El regreso de los halcones




Por Navidad. Como los seres queridos. Como el árbol y el belén. Como la estrella y las luces. Como las compras compulsivas y las comidas indigestas. Como el cuñado vacilón y la suegra... mejor poned vosotros el adjetivo. Y sí, también como el turrón. Regresa la NBA.

Lo hará por todo lo grande. Con un Knicks-Celtics en el Madison. Un partido de esos con sabor añejo, con todo lo que un niño necesita para comprender, al fin, lo que es el baloncesto. Dos horas y media más tarde (20,30 hora peninsular), en las praderas tejanas volverán a verse las caras los Mavericks y los Heat. Será el momento de comprobar hasta qué punto Rudy Fernández puede jugar un papel importante en el equipo campeón teniendo en cuenta, además, que llegará más rodado gracias a los importantes minutos que ha disputado con el Real Madrid. Y si con estos dos partidos no fuera suficiente, a las once de la noche hora peninsular, Bulls y Lakers mostrarán las cartas con las que pretenden erigirse en candidatos a todo. Comprobaremos la mejora en el tiro de Rose, el estado de forma de Bryant, el estilo que quiere proponer Mike Brown y a la mejor defensa del campeonato de la que es pieza imprescindible el hijo del gran bocazas, ça veut dire, Joakim Noah.

Todo ello gracias al enésimo encuentro entre representantes de jugadores y patronal. Gracias a otra reunión maratoniana, de esas de ojeras enfermizas y café en vena, que por fin ha concluido en acuerdo. Desconozco si todo estaba pactado o si de verdad estamos ante un nuevo cuento de Navidad. Eso sí, el reparto de papeles sería en todo caso discutible. El señor Scrooge estaría representado tanto por los jugadores como por los propietarios, eternos infelices y avaros defensores de sus intereses, egoístas sin escrúpulos guiados por un obsesivo afán de enriquecerse. Los empleados de las franquicias y los propios aficionados encarnaríamos a Bob Cratchit, ese trabajador que aun arruinado y desolado por la enfermedad de su hijo, no renuncia a celebrar la Navidad. Tampoco sé qué clase de espíritus se presentaron en la reunión con el objetivo de hacer cambiar a los dos colectivos que estaban impidiéndonos disfrutar del baloncesto americano. Lo cierto es que después de 149 días de cierre patronal habrá NBA. Habrá Navidad.

Y con la Navidad regresarán los colonos holandeses a New York y los celtas a Boston. Volverá la monarquía a Sacramento. Se escuchará de nuevo el sonido de los motores en Detroit. Volverá a sentirse el calor en el sur de Miami.

Volverán los lobos a Minnesota, el jazz al hogar de los mormones, las espuelas al sur de Texas. Correrán de nuevo los toros por Chicago y habrá que tener cuidado con las avispas en Nueva Orleans.

No será raro ver magos en Washington o linces en Charlotte. Hay aviso de tormenta en la ruta 66 a la altura de Oklahoma. Se cubre el cielo de halcones en Atlanta.

Y el regreso de los halcones es a la NBA lo que la vuelta de las cigüeñas supone para la meteorología. Un indicador de buen tiempo. De buenos tiempos en este caso. De madrugadas en vela y de vídeos en funcionamiento. De debates abiertos. De si Kobe o Jordan. De si Rose o Paul. De si verde o amarillo. Lebron sí o no. Baloncesto sí. Eso está claro.

Y regresarán, cómo no, los que emigraron a hacer las europas. Los que vieron en el continente en crisis una salida para seguir jugando al baloncesto. Dejarán a sus equipos mermados mientras otros, como el Barcelona o Panathinaikos, ni se enterarán de su partida. Los aficionados del Madrid habrán disfrutado del juego de Rudy e Ibaka. Los del Barcelona disfrutarán de los títulos en mayo. Y es que yo, al menos, no tengo dudas de que el proyecto vence a la intuición, la previsión a la improvisación. Así en la vida como en el baloncesto.

Baloncesto que regresa a su forma más pura, al lugar donde nació y creció, al lugar donde es un deporte de masas. Donde los pabellones se llenan, donde los sueños se hacen realidad. Al lugar en el que Dios pensó cuando hizo el edén. América. 



UN ABRAZO Y ENHORABUENA POR SOBREVIVIR A 149 DÍAS DE LOCKOUT

El Diablo viste de azul




Orígenes humildes. Inagotable tesón. Formación militar. Servicio fiel a la patria. Discípulo de un inmejorable mentor. Cinco pistas para descubrir a un hombre (sexta pista) que se crió en los suburbios de Chicago (séptima) para acabar triunfando en una ciudad media y muy innovadora del estado de Carolina del Norte (octava). Se llama Durham y acoge uno de los programas de baloncesto más exitosos del país (además de una de las universidades más pujantes en el campo de las nuevas tecnologías). Creo que ya todos sabéis que estoy hablando de la Universidad de Duke y de su particular John Wooden, Mike Krzyzewski, el hombre cuyo apellido tiene menos vocales por consonante del mundo, Coach K dentro del mundillo.

Coach K acude a misa todos los domingos. En el templo reza porque su familia esté bien, porque la salud les acompañe. Aun así, quienes le conocen bien afirman que, seguramente, mientras el pastor sermonea a la feligresía, Mike puede estar pensando en su programa de baloncesto, en esos chicos recién llegados del instituto que aún no saben lo que la vida les puede deparar. Y piensa no sólo en sus aptitudes baloncestísticas, en la mejora de su tiro exterior o de su penetración a canasta por la izquierda. Es más, quienes le conocen te dirán que su objetivo principal fue siempre, es y será, formar buenas personas. Él mismo nos deja en uno de sus libros la siguiente frase: “Meter tiros es importante, pero no tanto como las personas que los convierten”.

En 1974, cuando había alcanzado el rango de capitán, renunció a su puesto en la US Army para aceptar una beca como asistente de quien antes le había entrenado en el equipo de la Armada, un tal Bobby Knight, el entrenador al que con la victoria ante Michigan State del pasado miércoles, superó en el número total de triunfos como entrenador en el Torneo Universitario. 903. Todas ellas en Duke, pero ésa es otra historia.

Centrémonos antes de su periplo por Durham en lo que representó Bobby Knight en el proceso de aprendizaje de Coach K. El propio Bobby Knight afirma en la siguiente entrevista que tardó poco en descubrir todo lo que Mike podía ofrecer. “Ya como jugador era inteligente, podía atacar y defender, elegía siempre frenar al mejor oponente rival. Era un ganador. Jugaba con corazón”. En los seis años que pasó en Indiana tomando notas y aprendiendo del maestro, Mike Krzyzewski terminaría de definir su particular librillo basado en los mismos principios en los que creía Knight: planificación, método y, al mismo tiempo y aunque pueda parecer contradictorio, PASIÓN. Sin secretos. Tal vez sólo uno, la capacidad para comunicar (él mismo reconoce que “el trabajo de equipo comienza y termina en una buena comunicación”).



Para comunicar y para enseñar. Desde que llegara a Duke en 1980, Coach K ha sido el responsable y mentor de varias estrellas de la NBA (Grant Hill, Elton Brand, Carlos Boozer), de muy buenos jugadores profesionales (Christian Laettner, Shane Battier, Danny Ferry, Trajan Langdon,...), pero, sobre todo, de personas que no gozaban del talento necesario para vivir de este deporte. Para ellos el baloncesto fue parte de su formación, un campo en el que compartieron experiencias y sumaron aprendizajes. Un medio a través del cual conocieron a una de las personas más influyentes de sus vidas. Mike Krzyzewski. Quizá porque siempre les fue sinceros. Así se refiere el eterno entrenador de Duke al valor de la verdad. “En nuestro programa la sinceridad es la base de todo lo que hacemos. No hay nada más importante que la verdad porque no hay nada más poderoso que la verdad. Por ello, en nuestro equipo, siempre somos honestos el uno con el otro. No hay otro camino.”

Mucho más que un entrenador, Coach K ha sido considerado por muchos de sus antiguos jugadores como un verdadero referente vital, como una de esas personas a las que no dudarían en confiar un secreto hasta el punto de que, en cada decisión que la vida les invita a tomar, siempre acaban preguntándose: “¿Qué haría él en estas circunstancias?”.

Chris Duhon, alumno de Duke, lo dice claramente: “Es el padre que nunca tuve”. En el mismo sentido se pronuncia Jay Bilas, pívot titular en la primera aparición de Duke en una Final Four allá por 1986: “Ha habido dos personas realmente influyentes en mi vida. Una fue mi padre, la otra fue Coach K. No ha habido un sólo día de mi vida en el que no haya actuado según los principios que ellos me enseñaron. Siempre que me preparo para un trabajo o para un partido pienso en lo que aprendí estando en Duke”. Quizá, sea “sólo” que tal y como apunta Bobby Hurley, “Coach K se mantuvo fiel a sus principios, nunca olvidó lo dura que fue su vida en sus orígenes en el noroeste de Chicago. Simplemente buscó algo en la vida por lo que sentir la pasión. Y ese algo fue el baloncesto”.

El baloncesto y Duke. Sus modernos edificios, el espíritu religioso de una comunidad volcada hacia la Universidad, el Cameron Indoor Stadium con su nombre, el de Mike, rotulado en el parqué, el templo en el que los diablos azules juegan sus partidos como locales ante una afición entregada, ante un graderío que directamente arde cuando se juega el derby estatal contra los Tar Heels (Carolina del Norte). Sólo este amor puede explicar la renuncia de Mike a entrenar a los Lakers. Sólo este amor puede explicar una fidelidad que va camino de cumplir 32 años. 



32 años adornados con multitud de récords. El último en el tiempo, el logrado el pasado miércoles. Máximo número de victorias por parte de un entrenador universitario. A éste hay que sumar sus cinco presencias consecutivas en la Final Four entre 1988-1992 que lo igualan a John Wooden, el mayor número de victorias en Final Four sólo por detrás, nuevamente, de “el mago de Westwood”, el mejor récord victorias-derrotas en el Torneo Final y un sinfín más de pequeños hitos que son el resultado de la aplicación de unos principios en los que cree con la misma fe con que los aplica. Cada día, sin descanso. Lo dice JJ Reddick: “Para Coach K no existen los días libres. Siempre que he estado cerca de él, me ha parecido muy grande”.

Pero Mike Krzyzewski sabe muy bien, tras haber trabajado con 32 generaciones de jugadores en constante renovación, que el éxito no lo construyen los individuos, sino los equipos. Equipos que él ha liderado con una profunda ética de trabajo y con una delirante pasión. Liderazgo y equipo son, por tanto, las dos piezas que faltaban para terminar de perfilar este puzzle victorioso en que se convirtió el programa de baloncesto de Duke desde la llegada, en 1980, de Coach K. Esa combinación de ambas variables queda resumida genialmente en la siguiente frase del entrenador: “Visualiza una rueda de un carro como si fuera un equipo. El líder estaría en el centro. Ahora supón que los radios son los mecanismos de comunicación que el líder está estableciendo con las partes exteriores que bordean la rueda. Si el núcleo de la rueda se viene abajo, toda la rueda se va con él. Así, por tanto, si un equipo pierde a su líder, también así el equipo se ve perdido”. ¿Y en qué se basa el liderazgo? Mike lo tiene muy claro: “En generar confianza”. ¿Y cómo se genera la confianza? “mirando a los ojos de los jugadores”. Y tras recordarnos la importancia del papel del líder nos recuerda que “en determinados momentos críticos un líder no puede permitirse sentir lástima de sí mismo, no puede venirse abajo, no puede parecer enfadado. Tampoco débil. Los líderes deben dejar atrás todo este tipo de emociones”.

Pasión, comunicación, liderazgo, confianza, principios éticos y morales y más pasión. Recetas que todos conocemos, pero que sólo unos pocos maestros logran convertir en obras de arte. Fidelidad y lealtad a una universidad, Duke. Compromiso y respeto hacia unos jugadores, los blue devils, que a su vez sienten devoción por el que fue y sigue siendo su capitán. La historia de un ganador, de un entrenador de baloncesto que se define a sí mismo como “un líder que, por casualidades de la vida, ejerce esta cualidad en un banquillo”. Espero que la hayáis disfrutado tan sólo una décima parte de lo que yo lo he hecho recopilando aspectos sobre su vida, sobre su manual y sobre lo que quienes pasaron por sus manos sienten hacia quien fue un humilde joven de Chicago, hacia quien, hoy, es uno de los tres mejores entrenadores de baloncesto universitario de la historia. 


P.D. Echaréis en falta una referencia a su papel como entrenador de la selección estadounidense de baloncesto. Sin embargo, he creído oportuno enfocar este artículo hacia su periplo universitario pues entiendo que son dos realidades muy distintas, poco menos que dos deportes diferentes.

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Sesenta segundos



Sesenta segundos que suelen ser noventa. Cinco rostros desdibujados por el esfuerzo con la mirada un tanto perdida. Sombras que apenas se mueven. Ruido que nunca se detiene. Tiempo muerto en la pista. Sólo habla el entrenador. Tenga o no algo que decir.

Y es que ha habido numerosas discusiones sobre el verdadero valor de la palabra. Algunos prohombres de nuestra civilización nos invitaron con sus sentencias a mantenernos callados. Ya lo decía San Antonio de Padua: “Cesen las palabras, por favor, y sean las obras quienes hablen”. Sin embargo, yo me sitúo más en la linea de André Maurois cuando afirma: “las palabras acercan; los silencios destruyen”. Probablemente lo más indicado sea alternar blancas y corcheas, sonidos y silencios en una partitura que no ha de ser preciosa, pero sí comprensible, que no ha de trasladarnos a dimensiones lejanas, sino que tiene como fin reubicar a unos jugadores desorientados hacia el camino que les debe conducir al objetivo final, sea cual sea éste en función de las capacidades del colectivo.

Doc Rivers no sólo fue un gran base, no es sólo un gran estratega y no es sólo el poseedor de la pizarra más imaginativa de todo el baloncesto norteamericano. Es también uno de los grandes motivadores, el cemento que ha dado cohesión a un grupo plagado de grandes jugadores con sueldos muy dispares y con egos a considerar. No sabemos si nació con este don o si tuvo que aprenderlo. Lo cierto es que es un excelente comunicador y para muestra, si no, un botón. Un pequeño recordatorio de lo que significa jugar en un equipo para quienes lo saben muy bien en previsión de que puedan olvidarlo en el fragor de la batalla. "Sé que todos queréis ganar. Pero no podéis hacerlo solos. Tenemos que hacerlo JUNTOS. TOGETHER".



Más castiza y próxima nos resulta la figura de Porfirio Fisac. El segoviano sabe sacar lo mejor de sus jugadores. En sólo cincuenta y dos segundos de vídeo habla de la importancia de la comunicación no verbal, del lenguaje corporal, de la importancia del no pensar en el corto plazo, de mantenerse en la ruta hacia un objetivo que no siempre está a la vuelta de la próxima esquina, sino que se puede encontrar, incluso, al otro lado del río.



Lo cierto es que no conviene perder los nervios. Los enfados, las protestas e, incluso, las salidas de tono deben partir de un autocontrol necesario y recomendable. El entrenador debe estar al mando de la situación. Él ha de ser un ejemplo para sus jugadores puesto que lo que transmita con su lenguaje corporal le acabará afectando a éstos. Un caso paradigmático de lo que no se debe hacer es el de Stan Van Gundy, entrenador de los Orlando Magic que se retrata a sí mismo en el siguiente vídeo y que fue caracterizado aún mejor en la siguiente columna del blog de Antoni Daimiel que os recomiendo que leáis: “Gritar para que no griten”



Y si por algo echaremos de menos a Messina después de su espantada y de su mudanza a los Lakers será por sus tiempos muertos. Es probable que cuando se reanude la temporada NBA, el italiano sufra mucho para reprimirse mientras Mike Brown se dirija a sus jugadores con un discurso que ya puedo imaginar: “dadle más balones a Kobe” (que ya llevará para entonces 30 tiros). ¿Podrá el italiano abstenerse de decir aquello de “sólo porque lo sepáis todos. Felipe no puede jugar y Carlos tampoco. Si podemos estar con la cabeza en el partido bien, si no perdemos. Lo merecemos, lo merecemos,...”. Lo cierto es que el siciliano nos regaló numerosos tiempos muertos en los que los silencios, durante los cuales la tensión podía cortarse, reinaban sobre las palabras dejando lugar para la reflexión. He aquí algunos ejemplos. 





Por último, un minuto puede ser suficiente para que de la mente del entrenador salga una jugada que resuelva un partido, una canasta ganadora que mediatizará todo lo ocurrido durante los cuatro cuartos previos y que hará que unos sean muy buenos y los otros muy malos poniendo de manifiesto el fino hilo que separa al triunfo de la decepción. Seis décimas en el electrónico. 101-99 para Miami. Saca Pierce. Imaginad lo que viene después. 





Y es que no hay auditorio más exigente que el que configura tu propio equipo. Esos doce jugadores que te respetan porque les puedes hacer mejores y que esperan escuchar de tu boca palabras mágicas que reconduzcan situaciones, que les des las claves para sacar adelante un partido. Palabras que no siempre existen. Jugadas que no siempre salen. Porque hay un rival. Porque somos humanos. Porque, como he dicho muchas veces, el baloncesto es como la vida y en la vida hay muy pocos trazos rectos, hay muy poco blanco o negro. Hay mucho gris. Sin embargo, hemos de valorar esa posibilidad que nos da el reglamento, ese minuto que suele ser minuto y medio, como una opción para recordar nuestro mensaje, para refrescar nuestros objetivos, para acercarnos un poco más a nuestros jugadores.



Y si no, siempre podemos hidratar nuestros labios como hace aquí el entrenador de Missouri ante la atenta mirada de sus jugadores. 





UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

La sombra del candado




Prefiere mantenerse en el anonimato. De no hacerlo podría ser multado por una liga, la NBA, que está cerrada sine die. Este joven afroamericano lleva cuatro años trabajando como acomodador del Rose Garden de Portland para obtener un dinero que le permita costear sus estudios. Sentado en la segunda fila del primer anfiteatro observa el pabellón vacío y se pregunta cuánto tiempo habrá que esperar hasta que en las butacas vuelvan a sentarse los calientes aficionados de los Blazers.

Jean Harvey es una camarera de The Fours, un restaurante muy cercano al TD Garden de Boston. “Durante los días de partido (de los Celtics. Los Bruins de NHL no arrastran tanto público pese a ser los vigentes campeones) podemos llegar a albergar a 400 clientes fácilmente” afirma Ryan Reardon, su propietario. La cuantía de las propinas se ha reducido en un setenta y cinco por ciento y ahora Jean combina su trabajo en el restaurante con la limpieza de unos grandes almacenes para poder pagar sus deudas a fin de mes. Todo ello mientras propietarios y jugadores se niegan a alcanzar un acuerdo por lo que para ellos no es más que un puñado de dólares (4.300 millones de dólares es la diferencia que dificulta el acuerdo en cuanto al reparto de los BRI o beneficios relacionados con el baloncesto).

Mickey Arison, dueño de los Heat, siempre ha presumido de tratar con extrema cortesía a sus trabajadores. Como recompensa tras las arduas negociaciones para hacerse con Lebron James y Chris Bosh, Mickey decidió asegurar el puesto de trabajo de todos los encargados de oficina del equipo de Miami en previsión del, por entonces, posible Lockout. Sin embargo, la letra pequeña de ese acuerdo matizaba la filantropía del empresario pues se introducían recortes de entre un 10 y un 25 por ciento (en función del cargo) en el salario de los empleados, hecho éste que ha obligado a varios de ellos a trabajar de forma parcial en otros trabajos. Cabe esperar que Arison reembolse la diferencia toda vez que el lockout llegue a su fin (un año de éstos), pero hasta que llegue ese momento muchos de los empleados de la franquicia de moda de la liga habrán de ajustarse el cinturón “a la griega”.

Nuestro siguiente protagonista tampoco quiere hacer pública su identidad. De su puesto de trabajo depende su familia, dependen sus dos hijos. Nos lo encontramos en el metro camino de Penn Plaza desde cuya boca suele llegar caminando al escenario más famoso de este pequeño planeta, el Madison Square Garden. Es 2 de noviembre y esta noche estaba previsto un Knicks-Heat que debía abarrotar el graderío y mover miles y miles de dólares, casi tantos como pasiones. El Madison seguirá funcionando, qué duda cabe. En vez de dar cobijo a Kevin Durant o a Kobe Bryant servirá de templo para los fans de Jay Z o de Rihanna. Así, los fijos del Madison seguirán teniendo trabajo, pero no nuestro protagonista, contratado sólo para los partidos de los Knicks, unos encuentros pospuestos indefinidamente hasta que las dos partes, jugadores y propietarios, diriman la controversia con el beneplácito de los rectores de una liga que se cree por encima del bien y del mal, pero que sobrevive gracias, también, a estos humildes trabajadores cuyo futuro, y el de sus familias, depende de algo tan maravilloso y, a priori, sencillo como es el baloncesto.

Nos cruzamos con Juan Galan, representante de todos los encargados del servicio de comidas en el Madison. La cifra sorprende. Hay más de 700 empleados destinados a esta función en el recinto y muchos de ellos ven cómo peligra la posibilidad de trabajar durante las 900 horas mínimas estipuladas para poder optar a un seguro médico. Por no hablar de la reducción de las propinas con las que pagan sus hipotecas o las escuelas de sus hijos en un sistema que nada tiene que ver con el español o europeo.

Y también quiero acordarme del espectador filipino, birmano, etíope o español, que sumido en una profunda depresión hace zapping en su televisión sin encontrar ese prozac que solía ser el ver un partido de NBA en medio de la madrugada.


Miles de millones de dólares que imposibilitan un acuerdo. Miles de millones de dólares que impiden a otros reunir unos pocos cientos con los que pagar las cuestiones más básicas. Miles de millones de dólares que hacen que unos cuantos cientos de miles de personas perdamos la fe en quienes un día fueron nuestros ídolos, a quienes un día creímos moradores del Olimpo y a quienes hoy vemos como ruines egoístas en la defensa de un único color, el verde del dinero y la avaricia, el verde de las uvas de la ira que nos produce esta situación a los aficionados de ese deporte que sigue estando por encima de quienes lo practican y decían defenderlo. Sí, amigos, se llama baloncesto. 




UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Los malos también la saben meter



Se disipan los negros nubarrones. Vuelve a lucir el sol en el planeta Baloncesto. No, no ha resucitado Petrovic (ya quisiéramos) ni tampoco se ha solucionado el lockout en el otro lado del Atlántico. Pero sí os puedo adelantar que mañana, cinco de noviembre, comienza la III Edición de la Liga Senior Provincial de baloncesto en Salamanca.

Si vuestro fin de semana carecía de interés porque vuestros únicos planes consistían en acercaros a una casa rural o hacer un poco de turismo cultural, he aquí vuestra gran oportunidad. Los pabellones del alfoz salmantino (Cabrerizos, Santa Marta, Carbajosa, Los Villares) rezumarán baloncesto por los cuatro puntos cardinales. En ellos medirán sus fuerzas jugadores, que por unas circunstancias (temas laborales, familiares, otras prioridades) o por otras, (vamos, que son muy malos para jugar en mejores categorías) han decidido que sus talentos no se iban a ninguna playa de Miami, sino que se quedaban en la fría estepa siberiana. Castellana, perdón.

Siete es el número final de equipos participantes. A los clubes clásicos que han disputado las dos ediciones anteriores como Santa Marta (que presenta dos equipos), Electrochips Carbajosa (que defiende título) o el Bambú Legends de Cabrerizos (subcampeón en la pasada edición y tres veces campeón del Trofeo Diputación), se suman el Café de Anita (segunda participación), Heladería Smooth Villamayor (equipo vencedor de la primera edición y que regresa tras un año de transición) y Monterrubio de la Armuña (que debuta en esta edición). Se echará de menos la presencia del Tres Columnas de Ciudad Rodrigo que no participará este año.

Con esta ausencia se certifica uno de los principales déficits de la competición. Y es que lo que debería ser una liga provincial se ha convertido en una liga de Salamanca y alrededores, con viajes de cinco kilómetros en los que resulta imposible experimentar aquello que se llama espíritu de equipo. Este mal tiene muchos padrinos desde la incoherencia de la organización territorial (minifundismo municipal), la incompetencia de los entes de Derecho público (sí, estoy pensando en esas supervivientes de un pasado remoto que son las Diputaciones) para inculcar los valores del deporte en el mundo rural o semiurbano o la propia incapacidad del baloncesto para extenderse fuera del ámbito de las grandes o medianas ciudades. Estoy convencido de que términos como Guijuelo, Béjar, Ciudad Rodrigo, Peñaranda, Ledesma o Vitigudino tienen el potencial demográfico suficiente como para sacar doce jugadores de baloncesto de nivel medio. Sin embargo, la falta de iniciativa unida al monopolio del gúrgol (fútbol) ha terminado por hacer de la liga provincial una liga muy acotada en el espacio reduciéndose, al mismo tiempo, su capacidad de difusión.

Más allá de eso y en base a mi experiencia, me gustaría recalcar la labor llevada a cabo desde la Delegación y, sobre todo, la iniciativa personal de Fernando Vázquez (presidente del Comité de Árbitros de Salamanca) y Javier Palao (fundador, presidente, entrenador y jugador del Bambú Legends, amén de un loco de este deporte) que en su día capitalizaron los esfuerzos por sacar adelante este proyecto que ya va camino de consolidarse tras dos años en los que la organización estuvo a la altura de lo demandado por los participantes. Gracias a ellos podemos disfrutar de baloncesto organizado y competitivo en una ciudad en la que este deporte se vive de manera muy intensa, en la que se recuerdan con cariño los años del CBS en ACB y en la que se festejan por todo lo alto los triunfos del Perfumerías Avenida tanto a nivel nacional como continental (no en vano son las vigentes campeonas de la Euroliga Femenina y de la Liga Nacional).

Con la Liga Senior Provincial quedó cubierto el vacío existente en cuanto a competiciones a nivel amateur en Salamanca. Gracias a ella muchos jugadores, entre los que me incluyo, tenemos la oportunidad de seguir practicando el deporte que más nos gusta en buenas instalaciones, con árbitros de buen nivel y ante rivales que, como nosotros, se preparan con enorme ilusión para competir y, si es posible, vencer. Un pero, se echa en falta un poco más de calor en los pabellones. Es cierto que todos tenemos las agendas ocupadas y que un partido de este nivel no concita gran atención. Sin embargo, desde este humilde foro, me gustaría invitaros a que conocierais in situ la calidad, esfuerzo y entrega que los diferentes equipos ofrecen sobre el parqué. Quizá no se juegue demasiado por encima del aro, pero sí que se ven jugadas de calidad, rápidas circulaciones de balón, gestos técnicos de enorme dificultad,... Todo, claro está, a la velocidad que nos permiten nuestras machacadas caderas, nuestras piernas curtidas en mil batallas, nuestras heridas de guerra. Todo, de manera natural y sin artificios, desde el orgullo y la honradez que le debemos a un deporte que jamás dejaremos de amar. Ven a vernos y comprenderás que LOS MALOS TAMBIÉN LA SABEMOS METER. 

Y si no, comprobadlo vosotros mismos a través del vídeo promocional de la primera edición del All Star de la liga que tuvo lugar el pasado enero. 

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Papá, cuéntame otra vez


Es noviembre. Os habréis dado cuenta por lo temprano que anochece, por los cementerios tapizados de rosas y claveles o por los muertos vivientes que al grito de “truco o trato” siguen degradando las tradiciones hispanas en pos de una asimilación cada vez más inverosímil de todo lo anglosajón. Y sí, noviembre suele venir adornado de partidos en la alta madrugada, de sueños inscritos en un balón Spalding, de Apolos reconvertidos a jugadores de baloncesto. Sí, amigos, esta noche del martes al miércoles estaba previsto el arranque de la NBA.

Pero no será así. Como anticipaba en un caluroso (supongo) 31 de julio a través del post “Noches de teletienda” tanto jugadores como propietarios han hecho de su capa un sayo y ha sido imposible alcanzar un acuerdo. Por el momento sabemos que en noviembre no habrá liga y que será imposible completar los 82 partidos previstos. Nos queda disfrutar de los que están “haciendo las Europas” ya sea por amor al baloncesto (Tony Parker) o a la cartera (Rudy Fernández). No hay duda de que su presencia está contribuyendo a aumentar la calidad de los partidos en el viejo continente, al tiempo que se pone de manifiesto la distancia sideral que existe entre los baloncestos de uno y otro lado del charco. Pero no quiero meterme en estos barrizales pues no es éste el sentido de esta entrada.

Anoche, viendo una redifusión del Informe Robinson de este mes, disfruté muchísimo conociendo la experiencia del Partizán de Belgrado jugando como local en Fuenlabrada a consecuencia de una decisión controvertida de la FIBA que le impidió jugar los partidos de la primera fase de la Copa de Europa en la Sala Pionir de Belgrado alegando temas de seguridad durante el transcurso de la guerra serbo-bosnia. Sin embargo, fue el siguiente reportaje, relacionado con el alzheimer y con el modo en que los que padecen esta enfermedad gestionan sus recuerdos, el que me hizo acercar la silla a la pantalla y estremecerme sobre ella. Como podréis ver el fútbol actúa como nodo de unión entre sentimientos y recuerdos inconexos generando un estímulo al que el enfermo de Alzheimer reacciona bien evocando los recuerdos, bien dibujando una leve sonrisa. 




Como homenaje a todos los que combaten con esta enfermedad que merma cada día y a pasos agigantados una de nuestras señas de identidad, nuestra memoria, y en homenaje, también, a esos seres queridos que ven cómo sus parejas, padres, abuelos o hermanos pierden facultades hasta el punto de dejar de reconocerlos, quiero presentaros los tres instantes baloncestísticos que, si por una fatalidad del destino fuera atacado por el Alzheimer, me gustaría recordar en presencia de mis hijos (si es que llego a tenerlos) al sonido de esas cuatro palabras mágicas que pusieron título y sentido a una de mis canciones favoritas. “Papá, cuéntame otra vez”.

Yo les contaría cómo burlé la vigilancia de mis padres, durante las madrugadas de junio de 2004 para poder ver en directo la final entre Los Ángeles Lakers y los Detroit Pistons (sonido Montes y Daimiel, qué privilegio) que debían coronar a Gary Payton y Karl Malone con su primer anillo de campeones. Y les diré que yo iba con Detroit, con esa máquina perfecta de defender y de jugar en equipo, con Wallace & Wallace en la pintura, Tayshaun Prince ridiculizando a Kobe, Hamilton levantándose en milésimas de segundo y con un Chauncey Billups que demostró que andando también se puede jugar al baloncesto siempre que entre sien y sien tengas un cerebro como el suyo. Y espero que mis amigos recuerden, también, cómo contra pronóstico, vaticiné que ganarían los Pistons, un equipo infravalorado por su menor atractivo, pero que acabaría barriendo a los Lakers por entender mejor el sentido colectivo del juego y por reconocer que el deseo que no viene acompañado de trabajo es mero capricho de adolescente. 



Después desempolvaría mi camiseta con el número 34 de los Celtics, esa que jamás otro jugador volverá a llevar porque para entonces será pieza inamovible del Garden. Les hablaré de Paul Pierce y de cómo éste anotó 41 puntos en el séptimo partido de la Semifinal de Conferencia de 2008 ante la presencia de un gigante mitológico que después ganaría varios anillos (aquí me la juego) y que respondía al nombre de Lebron James. Éste anotaría 45, pero al final del partido no le quedaría más remedio que rendirse a la evidencia reconociendo que aquél era el año de unos Celtics que llevaban 22 años sin saborear la gloria. 



Y acabaré embargado por la emoción y la rabia recordando el 24 de agosto de 2008, el día en que no quisieron que un modesto país ubicado en la Península Ibérica terminara con la hegemonía de la gran nación. Creo que nunca olvidaré a Lamonica, el árbitro italiano que impidió a una de las mejores generaciones europeas de baloncesto colgarse el oro olímpico. Aun así, no omitiré detalles de la lección que un adolescente le dio al maestro Kidd, de la impertinencia de un tal Rudy Fernández al machacar frente a Superman o a la clase y elegancia de un Pau Gasol que dominó el juego en el poste bajo. Aquél fue un día de sensaciones encontradas. Procuraré no olvidarlas. 



Y así termina mi repaso por los tres momentos que más me han marcado como seguidor de baloncesto, los tres momentos que no quisiera jamás olvidar y a los que responderé siempre con una sonrisa un tanto melancólica si alguien, a modo de terapia, pretende metérmelos en vena. Concluyo invitándoos a seguir Informe Robinson, un programa que sirve como antídoto frente a toda la basura que nos vierten a través del televisor y a escuchar a Ismael Serrano en su canto nostálgico, en sus versos pesimistas sobre un hoy que no es muy diferente del ayer.


Ah, cómo no, os invito a que compartáis con todos nosotros aquellos momentos que nunca olvidaréis y que os gustaría compartir con vuestros seres queridos el día de mañana.

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS