisión que difunde los derechos de la ACB, el chico optará por otras ofertas de ocio. Y será padre y le enseñará a sus hijos otras ofertas de ocio. Y este quedará con sus amigos y les hablará de otras ofertas de ocio. Y ya nadie dirá al día siguiente en el colegio: “¿viste el canastón que metió anoche Navarro?” Porque ya nadie verá baloncesto. Y, como consecuencia, nadie jugará tampoco.


Como os dije al comenzar este post, ayer regresé de Burgos y de ver su magnífica catedral, una amalgama de elementos arquitectónicos que desafían la gravedad, un conjunto de motivos decorativos que rozan lo sublime y, sobre todo, una labor conjunta y prolongada en el tiempo de numerosos obispos y también nobles, en su condición de servidores de dios y mecenas, de ingenieros y arquitectos, de escultores y pintores, de ebanistas y orfebres, de obreros y albañiles al servicio de una obra que insulta, por comparación, a todas nuestras imperfecciones. Una de ellas, la incapacidad para trabajar en equipo y dejar atrás el ego, el personalismo que destruye grandes proyectos por ofensas de pitiminí. 

Anoche buscamos soluciones en el salón de un hotel. Nos equivocábamos. La respuesta estaba fuera, a escasos metros. Tras el Arco de Santa María. La respuesta era la Catedral.



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