El baloncesto total





Hablar de fútbol total supone hacerlo de aquel Ajax de comienzos de los 70 entrenado por Rinus Michels y capitaneado, futbolísticamente hablando, por Johan Cruyff y su tocayo Neskeens. Al fútbol ofensivo que ya habían practicado en un pasado más o menos reciente el Madrid de las Copas de Europa y el Brasil de los tres mundiales, (58, 62 y70) los holandeses añadieron la presión en el campo rival, el adelantamiento de la línea defensiva y una versatilidad, hasta entonces desconocida, que hacía que el dibujo táctico fuera lo de menos en la medida en que todos los jugadores podían hacer de todo. En aquel equipo, y también en la Holanda del Mundial de 1974, todo el mundo defendía y todo el mundo atacaba. A ese fútbol que mezclaba el vértigo ofensivo con la disciplina en la recuperación, Guardiola simplemente le añadió el cuidado del balón, el sosiego y la tranquilidad que ofrece el estar en posesión de la pelota. Y entonces vimos al mejor Barça y, tal vez, al mejor equipo de fútbol de la historia.



En el baloncesto, cualquier referencia pasada nos conduce a los Celtics de los 60, al mejor equipo que ha conocido el deporte sin distinción de disciplina. Aquellos Celtics practicaban posesiones cortas, trasladaban el balón en un pestañeo a la pista delantera con una precisión asombrosa de pase y no dudaban a la hora de materializar una ocasión de lanzamiento. Contaban con la garantía de que Russell correría una y otra vez la cancha por el carril central para cargar como un poseso el rebote ofensivo, controlar el defensivo o candar el propio aro. Ya en 1961, en el que sería su tercer título consecutivo, los chicos entrenados por Red Auerbach lanzaron 118 veces por encuentro. Su mejor porcentaje, a lo largo de los once anillos cosechados durante la era Russell no llegó al 43 por ciento. Aun así, aquella fórmula alocada que pudiera parecer suicida, derivó en una sucesión de éxitos. A Wilt Chamberlain, el llamado a dominar aquella época, solo le quedó darles la mano una vez tras otra y con la lengua fuera, a sus enemigos deportivos.



Casi medio siglo después, en uno y otro lado del Atlántico, dos equipos que imponen un ritmo ofensivo acelerado han dominado la competición. Golden State Warriors lideró la liga en número de posesiones por encuentro siendo, curiosamente, un equipo mediocre en las tasas de rebote ofensivo (21º) y defensivo (18º). El mérito residió, además, en liderar la liga también en el “effective field goal percentage” y en compartir el balón con gusto y generosidad (2º en porcentaje de tiros anotados tras asistencia detrás de Atlanta). Su defensa fue la segunda mejor a la hora de provocar malos porcentajes en los rivales y la sexta forzando pérdidas que después materializarían en contraataques.

Un patrón semejante empleó el Real Madrid en Europa, siendo el equipo que más asistencias dio por partido en la Euroliga, el cuarto forzando pérdidas y el que más tiros lanzó (65 por partido, 25 de ellos triples). La versión más exitosa del Madrid bajó un poco el ritmo e incrementó los porcentajes. Redujo un tanto la espectacularidad y reforzó los mecanismos del “otro basket” para ser más eficiente en los momentos decisivos de las finales. El estilo estaba. Faltaba Nocioni.

Las victorias de Golden State Warriors y Real Madrid nos dejaron unas cuantas enseñanzas.

1. La importancia de la preparación física y las rotaciones. Para poder jugar a tantas posesiones sin ver reducida la eficacia ofensiva y la agresividad defensiva, es importante contar con una plantilla amplia, gestionarla bien y tenerla bien preparada físicamente. Las rotaciones de Kerr y Laso consiguieron que todos los miembros de la plantilla estuvieran involucradas al tiempo que permitieron que los jugadores llamados a decidir en los partidos importantes llegaran con las piernas frescas.

2. La línea de tres. El Real Madrid fue el segundo mejor equipo en porcentaje de tiros de tres anotados en Euroliga y ACB. Los Warriors rozaron el cuarenta por ciento siendo el equipo con el mejor porcentaje de la NBA. El tiro de media distancia pierde valor con el tiempo. El lanzamiento de tres, además de permitir a los equipos sumar con mayor rapidez, se convierte en una amenaza que obliga a las defensas a desguarnecer la zona. La figura del tirador, un tanto apagada en el pasado, ha recobrado su proverbial valor. Thompson y Carroll, con su sola presencia en la cancha, ensanchan la pista y multiplican el tiempo.



3. La difícil tesitura para el cinco clásico. Draymond Green y Marcus Slaughter; Andrés Nocioni y Andre Iguodala fueron los ganadores entre los ganadores. Falsos cuatros. Dos metros pelados al servicio de la intendencia y con un corazón enorme. Con piernas para defender a pequeños tras el cambio en el bloqueo y con piernas, también, para correr la pista, taponar lanzamientos y enardecer a la grada. Perdieron, en cambio, Tomic y Bogut. El primero sumó en ataque menos de lo que restó en defensa y en el rebote. El segundo, pese a estar muy implicado en las labores de basurero que Kerr le había encargado, tuvo que sacrificarse y ver desde el banquillo como un quinteto sin ningún jugador con más de dos metros ganaba el anillo. Esta noche, sin embargo, dos pívots, Karl-Anthony Towns y Jahlil Okakor, han sido elegidos en las tres primeras posiciones del draft. Les esperan largas jornadas de trabajo para mejorar su lateralidad, su coordinación de pies y su resistencia para correr la cancha. De lo contrario, lo tendrán difícil para hacerse con un hueco en los minutos decisivos de los partidos.

4. La redefinición del base. El base actual juega el bloqueo pensando primero en anotar y luego en asistir. El base actual sale de los indirectos como un escolta y sabe jugar sin balón. El base actual debe ser capaz de generarse su propio lanzamiento. El prototipo de base actual es Stephen Curry y Sergio Rodríguez y Sergio Llull, aunque diferentes entre sí y respecto al modelo, dos buenos aprendices.

5. El basket total. Atravesamos una fase de transición. El baloncesto ha dejado de reclamar especialistas y reclama polivalencia. Los equipos, por su parte, son maquinarias perfectamente engrasadas en las que el caos luce ordenado. Los entrenadores apuestan por multiplicar sus opciones de anotar utilizando la línea de tres e incrementando el número de posesiones. La defensa, aun siendo fundamental, se ha convertido, al igual que en la Holanda de los 70, el Milán a caballo entre los 80 y los 90 y el Barça de Guardiola, en una herramienta al servicio del ataque, al servicio de un baloncesto total.


UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

¿Creatividad y baloncesto?





Hace pocos días, leyendo el libro Si Beethoven pudiera escucharme de Ramón Gener me crucé, en el capítulo dedicado a la curiosidad, con este cuento de Helen Buckley; entiendo, aunque desconozco el dato, que se trata de un referente en la formación de todo futuro maestro, pero yo, en mi ignorancia, carecía de referencias. Descubriendo su contenido, me pareció tan actual y tan aplicable a nuestra dura realidad como sociedad, que no he tenido más remedio que servirme de él para ilustrar este post. Aunque nos duela.

Había una vez un niño pequeño que fue a la escuela. Era muy pequeño y la escuela era muy grande. Pero cuando descubrió que podía ir a su clase con solo abrir la puerta que tenía delante, se sintió feliz y la escuela ya no le pareció tan grande.

Una mañana, cuando el niño estaba en la escuela, la maestra le dijo: “Hoy haremos un dibujo”. “Qué bien”, pensó el niño. A él le gustaba mucho dibujar. Podía dibujar muchas cosas: leones y tigres, vacas, gallinas, trenes y barcos. Sacó la caja de colores y empezó a pintar.

Entonces la maestra dijo: “Esperad, aún no es hora de empezar”. Y esperaron a que todos estuvieran a punto. “muy bien. Ahora dibujaremos flores”. “Qué bien”, pensó el niño. Le gustaba mucho dibujar flores y empezó a dibujar flores preciosas con todos sus colores.

Entonces la maestra dijo: “Esperad, yo os enseñaré”, y dibujó una flor roja con el tallo verde. El niño miró la flor de la maestra y luego miró la suya. A él le gustaba más la suya, pero no dijo nada y empezó a dibujar una flor roja con un tallo verde igual que la que había dibujado la maestra.

Otro día, cuando el niño estaba en clase, la maestra dijo: “Hoy trabajaremos con barro”. “Qué bien”, pensó el niño. Le gustaba mucho el barro. Podía hacer muchas cosas con el barro: serpientes y elefantes, ratones y muñecas, camiones y coches. Así que empezó a estirar su bola de barro.

Entonces la maestra dijo: “Esperad, aún no es momento de empezar”. Y esperaron a que todos estuvieran a punto. “Muy bien. Ahora haremos un plato”. “Qué bien”, pensó el niño. Le gustaba mucho hacer platos de barro y empezó a construir platos de diversas formas y medidas.

Entonces la maestra dijo: “Esperad, yo os enseñaré”, y ella mostró a todos los niños cómo hacer un plato hondo de barro. “Aquí lo tenéis” –dijo la maestra– y después miró el suyo. Le gustaba más el suyo, pero no dijo nada y empezó a hacer un plato hondo igual que el que había hecho su maestra.

Muy pronto, el niño aprendió a esperar y a mirar, a hacer las cosas igual que las hacía su maestra y dejó de hacer las cosas que surgían de sus propias ideas.

Un día ocurrió que la familia del niño se fue a vivir a otra casa y el niño cambió de escuela. El primer día de clase, la maestra dijo: “Hoy haremos un dibujo”. “Qué bien”, pensó el niño, y esperó a que la maestra le dijera cómo lo tenía que hacer.

Pero la maestra no dijo nada solo caminaba y miraba. Cuando llegó a donde estaba el niño, le dijo. “¿No quieres empezar tu dibujo?” “Sí”, dijo el niño. “¿Qué tengo que dibujar?” “No lo sé”, dijo la maestra, “tú mismo.” “¿Y cómo tengo que hacerlo? “Como tú quieras”, contestó la maestra. “¿Y puedo pintar con cualquier color?” “Sí, claro. Si todos pintaseis el mismo dibujo con los mismos colores, ¿cómo podría saber quién ha hecho cada dibujo?” “No lo sé”, dijo el niño, y empezó a pintar una rosa roja con un tallo verde.

Probablemente lo mejor sería dejar el post como está, con las preguntas flotando en el aire y con ese dolor de sienes que nos provoca la ardua tarea de la reflexión, más aun cuando esta nos sitúa ante el espejo y nos disgusta lo que vemos. Ahora bien, ¿es el contenido del cuento aplicable a la enseñanza del baloncesto o sus efectos quedan acotados al mundo del arte y la creación? ¿Hasta qué punto el fomento de la creatividad puede ir en contra de la enseñanza de los fundamentos que nos parecen básicos en todo buen jugador? Estoy seguro de que la primera profesora le habría invitado a Navarro a repetir una y otra vez el tiro en suspensión para hacerlo más rápido y hubiera borrado de su mente ese lanzamiento en “bomba” tan heterodoxo. Navarro inventó su bomba para poder acceder a un aro que los jugadores más grandes que él querían que permaneciera sellado. Para nuestra fortuna, su invento permaneció porque un entrenador, al menos, no le llamó loco ni le obligó a hacerlo como se venía haciendo toda la vida. ¿Debemos dar un paso atrás y dejar que el jugador invente o debemos ser canónicos en la enseñanza de los fundamentos poniendo por encima de la capacidad de invención, los movimientos que antes los balcánicos y soviéticos entrenaban por intuición y que ahora vienen respaldados, o matizados, por la biomecánica, a riesgo de que todos los jugadores sean iguales? Ya, ya lo sé, equilibrio y un poco de todo. Eso está claro, pero también es necesario el debate. Así que anímense y repartan juego.




UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Hasta siempre, Legends





Recuerdo perfectamente la primera llamada de Javier García-Palao para pasarme a entrenar con su equipo de Cabrerizos, entonces todavía en busca de patrocinador (Bambú lo sería durante los seis años en que yo he formado parte del conjunto). La acepté encantado. Llevaba tiempo siguiéndolos, disfrutando con su juego, consciente, además, de que se trataba de un grupo de amigos que, simplemente, se había organizado para jugar a su pasión compartida, el baloncesto, de manera algo más "profesional". Surgieron del parque para ganar en los pabellones jugando de una manera alegre, con pocas rigideces y estructuras.

Toda vez que ingresé dentro del conjunto, además de sentirme importante desde el primer día, noté el cariño y el respaldo de cada uno de sus miembros. Tres veces por semana, dos para entrenar y una para jugar, nos juntábamos, nos divertíamos, luchábamos para ser mejores. Y lo conseguimos. Con los años, mientras la competición se hacía más y más dura, nosotros seguimos subiendo el nivel para mantenernos competitivos. Y lo fuimos. Sí, lo fuimos. Y no solo cuando al final tuvimos la suerte de alzar el trofeo, sino también cuando pusimos contra las cuerdas a equipos muy potentes, formados por alguno de los mejores jugadores de baloncesto que haya habido nunca en nuestra provincia.



Hace dos años, incluso, ganamos la Liga Senior Interprovincial Zamora-Salamanca en una final con prórroga ante Carbajosa, uno de los grandes enemigos deportivos a los que nos hemos enfrentado en estos años. Aquel fue, seguramente, el cénit de nuestra trayectoria. Desde ahí, quizá por autocomplacencia, o puede que solamente por el paso de los años y el hastío, lo cierto es que la curva inflexionó y empezamos a descender y a caer en hábitos poco compatibles con la victoria.

En mi caso particular, no son los años ni el físico los que me invitan a dejar de jugar estas ligas que bien podría seguir disputando con la filosofía con la que se la toman muchos, la de una pachanga con árbitros. Pero no, le debo tantos momentos de felicidad a este deporte y a este equipo, que dedicarme a él en un porcentaje mínimo de mi capacidad e ilusión, sería poco reconfortante. En mi caso digo adiós porque cada vez disfruto más de mi faceta como entrenador a la que pretendo dedicarme aún más plenamente, lo que implica también descansos y períodos de reflexión para los que es conveniente vaciar un poco la agenda.

El asunto es que, si he de fiarme de las palabras de Javi, nuestro capitán, el partido de ayer supuso, además, el cierre definitivo de este proyecto de diez años que tuvo precisamente en él, en Javi, a su estandarte. Fundador, manager, capitán, entrenador, alero y fundamentalmente amigo. Todo eso fue Javi para cada uno de nosotros durante el tiempo en el que nos mantuvimos juntos. Todos te debemos nuestro más sincero agradecimiento. Puedes estar seguro de que seguiremos hablando de baloncesto, de la vida y de cine. Y seguiremos discrepando, porque en ello residió siempre la gracia.

Javi, sí, él fue el gran culpable de que nos conociéramos el resto y no os voy a citar a todos para no correr el riesgo de olvidarme de algún nombre. Con la premisa innegociable de mantener unido al grupo, de solo introducir retoques cuando fuera necesario por el abandono por causa mayor (casi siempre laboral) de uno de sus miembros, lo que formó fue un gran círculo de amigos, una pequeña comunidad intergeneracional unida por el amor al baloncesto y caracterizada por el sentido del humor, la solidaridad mutua y el buen ambiente.

A partir de ahora, amigos, nos queda regresar al parque, cuando las temperaturas lo permitan, juntarnos para sonreír al calor de los recuerdos y, por supuesto, cumplir con el deber de decir en alto y orgullosos, tanto en entrevistas de trabajo como en reuniones con otros grupos de gente, se tercie o no la ocasión, aquello de “yo soy un Legend”. Lo fui y lo seré siempre, porque ese fue uno de los pactos no escritos sobre los que se basó nuestra amistad: la fidelidad y la lealtad.



Muchas gracias compañeros, fue un auténtico placer.


UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

La temporada perfecta





Se cumplieron los pronósticos. Un gran equipo ganó a un buen equipo liderado por un único gran jugador. El mayor número de armas, la mayor versatilidad de todas ellas y el uso inteligente de las mismas por parte de un fantástico entrenador, Steve Kerr, decantó la balanza de una interesante final del lado de los Golden State Warriors. El otrora letal tirador ha demostrado tener manga ancha y mano izquierda en el trato con sus jugadores. Estos, a cambio, pusieron a su disposición el sacrificio que genera el hambre de victorias y una suma de talento a la que muy pocos equipos pueden hacer frente.

De unos años para acá, la toma de decisiones de los General Manager del equipo ha sido inmejorable. Las elecciones del draft de Thompson, Barnes, Ezeli y Green vinieron a reforzar la genial maniobra de seleccionar a Curry en el número siete de una promoción que vio pasear por el escenario, antes que al genio salido de Davidson, a nombres tan sospechosos como los de Thabeet, Tyreke Evans o Johnny Flynn. Incluso el de Ricky Rubio chirría, vistas las circunstancias. A pesar de sus iniciales problemas de tobillo, esos que nos hicieron pensar que el suyo sería un nuevo caso Grant Hill, los rectores de los destinos de la franquicia californiana no dudaron a la hora de destronar a Monta Ellis y enviarlo a Milwaukee a cambio de Andrew Bogut, un center que intimida al tiempo que puede jugar de base y al que el karma ha premiado con un año libre de lesiones después de varios de penurias. Solo la adquisición de David Lee a precio de jugador estrella de la liga puede ser discutida, aunque sus números eran magníficos antes de lesionarse en marzo de la temporada pasada. Así, siendo el decimocuarto equipo en el pago de salarios, los Golden State Warriors, con los retoques de Iguodala y Speights, el año pasado, y de Livingston y Barbosa, este, han demostrado ser, sin lugar a dudas, la mejor plantilla del campeonato. Y lo serán nuevamente el próximo, donde el “expiring contract” de David Lee puede ser una jugosa moneda de cambio para reforzar la rotación interior.

Ahora bien, de los dieciséis triunfos más en comparación con el año anterior y de este anillo que viene a suceder al que conquistaran hace cuarenta años bajo la égida de Rick Barry, mucha culpa tienen dos hombres: Steve Kerr y Stephen Curry. El primero, al que ya he alabado en un pasaje anterior de esta entrada, ha conseguido tener listos e involucrados a los quince miembros de su plantilla y, de esta manera, además, ha podido regular los minutos de sus jugadores más importantes. Su postura ecléctica, su flema a la hora de afrontar los errores y la asunción de que con tanto talento reunido lo único que tenía que hacer era convencer a sus chicos para defender unidos, correr y compartir la bola, han sido elementos clave. Steve Kerr ha dejado funcionar algo que de forma natural también lo habría hecho, aunque no tan bien.

Concluyo con Curry, el motivo de cientos de sonrisas repartidas por el mundo a cualquier hora del día. Qué no habría dicho Andrés Montes de este jugón que, compartiendo cartel con cuerpos hercúleos y una profusa generación de bases, ha demostrado ser mejor que todos ellos gracias a un escudo llamado técnica. Técnica para elevarse en menos tiempo y menos espacio que cualquier otro rival. Técnica para driblar por senderos imposibles y sacar pases con ángulo negativo. Técnica para finalizar contra ogros que pretenden aplastarlo. Técnica, pura técnica, para hacernos soñar con una evolución del deporte hacia modelos distintos a la que parecían encaminarnos esos robots biónicos que son Cristiano Ronaldo o Lebron James. Curry mueve los pies como Messi y su mano es la de Maradona, la de Dios, sí. Nadie tiró como él en los 68 años de historia que tiene la liga y nadie olvidará que la no concesión del MVP de las finales obedeció a un ataque de pedantería y erudición mal entendida por parte de siete analistas (los otros cuatro votaron a Lebron) que quisieron premiar el trabajo sucio de Iguodala y su oficio a la hora de aprovechar todos los espacios generados por las amenazas de Curry y Klay Thompson. En fin, seguiré tratando de reconciliarme con el oficio periodístico, pero tendrá que ser en otra ocasión.




UN ABRAZO Y ENHORABUENA A LOS GOLDEN STATE WARRIORS

En obras






Otra temporada más a la mochila, otro embarazo de algo más de nueve meses que engendró frutos desiguales. El pasado domingo, con motivo de la celebración del campeonato interprovincial de centros del Programa Regional de Detección de la Federación de Castilla y León, culminé empapado en el sudor que me provocó un emocionante final, otro año al borde de las pistas y cerca, muy cerca, de la realidad de la infancia y la adolescencia, un panorama complejo y en ocasiones difícil.

Ser un niño, antes, era mucho más fácil. Todo lo que había que gestionar era una exigua propina y una agenda de eventos bastante simple (partido de fútbol hoy, partida de canicas mañana,...), y todo lo que había que conservar era la fidelidad de los camaradas, esos amigos que algunos aún podemos presumir de mantener. Ahora el niño navega por las procelosas aguas de un río a merced de una corriente que baja demasiado deprisa y no siempre amarrado con los preceptivos arneses.

Y es que aun teniendo la suerte de haber coincidido con un grupo de padres fantásticos, tanto en el infantil masculino del Club Baloncesto Santa Marta como en la selección alevín femenina de Salamanca, he podido observar esa carrera en la que se hallan inmersos muchos de ellos por convertir a su hijo en un competidor apto para sobrevivir en el mundo globalizado que les espera. Y nadie les culpa, quién no lo haría en su lugar. Precisamente ahí es cuando entramos nosotros, los entrenadores, igual de ambiciosos a la hora de crear un proyecto competitivo, igual de enfocados hacia el éxito, sea cual sea este en función del potencial de cada grupo. Es nuestra obligación hacer de cada sesión una obra maestra y exigir el cien por cien de cada uno; lograr que el jugador disfrute acabando exhausto física y mentalmente, satisfecho de haberlo dado todo. Estoy convencido de ello, sí, hay que sufrir en los entrenamientos y disfrutar en los partidos. De lo contrario esto no sería divertido y solo quedaría el abandono, pero no debemos olvidar que hay que conjugar la faceta deportiva con la humana pues solo un porcentaje mínimo de ellos terminará jugando a un baloncesto de cierto nivel competitivo, mientras que todos ellos crecerán y se convertirán en ciudadanos llamados a formar familias y comunidades, a hacer del mundo un lugar un poco más habitable y generoso.

De ahí que el resultado muestre solo una pequeña parte de lo conseguido, ocultando detrás de los tonos rojos de los led otros mecanismos de evaluación de una temporada, mecanismos que bien podrían pasar por el grado de cohesión del grupo, por el crecimiento y maduración personal de los jugadores, por sus mejoras individuales o por sus niveles de motivación de cara a trabajar en verano y prepararse para ser mejores el próximo año.

Trabajar en verano, sí, aunque suene a broma pesada, es la clave de todo jugador que quiera aspirar a alcanzar el máximo de su potencial, del mismo modo que nos sucede a los técnicos. En este proceso de formación continua, el verano, por su propia condición, se erige en la época idónea para revisar ideas, conceptos y metodologías y a ello me pondré tras esta semana de respiro. Allá en mi frente un nuevo reto en el C.B. Tormes, club referente en el ámbito masculino a escala regional y lugar de trabajo de numerosos entrenadores de prestigio de los que poder seguir aprendiendo.

Aprendiendo como lo he hecho en mi periplo de cuatro años, aunque interrumpido por motivos personales, en Santa Marta, club que queda en buenas manos y encaminado a convertirse, también él, en una referencia de excelencia dentro de la región, principalmente en el campo femenino. Allí dejo a grandes profesionales y amigos a los que cito ya para tomar un café y hablar de esta pasión que nos une y que no es otra que el baloncesto de formación; la educación, en definitiva, a través de una pelota y dos aros.


UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Malo malísimo





Dicen que se lo ha ganado a pulso con su llegada a la liga, con sus polémicas decisiones, con la arrogación de facultades mitológicas y la adopción de apodos mesiánicos. También con sus gestos y una manera de liderar a los equipos basada en el servilismo. Afirman que Lebron James es un villano de manual, el prototipo de malo de ficción; más aún, una evolución. Porque en él se reconocen la mirada perdida del comandante nazi Amon Göth que representa Ralph Fiennes en La lista de Schindler, la resabiada y cínica del reverendo Harry Powell en la Noche del cazador y también aquella otra de Hank Quinlan en Sed de Mal, a la que nadie podría calificar de amistosa, aunque luego, al final de la película, nos enteráramos de que no era un hombre tan malo.

Esas miradas, que asustan cuando las sientes próximas, generan odio en la distancia. Nadie puede compadecerse del orco pudiendo amar al hobbit. Nunca nos detenemos a pensar que la bondad o mezquindad de los motivos que conducen a la actuación es un juicio maniqueo que realizamos guiados por quienes ya han decidido previamente el reparto de dones y vicios. Fijaos, si no, en como a los buenos les sigue la cámara allá donde van, aunque hayan fracasado. De los malos solo tenemos noticias a través, precisamente, de los buenos. Por sus palabras sabemos que son vanidosos, despreciables, ambiciosos. Por sus hechos, narrados en tercera persona, tomamos conciencia de lo sibilino de sus planes y de su enfermiza obsesión por tiranizar el mundo y, claro, terminamos aborreciéndolos. Así ha sido hasta ahora, también, el cuento de Lebron.

Que Lebron se encuentre cómodo asumiendo este papel es discutible; que se lo hayan impuesto, en cambio, un hecho. No crece en Ohio la semilla del diablo, ni resuda de su piel una sustancia venenosa. En realidad, todo se resume a la fórmula de la victoria que ha escogido este chico ya treintañero y que tan poco ha gustado entre gran parte de la prensa (la menos especializada, si me lo permiten) y entre todos aquellos nostálgicos que con su presencia veían amenazada la primacía en el panteón histórico de sus ídolos de infancia.

Solo así, su capacidad de jugar como y donde le da la gana, su talento para encontrar al jugador abierto, su intuición para el rebote y su capacidad –apoyada en un físico sobrenatural, claro– para darse de bruces con la canasta tras sortear a sus defensores, han quedado ocultas bajo los lemas y eslóganes de la propaganda dedicada a minimizar su obra:

1. Lebron es puro físico. En primer lugar me gustaría desmentir la tesis que asegura que el físico de Lebron James es ideal para el baloncesto. La mezcla de potencia, (velocidad) y altura es maravillosa, pero de nada servirían sin la coordinación que tanto ha mejorado durante sus años en la liga. Desplazar, cambiando de direcciones y esquivando obstáculos, un cuerpo de tal magnitud, tiene verdadero mérito. La simple posesión de potencia muscular es más útil en deportes donde puedes arrollar rivales, en campos con espacios más generosos, con un móvil que se pueda desplazar agarrado,... No sé si me explico: el baloncesto no es para culturistas.

2. Lebron solo gana juntándose con otras estrellas. Bueno, él mismo se ha ganado a pulso esta afirmación tras la famosa “Decision”. La ayuda de Wade fue inestimable por momentos, aunque sus lesiones mermaran mucho sus condiciones y bueno, la presencia de Bosh se mostró, en ocasiones, decisiva. Pero vaya, no creo que los Lakers y los Celtics de los 80, los Bulls de los 90 o los Lakers del siglo XXI fueran un erial de talento. A las cuatro finales que disputa con Miami llega apoyado en jugadores a los que el tiempo ha situado como mediocres (Mario Chalmers, Rashard Lewis, Joel Anthony,...). Y qué decir de la primera final que alcanza con Cleveland. Por no hablar de un quinteto formado por un Irving maltrecho, Shumpert, Tristan Thompson y Mozgov. ¿Los imaginan jugando sin Lebron?

3. Lebron ha perdido tres de las cinco finales que ha disputado, luego es un perdedor. Este argumento, basado en datos sólidos e irrefutables, queda suspendido a la espera de lo que pueda suceder a partir de esta próxima noche en su sexta final. En el caso de ganarla, un honroso cincuenta por ciento acallaría muchas voces críticas. En el caso de perderla, el argumento de que llegar a una final en la Conferencia Este es un regalo quedará asumido como ley.

Mucho en juego, por lo tanto, a partir de esta próxima madrugada en nuestro país. Lo que la prensa y aficionados han catalogado como un duelo personal entre el chico bueno y el perfecto villano será, sin duda, para los que nos gusta deleitarnos con los tonos grises del baloncesto y de la vida, mucho más que eso. En cualquier caso, un espectáculo que no se pueden perder.




UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Premio al premio





Empezaré defendiéndome asegurándoles que no soy sospechoso de no alabar el juego de los Gasol, su importancia histórica dentro de nuestro baloncesto, su filantropía, su buena educación. En múltiples ocasiones me he hecho eco de sus innumerables éxitos y de su buena disposición y, por supuesto, he pedido respeto para Pau cuando se le acusaba de estar caducado para los niveles que exige el deporte profesional, afirmación que se ha demostrado falsa tras la temporada que acaba de concluir para él con su eliminación en los playoffs. Pero perdónenme que me pregunte, ¿quién vota en la elección del Premio Princesa de Asturias del Deporte? ¿Es el Princesa de Asturias una excusa para que el deporte español se vanaglorie de sus triunfos? ¿Son los deportistas un cuerpo más del ejército español y el Princesa de Asturias, en realidad, un acto de entrega de la Cruz Laureada de San Fernando? El nacionalismo, en contra de lo que pudiera parecer, no nos hace grandes; nos hace pequeños, muy pequeños.

Para que esto no parezca una rabieta sin más, aportaré una serie de motivos por los que me parece que el premio, siendo siempre merecido en el caso de los dos hermanos, no es oportuno ni justo con quienes en esta temporada han reunido muchos más méritos.

1. Pongamos que el premio, por esa suerte de “chauvinismo” a la española, ha de recaer en un nacional. Los Gasol, vestidos con la roja, cosecharon unos decepcionantes cuartos de final en el mundial que teníamos a bien organizar (y que muy bien organizamos, por cierto). En competiciones internacionales Javier Gómez Noya, Javier Fernández o Carolina Marín son vigentes campeones mundiales como lo es Marc Márquez, la joven perla del motociclismo español. También Marc Coma siguió cosechando rallies Dakar como si no costara. ¿Había, o no, buenos candidatos?

2. Pongamos que se definiera que el premio fuera para el baloncesto (que no creo). Dos equipos fueron los grandes triunfadores en este año natural que ha transcurrido entre premio y premio y en ninguno militaban los hermanos Gasol. Me refiero a los San Antonio Spurs y a la selección estadounidense de baloncesto. Los primeros dominaron una competición para la que parecían excesivamente mayores, mientras que la segunda acudía con un conjunto excesivamente joven, víctima propiciatoria para que los europeos les demostráramos dónde se juega mejor a este deporte. La historia fue que se pasearon dando verdaderas lecciones de que lo bueno, si fácil, dos veces bueno.

3. El premio es doblemente redundante. Pau y Marc ya lo recibieron como miembros de la selección española en 2006. Desde entonces han cosechado nuevos méritos, claro, pero si se trataba de premiar carreras a nivel individual ha habido mejores oportunidades. No debemos olvidar que ya han pasado cinco años desde el último anillo conseguido por Pau. Porque de eso se trata en deportes colectivos, ¿no? De ganar como equipo. A este solapamiento se une el siguiente: Si el jurado del galardón lo que pretende hacer es poner en valor la doble presencia como titulares en el All Star están reconociendo un reconocimiento, premiando, como bien reza el título de este post, al propio premio. Estar en el All Star no constituye un mérito deportivo en sí mismo, sino que es ya una especie de gratificación añadida. Aquello ya era el premio por una buena temporada. Esto, el absurdo premio al cuadrado.

En fin, si de lo que se trataba era de ser originales y de premiar a una pareja de hermanos sin parangón en la historia de nuestro deporte, fantástico. Muy merecido. Pero si de lo que se trata es de dotar de importancia a esta distinción lo estamos haciendo muy mal. Y no, amigos, Leonor no tiene la culpa. 


UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS