Campeonas de Europa





Lo confieso. No soy un fan del baloncesto femenino, no me emociona esta versión por fotogramas y a ras de suelo de nuestro deporte. Vi el partido hojeando el último libro de Daimiel porque consideraba que no me perdería nada conjugando ambas actividades y, tras los cuarenta minutos, creo poder reconstruir escena a escena lo sucedido.



Mientras escribo releo los pasajes anteriores y procuro matizar cada una de las afirmaciones pues no pretenden ser, ni parecer, misóginas. Valoro, no lo duden, cómo las nuestras dominaron las facetas principales de este juego, el rebote y el ritmo de partido, cómo defendieron con agresividad durante la primera media hora para después replegarse en una zona que las francesas “atacaron” con una inocua circulación de balón. Reconozco cómo la importancia del gesto, del detalle, marca la diferencia en un baloncesto más igualitario, menos marcado por las diferencias hormonales y musculares que impone la raza en su versión masculina.



Raza que, sin embargo, también quiso ser factor esencial en este Eurobasket. Sin esa antillana de cuerpo fibrado y piel oscura llamada Sancho Lyttle las opciones del combinado español se hubieran resentido notablemente. Las españolas no hubieran podido correr con esa juvenil inconsciencia ni haber defendido con esa agresividad felina de no haber tenido bajo su aro a una de las reboteadoras más incansables del panorama internacional. Su defensa en el poste medio y su capacidad para anotar los tiros decisivos le hicieron merecedora del galardón a la mejor jugadora.



Este trofeo también lo pudo levantar Alba Torrens. La balear, imparable en transición y acertada en el tiro, constituye un ejemplo más, una nueva muesca para la esperanza de todos aquellos que luchan y padecen para volver a pisar una cancha después de una grave lesión de rodilla. No noté nada diferente en sus gestos. Bien podría haber reconocido en sus cambios de mano y en sus finalizaciones a la Alba que nos deleitó hace unos años en Würzburg. Qué bueno que volviste.



Entiendo que hoy sea un día de celebración entre los directivos y entrenadores de la Federación. La victoria de esta noche supone la culminación de lo que fue un largo proceso de experimentación que cada verano se amortiza con óptimos resultados. Todo ello gracias, también, a los clubes y entrenadores que invirtieron su tiempo en la formación de estas chicas. Todo ello, no lo olvidemos, favorecido por el abandono que los deportes de equipo están sufriendo en la vieja Europa del Este, en el antiguo bloque soviético. La irrupción del individualismo en las pautas de comportamiento de los ciudadanos de estos países y la apertura a mercados alejados del mundo del deporte, hace que los mejores talentos atléticos, que esas barbies de brazos eternos se dediquen a hacer fortuna en el tenis, las pasarelas de moda de París o Milán o en los estudios de Hollywood.



Toca felicitar a Mondelo y a su equipo técnico. Le critiqué por su tiempo muerto ante Suecia, excesivo y sobreactuado, a todas luces innecesario. Pero una anécdota no puede alterar una impresión general que es sobresaliente. Mondelo, seguro de sus capacidades y aplicado en el estudio, no tiene miedo de interactuar con sus jugadoras. Se sabe maestro aun dentro de un grupo con fuertes personalidades, con vacas sagradas que aún llevan restos de sangre inocente en sus manos.



De ellas es también este título. Elisa Aguilar y Amaya Valdemoro transmitieron experiencia y sabiduría aceptando, al fin, con la humildad necesaria, el imprescindible paso del testigo. Ellas conocen el secreto y la Federación, hábil en estas tareas, sabrá reconvertirlas en uno de sus mejores activos.



Fue un bonito triunfo que nos devuelve a la élite europea veinte años después. Ojalá implique un mayor reconocimiento y una mayor implicación por parte de las jóvenes de nuestro país. Y es que aunque siga sin emocionarme el baloncesto femenino, qué bueno sería que los modelos a imitar de nuestras adolescentes fueran Sancho Lyttle o Alba Torrens. Que los valores de referencia fueran la humildad y el sacrificio. El esfuerzo. La multiplicación solidaria y no la división egocéntrica y vulgar que vomitan algunos canales de televisión.



UN ABRAZO A TODOS Y FELICIDADES A LA SELECCIÓN FEMENINA DE BALONCESTO

Tú te vas y yo me quedo






Hace casi diez años, en plena fase de no adolescencia (me pareció un coñazo quererme tanto, odiar a los padres y rechazar toda sombra de autoridad) y culminado mi ciclo en el fútbol sala con una victoria ante Babilafuente en mi Champions League particular (lo entenderán si les digo que perseguimos ese trofeo provincial durante seis años) decidí hacer público mi cambio al baloncesto comprándome una camiseta de la NBA, una liga que llevaba siguiendo de cerca poco más de un año y en la que estaban de moda tipos como Kobe Bryant, Tracy McGrady, Allen Iverson o Vince Carter, aunque, en realidad, los campeonatos los decidiesen Shaquille O´Neal y Tim Duncan.



Allí, en la vieja tienda de Pablo García situada en la calle Toro, sustituida ahora por una tienda en la que sólo veo entrar a señoras (incluyo como señoras a los señores que cargan con el bolso de sus señoras), aquellas camisetas de marca “Champion” buscaban dueño y me pareció, no sé por qué, que la que llevaba más tiempo esperando era una de color verde con el número 34 estampado en el dorso. No crean que fue mera intuición. Yo ya estaba enamorado del juego de Paul Pierce y de ese parqué más propio de una sala de baile en el que juegan los Celtics. Eran los años en los que el alero de Inglewood se asociaba con la otrora estrella de la Universidad de Kentucky, Antoine Walker (Soldado Universal) para resarcir a una afición que empezaba a olvidar los años de abundancia, aquellos maravillosos sesenta, setenta y ochenta en los que el Garden debió parecer, por momentos, un taller de anillos de oro.



No fue aquélla una apuesta a caballo ganador. Fue más bien un flechazo hacia las cualidades baloncestísticas de un jugador con múltiples talentos, pero incapaz de destacar en ninguna faceta. Tiraba bien, pero no mejor que Ray Allen o Allan Houston. Penetraba bien, pero no mejor que Allen Iverson o Vince Carter. Pasaba bien, pero no mejor que Jason Kidd o Steve Nash. Anotaba con facilidad, pero ni de lejos al nivel de Kobe Bryant o el mejor T-Mac. Eso sí, las once puñaladas que aún hoy adornan su espalda, le convierten en un tipo con suerte. Pudiendo haber protagonizado la tercera parte de las nefastas tragedias de Len Bias y Reggie Lewis, el que será para siempre capitán de los Celtics de principios de siglo, se aferró a la vida para intentar compararse con otros mitos de la ciudad de Boston. Y lo consiguió.



Y es que aunque un anillo sepa a poco, aunque las lesiones lastraran aquella ventana de tres años que luego quisieron mantener abierta dos y hasta tres años más, la ilusión volvió a inundar las aceras de Boston e ir al Garden volvió a convertirse en una rutina sagrada. A nivel internacional los Celtics recuperaron el hueco que ahora, de nuevo, abandonarán. En la NBA es difícil perpetuarse en la élite, pero quiero ser optimista pues, si en los cajones de las oficinas de alguna franquicia reside la fórmula de la victoria, ésa sólo puede ser la de la ciudad de Boston.



Por desgracia, en esa fórmula no entrabais ni tú, Paul, ni tu camarada Garnett. Al cinco le agradeceremos para siempre que nos rescatara de las catacumbas, que aportara una nueva actitud, que hablara por los cinco en defensa, que amara lo que nosotros, los célticos, también amamos. Su intensidad, su lucha y su ética de trabajo también merecieron más de un anillo.



Ahora, cerrada definitivamente la ventana, os vais para daros una última oportunidad a vosotros mismos. Lo haréis en una atmósfera completamente diferente, en un equipo que aún busca labrarse un sitio en el corazón de los aficionados y jugando, curiosamente, para un entrenador (Jason Kidd) con el que habéis batallado durante más de quince años en la pista.



Si no ganan los Celtics, hecho harto improbable, mi aliento estará repartido entre vosotros y también Doc. Aun así, trasladando aquel “yo me bajo en Atocha, yo me quedo en Madrid” del maestro Sabina, yo también lo tengo claro, yo me quedo en el Garden. Porque no somos nosotros los que elegimos un equipo, son los equipos los que nos adoptan a nosotros y nos enamoran poco a poco hasta convertirse en una parada imprescindible de nuestras vidas, una estación de metro que nunca abandonaremos por muy honda que esté o aunque se marchen los ídolos. 





UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Despedidas, seductores y mundillos






Ayer, con la ceniza de las hogueras aún caliente, los Celtics de Boston acordaron la salida de su hasta ahora entrenador con rumbo a Los Ángeles Clippers. Tras nueve años de servicio, Glenn Rivers, ex jugador de Atlanta Hawks y New York Knicks y, también entrenador en Orlando, iniciará su primera aventura en la costa del Pacífico tratando de dotar de espíritu ganador a un proyecto que, en los últimos años, ha conseguido ilusionar a los aficionados del vecino pobre de Los Ángeles.



Tres finales de conferencia, dos finales de la NBA y un anillo. Un maravilloso legado en cualquier otra franquicia. Calderilla en el caso de los Celtics. Calderilla, claro, que por irrumpir en el bolsillo cuando en él ya nada quedaba, supo a gloria. 22 años después del anillo de 1986 los Celtics repitieron las 66 victorias de la temporada regular y se alzaron con el campeonato venciendo, además, en la final, a los archienemigos Lakers. Rivers gestionó con sapiencia la conjunción de egos originada con la llegada de Allen y Garnett y marcó los plazos del ascenso en la jerarquía de un tipo especial como Rondo. Pidiendo salud para los suyos despedía una de cada dos ruedas de prensa. Precisamente una lesión de rodilla de Garnett les privó de luchar por un segundo anillo consecutivo y otro incidente, esta vez de Perkins, de pelear en igualdad de condiciones en un séptimo partido, el de las finales de 2010, en el que Gasol se convirtió en amo y señor de la pintura. Esas dos circunstancias no aparecerán reflejadas en los libros de historia, pero sí, en cambio, las pírricas 22 victorias de la temporada 2006-2007.



Aun así, lo peor de estos nueve años será, sin duda, su salida. Verano tras verano su marcha fue una posibilidad. Hubo momentos, aunque tristes, que hubieran supuesto un perfecto final. Sin embargo, tras una temporada decepcionante, tras ser vapuleados por unos miserables Knicks, equipo de parque y amantes de la noche sin personalidad ni criterio, y en medio de insistentes rumores que hablan de una pelea con Rondo, Doc Rivers se va y, lo que es peor, se va sin decir ni pío. Abandona a los Celtics y los deja en un estado crítico de reconstrucción hipotecada, con mucho por limpiar y poco margen para hacerlo.



La puerta de atrás no debería estar reservada a gente tan inteligente y exitosa, tan profesional y admirable como Rivers. Sin embargo, se abre demasiadas veces para ver pasar entre su marco a personas de su valía. Una mala elección de tiempos y, sobre todo, taras en la comunicación conducen a este tipo de situaciones. Aun así, como aficionado de Boston, no me queda otra que darle las gracias y desearle suerte. Seguirá siendo un ejemplo de líder y un gran estratega. 





Unos que se van y otros que llegan. Probablemente el mayor activo del fútbol mundial de los que no visten de corto, Pep Guardiola, aterrizaba ayer en Munich para seducir a su nueva afición y afirmar, sin rodeos ni tapujos, que hay que jugar bien siempre, que hay que ganar siempre. Si hay alguien que pueda con el peso del triplete que logró el Bayern la temporada anterior ése es el entrenador catalán. Ahora, alejado de la contienda cainita, en España se alza una única voz, se expone un único discurso marcado por la admiración y el reconocimiento. Eso sí, Pep lo sabe, muchos están al acecho.



De la actualidad del baloncesto en España rescatar la gran actuación que está llevando a cabo nuestra selección femenina en el Eurobasket disputado en Francia. El grupo dirigido por Lucas Mondelo, gran motivador, afronta el choque de cuartos de final sin conocer la derrota. Gracias a una mentalidad defensiva y al talento de alguna de sus jugadoras el objetivo de la final parece cada día más probable.



Por otra parte, no quisiera dejar pasar la oportunidad de sacar a la luz la última gran ocurrencia relacionada con el mundillo de los entrenadores de baloncesto. Embebidos como estamos de las nuevas tendencias del marketing personal (darse a conocer, autobombo,...), el último reto de los alumnos del Curso de Entrenador Superior de Baloncesto (curso que espero realizar en la próxima edición) pasa por, cito textual, ampliar en más de 50 seguidores de baloncesto (serán válidos clubes, entrenadores reconocidos, periodistas, directivos, agentes y organizaciones de baloncesto) tu twitter, crear una página personal de Facebook o un blog personal y conseguir que tres entrenadores profesionales (en los tiempos que corren y los pocos que viven de esto) entren a visitarlo y lo valoren públicamente. Y claro, ahí andan los alumnos, habituados a pelearse con los chavales, las pizarras y los balones, enzarzados en la búsqueda de seguidores, arrodillándose (de frente o de espaldas según los gustos) delante de los grandes gurús de los banquillos rogándoles un follow, aunque días después les hagan un unfollow, creando con premura páginas personales a riesgo de dotarlas de contenidos improvisados o poco elaborados y rebajándose, en definitiva, para la realización de una tarea que si no es una novatada, debe ser el producto del consumo de productos alucinógenos.



Claro, si digo esto es porque este año no hago el curso. De lo contrario, he aquí mi gran personalidad, estaría pasando por aro, llorando por las esquinas y ofreciendo placeres asiáticos a los poseedores del grial (clubes, directivos, periodistas, entrenadores RECONOCIDOS,...). Y claro, si puedo decir esto, es porque no soy ninguno de ellos, porque me siguen cuatro amigos y porque no me conoce ni Dios. En fin, qué mundo y qué mundillo.



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

El sueño de una tarde de verano






Distinguiendo los colores. Aprendiendo las mayúsculas. Empezando a convivir con sus congéneres. En este estadio de desarrollo se encuentra un blog que nació justo hoy hace tres años para poner negro sobre blanco los pensamientos de su autor, un osado e irreverente don nadie declarado, por su conciencia, inocente enamorado del baloncesto.



Inocente que no irresponsable. Decía Anatole France “prefiero los errores del entusiasmo a la indiferencia de la sabiduría”. Aun así, yo prefiero pensar como Vittorio Gassman cuando afirmaba, desde su religiosidad, “el único error de Dios fue no haber dotado al hombre de dos vidas: una para ensayar y otra para actuar”. Aunque escribir sobre baloncesto pueda ser la actividad más inocua que podamos imaginar, conviene medir las palabras. No es que este blog sea una página de referencia ni un foco generador de opinión. Se trata más bien de un ejercicio de responsabilidad exacerbada, un mínimo que me exijo a mí mismo deseando que todos, en el desempeño de sus actividades profesionales u ociosas, se apliquen el mismo cuento.



Aún hoy, tres solsticios de verano después de aquella calurosa tarde de junio en la que todo empezó, no sé si escribo para escupir todo lo que de baloncesto empapa mis órganos o, si por el contrario, éste es sólo una excusa para eso, para escribir. Lo cierto es que mezclar escritura y baloncesto es una auténtica terapia relajante. Compárenlo, si quieren, con binomios tales como tumbona y martini, copa y puro o pijama y orinal. Espero que todo el placer que experimento sentado en esta silla y tecleando estas líneas traspase la pantalla mediante la cual nos comunicamos.



En alguno de los talleres de escritura que he ido realizando en este tiempo para deshacerme de vicios e ir definiendo un estilo propio, reflexionábamos sobre el oscuro objeto deseo de lo escrito. Miren con escepticismo a quien afirma escribir para sí mismo, a quien dice hacer arte por arte y buscar sólo placer por placer. Yo lo tengo claro, si este blog es público es porque su autor quiere que lo lean y es que su autor, o sea yo (qué triste es hablar de uno mismo en tercera persona), cree a pies juntillas en lo que un día Erich Fromm relató: “Naces solo y mueres solo, y en el paréntesis la soledad es tan grande que necesitas compartir la vida para olvidarlo”.



Hoy, con el asfalto derritiéndose ahí fuera, en medio del sopor que envuelve a un nuevo sueño, prometo seguir desafiando a los avatares de lo cotidiano y encontrar, aunque no exista, un minuto o una hora para comunicarme con vosotros y rellenar este paréntesis que es la vida, una vida que es más plena si se comparte y, también, pruébenlo si no lo creen, si uno entrena, ve o juega al BALONCESTO


Hoy, como durante 371 entradas, me despido como siempre. UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Se la quedó Felipe





Se la quedó Felipe. Como tantas otras veces. Hasta la pelota quiso despedirse de la temporada abrazada a este estandarte andante de la integridad y la honradez, a este mito del baloncesto al que, como al resto de compañeros de aquella magnífica generación, echaremos de menos cuando ya no esté.

Ganó el Madrid en una serie que nunca debió llegar al quinto partido, en unas finales que el Barcelona afrontó bajo mínimos y que peleó con bravura hasta el último momento gracias a que unos días aparecieron unos y otros días otros. Hasta los que no estaban invitados quisieron colarse en el guateque y amargar la fiesta blanca. Y si no qué les parece la actuación de Sarunas Jasikevicius tirando pases de cuchara o a la remanguillé, anotando tras parada o yendo a la línea como en sus mejores tiempos. Sin embargo, para desgracia de Pascual, impecable estratega, desaparecieron demasiados. Dos han sido los hombres clave durante los últimos años y los dos, Lorbek y Navarro, por unos motivos u otros, no acudieron a la última gran cita.

El Barcelona se encontró con el muro de los 72 puntos, barrera infranqueable que se le apareció una jornada tras otra con independencia de la dureza o agresividad defensiva con que se aplicara el rival. No había más en la recámara. Ni a nivel técnico ni a nivel táctico.

Conociendo, como conocía el Madrid, el problema de su rival para multiplicar los panes y los peces, tiene mayor pecado que tuviera que jugarse un quinto. Y es que por muy dura que fuera, que lo es, la defensa de los azulgrana, el equipo de Pablo Laso, elaborado con sumo tino en la búsqueda de un equilibrio ofensivo y defensivo (no tanto interior-exterior) y con jugadores de perímetro de infinito talento, podría haber trazado mil rutas diferentes para concluir todos los encuentros por encima de los ochenta puntos y haberse llevado la serie 3-0 mandando, de paso, un mensaje diáfano de cara a los próximos tres o cuatro años.

Pero no. El Madrid tuvo que apelar a la heroica, hablar de los árbitros y aferrarse a Felipe para terminar de darle la puntilla al Barcelona. Necesitó sacar la chequera para conseguir a un tres de garantías en la que fue, ésta sí, la puntilla definitiva al sucesor de Carlos Jiménez (disculpen la ironía). Hasta tal punto temieron en Goya por esta liga que hasta Laso hubo de rehacer su rotación, rígida como un menhir, e introducir a Carroll de inicio para marcar un parcial de 10-0 para poner las cosas en su sitio.

Hasta aquí las críticas. Hoy el madridismo, ese sentimiento que me incluye (en un sector, eso sí, que se va moderando con los años) tiene motivos para estar feliz. El primero, claro, es la liga. La liga como título y la liga como recompensa a un trabajo muy bien hecho. El segundo tiene que ver con el pasado, con los años de prédica infructuosa en el vacío de la derrota que hoy, de pronto, quedan atrás, muy atrás. El tercero, el más importante, es el que tiene que ver con el inmediato futuro, con la ilusión que transmite a la afición un proyecto que se consolida a base de nombres, pero sobre todo de ideas.

Y aquí entra Pablo Laso, uno de los personajes del mundillo más parodiado, cuestionado, criticado y, también, admirado y respetado. Aunque en momentos cruciales de la temporada echó el freno de mano y recordó, o le recordaron, que cobra por ganar y no por dar espectáculo, su propuesta de baloncesto es digna de alabanza. Tuvo los cojones, aunque después varias veces este mismo motivo se los haya puesto de corbata, de descartar la renovación de Tomic por su poca implicación defensiva y por su lentitud a la hora de recorrer el carril del cinco en el contraataque. Él y su equipo técnico asumieron las consecuencias de apuestas arriesgadas como las de Slaughter o Draper y le dieron un voto de confianza a Sergio Rodríguez sabedores de lo escaso que anda el talento en el mercado. Tenían la fórmula y simplemente buscaron los ingredientes.

El plato siempre supo bien. Siempre fue agradable al paladar e invitaba a querer probar un poco más. Sin embargo, por pequeños detalles, no terminaba de rematar en los grandes concursos. Se perdió por un rebote defensivo la Copa del Rey, se cedió ante el rodillo de Olympiakos la ansiada novena. Por eso este título, además de esperado se había convertido en urgente. Tocaba avalar con resultados, con trofeos en las vitrinas, un trabajo que a todos nos parecía bueno, nos sabía bueno y nos olía bien.

Por fortuna, para mí como madridista, para nosotros, como amantes del baloncesto, este título ha llegado. Sucedió en la noche de un 19 de junio en la que nos seguimos acordando de Manel y, claro, al igual que el balón, de los huevos de Felipe. 


UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Las venas abiertas de Salamanca





El mundo es una gran paradoja que gira en el universo. A este paso, de aquí a poco, los propietarios del planeta prohibirán el hambre y la sed, para que no falten ni el pan ni el agua.”
(Eduardo Galeano)

Salamanca recuerda hoy a una de esas ciudades mineras del Perú que vieron agotadas sus vetas de plata. Salamanca es hoy ese pueblo abandonado del Brasil que vivió del caucho hasta que un alemán descubrió su correlato sintético. Salamanca es un museo urbano que envejece a marchas forzadas, una taberna de paso para el joven intrépido, un esqueleto de hormigón al servicio interesado de unos pocos.

Dicen de ella que vivió tiempos felices, que en ella nunca rebosó la guita, pero que siempre floreció el conocimiento. Mencionan el nombre de insignes maestros, hábiles en la oratoria y comprometidos con su tiempo. Cuentan que es cuna de grandes toreros, pero ya no se recuerda el día en que su plaza colgó el cartel de “no hay billetes”. Hablan de la fertilidad de sus vegas, ahora ocupadas por chalés y centros comerciales.

No hace falta que me cuenten, porque ya estaba aquí, el rumor que, con origen en el Estadio Helmántico, invadía cada tarde de domingo la atmósfera de la ciudad. Bastaba, aunque te encontraras en la plaza o en el más alejado, aún, puente romano, con afinar el oído para saber cuántos goles llevaba marcados la Unión. Hoy, 90 años de historia se ponen en liquidación y, aunque no me toque muy de cerca (sólo fui socio durante tres años), siento como míos los lamentos de quienes sobrevivieron a las gélidas noches de invierno, al fútbol rácano que acostumbraban a emplear los rivales en sus visitas al Helmántico y a los arbitrajes que, probablemente desde una percepción distorsionada de la realidad (la propia de todo aficionado) siempre nos perjudicaron.

Pero el rumor del Helmántico no es el primero que se apaga en esta ciudad. También retumbaban Würzburg y la Alamedilla en aquellos maravillosos 90 en los que CBS y Sol Fuerza disputaban la ACB y la Liga de División de Honor de Fútbol Sala. Sin necesidad de adornos dorados ni alfombras rojas aquellos salones contribuían a hacer ciudad, a crear un sentimiento de comunidad y pertenencia que nos hacía sentir más fuertes y dichosos

Entonces, cuando la selección nunca pasaba de cuartos, cuando la manera de contactar con los amigos era una simple llamada (simple, pero cara como te recordaba tu padre al llegar la factura), Salamanca, mi Salamanca, que cantaba el gran Farina, era capital del deporte. Aquí se rindieron leyendas del baloncesto y el fútbol como Sabonis, Vieri, Figo o Rivaldo. En nuestras calles se celebraron ascensos improbables y otros más bien imposibles como aquel 0-5 en Albacete. Aquí, para no perder las tradiciones, se tuvo poca paciencia y se ajustició con premura a alguno de los artífices de este sueño (Juan Manuel Lillo y Fernando Merchante lo pueden atestiguar). No es la paciencia un hábito castellano, aunque la tierra suela premiar al que la trabaja y la sabe esperar. Y de tierra, aquí, saben un rato.

Y es que en los 90 el deporte era un elemento articulador. Almendralejo, Mérida, Soria un poco más tarde, Lérida y Albacete entre otras muchas localidades del interior de la península pudieron disfrutar de fútbol de primera. Ahora, en cambio, apenas hay vida más allá del centro madrileño y la periferia. Creo que muchos cambiarían ahora estas eurocopas y mundiales de fugaces celebraciones víspera de un nuevo lunes en la oficina (eso si hay suerte y se tiene un empleo) por aquellas tardes de bota y farinato, de encuentro y plática con los paisanos en el campo de siempre, al sol o a la sombra, animando a los chavales si se ganaba, y atizando a los mercenarios si se perdía.

Hoy, día en que 90 años de recuerdos y vivencias compartidas quedan enterrados, la sangre se desparrama por las venas abiertas de una ciudad que expide, cada día que pasa, un visado de salida a quienes la amamos y aún la vivimos. 


¡HALA UNIÓN!

Los secretos de Manel







¿Qué tiene de purificadora la muerte que expía de súbito nuestros pecados y nos eleva a una categoría social desconocida? Manel Comas ya no lo descubrirá. Es un secreto reservado para los vivos, para quienes asisten desde fuera al sepelio y observan apesadumbrados la caja que algún día nos envolverá para siempre.



La anunciada muerte del mítico entrenador barcelonés ha dejado paso a la habitual lluvia de halagos. El mundo del baloncesto parece haberse puesto de acuerdo para alabar la categoría profesional y humana de este singular personaje al que el baloncesto le dio la oportunidad de alcanzar un reconocimiento que nunca hubiera obtenido en el sector industrial.



Este licenciado en Químicas, aficionado al rock y batería de un grupo amateur, vivió deprisa y murió relativamente joven. Su rostro, inconfundible por su bigote, permanecerá en la memoria de los aficionados. Su nombre estará presente en multitud de conversaciones y traspasará generaciones siempre que los que hemos tenido la suerte de asistir a sus enseñanzas y observar, desde mayor o menor cercanía, su pasión por el baloncesto, hagamos justicia a su figura relatando sus hazañas y citándole siempre que, será inevitable, utilicemos una de sus frases.



Pero ojo, no caigamos en el cumplido que él siempre denostó. No tiremos de tópico por típico que sea asistir a un entierro fumando la pipa de la paz. A Manel le gustaba hablar claro, decir lo que le salía de las entrañas hasta el punto de parecer desagradable. La espontaneidad fue su cara y su cruz y con espontaneidad debemos referirnos también a él, aunque ya no tenga la vida para defenderse.



Vida, por cierto, que no fue tan benévola con Manel como lo serán los parabienes que sigan a su muerte. En 2003 perdió a un hijo y a un hermano. Fue entonces cuando abandonó la batería, cuando a punto estuvo de abandonarse a su suerte y dejarlo todo. Todo, claro, menos el baloncesto.



Pero su vida no fue una simple sucesión de castigos. Fue también un carrusel de privilegios a los que muy pocos podremos acceder. Lo siento Manel, pero tengo que decir que no todos tendremos tus padrinos. No todos podremos empezar nuestra carrera en los banquillos sentados al lado de Don Alejandro García Reneses, bautizando con números las posiciones sobre el campo. El día en el que el base se convirtió en un “1” empezaste a dar forma a un legado que, de nuevo siento decirlo, incluye pocos títulos para tan larga carrera. Sigo hablando con franqueza, con la misma con la que te gustaría responderme y ponerme en mi lugar, sí, ese que en este momento está a años luz de donde habita tu leyenda.



Pero seamos honestos, Manel, una Korac, una Copa del Rey y una Recopa son poco bagaje para alguien al que le gusta autodefinirse como un ganador. “No hay nada que me alegre más que escuchar a un antiguo jugador reconocer que le hice sufrir, pero que, a cambio, le enseñé a ganar” reconocías en una entrevista para la televisión. El Barcelona confió en ti para relevar a tu maestro y fracasaste. Dejaste pasar una gran oportunidad. Quizá no estaba hecha a tu medida.



Porque no le apodan a uno el sheriff si no gusta de mandar. Si lograste poner orden en el proyecto del Joventut a comienzos de los ochenta, también es cierto que tu carácter y esa espontaneidad a la que antes hacía referencia, te fueron condenando a banquillos de equipos cada vez más modestos, a labores de fontanero y a tareas impropias para tu ingenio y tu talento. Tuviste que lidiar, y te pilló el toro, con el nuevo paradigma de jugador, un ser enamorado de su reflejo, ahogado en un pozo de elogios que en vez de hacerle más fuerte, contribuyen a su destrucción. No pudiste, tampoco, con quienes venían a ganar dinero sin trabajar. Tampoco con quienes entienden la camiseta que cubre sus cuerpos como un mero elemento de vestuario.



Agradecidos quedamos, no lo dudes, de tu salto a la televisión. Escuchar tu voz del otro lado de la pantalla supuso un chorro de aire fresco frente al buenismo de comentaristas con demasiados amigos sobre el parqué. Tú también los tenías. No te reprimías al expresar loas hacia San Emeterio, Morris o algún otro de los tuyos, pero no hablabas de buenos y malos en base a argumentos de cine. Para bien o para mal era el baloncesto el que te hervía por las venas, el que guiaba cada una de tus frases que, en tu caso, eran la simple expresión verbal de tus pensamientos.



Y es que no te equivocabas, Manel, al autoproclamarte ganador. Puede que en la cancha apenas vencieras en unos cuantos partidos más de los que perdiste (sin olvidar que los que ganan y pierden son los equipos y no los entrenadores), pero lo cierto es que te labraste un nombre, una estampa y una figura que nunca olvidaremos. Turbios sucesos salieron a la luz hace unos días. De ser reales te habrían hecho merecedor de severas represalias. Pero nunca lo sabremos, serán solo un secreto más. Como esos que quedan para siempre en el interior de un vestuario.



Descansa en paz Manel. Aquí seguiremos intentando darle sentido al juego del uno al cinco, apelando a la técnica del conejo y revisando los sistemas con los que te enfrentaste, y a veces venciste, a los grandes del baloncesto europeo con jugadores que, como su técnico, afrontaron la vida y el baloncesto de la única manera posible, sin complejos. 





UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Clandestinos







Para un criminal ser un clandestino es norma de vida. Cuando la ley te persigue la única manera de eludirla es convertir tu mundo en una cloaca y asomar la cabeza sólo muy de vez en cuando. En ese caso es normal que no aparezcas en los medios, que los vecinos no te saluden y que la panadera te pregunte cada día qué tipo de bollo te gusta más.

Sin embargo, hablo en nombre del baloncesto español, de su campeonato enseña y de todos cuantos nos dedicamos a este deporte de manera más o menos humilde y entregada, ¿cuál fue nuestro delito? ¿Quién nos persigue para que debamos movernos en este nivel de anonimato que nos conduce, sin posibilidad de enmienda, a la ruina más absoluta?

Mañana, perdonen si la sintaxis a partir de ahora no es tan pulcra pero es que intento recuperar el oxígeno que he consumido buceando hasta las simas más profundas de webs especializadas en deportes, creo, porque es difícil estar seguro acerca de la fecha y el horario de un acontecimiento tan marginal, se disputa el primer partido de la eliminatoria por el título entre el Real Madrid y el Regal Barcelona. Los telediarios, salvo el de la cadena pública, han obviado su existencia o la han reducido a una breve nota al filo de la despedida. En las calles de nuestra “querida” España se intuye el olor de la arcilla de París y apesta al humo negro que contamina la atmósfera de Montreal. Son otras las prioridades de un país que hace ya mucho tiempo que dejó de entender el baloncesto como el segundo deporte, como una alternativa real al fútbol de la que todos hablaban aunque ninguno entendiera. Vamos, eso mismo, como el fútbol.

Otro día, si os apetece, discutimos sobre los factores (rotaciones largas, menor identificación con los equipos, globalización de la NBA, polarización por parte del Dios Balompié, mala comercialización del producto,...), pero hoy quisiera hablar de las consecuencias, del panorama que se dibuja para un deporte que vive su gran clásico como si se tratara de un partido más. Créanme cuando les digo que ninguna de las personas de mi bloque dejará de ir a misa o de tomar el vermouth para ver el partido (entre otras cosas porque no saben ni que se juega). Tampoco se suspenderán las salidas al campo ni las visitas a los abuelos. Las comidas estarán aliñadas de “iphones” y de conversaciones estériles sobre el tiempo, el paro o las notas del muchacho y en el televisor, ese fiel compañero siempre listo para deshacer los incómodos silencios, se escuchará de fondo el canal de dibujos o una cadena musical.

Así vivirá el domingo la clase media española. Esperando a que empiece el tenis. Sufriendo porque Pérez no le rompa el alerón a Alonso. Ignorante de todo cuanto suceda en el Palacio de Deportes en una mañana, la del domingo, que en esta península al menos, es para digerir la resaca.

Ojalá, para los aficionados que aún seguimos creyendo en todo lo que este, nuestro deporte, le puede aportar a la sociedad más allá del mero entretenimiento, el dicho taurino se cumpla a la inversa y que mañana de escasa expectación se convierta en partido de relumbrón. Ingredientes hay de sobra para ello. Grandes jugadores, confrontación de estilos, rivalidad histórica y cuentas pendientes son factores a tener en cuenta. Sin embargo, como también añadía al analizar la final de la NBA, el pasado es pasado y ahora, en este punto de la temporada, sólo cuenta el presente. Por muy clandestino que sea.

Que gane el mejor. Y que nosotros, aunque seamos poquitos, lo veamos.

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Es Lebron, estúpido





Para todos aquellos para los que la vida es aquello que pasa entre el primer partido y el último de las finales de la NBA hoy es una noche especial. Tras ochenta y dos partidos de temporada regular y tres rondas de playoff, los dos mejores equipos del mundo del baloncesto se enfrentan entre sí poniendo sobre el tablero dos conceptos y filosofías diferentes.

El camino, aunque más plácido el de los tejanos, ha sido largo. Lejos quedan ya las sesenta y seis victorias en temporada regular de los Heat, su racha de partidos consecutivos (la segunda mejor de la historia con 27) y, también, aunque sólo hayan transcurrido tres días, la dura serie contra Indiana. Lo mismo le sucede a los Spurs, quienes a base de contención y metrónomo han sabido medir sus fuerzas para llegar a junio con el tanque de la gasolina intacto y las articulaciones de sus mejores jugadores en su sitio. Sin embargo, todo eso es pasado, bonitas historias que sólo se recordarán si el resultado final es el de una victoria.

Los dos métodos de los que Heat y Spurs hacen gala se han mostrado eficaces hasta la fecha. La lluvia de estrellas que cayó sobre Miami en el verano de 2010 fue la antesala de un amanecer brillante para la franquicia. Tres son ya las finales consecutivas para los Heat y si los Mavericks cogieron aún tierno el proyecto, los Thunder de Durant pudieron comprobar de primera mano su fortaleza. Sin embargo, no debemos caer en el error de pensar que es éste un asunto de tres, pues ni Wade es el que era ni Bosh lo que algún día pareció que iba a ser. No estoy seguro de lo que dice la estadística, pero los verdaderos camaradas de Lebron son Chalmers, Cole, Andersen, Battier, Allen, Mike Miller y, sobre todo y por encima de todos, Udonis Haslem. Dentro de este mosaico de roles secundarios todos tienen definida su función. Es mérito del señor Spoelstra tener a la plantilla preparada y siempre dispuesta para echar una mano. Es mérito también de este entrenador de origen filipino la consistencia defensiva del equipo y la cantidad de recursos tácticos de la que hacen gala en esta mitad del parqué. Sin embargo, todo lo demás, que es bastante, es asunto de Lebron.

En este momento de su carrera, tras diez años de trabajo diario y mejora constante salpicados de aprendizajes más o menos dolorosos, Lebron James es el mejor jugador del planeta. Su impacto sobre el juego es tan notable que nadie podría dudar de que los Bobcats o los Kings podrían pasar de las sesenta victorias adquiriendo sus derechos. Lebron defiende como lo hacía Pippen, corre la cancha como la corría Worthy, pasa como lo hacía Oscar Robertson e intimida tanto como intimidaba, y no es blasfemia, Michael Jordan. Poner la bola en sus manos sí que es una operación rentable. Sobre todo si lo comparas con los bajos riesgos que conlleva.

Se lamentaba el propio Lebron, en una entrevista reciente, por la ausencia de un jugador de su nivel con el que haber establecido una rivalidad a lo largo de los años que pudiera ser recordada pasadas las décadas. Sólo Kevin Durant, si los Thunder consiguen rodearle de jugadores de garantías, parece tener las condiciones. Lo que parece claro es que durante toda la serie final el “6” de los Heat no se enfrentará cara a cara con un ídolo de similares proporciones. Pasarán por su defensa Danny Green, Kawhi Leonard e incluso el propio Manu Ginobili. Rezarán, todo lo más, para que no meta sus lanzamientos exteriores, momento en el que frenarle se convierte ya en un acertijo indescifrable.

Si un nombre hubiera que poner en el otro lado de la balanza para equilibrar el peso que carga sobre sus hombros Lebron James, éste sería el de Greg Popovich. El entrenador de los Spurs es la cabeza visible de un proyecto por el que parecen no pasar los años. Tras seis años en el apeadero, los de San Antonio se suben de nuevo al tren de las finales y, si hacemos caso a los precedentes, no suelen bajarse hasta la última estación. La estabilidad del modelo de los Spurs ha evitado transiciones traumáticas, pérdidas de estilo y comeduras de coco. Cambian los nombres, pero permanece la esencia. Aun recuerdo la temporada 2002-2003, la primera que seguí casi a diario a través de la televisión vía satélite. Por los Spurs Parker-Bowen-Jackson-Duncan y Robinson. Sexto hombre, tras labrarse palada a palada la confianza en su año rookie, Manu Ginobili. También tengo muy presente la 2004-2005 con el argentino simplemente sublime. El papel estelar lo heredaría Tony Parker en las finales de 2007. En los tres anillos tres nombres: Parker, Ginobili y Duncan. También Bowen, pero entiéndase lo que pretendo decir. Los demás jugadores iban y venían. A veces eran Malik Rose y Kevin Willis los que ayudaban en posiciones interiores y en otras ocasiones eran Oberto y Robert Horry los que cumplían con el trabajo sucio. Un año jugaba de alero Jackson, otro Barry y otro Finley. En fin, que en los Spurs podríamos jugar bien hasta tú y yo. Ello, entre otras cosas, gracias a Tim, Siglo XXI, Duncan. El para mí mejor cuatro de la historia apura sus últimas bocanadas de aire actuando como pegamento. Aun con problemas personales a sus espaldas, el desgarbado jugador de Islas Vírgenes es un manual de instrucciones viviente sobre lo que significa jugar al baloncesto en los Spurs. Y es que no todo el mundo entiende lo que significa desplazar el balón a la velocidad con la que lo mueven los de San Antonio de lado a lado de la cancha, dentro y fuera de la zona y siempre con buen criterio y sumo gusto.

Creo que es por estos motivos que leo a la gente apostar por los Spurs. Desde luego, si éste, como hemos debatido en otras ocasiones, fuera un juego de entrenadores, filosofía y estilo, de dogmas e incluso de juego en equipo, ellos serían los favoritos. Sin embargo, parafraseando a Gary Lineker y su famosa frase “el fútbol es un juego inventado por los ingleses y en el que siempre ganan los alemanes”, yo digo, y afirmo, y creo no equivocarme, que el baloncesto es un juego inventado en Estados Unidos y en el que siempre ganan los que juegan con el extraterrestre. Y en este caso son los Heat. Es Lebron, estúpido, que diría Clinton. Que nadie se dé por aludido y que todo el mundo disfrute de las finales. No volverán hasta el año que viene.

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS