Actitudes "messiánicas"





Messiánica (que no mesiánica). Dícese de toda actuación encaminada a la consecución de un estado de ánimo en paz con uno mismo y con el entorno que pasa por gozar de ciertos privilegios en el marco de una organización tales como el de nombrar a dedo a entrenadores, compañeros, altas y bajas para después llenarse la boca proclamando su dedicación completa a los fines y objetivos del colectivo. De esta actitud sólo pueden pecar jugadores que son o creen ser dioses porque de lo contrario esta actuación pasaría de ser considerada una muestra de liderazgo a llamarse, con todas sus letras, caciquismo.



El fichaje de Seth Curry por los Golden State Warriors me ha recordado a la llegada de Charles Oakley a los Bulls (y al órdago que luego Jordan lanzó a la directiva cuando le traspasaron por Horace Grant) o al frustrado traspaso que Seattle y Chicago tenían apalabrado entre Shawn Kemp y Scottie Pippen, a la salida de Shaquille de los Lakers o al fichaje de Tata Martino por parte del Fútbol Club Barcelona. Estamos ante una maniobra de la emergente estrella Stephen, hermano mayor del involuntario protagonista, para conseguirle un contrato a alguien de su confianza y, de paso, demostrar su poder en el seno de la franquicia. Lo que ocurre es que estas muestras de nepotismo son una daga de doble filo pues, además de levantar suspicacias, añaden una presión extra sobre el pujante jugador y la pusilánime directiva.



Se lo dice alguien que ha disfrutado con el juego del menor de los Curry en la universidad de Duke, que comprende, además, la insistencia de Jordan por retener a Pippen e incluso los delirios de grandeza que llevaron a Kobe a plantearle a Mitch Kupchak la fórmula del “o él o yo” en su relación con O´Neal. También puedo entender que Messi haga lo que le dé la gana. Más aún si el barcelonismo y sus propios compañeros se lo permiten hasta el punto de que para ellos el placer no consiste en jugar en el Barcelona, sino al lado de esta divinidad del fútbol.



Pero de estos roles extendidos, de jugadores con plenos poderes, se viene hablando desde que el deporte es deporte. La nómina de amos del vestuario es extensa siendo el ínclito Fernando Hierro, quizá, el más famoso de todos ellos por su afición a jugar a “hundir la flota” con entrenadores en vez de barcos.



El asunto Seth Curry, jugador que sonaba, por cierto, para el Barcelona, puede ser, si así lo estiman, menor, una simple concesión a la estrella que no va más allá. Sin embargo, el trasfondo de la cuestión no es asunto baladí, menos aún cuando queda en entredicho la autonomía de managers y gerentes para desempeñar su función. Y es que al igual que el principio de la división de poderes ha de ser inviolable en el marco de una democracia, del mismo modo deben respetarse las parcelas en el seno de una organización empresarial y deportiva. Porque invadir terrenos supone menoscabar la confianza y hacer de menos el trabajo de quienes están llamados a hacerlo. Porque, y esto es lo más grave de todo, pensar en uno mismo y no en el fin común supone sembrar una semilla que si se sigue regando derivará en una planta sumamente venenosa y carnívora.



Ojalá nada de esto ocurra en los Warriors, equipo de moda en la liga por su propuesta de baloncesto ágil y carente de retrovisores. Aun así invito al reverendo Jackson a mediar en estos arranques de ego antes de que sea tarde, antes de que el equipo de la Bahía pueda quedar convertido en aquellos Blazers de principio de siglo o aquellos Lakers de 2004 llamados a arrasar a los Pistons en la final de la NBA para luego caer con estrépito, no por nada, sino por los recelos y envidias de quienes no supieron asumir su papel. 

Os dejo con esta entrevista esperpéntica, con la actitud "messiánica" de Howard y la dignidad, pesada carga en ocasiones, de Stan Van Gundy. 





UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Un día de agosto






No será el primero, tampoco el único, que quede cegado bajo las resplandecientes luces de la capital del mundo. A Jeremy Lin la fama le llegó temprana, imprudente, veloz. Una fama, por otra parte, inestable, construida sobre los cimientos de unos pocos partidos brillantes, impropios de un novato, sujetos, tal vez, a la mística del Madison o a la más pura y dura casualidad. En ese juego de brujas quisieron ver a un mago, de ascendencia oriental y procedente de Harvard, sí, pero mago al fin y al cabo. Cuando debió ser niño, tropezar, caer y levantarse, así una vez tras otra, quiso ser un héroe adulto, salvador no de sí mismo, sino de muchos. Jugó a ser profeta en la tierra de los vaqueros, los indios y los pozos petrolíferos y lo que profetizó fue la historia de un declive por otra parte anunciado. Jeremy Lin es lo que es, un jugador de rotación capaz de anotar unos pocos puntos más de cuantos balones pierde. Lo demás son cuentos que él mismo se creyó para encontrar en este mundo el afecto que a tantos les fue negado. Pero el afecto es efímero y él ya lo ha comprobado.



Efímero como lo son los proyectos en los tiempos del día día y el momento a momento. Nada es posible planificar cuando todo se tambalea entre los que piden cambios y los que se resisten a reformular modelos que pecan de obsoletos. Hablo de la ACB, como podría hacerlo de la liga ASOBAL y otras competiciones domésticas sujetas a deudas históricas sobre las que el presente sólo puede responder a base de muertes y desapariciones, como si de los cadáveres pudieran alimentarse los acreedores y como si de muertos viviera el aficionado. Suenan campanas de entierro en la capital del Pisuerga. Le toca ahora a ese club histórico por el que pasaron Corbalán, Sabonis u Oscar Schmidt, a un Baloncesto Valladolid al que no sólo timaron las estampitas porque de lo que de verdad perece es del mal común que acecha a todas aquellas sociedades anónimas deportivas confiadas en la perpetuidad del crédito. Pero oigan, aunque en su día fue gran seguidor de este equipo, de los que de verdad me acuerdo es de quienes llevan un año trabajando sin cobrar, guiados por esa motivación dilatada en el tiempo que supone hacerlo algún día, un día que no llegará.



Ríanse, cambiando de tema, de Méndez o Toxo, líderes sindicales, salpicados, al menos el primero, por sobresueldos y partidas de dudoso destino en el seno de su organización sindical. Ríanse, sí, porque el nuevo presidente de la Asociación de Jugadores de la NBA será Chris Paul, un multimillonario enamorado de sí mismo que deberá representar los intereses tanto de sus iguales, las estrellas, como los de toda esa clase de mercenarios del baloncesto que pican allí y allá en busca de un poco de grano. Sinceramente no le veo proclamando, entre crossover y crossover, aquello de “proletarios del mundo, uníos”.



Avanza, y con esto finalizo este breve repaso a los titulares que nos deja agosto, la pretemporada de la selección española con paso firme. Tras las críticas de las que servidor fue cabecilla después del primer partido contra Polonia, dos victorias plácidas y una más apretada parecen dar la razón a los que piden tiempo y confían en lo pacífico del relevo. Pero vaya, a mí no me engañan. Sigo sin ver, y no veré, a Navarro, Gasol, Reyes e Ibaka, jugadores fundamentales para cualquier equipo y más, si cabe, para éste del que los tres primeros son padres fundadores. No será cosa de Orenga, que hará, indudablemente, todo cuanto esté en su mano y en la de sus ayudantes. Será cosa de añorar sin premio, de esperar en vano a los que no están. Y si la saudade me puede pues qué le voy a hacer. No esperen de mi parte un tanto apuntado cuando nos quedemos sin medalla y sí, en cambio, un sincero perdón si, por aquello de hablar antes de tiempo, peco de agorero y bocazas.



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

J.I. Hernández: La ubicuidad del éxito





Qué bonito es levantarse, desperezarse y saludar a un nuevo día sabiendo que el éxito no es coto reservado de unos pocos, descubriendo su carácter ubicuo y universal al abrir, virtualmente, las hojas de los diarios deportivos de un lunes y avistar en ellas a un hombre de provincias, un orgulloso ciudadano de su barrio, colgándose el oro del Eurobasket sub 16.



El triunfo, que fue de todos, de los chicos principalmente, aunque también de los clubes, de las familias y de la propia federación, fue también el de un cuerpo técnico dirigido por un salmantino, José Ignacio Hernández, que aún puede, aunque parezca increíble, pasearse por las calles Compañía o La Rúa sin necesidad de detenerse a cada paso para firmar un autógrafo o posar para una fotografía. Son las miserias, también las ventajas, del anonimato con que se firman estas pequeñas gestas, hazañas invisibles para el gran público y casi, también, para los pocos que, tras devanarnos los sesos para encontrar un enlace, vibramos con el juego de nuestros cadetes.



Fue la de ayer una victoria improbable, el fruto de tres cruces igualados que se decantaron por escasos puntos en finales a cada cual más inverosímil. No era una generación, la española, muy sobrada de centímetros o talento, pero sí disciplinada en lo táctico y en lo mental. Ésas fueron sus mejores bazas para vencer a Croacia, Italia y Serbia de manera consecutiva, equipos que, bajo mi punto de vista, eran mejores que el español individualmente y bajo los tableros.



Es cierto que Croacia dispuso de tres tiros tras rebote ofensivo en la última jugada para haber llevado el partido de cuartos a la prórroga. También que Italia gozó de un triple sin oposición para igualar, también ella, el encuentro de semifinales. Y qué decir de Serbia, equipo que casi celebraba la victoria a falta de escasos minutos para el final cuando vencía 52-45. Son los pequeños hilos que distancian el éxito del fracaso, esa bola de tenis que en un primer plano maravilloso nos enseña Woody Allen en su genial obra Match Point. Pero cuando la bola cae siempre del mismo lado, la suerte se torna un argumento frágil. Quizá esa flor en el culo que acompaña a los entrenadores afortunados, no tanto como envidiados, sea sólo una de las marcas que deja el esfuerzo, el trabajo previo de preparación, las horas invertidas en saber qué italiano podía lanzar un triple o en mentalizar a un grupo que acabó tocado la segunda fase del campeonato.



Después de haberle seguido desde un modesto rincón de Würzburg, tras haber compartido mesa en una o dos ocasiones y después de haber sido su alumno en un curso de entrenadores puedo asegurar que no hay nada de casual en el currículum de José Ignacio Hernández. Espero no equivocarme, ni juzgar prematuramente, al afirmar que su gran virtud es el don que posee para conocer a las personas, para saber cuáles son sus fortalezas y debilidades y extraer, así, de ellas, el máximo rendimiento. Este don le ha llevado, además, a gestionar con éxito grupos humanos complejos, principalmente esa selección femenina absoluta que si bien no consigue los resultados deseados en el Eurobasket de 2011 (con el coste añadido que supuso no poder disputar los Juegos de Londres), había cosechado, un año antes, un bronce histórico para nuestro baloncesto en el Mundial de la República Checa cuando la prensa decía de aquel vestuario que parecía la trastienda de un desfile de moda en París.



Sea como fuere, José Ignacio siempre ha callado sobre éste y otros asuntos dejando que fueran sus equipos los que hablaran sobre el parqué. Equipos, por cierto, que siempre que el presupuesto lo ha permitido se construyeron de dentro hacia fuera, sobre referencias sólidas en el poste medio acompañadas, eso sí, por jugadoras con buen tiro exterior y, claro, por una base de garantías en quien se apoyaba para transmitir su mensaje. A partir de estos principios llegaron los títulos en Salamanca y también en Polonia. Y es que tras superar la hercúlea prueba de ser profeta en su tierra José Ignacio decidió contrastar la universalidad del lenguaje del baloncesto marchando a Polonia para triunfar como técnico del Wisla.



Cuatro años después, satisfechas las ambiciones que le llevaron a traspasar nuestras fronteras, José Ignacio es ahora uno de esos emigrantes que retornan para transmitir lo aprendido. Bien podría pasar a ser un mero narrador de cuentos y anécdotas, un ponente habitual de conferencias consagradas al éxito y sus fórmulas, pero no, hay algo en el trabajo diario, en la dirección de un grupo y en la tensión de los partidos que José Ignacio necesita para seguir viviendo. Así, tras haberse aliviado este verano de tantos años de femenina, grata pero femenina al fin y al cabo, compañía, Rivas será su nuevo destino.



Y en Rivas, no es un vaticinio sino una crónica anticipada, formará un grupo competitivo con jugadoras que rendirán al límite de sus posibilidades. Así lo lleva haciendo durante años que amenazan con convertirse en décadas. Décadas que no pasaron en balde, que sembraron títulos y que sirven, además, de inspiración para que otros, de la misma ciudad aunque distinto barrio, sigamos luchando hasta conseguir nuestros sueños. 





UN ABRAZO Y FELICIDADES A LA SELECCIÓN SUB 16 POR ESTE ÉXITO

Correr hasta ganarse el respeto





Quizá, después de tantas desgracias históricas, esté en el gen del irlandés emigrar y viajar, hacer patria allá por donde pisen sus pies y recordar, muy lejos de su hogar, en cualquier taberna de Melbourne, Río o Nueva York cuán verde era su valle. Precisamente, Walter Brown, primer propietario de la franquicia más laureada de la NBA, decidió que el equipo de baloncesto de Boston respondiera al nombre de “Celtics” por la cantidad de irlandeses que habitaban la ciudad una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial. Se trataba de un guiño a aquella colectividad que trabajaba con tesón en las fábricas y comercios de la vieja Nueva Inglaterra para después reunirse en torno a unas cuantas jarras de cerveza y entonar los cánticos populares de su tierra, Danny Boy o Whiskey in the Jar entre otros. Sin embargo, la historia fue dotando de peso a esta elección, no porque llegaran irlandeses, sino porque el edificio de los Celtics se construyó sobre las estructuras de hombres procedentes de familias de inmigrantes, a partir de los orígenes bielorrusos, entonces soviéticos, de Auerbach, los franceses de Cousy o los africanos, es imposible precisar más, del mismísimo Russell.

Orígenes emigrantes, o inmigrantes, según se mire, se encuentran también en la sangre de nuestro protagonista de hoy. De padre checo y madre de ascendencia croata, John Havlicek creció en los valles mineros de Ohio, cerca de la frontera con West Virginia, no muy lejos de donde creció el “mountaineer” más famoso de la historia del baloncesto y uno de sus principales enemigos deportivos, Jerry West. Es Martins Ferry, lugar exacto de las andanzas del joven Havlicek, cuna de varios deportistas de élite, hecho por otra parte improbable ante la debilidad de su demografía y la pobreza de la mayor parte de sus habitantes. “Cuando le cuento a mis hijos cómo fue mi infancia, piensan que no viví en este siglo”, decía John pocos años después de su retirada. Del acero de sus minas, de las estrecheces, que no angustias, económicas, surgieron Alex Groza (medallista olímpico en baloncesto en Londres 1948), Fred Bruney y Lou Groza (jugadores de NFL). Pero el mejor de todos ellos, el más recordado y alabado al final de sus días en el deporte, fue, sin duda, John Havlicek.

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UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Aclarando conceptos (VII)






Séptima y última, por el momento, (ya os habiáis hecho ilusiones) entrega de la sección más longeva de este blog. En el ánimo de actualizar su contenido y espoleado por el regalo, a costa de mi vigésimo sexto aniversario, que me hizo mi hermano de la obra “Bounce: the language of the game of basketball” me he decidido a seguir incorporando términos a una lista que a base de tiempo (perdido) y esfuerzo (baldío) puede llegar a parecer notable y exhaustiva. En realidad me quejo por vicio pues en su realización disfruto, aprendo y, además, a posteriori, recibo la siempre bienvenida gratificación de los lectores. Vamos, pues, a ello.



Un shootout bien podría ser un tiroteo, un duelo cara a cara en el OK Corral o en los llanos de Tombstone. De hecho, eso es lo que el diccionario Oxford nos dice que es un “shootout”, pero en Oxford, ya se sabe, de remo mucho, pero de baloncesto poco. Así que sin ánimo de corregir a sus ilustres rectores, os diré que en la jerga baloncestística el shootout es ese entrenamiento de tiro que la mayor parte de los equipos programan para la mañana anterior al partido y al que los jugadores llegan luciendo legañas, ojeras y alientos bastante sospechosos. También se dice de un partido que se ha convertido en un shootout cuando dos jugadores intercambian golpes sin que exista, apenas, circulación de balón. Vamos, imagínense un duelo entre Kobe Bryant y Allen Iverson en sus mejores tiempos. No, no. Uno contra uno no. Cinco contra cinco. Los demás mirando, claro. 





Un swingman no es un hombre que se balancea (traducción literal de swing), pues ése sería más bien nuestro ni honrado ni creíble, aunque presidente, Mariano Rajoy. Un swingman, en baloncesto, es todo jugador capaz de ejercer las veces de escolta (shooting guard) y alero (small forward). Si ahora son muchos los que pueden doblar con garantías en ambas posiciones, he de decir, en defensa de este término, que décadas atrás este tipo de jugador era “rara avis”. El primero de la historia, tal vez el mejor, fue John Havlicek.



Siguiendo en esta línea he de avisaros de que tweener no es una nueva red social con la que comunicaros con vuestros amigos, conocidos y desconocidos por medio de 10 caracteres, sino ese jugador versátil que puede actuar en diferentes posiciones sin que su rendimiento, bueno o malo, se resienta.



Travelling es lo que hacen los turistas, los vagabundos y también los jugadores que, queriendo sacar una ventaja respecto a su defensor o por mero desconocimiento del asunto, despegan tres veces la zapatilla del suelo con el balón cogido o mueven el pie de pivote antes de botarlo. Pasos, en román paladino. Y no necesariamente, amigos colegiados, sinónimo de reverso o traspié. Y sí, me aseguran desde FIBA que los árbitros de la final de los Juegos Olímpicos de Pekín conocían su definición. 





Un outlet pass no es una acción técnica defectuosa. Tampoco está fuera de temporada ni pasada de moda (aunque algunos entrenadores lo detesten. Por qué darlo, pudiendo jugar la posesión completa). Se trata de un pase rápido, generalmente tras rebote defensivo, para iniciar un vertiginoso contraataque. Varios hombres altos dominaron y aún dominan este arte. Se me vienen a la cabeza Kareem Abdul Jabbar, Arvydas Sabonis y el propio Marc Gasol. 





Termino este repaso hablando del felizmente recuperado para el baloncesto FIBA, jump ball. No se trata, adelanto, de Paquirrín dando botes, es decir, una bola que salta, sino de la acción que en España hemos venido llamando salto entre dos y que, últimamente (hasta la última reforma del Reglamento), quizá por aquello del talante y la alianza de civilizaciones había sido sustituida por una democrática y salomónica flecha que atribuía a diestra y siniestra la posesión en el inicio de los tres últimos cuartos y tras cualquier acción de lucha.



Sin más, me despido ya de vosotros deseándoos un feliz día de la Asunción, día que sé que, por lo menos los que tenéis pueblo, festejaréis religiosamente acudiendo puntualmente a misa tras haber dormido las pertinentes ocho horas de rigor. 

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Estos chicos son buenos






Bad Boys. Nunca una etiqueta fue tan ganada a pulso, tan merecida y tan bien llevada como la que recibieron los chicos de Detroit a finales de los años 80. Mahorn, Laimbeer y Rodman convirtieron la pintura en cuadriláteros de lucha libre. Por su parte, Joe Dumars e Isiah Thomas nunca escatimaron zarpazos, físicos y también verbales, a la hora de defender a sus adversarios. Menos aún John Salley, apodado como la Araña por la omnipresencia de sus brazos.



En esa época dorada del basket, al menos para los historiadores y los nostálgicos, todos los equipos eran reconocibles por su estilo de juego. Ya podían jugar los Lakers vestidos de azul o estos Pistons disfrazados de niñas buenas que cualquier aficionado, tras el primer minuto de juego, podría reconocer su verdadera identidad.



Precisamente en busca de una identidad andan los Detroit Pistons actuales, una franquicia joven que quiere devolverle a la ciudad el lustro del polvo que la cubría antaño, una contaminación baloncestística que haga más llevadera la ausencia de trabajo ahora que la General Motors y tantas otras empresas le han dado la espalda a la otrora esplendorosa Detroit.



Han pasado cinco años desde que los ecos del quinteto que les diera el título de 2004 reverberaran por última vez en Auburn Hills. Aquella derrota en la Final de Conferencia frente a los Celtics abrió un período de reconstrucción que ya parece culminado. Al menos en cuanto a nombres. A falta de un gran movimiento, ya sea a mitad de temporada o durante el próximo verano, aprovechando los contratos moribundos de Villanueva y Stuckey (17 millones de dólares entre ambos), la plantilla pinta bien.



La apuesta de Maurice Cheeks para el banquillo genera dudas. Si durante su etapa como jugador fue el pegamento que necesitaban aquellos Sixers de Erving para aspirar al anillo, como entrenador ha tenido que jugar roles diferentes, casi siempre de pacificador o maestro, en equipos muy jóvenes y con resultados más bien modestos. De hecho, tras una etapa más bien gris en Philadelphia, su carrera se ha revalorizado al actuar como asistente durante los años del despegue de los Oklahoma City Thunder.



No será el entrenador el único que deba someterse a una reválida. También lo harán Josh Smith y Brandon Jennings, las últimas apuestas de un General Manager, Joe Dumars, que también sentirá la espada de Damocles sobre su nuez. Y es que pese a ser el principal responsable de la formación del último equipo ganador de la ciudad, también lo fue de elegir en uno de las promociones más fértiles de la historia, un talento tan dudoso como el de Darko Milicic. ¿Qué hubiera sido de aquellos Pistons de 2004 con Carmelo, Bosh o Wade en sus filas? Nunca lo sabremos.



Lo cierto es que si Bynum y Stuckey serán dignos complementos de la incógnita, que no incógnito, Jennings, el hijo pródigo Billups puede ser su gran mentor. Habrá que ver si el base nacido en Los Ángeles es algo más que humo, marketing enmascarado de base tirador (a veces anotador) cómodamente asentado en su rol. Singler aportará fundamentos y ética de trabajo en el perímetro. Ojalá pueda seguir su ejemplo Caldwell-Pope, un novato repleto de cualidades del que el tiempo nos dirá hasta dónde puede llegar. Sin embargo, todo está en manos de Josh Smith, un 3-4 versátil, zurdo y saltarín que a lo largo de su carrera en Atlanta ha demostrado que puede jugar bien al baloncesto. Nada más.



A pesar de la incorporación de Smith, el peso de la franquicia reposará en la calidad de Greg Monroe y en los centímetros e intimidación de Andre Drummond. Con esta particular dupla de hombres altos los Pistons deben ser claros candidatos a entrar en playoff para después ponerle las cosas difíciles a cualquiera.



Después de este rápido repaso cualquiera podría afirmar que las piezas están ahí, que los nombres suenan de maravilla ya sean leídos de derecha a izquierda o de adelante hacia atrás. Y aun así, aceptando que esto es así y que no vale darle vueltas, el pálpito me dice que sucumbirán ante la presión, que no podrán gestionar la responsabilidad que supone representar a una franquicia histórica con tantas batallas vencidas en el zurrón. El problema es que estos chicos son buenos, demasiado buenos. Casi tanto como aquellos, que aún siendo buenos, muy buenos, entendieron que para ganar hacía falta ser malos. Muy malos. Y a fe que lo fueron. 





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La Crónica de un Delirio





En Hamburg, Arkansas, la vida cesa a eso de las seis de la tarde. Si es que se puede llamar vida a la sucesión de desayuno, trabajo, comida, trabajo y cena en la que se adentran, sin posibilidad de elección, sus honestos habitantes. Misa los domingos y sexo, con la luz apagada, dos veces por semana, son todos los excesos que un miembro de esta comunidad rural puede permitirse. Y es que en este apartado lugar en el que el mar es una simple postal, lo sueños no son sueños, son delirios.

Más aún si eres el duodécimo hermano de una familia numerosa, el hijo de un afanado empleado de una industria papelera y una honrada ama del hogar. En Hamburg, Arkansas, Dios se olvidó de colocar una catapulta hacia el éxito. Donde el peso de lo cotidiano se impone no hay lugar para la promoción. Rara vez para las sonrisas.

Ronnie Martin y Scottie Pippen acostumbraban a saltarse esa ley no escrita, ese toque de queda no oficial que daba por clausurado los días a media tarde. Sus uno contra uno se prolongaban hasta la noche, hasta que al viejo señor Garber, el viudo de la Calle Lincoln, se le agotaba la paciencia. Finalizado el entrenamiento, en el trayecto de regreso a casa, se conjuraban una y otra vez, se decían y repetían para nunca olvidarse, supongo, que uno de ellos, al menos uno, jugaría algún día en la NBA.

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El mismo hombre






Sigo siendo el mismo hombre, con algunos años más. En la misma piel que un día me obligasteis a arriesgar”. Quizá porque estas letras de Carlos Goñi nos retratarán a todos tarde o temprano, porque a todos, sin excepción, se nos agotará (o agotó) la juventud una mañana, frente al espejo, o porque, tal vez, estuvieran escritas, sin saberlo, para él. No lo sé, pero lo cierto es que ayer, circulando por una de tantas carreteras, sobre una meseta yerta, con el cereal ya cosechado, y escuchando esta canción, me acordé de Pau Gasol y me lo imaginé entrenando a pleno sol, recitando entre carrera y carrera, entre series de multisaltos y algunos fondos de tríceps, los agónicos versos de la última estrofa de esta bella melodía: “Tumbaré de un golpe seco al que pretenda barrer / las calles con mi orgullo por estar mayor / Lucharé como una fiera y no pienso renunciar / al lugar que Dios, si existe, me ha brindado bajo el Sol".



Ese lugar lo conocemos. Es más, lo hemos ido ocupando poco a poco junto a él al poder vivir, aunque fuera desde la distancia, sus progresos en ese otrora coto vedado para el baloncesto español que era y es la NBA. Ese lugar está entre los mejores, por mucho que de la pluma de los críticos norteamericanos surgieran ingeniosos juegos de palabras para, de manera resumida, cuestionar su ética de trabajo y su dureza. Ese lugar no pudo ser conquistado sólo a base de talento. Nadie se lo cree. Su evolución física, la multiplicación de los movimientos en el poste y su manejo de la mano izquierda lo atestiguan.



Cinco temporadas por encima de los ochenta partidos, varios torneos internacionales del más alto nivel e incursiones prolongadas en los playoffs de la NBA no son sólo un síntoma de grandeza, también de durabilidad y persistencia en el esfuerzo. Ahora, claro, inevitables, aparecen las goteras, lesiones aquí y allá que si no anticipan el final sí, al menos, encienden las luces de alarma. Gasol, inteligente y experto en la regulación de los esfuerzos, aunque algunos hayan visto en ello un síntoma de debilidad, ha elegido un buen momento para tomarse el tiempo necesario y recuperarse de los dolores musculares y articulares que le aquejan. Un no en este momento puede ser la llave de dos o tres temporadas más al más alto nivel, quizá no a la altura del contrato que cobrará este año en los Lakers (19 millones de dólares, octavo jugador mejor pagado) pero sí lo suficientemente buenas como para rubricar una carrera de ensueño, una carrera que debe quedar enmarcada en el cielo del Staples y, por qué no, también, en lo alto del Fedex Forum.



La progresiva y acelerada progresión de Pau Gasol fue también el relato del ascenso de nuestro baloncesto. Aunque se sucedan, como se suceden, generaciones de oro, plata y bronce en las diferentes categorías de formación, todos somos conscientes del vacío, y mira que es difícil percibir algo que no existe, que seguirá a la marcha del gran abanderado. Porque a la sombra de sus 2,16 le fue más fácil crecer, aunque parezca un absurdo, a Navarro, a Rudy, a Felipe, a su hermano y a tantos otros. No sólo porque quitara las malas yerbas del camino y abriera fronteras. También por lo fácil que fue, es y será, también en esas pachangas que tienen que venir, jugar con Pau.



No será fácil hacer conciliar la madurez de su juego con la decadencia de una franquicia acostumbrada a ganar. Los Lakers, mientras Kobe pueda pestañear, siguen confiando en la calidad de la plantilla. Sin embargo, cualquier aficionado objetivo puede anticipar una temporada complicada con cruces de declaraciones y ácidos titulares. Y es que en Los Ángeles, California, no hay caminos sin más, sólo dos veredas a tomar: El Salón de la Fama o Sunset Boulevard.



Ahora que las piernas van tomando, jornada a jornada, el tinte del plomo, cuando el final ya no es un proyecto, sino un presente, Gasol debe demostrar que sigue siendo el mismo hombre. Claro, con algunos años más. 





UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Tú a Sapporo y yo a La Flecha







Escribo esto empapado de sudor. Sudor que esta noche es agua. Agua que es transparente y lo muestra todo. Lo bueno y lo malo. Hoy, en las piscinas Picornell, en la estrellada noche de esa ciudad, Barcelona, que es patrimonio del mundo y no de unos pocos, se reflejó gota a gota la esencia del deporte con mayúsculas. Las chicas del equipo nacional de waterpolo no aspiran a mantenerse económicamente exprimiendo su pasión, aunque la expriman, pero sí a vivir momentos que contarán una y otra vez cuando los hechos del presente sean los vídeos y fotogramas del ayer. Qué envidia. Ellas sí que son ricas. Y no otros.

Este verano he visto mucho baloncesto en la ya extinta Marca TV. He leído libros y repasado lecciones escritas por alguno de los grandes maestros de la canasta. Sin embargo, en esto del entrenamiento, en ese viejo arte de la enseñanza y transmisión de conocimientos y vivencias, la mayor lección me la ha dado Miki Oca. Su liderazgo sereno y sin estridencias cunde, llega, empapa. Enhorabuena.


Pero esta semana, ante la ausencia de grandes fichajes y pese a la presentación de la selección española, dos nombres propios se elevan por encima del resto. No sé si a lo largo de su vida, en su experiencia en los banquillos, en algún clínic o alguna boda, Piti Hurtado y Roberto González han cruzado un par de palabras. Lo cierto es que esta semana ambos han tomado decisiones sorprendentes que los sitúan en caminos dispares, alejados en el mapa y orientados por diferentes filosofías.

Piti Hurtado siempre fue un culo inquieto. Nunca se impuso a sí mismo barreras geográficas. Por qué si a esto del basket se juega siempre en el mismo idioma. No es que se sintiera incómodo en casa, es que en España no hay trabajo. Ahora, como buen extremeño, se ha echado a la mar. Su próximo destino será Sapporo, ciudad olímpica y de gratos recuerdos para el esquí alpino español. Allí podrá, al menos, vivir del baloncesto, hacer lo que mejor sabe, aquello por lo que ha hipotecado miles de horas. No le habrá sido fácil explicarse en casa.

Roberto González, en cambio, ha puesto por delante de sus ambiciones a la familia, a la estabilidad financiera y anímica del núcleo central de su vida. Tras firmar una temporada inmejorable al mando de un equipo que en realidad fueron muchos debido al constante ir y venir de jugadores, lidiando además con la penosa situación financiera de su club de toda la vida, la incertidumbre pudo con él y terminó desistiendo. Tras haber permanecido a la sombra de grandes nombres de este mundillo y tras haber conseguido el mejor resultado de cantera de cualquier club masculino en la región, Campeonato de España Junior 2002, parece increíble, aunque carezcamos de argumentos para no creerle, que no haya recibido una sola oferta de un club ACB o LEB Oro.

Puede pecar de modestia, pero a Roberto González se le escapan, aunque intente disimularlas, las virtudes. Entiendo que su discurso humilde, su rústica indumentaria y su carácter campechano no calen en el aficionado. Entiendo que no encuentre lugar en los medios, ni siquiera una triste mención en el noticiario de los lunes. Pero si de formar equipos o de crecerse ante las adversidades se trata, si es eso lo que se le pide a un entrenador notable, entonces él lo es. Y no hay más que hablar.

Pero claro, de algo hay que vivir y para muy pocos ese algo puede ser el baloncesto. Por mucho que a muchos nos pese. Y en este asunto de muchos (aspirantes) y pocos (puestos) Roberto pisó el freno, se arremangó la camisa y se dijo: “volvamos a los orígenes”. Y ahora vuelve a ser maestro. Profesor. Lo que no ha dejado de ser en todo este tiempo, porque de profesor y algo más ha ejercido calmando las comprensibles ansias de sus jugadores por cobrar la nómina a final de mes, o al final del siguiente, si no era mucho pedir, mientras se jugaban la permanencia en la ACB. Antes de que se supiera, claro, que de la ACB sólo se baja si se da el improbable hecho de que algún club de LEB pueda hacer frente al aval. Ahora su profesión será la de pedagogo y su afición, cómo no, la del entrenamiento. Lo hará en el C.D. La Flecha, al sur de Valladolid, cerca del Ikea.

Este regreso al instituto y este viaje a Japón sirven para poner en su contexto la miseria que rodea a la profesión. Porque de toda la vida es que el joven deba hacerse camino labrando la tierra más ardua y dura. Pero de nunca fue que la élite, sabia y experimentada, tuviera que segar a mano por un triste jornal. El ambicioso Piti, a Japón, el ambicioso, aunque a su manera, Roberto, a La Flecha. Dos respuestas distintas ante una misma crisis. Un único nexo común, el baloncesto. 



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