Balance y reflexión





Asumirlo todo como viene, lo que no elimina la posibilidad del descubrimiento, el entusiasmo o la perplejidad. Cerrar una temporada como quien se desata las zapatillas, se ducha y acuesta de nuevo, del mismo modo que ayer y todos los días anteriores. Abrazar el devenir incierto con la ausencia de preguntas con la que conduce el carrito de bebé la mujer morena que pasea ensimismada al otro lado de la vitrina. Repasar los errores, dando por hecho que los aciertos se repetirán de un modo natural cuando se sucedan idénticas circunstancias, presunción de la que no puedo estar seguro. Reflexionar ahora que se han agotado el ruido y la furia poniendo a prueba mi libertad de pensamiento, esto es, ¿por qué pienso lo que pienso? ¿Por qué esto y no otra cosa?

31 años no parece una edad para debutar. Uno se inicia con granos y espinillas en la cara, pelo aún suave en las axilas y en el pubis, no con cicatrices, aunque hoy le dé las gracias a cada una de ellas. La edad, me parece, es un elemento clave para desenvolverse en el mundo profesional. Los años, si no pasaron en balde, conceden mesura al juicio, cuando no lo eliminan del todo, ordenan por criterio de densidad los valores poniendo, si la educación sirvió para algo, por encima de todos la generosidad, el trabajo honesto y la lealtad. Y, si bien es cierto que los errores se repiten con una absurda tozudez, al menos uno se hace consciente y, si no está a tiempo de rectificar, entiende que lo mejor es reconocerlos sin insistir en ellos o tratar de exculparse.

Dos preguntas: ¿quién entrena al entrenador? ¿Quién ayuda al ayudante? No puedo negar mi fortuna. Las fronteras de mi baloncesto se han expandido hasta límites insospechados dejando obsoletas las viejas cartas de navegación con las que me movía por las canchas. Acompañar a Jenaro Díaz me ha recordado que las cimas estaban cubiertas de nieve antes de que las escalásemos. Como un jugador recién llegado al equipo, he sido equipado de numerosas fórmulas, teorías y antiteorías para poder estar a la altura del oficio, esto es, ayudar. Pero a colación de las dos preguntas antes mencionadas, me gusta la tradición de los preparadores serbios, que siempre tienen un maestro al que acudir para compartir los éxitos o encontrar en él consejo, o simple escucha, cuando la nave zozobra. La soledad del entrenador pesa, se siente, y un entrenador ayudante solo puede actuar como testigo doliente, creo.

Humano soy, es verdad, pero mucho de lo humano me toca los cojones, lo que no quita que en el futuro, puede que por cabezonería, siga pecando de exceso de fe en los individuos. Es labor de todos transmitir amor y respeto por el baloncesto, un juego con más de cien años de historia que ya estaba cuando llegamos y que a buen seguro nos sobrevivirá. Eso y desechar, de paso, el culto a los números, estadísticas o salarios que tienen secuestrada la pasión con la que los equipos deberían pasarse la bola para encontrar una cómoda situación de tiro o bailar coordinadamente para evitar que el equipo contrario consiga ese mismo objetivo.

Lo cierto es que salgo vivo y contento de la aventura, consciente de que podía haber acelerado el proceso de aprendizaje, de que algunas veces, tal vez cansado, me puse por encima de los intereses del equipo renunciando a los sacrificios que demanda un determinado nivel de exigencia. Pese a amar el silencio no siempre atendí a los tres filtros socráticos de la comunicación, por lo que muchos de los mensajes que compartí no fueron útiles (distrajeron del foco o restaron energía) ni cien por cien verdaderos (absolutamente contrastados) –con la bondad quiero pensar que cumplí–. En ocasiones, por una mezcla de relativismo y humildad, como un Bartleby cualquiera, preferí no hacer lo que ahora sé que tenía que haber hecho.

Hoy deseo que la reflexión conduzca a la acción, lo que no siempre ocurre, y que haya nuevas oportunidades para equivocarnos de más y más originales formas. Y para seguir ligado al baloncesto, aunque cada derrota anuncie dos o tres días de luto y, lo que nació como un juego, nos enfrente a decisiones moralmente complejas, a noches en vela y a un evidente abandono de las personas amadas, duerman o no al otro lado del colchón.

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS