Hard on the issue, soft on the people






Finaliza agosto y con él el tiempo de descanso y de toma de distancia con el mundo laboral o académico en todas, sus múltiples facetas. En escasos cinco días tomarse unos minutos para leer volverá a ser una ardua tarea, tan complicada, casi, como el hallar el entorno adecuado para pensar y encontrarse con uno mismo.

Por otro lado, mientras el teletrabajo se va abriendo paso entre las inercias y apegos del pasado, la reapertura de los centros de trabajo provocará el reencuentro de los unos con los otros. Todas las sociedades mercantiles que sobreviven aún a esta crisis, volverán a funcionar al cien por cien de su capacidad, con altos niveles de estrés y, a menudo, sin que ningún técnico se haya ocupado, durante el verano, de renovar los tanques de la paciencia, la empatía y la comprensión.

No existen grandes diferencias entre una comunidad laboral y la que conforman los doce jugadores, el cuerpo técnico, la directiva y el entorno de un equipo de baloncesto. En el marco de un objetivo común las ambiciones privadas siempre están al acecho y pretenden aflorar. Surgen, es inevitable, conflictos de intereses, defensas inexpugnables de criterios individuales que se anteponen al marco común de convivencia, a las reglas del juego implícitas y explícitas que existen en todo grupo humano que se precie de serlo. La teoría es tan sencilla de formular como difícil de aplicar. El individuo debe estar al servicio del colectivo pues éste, a través de numerosos intangibles, le acabará devolviendo más de lo que él mismo le entregó de forma altruista. Cada uno da lo que recibe, luego recibe lo que da.

Sin embargo, este concepto de reciprocidad choca con los principales vicios en que incurrimos como sociedad y como individuos. No hay dos varas de medir exactamente iguales del mismo modo que no hay balanza lo suficientemente equilibrada como para evitar caer en la tentación de sobrevalorar nuestros esfuerzos al tiempo que hacemos de menos los que realizan los demás. Somos hijos de la generación que más protagonismo le ha concedido al YO. Ello, que pretendía convertirnos en seres más completos y felices, nos ha llevado a conocer la cara más amarga de la frustración. La incapacidad para relativizar problemas convierte cualquier simple anécdota en un asunto de vital importancia. Y dado que reírse de uno mismo, de los problemas o de todo en general es políticamente incorrecto, me gustaría apelar a una nueva corriente para la resolución de conflictos que parte de la premisa con la que titulo este post: “be hard on the issue, soft on the people”, sé duro con el problema y blando con las personas.

Muchas personas al mando de grupos o comunidades tienden a pensar que todo lo malo que sucede en el mismo se debe a la naturaleza eminentemente nociva de sus miembros. Este pesimismo antropológico conduce a un abuso del castigo. Sospechan de todo y cualquier movimiento que se aleje del camino trazado puede ser interpretado como una maniobra sediciosa. De esta manera, a la hora de atajar los problemas, se muestran implacables y despiadados. Atacan directamente a la persona y se olvidan de los múltiples motivos, un fallo en la comunicación o un posible estado de ansiedad, que pueden haber originado el mal. De esta manera creen ver reforzada su autoridad, aunque en realidad lo único que consiguen es desnudar su inseguridad. Esta manera de actuar, tan común como perniciosa, no consigue atajar el problema y, sin embargo, ataca directamente al principal activo de todo grupo humano, las personas.

Por ello, en esta nueva temporada que comienza, me he propuesto justo esto, ser duro con los problemas y blando con las personas, combatir los males que intentarán romper la dinámica de nuestro grupo sin menoscabar las cualidades de quienes, por circunstancias puntuales y sin presumir nunca una maldad genuina (más aún en etapas de formación), los pueden estar generando. Los jugadores son el principal activo de un equipo de baloncesto, como los trabajadores, aunque algunos no lo crean, lo son de una empresa. Nosotros, entrenadores, poniendo siempre por encima el valor del grupo, debemos conseguir generar el entorno adecuado para que todos, en su nivel, puedan brillar y enseñar su mejor versión. Vosotros, jugadores, haced mejores al grupo que luego el grupo, por pura dinámica, también os hará mejores a vosotros. 



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Sobre el nueve y el cinco





El delantero centro fue asesinado al atardecer. Así tituló Manuel Vázquez Montalbán a una de sus novelas, a otra más de sus obras del género policíaco y de misterio. No sé si por atardecer se refería a esta nueva época del fútbol marcada por el negocio y la especulación, el marketing y el merchandising, si era acaso una simple metáfora del prolongado languidecer de aquello que empezó siendo puro deporte. Lo cierto es que el nueve si no está muerto, está en la UVI, y si no lo mataron fue porque antes se suicidó al no querer adaptarse a los tiempos modernos que exigen mayor polivalencia y menor especialización. Ahora, aunque algunos reivindiquen con razón que se trata de un producto del pasado (Di Estefano en el Madrid de las cinco copas de Europa, Cruyff en el Ajax de los 70 o Tostao en el Brasil del 70 ya hicieron las veces de falsos delanteros), lo que se lleva es jugar con falso nueve, con un nueve mentiroso, con un maestro de la distracción que igual aparece entre líneas para asociarse que se desmarca a la espalda de la defensa para fusilar al portero. 



Y perdónenme la comparación y el símil futbolístico, pero qué quieren que les diga, veo ciertos paralelismos entre la figura del nueve y la del cinco, la del delantero centro y la del pívot de toda la vida. Ambos son seres peculiares que responden a un patrón similar en cuanto a que son, por definición, finalizadores, hombres de área o de zona que viven para rematar la jugada o para coger los rechaces. Por ello es habitual, aunque no siempre es así, que sean individualistas y que muchas veces, algunas con razón y otras no, se sientan ignorados por unos compañeros que parecen pasarse el balón sin tener en cuenta su presencia. Es habitual que en los tiempos muertos el pívot reclame “balones dentro” y que en la rueda de prensa de final de un partido (por ausencia de tiempos muertos y porque no podemos escuchar lo que ocurre en el vestuario) el delantero se queje amargamente de la ausencia de balones. Y es que, estando muy bien aquello del trabajo sucio y del jugar para el equipo, lo de intimidar en defensa y poner bloqueos en ataque o lo de presionar la salida y caer a banda para posibilitar la entrada de los jugadores de segunda línea, lo cierto es que tanto el delantero como el pívot son seres que necesitan protagonismo. Protagonismo y cariño, añadiría yo, para no caer en una profunda depresión que suele repercutir en el descenso de su rendimiento (“no le entran los goles” o “la falla hasta debajo del aro”) y en una putrefacción generalizada del ambiente dentro del equipo.

Curiosamente, este verano que expira legará para la historia el caso de dos selecciones que asesinando la figura del nueve y del cinco dominaron sus respectivos deportes y se alzaron finalmente con el trofeo de campeones. Me refiero a la selección nacional de España en la Eurocopa y al combinado estadounidense de baloncesto en los Juegos Olímpicos de Londres. Por mi ignorancia en todo lo referente al fútbol y por mi osadía en aquello que tiene que ver con el baloncesto me centraré en este segundo logro, el de la selección dirigida por Mike Krzyzewski.

Coincidirán conmigo cuando afirmo que el quinteto que mejor defendía y que más problemas le causaba a los equipos rivales era el conformado por Chris Paul, Kobe Bryant, Kevin Durant, Lebron James y Carmelo Anthony, es decir, el integrado por un base y cuatro aleros. Con ellos en pista los espacios se multiplicaban en ataque y la agresividad (defensa por delante en el poste bajo, líneas de pase más cerradas, uso de manos) alcanzaba niveles óptimos en defensa. Lo hicieron jugando sin pívots, sin referencia interior, rompiendo con las normas más sagradas del catecismo. Mi opinión es que no lo hicieron por dogma o principios y sí porque de esta manera sus cinco mejores jugadores podían estar al mismo tiempo en cancha. Lo hicieron porque lo poco que perdían (rebote o intimidación) era compensado con creces por lo mucho que ganaban (ventajas en uno contra uno, espacios, lanzamiento exterior, intensidad defensiva, capacidad de contraataque). Pudieron hacerlo, claro, por la superioridad técnica y física de sus jugadores y por lo disuasorio (para posibles acciones de ayuda) del acierto que mostraron desde el perímetro. 

En el baloncesto actual el juego de “cinco abiertos” es una excepción. Lo practican equipos de formación para fomentar las habilidades más básicas de un jugador (juego uno contra uno, lectura de las ayudas, jugar la espalda de los defensores), se ve en los parques y, como mucho, en la disposición inicial de algunas jugadas muy concretas en equipos de élite, pero nunca como una filosofía de juego. Yo estoy convencido de que a pesar del éxito de la selección norteamericana, la norma seguirá siendo el jugar con al menos un interior que pueda distribuir juego, cerrar las defensas, anotar cerca del aro y rebotear. No por romanticismo y nostalgia y sí porque son muchos los que creen, yo también, en la necesidad de que el balón llegue a las proximidades del aro al menos una vez en cada ataque. 

El tiempo dirá si este verano habrá supuesto un antes y un después en la concepción de ambos deportes. Yo, de momento, sólo creo que tanto Del Bosque como Krzyzewski se limitaron a alinear a sus mejores jugadores entendiendo que el genio y el talento están por encima de sistemas y mandamientos. Sus triunfos, los de España y Estados Unidos, no han de representar necesariamente un cambio de tiempo o la muerte definitiva de esos seres peculiares llamados delanteros centro o pívots, pero sí dejan, en cambio, en el aire, un mensaje que tonto el que no lo quiera leer: Los tiempos cambian y se puede ganar sin nueve y sin cinco. ¿Acábense, por tanto, los nueves y los cincos? No, pero recíclense. Por si las moscas. 



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Palabra de John





A escasos días de que comience una nueva temporada, buscando la inspiración en cualquier rincón de este mundo y convenciéndome a mí mismo de que todo va a salir bien, di de bruces con una de las millones de charlas que la organización TED (technology, entertainment, design) tiene a bien ofrecernos de manera gratuita con el afán de que el conocimiento fluya a través de los cinco continentes. Bueno, en realidad no fue así. Era conocedor de su existencia y me lancé a su búsqueda con la voracidad del que se siente hambriento de experiencias, de quien se hace pasar por sordo no porque quiera, sino porque nadie ofrece nada interesante que escuchar. Sin embargo, con el halo que distingue a quienes han sido llamados para dejar su huella en este planeta, dosificando palabras y silencios, John Wooden en su reflexión sobre el significado del éxito consiguió despertar en mí ese viejo afán por aprender, ese añejo hábito de escuchar con los ojos abiertos y la boca a medio cerrar.

Puede que no dijera nada que no supiera o intuyera, nada que no me hubieran contado mis padres en alguna que otra ocasión. Sin embargo, gracias a su manejo de las anécdotas y de las historias como herramientas para dotar de mayor énfasis a su mensaje y al empleo de citas célebres como refuerzo de su tesis, John Wooden logra adentrarse en el espíritu de quien tiene delante para nunca jamás salir de él. El viejo maestro dignificó con su existencia las palabras “profesor” y “entrenador”. Ganó más que nadie, pero gracias a esta charla podemos comprender que en su lecho de muerte sonrió no por los 10 títulos de baloncesto colegial que conquistó y sí por haber hecho todo lo que pudo, por haber vivido con la máxima honradez y por haberse dedicado por completo, todo él, a la maravillosa tarea de enseñar. Gracias maestro, siga descansando en paz.

Espero que podáis disfrutar de la charla (disponéis de subtítulos en el ángulo inferior izquierdo de la imagen. Debéis pausar el vídeo para que aparezca la opción) y que algún día podamos debatir sobre las nociones de éxito y fracaso.

 

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Piratas del Caribe





Son muchas las circunstancias que definen nuestra forma de ser, nuestro futuro y nuestros sueños. Una de ellas es el lugar en el que nacemos, la idiosincrasia que acompaña al habitante de unas tierras por el mero hecho de ser de allí y no de otro rincón. Este hecho, importante para cada uno de nosotros, alcanza una importancia nuclear en un entorno, el del Mar Caribe, en el que la mezcla racial, los eventos meteorológicos y la injusticia social terminan perfilando una forma de ser y de vivir que no encuentra parangón en ninguna otra región del planeta.

Disputas políticas, terremotos, huracanes o epidemias suelen recordarnos la existencia de este mar semicerrado que los españoles empezaron a frecuentar con fines turísticos a raíz de aquella campaña promocional de Halcón Viajes con Curro como protagonista. Pero si Curro se fue al Caribe en los años 90, unos quinientos años antes lo habían hecho los primeros expedicionarios europeos. Malos tratos, desánimo vital y enfermedades importadas condujeron a una reducción exponencial de la población amerindia y a la repentina necesidad de cubrir las bajas con población esclava procedente del África Occidental. 



Por ello, cuando hablamos de caribeños excepcionales, no lo hacemos de indígenas de nuevo cuño y sí de negros dotados de facultades sobrehumanas, hijos del producto mejor culminado de un proceso de selección natural marcado por la supervivencia en las selvas africanas y un viaje ultramarino no sólo contra el mar y la falta de espacio, sino con la compañía inestimable de múltiples virus y bacterias. Ello, sumado al desgobierno de una clase política en muchos casos corrompida y a la anarquía que reina en las calles de numerosos países ribereños, genera un caldo de cultivo idóneo para la promoción de talentos que sólo necesitan, no es poco, de alguien que les localice y les dé la oportunidad, de un mecenas que se encargue de conducirles por la senda correcta.

Ojo, en este nuevo intercambio, en esta nueva red de trasvase de talentos con destino, casi siempre, a Estados Unidos, pocos son los elegidos y muchos los cadáveres que adornan el camino a modo de advertencia. La visa para el sueño a la que cantó Juan Luis Guerra puede ser también un pasaporte a los bajos barrios de las grandes urbes, un ticket de entrada a la cara oculta del modo de vida americano. Podríamos dedicar horas hablando de juguetes rotos y de vidas destruidas, pero hoy prefiero hacerlo de esos pocos que llegaron para triunfar, de los que no se detuvieron ante la adversidad y siguieron hacia adelante con el objetivo de ser alguien en el deporte y en la vida honrando con su esfuerzo a sus raíces y a sus pueblos.

Puerto Plata y Santo Domingo, aunque más conocida esta última, son dos localidades costeras que vieron nacer a Al Horford y Francisco García respectivamente. La carrera de estos dos dominicanos es el claro exponente de que un camino que comienza y termina en un mismo lugar no siempre atraviesa los mismos hitos. Si Horford es hijo de un famoso jugador de baloncesto, Tito, y llegó a ser una estrella en el baloncesto universitario, Francisco García, en cambio, es hijo del Bronx, un latino más en medio de la Gran Manzana a quien después de anotar 24 puntos ante Seton Hall le comunicaron la muerte de su hermano asesinado. Bill Donovan y Rick Pitino tuvieron la suerte de pulir el talento de dos jugadores de muy diferentes cualidades pues si Horford es un portento en las proximidades del aro a Francisco García sólo una palabra podría definirle: jugón. 



Hablando de jugones, de Fajardo, Puerto Rico, es Carlos Arroyo. El paradigma de base botón es un verdadero quebradero de cabeza en sí mismo. Ante la pregunta de “¿contigo o contra ti?” ningún entrenador de la vieja escuela sabría qué responder. Ello, aun admitiendo que fue uno de ellos, Jerry Sloan, quien más rendimiento sacó del juego deslabazado de este profesional que maleta en mano ha prestado sus servicios en cientos de equipos y decenas de ligas.

De otro Estado Libre Asociado, las Islas Vírgenes, proceden dos jugadores de muy diferente cariz. Uno honrado, el otro más. Uno buen defensor, el otro mejor aún. Uno jugador de baloncesto, el otro simplemente una leyenda. Hablo de Raja Bell y de Tim Duncan, de un honesto trabajador y de un ídolo y referente, de uno de esos paladines que se pusieron al frente del movimiento vanguardista en el cambio de siglo mostrándonos una nueva forma de concebir la posición de cuatro. Precisamente un huracán, el que destrozó la única piscina olímpica de su país, propició que el ala pívot de los Spurs se pasara al baloncesto. No sé cuánto perdió la natación. Sé lo mucho que ganó nuestro deporte.



Haitiano, de Puerto Príncipe, es Samuel D´Alembert. Sus primeros catorce años los pasó siendo atendido por su abuela y conviviendo con la miseria que caracteriza a un país que bien podría llamarse Pobreza. A los quince años se instaló con sus padres en Montreal y tuvo su primer contacto con el baloncesto. Pese a este comienzo tardío sus cualidades físicas y su deseo le llevaron a ser becado por Setton Hall, desde donde tras pulir aspectos técnicos y de coordinación, daría el salto a la NBA. Os invito a visitar la web de su fundación, creada ex profeso para ayudar a su país tras el desgraciado terremoto de enero de 2010.

Por último, en este repaso a alguno de los caribeños que pusieron una pica en Flandes al aterrizar en la NBA, me gustaría hablaros de Bolt antes de que existiera Bolt, de un ser tan excepcional como rechazado en sus orígenes por su actitud altiva y huraña marcada por la necesidad de defenderse ante una sociedad, la estadounidense, que en la época de Reagan padeció de una especie de amnesia repentina que la llevó a olvidar todos los avances sociales de las décadas anteriores. Así, ante los brotes de xenofobia y racismo, Patrick Ewing decidió dejar claro desde el principio cuál y cómo era su territorio. Lo hizo dominando el baloncesto universitario desde su entrada en Georgetown en 1982, liderando al equipo olímpico de 1984 y siendo el Knick más reconocible de la historia de esta gran franquicia a pesar de no poder ganar ningún anillo. Recordados serán para siempre sus duelos con Olajuwon. Jamaica siempre podrá presumir orgullosa de haber engendrado al eterno número 33 de los Knicks. 



Así, en medio de este invento fabricado por ricos y para ricos, por unos pocos para unos pocos, sin necesidad de parche o navajas, unos cuantos piratas procedentes del Caribe se atrevieron, y aún se atreven, a desafiar al poder establecido. Lo hicieron avalados por la sangre que discurre por sus venas, inspirados por el sol y las tormentas, alimentados por la injusticia de una historia mal resuelta, la de una región que asombra al mundo que la azotó y vilipendió. 

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UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

De sí mismo, para sí mismo






Patrimonio de la humanidad. Así habría que calificar la exuberante carrera de un ser tan excepcional como lo fueron sus números. Y es que Wilton Norman Chamberlain, autor de cien puntos en un partido, amante de más de veinte mil mujeres e icono involuntario de toda la generación de homosexuales que salió a la luz al amparo de los movimientos en pro de la defensa de los derechos civiles, es también un emblema de ese período clásico del baloncesto norteamericano que los estudiosos sitúan en la década de los sesenta.

Aunque Philadelphia fue su cuna él siempre presumió de ser de sí mismo y de con ello ya tener bastante. Sin banderas ni patrias que defender, pululando libre por un mundo que asistía incrédulo a la puesta en acción de sus facultades físicas, empezó a despuntar en el instituto Overbrook de su ciudad natal. Desde allí, tras desentenderse de los cantos de sirena procedentes de los Celtics que le invitaban sibilinamente a formar parte de una universidad de Nueva Inglaterra para luego ejercer los derechos de proximidad, recaló en la Universidad de Kansas a la que condujo en su primer año a la final estatal en una cita, la primera con la gloria, que le enseñó el que iba a ser su desgraciado destino: Perder. Y no de cualquier manera. Tras tres prórrogas y siendo nombrado jugador más impactante del torneo.

La realidad es que Wilt Chamberlain venció en muchas más ocasiones de en las que fue derrotado. Lideró durante catorce años a franquicias (Philadelphia/San Francisco Warriors, Philadelphia Seventysixers, Los Ángeles Lakers) con récords positivos a través de números tan asombrosos por su grandeza como achacables a una época distinta, a un período jugado por hombres normales, criaturas en su mayoría blancas de brazos y piernas mundanas que poco o nada podían hacer ante superhombres del talante y el talento de Wilt Chamberlain o de su homólogo contemporáneo Bill Russell. A ambos les ayudó compartir cancha con chavales que fallaban tiros uno detrás de otro multiplicando exponencialmente las opciones de rebote, con jugadores que lanzaban desde la cintura y que se desplazaban a velocidad de crucero.

De las aptitudes atléticas de Wilt poco más se puede añadir. Era más alto, más fuerte y estaba mejor coordinado que cualquiera de sus rivales. Por una mezcla de indefensión y acomplejamiento a los estamentos de la liga sólo les quedó tirar de ley, acotar su imperio a través de variaciones en el reglamento que le impidieron habitar en la zona o desviar los tiros en trayectoria descendente así como tocar todo balón que sobrevolara la prolongación vertical del aro. A pesar de ello sus rivales tuvieron que convertir la finta, un recurso, en una filosofía de vida. Para el recuerdo los dos tapones consecutivos que, ya en el ocaso de su carrera, le colocó a Kareem a dos de sus ganchos venidos del cielo, a dos de esos tiros llamados “intaponables”, llamados “imposible de defender”. 



Saben a poco los dos anillos con que puso fin a su carrera. Sorprende que de ocho ocasiones en que se viera las caras con Russell sólo resultara vencedor en una. Bueno, en realidad Chamberlain cogía más rebotes, anotaba más puntos, taponaba más balones,... Pero el 6 de los Celtics metía el tiro libre decisivo (cosa que Wilt con su 51% no pudo nunca conseguir), palmeaba pelotas para que las cogieran sus compañeros o convertía un tapón en un outlet pass para sacar con celeridad el contraataque. Russell conocía el secreto del juego tan bien como Wilt lo menospreció a costa de alimentar su ego. Muchos especialistas coinciden a la hora de apuntar que sus mejores temporadas fueron las últimas, en los Lakers, jugando para ganar y no para sí mismo. 



Para sí y para nadie más, aunque la historia terminara por adoptar aquella noche de récord, fueron los cien puntos del 2 de marzo de 1962. Los 100 puntos que el acta acredita y que necesitaron de 63 tiros de campo y de 32 tiros libres para materializarse. Aquella noche Chamberlain acreditó él solo la estadística de un equipo completo. En unas declaraciones posteriores al final de su carrera comentaba lo siguiente: “No sé cómo pude utilizar tantos tiros en aquel partido. Hoy me doy cuenta de que fue un error, un error que encuentra su razón de ser en todos los entrenadores que a lo largo de mi carrera me insistieron para que tirara una vez tras otra. Algunas veces aquellos tiros fueron buenos, pero en otras ocasiones no fueron más que un error”. 



Pero si el paso del tiempo le dotó de una nueva perspectiva, el final de su carrera baloncestística fue sólo el comienzo de sus exhibiciones en otros deportes y en otras materias. La negativa de los Lakers a que formara parte del equipo de la ABA, San Diego Conquistadors, provocó una reacción en cadena que condujo a Wilt a hacer sus pinitos en la liga de volleyball, en el tenis, corriendo maratones o incluso jugando al polo. Es más, durante meses llegó a entrenarse con la convicción de que Muhammad Ali aceptaría una pelea contra él con el título en juego. El que sí aceptaría el reto sería Arnold Schwarzenegger en Conan El Destructor. 



A pesar de estas exhibiciones no fue el jugador más querido por los fans pues como él mismo decía “nadie apoya a Goliath”. Aun así, se labró el respeto de quienes compartieron cancha con él. Kareem dijo de él que “el juego no volvería a ver a nadie como él”. Russell, por su parte, reconoció que Wilt y él iban a ser amigos para toda la eternidad. Oscar Robertson no lo dudó ni un segundo cuando le preguntaron si Chamberlain había sido el más grande: “Los libros no mienten”, dijo.

A su obsesión por los récords y a su pasión por las mujeres habría que añadir su afición por la lectura y su dedicación a la escritura. Si tuviera la ocasión de encontrarme con él en esta vida o en la otra me gustaría preguntarle cómo pudo hacer tantas cosas en tan poco tiempo, cómo pudo dominar el juego, amar a tantas señoras y ser tan culto en una vida cuyo epílogo llegó a los 63 años de edad a causa de un fallo cardíaco. Vivió deprisa y murió joven. Lo hizo sin ser de nadie y de ningún lugar. Siendo de sí mismo. Y en su caso, creo que estaréis de acuerdo, fue más que suficiente.


UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Una cuestión de estilo





La brisa que llega desde el Pacífico huele otra vez a campeonato. En Los Ángeles y en gran parte de California los Lakers han vuelto a ser trending topic. Ello gracias a los últimos movimientos, a la penúltima maniobra de un Mitch Kupchak que parece el genio de la lámpara de un Aladino caprichoso llamado Kobe Bryant quien en su afán por alcanzar un sexto anillo se ha convertido en un cacique que decide quién puede jugar y quién no en su particular cortijo. Los últimos tres deseos tienen nombre propio. Nash, Jamison y Howard deberían asegurar un presente feliz para los de oro y púrpura. Con ellos se han de resolver los recientes problemas de la franquicia angelina: la posición de base, el banquillo y la ambición.

Steve Nash aportará experiencia y calidad, control del tempo del partido, lectura del pick and roll y tiro exterior. El canadiense tiene todo lo que nunca tuvo Fisher. Todo menos cinco anillos. A sus 38 años y pese a sus dos títulos de MVP, Nash todavía no ha realizado ninguna visita a las finales. Jugar al lado de Kobe, Pau y Howard debería ser garantía de ello. La convivencia con el primero será complicada. A Bryant le gusta tener la pelota y generar ventajas a partir de dribling (ver vídeo). Mike Brown deberá conjugar las necesidades de ambos cracks para no convertir a Nash en un simple tirador desde la esquina y a Bryant en un escolta que nunca fue, un funambulista de esos que flirtean con los bloqueos para generarse opciones de tiro. 



Antawn Jamison es un producto de North Carolina, un tipo que siempre pareció haber ganado todo lo que tenía que ganar en su vida, es decir, nada. Este paradigma del talento por encima del trabajo desperdició en 2010 la ocasión de ganar un anillo a la sombra de Lebron James. Si su aportación en los Cavaliers fue un fiel reflejo de lo que puede ofrecer, entonces más les valdría a los angelinos esperar más bien poco. Quienes intenten cargar sobre sus hombros la responsabilidad de ser un nuevo Odom se equivocan. Es lo que es. Pura seda. Nada más.

Poco se puede decir de la capacidad de intimidación de Howard, de sus aptitudes para el rebote y de su mejorado juego de uno contra uno. Mucho, en cambio, se escribirá sobre su operación de hernia de disco y sobre los cuatro meses que lleva sin ni siquiera trotar. Si esta lesión se enquistara los Lakers habrían cambiado rodillas por espalda, problemas por problemas en la posición de cinco. Quilate a quilate no sé cuál es la ganancia, qué ofrecerá Howard que no ofrecía Bynum. Por eso, tal y como adelantaba, quiero pensar que se trata de ética de trabajo y de ambición profesional.

¿Y Pau? ¿En qué posición queda dentro de este nuevo panorama? Pues depende. Dependerá de cómo maneje las múltiples opciones de ataque Mike Brown. No sé con quién dibujará los pick and roll el entrenador angelino. No sé si buscarán preferentemente un Nash-Howard, un Nash-Gasol, un Kobe-Howard o un Kobe-Gasol (sin descartar un Gasol-Howard. Ver vídeo). Mucho me temo, ojalá me equivoque, que volveremos a ver al de Sant Boi alejado del aro, anotando triples y generando espacios. 



Los Lakers tienen centímetros, intimidación y rebote. Tienen una estrella en el perímetro y dos torres que no encuentran parangón en toda la liga. Representan, por tanto, una idea de baloncesto que cotiza a la baja después del anillo de los Heat y de la exhibición de baloncesto dinámico del equipo estadounidense. Se enfrentarán a modelos contrapuestos, a entrenadores que apuesten por el “small ball” (cuatro jugadores exteriores) y a equipos que buscarán defender con agresividad el balón y las líneas de pase para generar errores en la circulación y salir al contraataque. Tendrán que defender con Gasol y Howard a equipos que utilizarán a James o a Durant de cuatro. Tendrán que frenar sin piernas las veloces transiciones enemigas y en ataque harán que 24 segundos parezcan toda una vida. 



Queda dicho. Los Lakers jugarán a dos por hora. Si en los ochenta su modelo de baloncesto alegre y transiciones vertiginosas fue imitado por toda la liga, ahora, en 2012, tratarán de que la aguja del reloj gire a contracorriente, de que vuelvan a la liga los tiempos del blanco y negro y las chicas ye-ye. Los Lakers de 2012, más que a los del showtime, se parecerán a los de finales de los 60 con West (Nash) amasando el balón, Baylor (Kobe) esperando para matar y Chamberlain (Howard salvando muy mucho las distancias) dominando los tableros (eso si la jugada no había terminado antes de llegar). Por esto, y no por ninguna especie de obstinada rivalidad, no puedo apostar por este equipo, por este modelo de juego en el que no creo y con el que no disfruto. Ojo, puede llegar a ser una fórmula ganadora, pero no es la mía.



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Pongamos que hablo de Madrid





El pasado domingo, mientras el Reino Unido hacía gala de un narcisismo patológico mostrando al mundo lo extenso, bueno y malo, de su repertorio musical reciente, me preguntaba si realmente trataban de vender hospitalidad o si, por el contrario, sólo querían demostrar lo cómodos que se encuentran en una especie de bloqueo continental autoimpuesto, lo felices que son en unas islas que geológicamente se resistieron a formar parte de Europa y que en términos políticos siempre quisieron navegar aparte.

Mucha gente en twitter se preguntaba si España, en unos futuribles Juegos de 2020, podría montar un espectáculo semejante con una antología de canciones tan espectacular. Y bueno, aceptando que Londres es la capital mundial de la industria, a años luz de Madrid en términos cuantitativos, creo que unos cuantos temas de algunos cuantos genios podrían representar a la perfección la imagen que de nuestro país ofrecen los deportistas, especialmente aquéllos de quienes no tenemos noticias hasta que la llama se enciende en el estadio.

Para ellos, los héroes anónimos, el entrenar cada día es como acudir puntualmente al Sitio de su Recreo, a esa pista de atletismo, esa piscina de agua tibia o ese gimnasio de mancuernas oxidadas donde la nieve, el huracán y el abismo no consiguen suplantar ese halo mágico que lo envuelve. 



“Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar”. Machado y Serrat lo saben. Los deportistas también. Y aunque para trasmitir este mismo mensaje podríamos recurrir también a La Vida Sigue Igual de Julio Iglesias, prefiero la noción de camino que encierran los versos del poeta, unos versos que parecen estar inspirados en el trayecto que termina y comienza cuando el fuego olímpico se consume al final de unos Juegos, en el inicio de una nueva olimpíada. 



No. No tenemos un canto pacifista tan icónico y estremecedor como el Imagine (entre otras cosas porque no existe), pero algunas piezas como No dudaría, Sólo le pido a Dios o una más comprometida aún Papá, cuéntame otra vez podrían hacer las veces. Y si se pretende que los Juegos de 2020 sean un canto a la libertad por la que tanta sangre han derramado miles de inocentes en este país qué mejor que Libertad sin ira para recordarnos, de paso, que no quedan tan lejos los tiempos de joderse y aguantarse, de callar, en definitiva, ante el inmisericorde mensaje de un dictador. 


Y aunque nuestro carácter es en esencia mediterráneo, dado que ya Barcelona rentabilizó en su justa medida la obra maestra de Serrat, yo prefiero que retumben en el estadio los acordes de Entre dos Aguas. Dos aguas que para Paco de Lucía representaban la rumba y las alegrías y que para nosotros, los españoles, bien podrían ser las del Mediterráneo y el Atlántico, las de un mundo que nos descubrió y las de unas tierras que un día ya lejano conquistamos. 



Si entre dos aguas se escribe la historia de nuestro país, Entre dos tierras, éxito y fracaso, perseverancia o abandono, se encuentra también el deportista cada vez que las dudas le invaden. Por ello, y como homenaje además a una persona a la que aprecio demasiado (ella sabe quién es), Enrique Bunbury y sus Héroes del Silencio, no podrían faltar en tan señalada ocasión. 



De desengaños, amorosos o no, también está hecha la vida del deportista y qué mejor que Cadillac Solitario de Loquillo para introducir al espectador en ese campo de sensaciones, de decepciones y sinsabores, que acompañan al competidor cuando no se consiguen los objetivos. Y para no alejarnos del rock me quedo con Maneras de Vivir de Rosendo para identificar esa idiosincrasia tan particular que define a todos esos locos que abandonan carreras e hipotecan su futuro a cambio de explorar hasta el último rincón de sus sueños. 



Como critiqué la excesiva duración de la ceremonia de clausura del domingo, creo que va siendo el momento de lanzar la traca final. Una traca final que empezaría con el Bienvenidos de Miguel Ríos. Con la bienvenida a ese cruce de caminos donde el mar no se puede concebir, donde regresa siempre el fugitivo. Pues eso, Pongamos que hablo de Madrid



Y así, sin necesidad de grupos juveniles de dudosa calidad, de Spice girls marchitas o de absurdos homenajes a la talla 36, habríamos dibujado una ceremonia que daría paso a unos Juegos Olímpicos que de celebrarse en Madrid y gracias al esfuerzo de todos nosotros, españoles, tardarán en ser olvidados más de 19 días y 500 noches.

UN ABRAZO Y MUCHA SUERTE PARA EL PROYECTO MADRID 2020

Diecisiete y media





Quedan doce segundos para que concluya la competición en Londres. Doce segundos en un abarrotado O2 Arena que le ha enseñado a los británicos las maravillas de un deporte llamado baloncesto. España sigue peleando cada balón redimiéndose de los pecados de la primera fase, haciendo olvidar los malos minutos y las decisiones éticamente reprochables. Fin de partido.

Se derrumba mi corazón al ver a Pau Gasol dirigiendo el corro final del equipo perdedor, de una generación que se bautizó en Lisboa y que Dios no lo quiera, tal vez esté diciendo adiós en estos momentos. El Mundial de 2014 en casa debe ser un aliciente lo suficientemente grande como para solicitarles una prórroga a Navarro, Gasol y Calderón y que éstos nos la concedan. Ellos se han de unir al futuro mejor base del continente, Ricky Rubio, al incansable Rudy, al cada año mejor Marc Gasol y al que promete ser un ala pívot de época, Nikola Mirotic, para que el último aliento de este grupo de jugadores se consuma en lo alto del podio, en el templo que la organización elija para dirimir la final de dicho Campeonato del Mundo.

No es momento para hacer balance, tampoco para jugar a entrenador y limar al más mínimo detalle lo que se pudo hacer mejor. Y es que primero fue Durant y luego fue Lebron. Y si nos hubiéramos decidido a frenar antes al primero, también antes nos hubiera castigado el segundo. Estamos asistiendo, y sólo la falta de perspectiva nos permite conocer las verdaderas dimensiones, a la coincidencia en el tiempo de dos grandes mitos de la canasta, dos tipos que, aunque tampoco es el momento, hacen parecer pequeño a un Bryant que sostuvo durante mucho tiempo a una liga huérfana de ídolos tras la marcha de Michael Jordan. Por ello es de justicia reconocer el mérito de la selección norteamericana, rendir mención a la pasión con la que se mueven en la cancha y disputan cada balón. Les recriminaron sus excesos en el arte de caminar y no caminaron, les criticaron por no pasar el balón y han sido el mejor ejemplo del pase extra. Decían, decíamos, que eran débiles en el juego interior y encontraron fórmulas para que la herida no fuera mortal.

Démosle el mérito que tiene y merece al señor Mike Krzyzewski, al jefe al que todos los jugadores del combinado norteamericano respetan, a un señor religioso que convirtió en rito ineludible, dentro de una comunidad universitaria repleta de geeks, el acudir al Cameroon Indoor Stadium cada día de partido. 



Y si hablamos de entrenadores, qué decir de Don Sergio Scariolo, ese hijo agradecido que encabeza la fundación en honor a su padre y a su lucha baldía contra la leucemia para que otros la puedan vencer. No se trata de hacer demagogia, sólo de pedir que ese mismo esfuerzo de memoria lo hagamos los aficionados para con quien dirigió a esta selección durante un ciclo olímpico excelso y maravilloso, con dos Eurobaskets consecutivos y un Mundial sin Gasol del que sólo nos pudo apartar un inspiradísimo Teodosic. Es imposible que todos estos méritos se hayan conseguido a pesar de Sergio Scariolo y no gracias a su aportación, mayor o menor, a la mejora táctica de un grupo al que le hacía falta una cierta renovación de contenidos. 



Pero si un hombre debe personificar este éxito que sin lugar a dudas es de conjunto, ése es Pau Gasol, una figura a la que los mejores jugadores del planeta abrazan con veneración porque es, como dijo Coach K, uno de ellos. Quién nos iba a decir hace quince años que uno de los nuestros podría llegar a ser uno de los suyos, que ese niño que jugó siete minutos en Lisboa sería el jugador determinante que es ahora, un héroe más de quienes un día sueñan con parecerse, aunque sea un poquito, a estos ídolos de carne y hueso.

En unas pocas horas se apagará el fuego olímpico. España lo hará con diecisiete medallas, cumpliendo los pronósticos y lamentando muchos, demasiados, cuartos puestos. Sin embargo, a raíz de lo vivido esta tarde, por hacernos soñar durante más de treinta minutos con derrotar a una selección que sólo el tiempo situará en su concreto lugar en la historia, podemos decir orgullosos que no son diecisiete, que son diecisiete y media. Diecisiete que se pueden tocar, media que viajará con nosotros siempre en el recuerdo. Media que representa el orgullo de todo un pueblo, el español, al esfuerzo que todos nuestros deportistas han puesto durante estos cuatro años, a sus renuncias y a sus lágrimas, a su sangre y su dolor. Media medalla que encuentra su mejor reflejo en los valores que esta selección de baloncesto representa. 



Gracias a todos los deportistas que durante estos dieciséis días nos habéis rescatado de la rutina y del veneno que supone el desayunar, comer, merendar y hasta cenar fútbol. Os echaremos de menos durante cuatro años. Por eso, egoístas nosotros, egoísta yo, os ruego un nuevo esfuerzo, una nueva lucha por un renovado sueño olímpico. El de Río 2016. Nos vemos.

UN ABRAZO Y BUEN DEPORTE PARA TODOS

Lo mejor para el final





No estoy seguro de ello, pero tras varios Juegos Olímpicos con la mosca detrás de la oreja, esta XXX edición me ha confirmado que Alejandro Blanco, el presidente del Comité Olímpico Español tiene mano en la conformación del calendario olímpico. De esta manera, con las medallas de última hora edulcorando un inicio desolador, la sensación que nos vamos a traer de Londres va a ser similar a la de Atlanta, Atenas o Pekín. Es decir, volveremos de la City convencidos de que estamos donde estamos porque no podemos estar en otro sitio, porque ésta es la realidad de nuestro deporte más allá de las grandes citas futbolísticas y de los talentos individuales.

Estos Juegos se recordarán por el protagonismo de nuestras féminas. Es normal. Sin pretender restar ni un ápice del enorme mérito que tienen, lo cierto es que el deporte femenino aún no ha alcanzado las enormes cuotas de profesionalismo y globalización de su homólogo masculino. Es por ello que las escuetas inversiones y las anquilosadas estructuras de nuestro deporte aparecen más disimuladas en un campo, con todo lo bueno y lo malo que ello implica, más amateur. 



De todas las medallas conseguidas hay una que no por descontada de partida, tiene un sabor menos especial. Me refiero a la del equipo de baloncesto, la novena en doce grandes campeonatos, la tercera de nuestra historia en unos Juegos. Una medalla basada en lo ofrecido por nuestra selección en cuatro cuartos contados, en cuarenta minutos de reloj.

Sin duda, más allá de cuestiones éticas que ya fueron traídas a colación, los últimos diez minutos de Brasil marcaron el camino y dibujaron unos cruces mucho más amables. Por otra parte, el último cuarto contra Francia, una exhibición de defensa y sangre fría, fue el que nos colocó en semifinales. Más mérito aún tuvieron los 47 puntos anotados durante los últimos veinte minutos del segundo encuentro frente a Rusia. 47 puntos que llegaron no sólo de un mayor acierto en el perímetro, sino principalmente de una mayor agresividad defensiva y de una recuperación de ese viejo instinto de correr. En ambos partidos nos beneficiamos de la mayor experiencia, de haber estado en la élite mundial durante más de una década. Volverán las oscuras golondrinas, claro, pero por ahora bastante tenemos con ocuparnos de los halcones del combinado estadounidense. 



Con un juego libre que roza la anarquía, con una defensa agresiva en primera línea y permeable en la proximidad del aro, a los de Coach K les sirve con confiarse a la iniciativa individual en ataque y al uso de manos en defensa para imponer un alto ritmo de partido y destrozar a los rivales. La duda está en si Scariolo cogerá el guante y aceptará un partido del estilo de la final de Pekín o si, por el contrario, tratará de ralentizar el tempo del encuentro para que el marcador se mueva en cifras más asumibles y asequibles para nuestra menor dosis de talento físico y, en menor medida, técnico. Será clave que Calderón se apodere de la batuta y que se juegue a lo que nosotros queramos. Será útil alargar la rotación y utilizar todas las faltas con que el reglamento obsequia a cada conjunto sin el castigo de los tiros libres. Habrá que meter balones dentro, pero será necesario encontrar un equilibrio. Será interesante comprobar cómo se miden entre sí un quinteto más clásico y otro formado por cuatro o incluso cinco jugadores exteriores. Ellos no tienen pívots. Nosotros no tenemos un alero que pueda hacer las veces de un cuatro.

Será, no cabe duda, todo un acontecimiento. Este grupo nos permite soñar dormidos. Ojalá que también despiertos. Lo sabremos mañana.

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

El cajón del olvido






A escasas horas de que la mejor generación de jugadores españoles de baloncesto culmine una obra que ya dura trece años y que amenaza con prolongarse hasta un decimoquinto (Mundial de España 2014) a mí, en un ataque de nostalgia provocado, quizá, por este sofocante calor, me ha dado por recordar, a raíz de lo visto y vivido anoche en el Estadio Olímpico, a todos los ídolos del atletismo mundial, aquéllos a los que o mucho me equivoco o los más jóvenes ni siquiera se molestarán en conocer.

Yo crecí en una década, la de los noventa, que asistió al lento languidecer del Hijo del Viento (culminado con el oro en longitud de Atlanta 96), a la eclosión del velocista más elegante que ha visto una pista de atletismo, Michael Johnson, y al mayor desafío interpuesto por el hombre ante la fuerza de la gravedad, el de Bubka, ayudado por una pértiga, y el de Javier Sotomayor.

Ahora, gracias a que en determinados parajes del planeta la raza humana sigue mejorando y a los avances en medicina deportiva y biomecánica, los récords de velocidad se baten con una facilidad casi insultante. Lejos, muy lejos, quedan ya las marcas de Carl Lewis en el 100. También las de Maurice Greene, quien con aquellos 9,79 parecía haber establecido una marca tope, un techo casi insuperable. Ahora Usain Bolt lo relativiza todo. Nos hace parecer, a mí y a todos mis compañeros de generación, niños de esos que se emocionan con cualquier cosa porque no han conocido el mundo que se abre más allá de su limitado espectro de emociones, de su cercado territorio de experiencias.

En la lucha contra el tiempo y contra el espacio el jamaicano ha roto todas las barreras. Los elementos de juicio sobre las viejas marcas son ahora más severos. Para los que os emocionasteis (nos emocionamos) con los 9,84 de Donovan Bailey en Atlanta sólo deciros que este tipo ha corrido cuatro veces por debajo de 9,70 y una, en Berlín 2009, por debajo de 9,60. Para los que os frotasteis los ojos repetidas veces durante aquella madrugada española de 1996, de nuevo con la vista girada hacia Atlanta, cuando Michael Johnson destrozó el 19,72 de Pietro Menea al ritmo de 88 zancadas de 2,27 metros de promedio deciros que Bolt ya ha corrido tres veces por debajo de ese mágico registro de 19,32 sin desfallecer en el intento. 



Ni siquiera Wilson Kipketer, ese exótico danés, ese emigrante keniata nacionalizado que se midió codo con codo con los récords de Lord Sebastian Coe hasta superarlos un 13 de agosto en Zurich parando el cronómetro en un impactante 1:41,24, puede ahora presumir de ostentar la mejor marca mundial. David Rudisha es la evolución 2.0 de la raza Masai. Más alto, con la misma ínfima cantidad de grasa y más musculado, el corredor keniano ya ha vuelto a destrozar, por los cimientos, un muro tan mítico como el del 1:41. 



Por suerte o por lo que sea, los récords en saltos parecen tener garantizada una vigencia más duradera. Ni los 6,14 de Bubka, ni los 2,45 de Sotomayor, tampoco los 8,95 de Powell o los 18,29 de Jonathan Edwards parecen correr peligro en el corto plazo. Sus nombres seguirán siendo de obligado recordatorio. Aunque sólo sea por decencia, los jóvenes aficionados se interesarán por saber quiénes fueron estos hombres voladores. Sin embargo, no lo dudo, llegará el día en que algún ser especialmente dotado para el atletismo, bien entrenado y educado, batirá estos registros. Y entonces alguien tendrá que ponerse ante el teclado y revisar cintas de vídeo para repasar quiénes fueron y cuánto significaron estos hombres a los que los nuevos tiempos terminarán enviando al triste anonimato como ya han hecho con los Linford Christie, Ato Boldon, Leroy Burrell, Donovan Bailey, Frankie Fredericks y tantos otros nombres que marcaron historia en el atletismo.

Es ley de vida que sus carreras caigan en el cajón del olvido. Es de justicia, creo yo, abrirlo de vez en cuando. 



UN ABRAZO Y BUEN FINAL DE JUEGOS OLÍMPICOS PARA TODOS