Desmontando el clutch time (III)




Finalizo con esta, la serie de tres entradas en las que he compartido con ustedes el contenido del proyecto de investigación a propósito del Curso de Entrenador Superior de Baloncesto. Si llega a esta entrada sin haber leído las anteriores, no puedo otra cosa que aconsejarle su lectura, no solo como una puesta en antecedentes, sino como un necesario ejercicio para la comprensión de lo que aquí se pretende explicar.


Como bien recordarán, nos restaba conocer el análisis sobre los tres últimos puntos de discusión de los seis en torno a los que hice girar el análisis de las jugadas decisivas de finales igualados de partido.

4. Diseño táctico. Como premisa y en base a nuestra experiencia como espectadores, habíamos introducido la creencia de que tanto el bloqueo directo central como el aclarado serían los dos modelos de jugada más utilizados. Para confirmar esta hipótesis vamos a intentar analizar, a partir de un gráfico bastante elocuente de por sí, si ambas alternativas, las del aclarado y el bloqueo directo central, son, además de las más empleadas, las más adecuadas en función de su rendimiento recordando, nuevamente, y no está de más hacerlo, lo limitado de la muestra en términos cuantitativos.


Desde luego, a la vista de los datos, el bloqueo central no demostró el porqué de su preeminencia al mostrarse vulgar en términos de eficacia. Sólo en 31 de cada 100 posesiones sería exitoso extrapolando los datos de la muestra. ¿Por qué? En mi opinión, solo una más, porque es una jugada que todos los equipos entrenan mucho y contra la que las defensas se hallan, por esto mismo, muy bien preparadas. Quizá, sin desechar por esto la fórmula, parece necesario dotarla de nuevos aditivos y, por ejemplo, tal y como se muestra en la fotografía, la opción de los bloqueos consecutivos puede resultar una buena alternativa.



El aclarado exterior sí enseña, en cambio, una estadística de éxito notable. En una de cada dos jugadas estudiadas en las que se practicó esta opción, el resultado fue favorable. Esto demuestra que en una liga dotada de tanto talento la apuesta por este no es una negligencia ni una dejación de responsabilidades. Es más, unida a la estadística tratada en el punto anterior que concedía el favor de la lógica a la decisión de confiarlo todo a la estrella, se demuestra que muchas veces la toma de decisiones es tan simple como concederle una buena opción de atacar el uno contra uno a tu mejor jugador. Eso sí,  hay diferentes fórmulas para que ello funcione.


Lo cierto es que, eso sí, con un número de sucesos estudiados muy limitado, las mejores opciones pasaron por el desarrollo de dibujos tácticos clásicos como el corte de UCLA o el juego de puertas atrás y cortes perfeccionado por Pete Carrill en la universidad de Princeton. No sorprende que los equipos que plantearan estas opciones fueran San Antonio, Minnessota y Chicago, escuadras entrenadas por técnicos clásicos como Gregg Popovich, Rick Adelman o Tom Thibodeau, algo más joven (57 años), pero embebido de las mismas fuentes.



En siguiente lugar resaltar la escasa utilización del balón interior como arma ofensiva en los minutos finales, algo para lo que no hacía falta estadística alguna, pues resulta un denominador común tanto en la NBA como, también, en la ACB. Los motivos para descartar esta opción pueden ser muchos, pero sin duda, si me tuviera que quedar con uno, este pasaría por el escaso rédito en forma de faltas que se cobran los contactos en la pintura, más aún, si cabe, en el desenlace de los partidos, cuando por lo general los árbitros tienden a señalar como faltas, únicamente, acciones muy ostensibles.


Igual sucede, y ya concluyo, con el dibujo de carretores o “staggers” para la salida de buenos tiradores, quizá relegados a un papel marginal por concebirse como estructuras demasiado complejas para momentos tan culminantes de un choque.

5. Número de pases por jugada. Sobre la elección de este punto de discusión siempre tuve dudas, lo reconozco. ¿Por qué? Pues porque en muchas ocasiones el número de pases no es una elección apriorística, sino una consecuencia del devenir de la propia jugada. Si doblan la defensa sobre el jugador con balón lo lógico es que doble un pase cuando a lo mejor no estaba previsto. Igualmente sucederá si le saltan a una ayuda con la que no contábamos y en la que lo más sensato se vuelve compartir el balón. Pero si decidí mantenerla es porque la estadística de los Spurs los confirmaba como el equipo más devoto de la religión del pase extra y la circulación de balón. En cinco de las seis jugadas estudiadas del equipo tejano hay, al menos, un pase añadido al de puesta en juego del balón. En dos de ellas, la cifra fue de tres o superior. Y sí, del mismo modo que fueron campeones de la NBA, también resultaron ser el equipo más exitoso en el clutch time (anotaron o sacaron falta en todas las ocasiones).


Aun así, tal y como demuestra el siguiente gráfico, la apuesta generalizada de los entrenadores fue la de poner el balón en juego, dejar correr el tiempo y atacar el uno contra uno o el bloqueo directo desde bote y sin previa circulación del balón. Muchas veces, además, se asumieron malos tiros a pesar de contar con compañeros abiertos, por lo que, tal vez, exista como trasfondo, más allá de la propia toma de decisiones, una filosofía, una manera de entender el baloncesto.



Siendo fácil de asumir que el hecho de no pasar el balón reduce casi al mínimo las opciones de perderlo, conviene recordar, lo que también es sencillo de entender, que la tarea defensiva se vuelve más amable si el móvil típico del baloncesto, el balón, permanece estático en las manos de un único jugador. No sorprende, por tanto, que la estadística refleje que aquellas jugadas en las que el balón no viaja en ningún momento por el aire sean las que presenten un menor porcentaje de éxito.


6. El marcador como elemento de presión añadida. Es curioso, lo que para el resto de mortales parecería una obviedad se demuestra equivocado puesto en consideración con los mejores jugadores del mundo. ¿O acaso no parece lógico pensar que un marcador desfavorable pudiera pesar más en la mente del jugador que otro que supusiera que el eventual fallo no fuera determinante? Esto es, mi hipótesis preconcebida se basó en la creencia de que el porcentaje de éxito sería menor en el caso de resultados desfavorables (-1,-2) que ante marcadores empatados siguiendo esta lógica tan, a priori, humana. Pero me equivocaba.


La gráfica, y los datos, refutan la hipótesis, pero, aun así, me gustaría explorar, quizá en una ulterior investigación, lo que dirían tomando una muestra mayor de casos. Aun así, la mera invalidación de la hipótesis es una aportación de interés, principalmente para los equipos que deben optar entre defender o hacer falta, situación que se plantea en determinados casos y ante eventuales circunstancias. Aunque lo cierto sea que, por pura estadística, se falla siempre algo más de lo que se acierta (aun siendo la NBA), dándole la razón a aquellos que, como yo, optan siempre por defender.

Para terminar, ahora sí, introducir el producto audiovisual de este proceso, este vídeo de 46 minutos en el que analizo las jugadas de los ocho equipos que han sido objeto de la investigación y en la que apunto tanto aspectos de técnica individual, como cuestiones más de táctica colectiva. Se trata, en cualquier caso, de tomar nota para progresar como entrenadores. Se trata de que acertando en nuestra toma de decisiones podamos sacar adelante más partidos igualados pues éstos, dada su alta frecuencia, son los que pueden determinar el éxito de una temporada y nuestra supervivencia laboral. En mi canal de youtube, por si os resulta difícil rescatar tres cuartos de hora de vuestra agenda, he subido también los vídeos equipo por equipo. Fue un placer.





UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Desmontando el clutch time (II)





Una vez presentadas, en la anterior entrada, (que te aconsejo leer para poder seguir esta) las claves del trabajo de investigación que he llevado a cabo a propósito del Curso de Entrenador Superior deBaloncesto, hoy pretendo haceros llegar las conclusiones alcanzadas no sin olvidar, quede esto claro, la provisionalidad de las mismas en atención al limitado tamaño de la muestra.

Si lo recuerdan, con el objetivo de estructurar la información, generé seis categorías de análisis que vendrían a corresponder con seis elementos determinantes, a priori, en el resultado final de una jugada ofensiva en el contexto, acotado de cara a la investigación, del clutch time. Hoy me ocuparé de las tres primeras variables.

1. Estructura de quinteto. los diferentes entrenadores apostaron por un quinteto clásico integrado por un base, dos jugadores exteriores y dos jugadores interiores; un quinteto con cuatro pequeños con un alero haciendo de “falso 4”; un quinteto con cinco exteriores que bien podría ser definido como “small ball” y un quinteto con doble base (más un alero y dos interiores). Veamos gráficamente en qué proporción se utilizó cada una de estas estructuras.



La mayor utilización de un quinteto clásico contrasta con la mayor eficacia demostrada, al menos sobre la muestra, de las opciones de quinteto con doble base o con cuatro pequeños. Nos lo enseña el siguiente gráfico.


Las ventajas de presentar un quinteto clásico con dos jugadores interiores son evidentes. Por un lado se gana presencia en el rebote ofensivo y, por otra, se mejora en la calidad de los bloqueos directos e indirectos (incluso en las pantallas para facilitar penetraciones). Sensu contrario, las desventajas también van a ser notorias y éstas van a tener que ver con el spacing y con la reducción, a priori, de las amenazas de tiro exterior. En el siguiente fotograma se observa tanto la posición favorable de Taj Gibson (número 22 de Chicago Bulls) para el rebote ofensivo como la aglomeración de jugadores que se provoca como respuesta a la penetración de DJ Augustin.


Como si se tratara de un negativo del anterior fotograma, un esquema con cuatro jugadores exteriores y una sola referencia interior convierte, automáticamente, las ventajas de la estructura anterior en deficiencias, y viceversa. Es decir, a la pérdida de poder reboteador se opone la mayor amenaza de tiro exterior y a ello se le une la existencia de más y más anchos canales de penetración. El siguiente fotograma es suficientemente expresivo de todo lo anteriormente mencionado. En él podemos observar cómo la pintura está vacía de defensores, cuyas ayudas habrán de ser necesariamente largas tanto para frenar una posible penetración como para poner un cuerpo delante de la propia continuación del bloqueo.


Los quintetos con doble base, tan exitosos a la vista de los resultados de la investigación, buscan, a priori, maximizar la presencia de talento en cancha. Muchos equipos sacrifican la presencia de su tres, muchas veces un jugador rocoso especialista en la defensa y el rebote y sitúan en pista a un jugador con mejores y más variadas armas ofensivas. Como ya lo apuntamos anteriormente, fue situación habitual en los Cleveland Cavaliers con Jack e Irving, pero también otros equipos probaron alguna vez con esta fórmula (Chicago con Hinrich/Rose, Minnessota con Ricky/Barea, etc.).


En cualquier caso, por lo que se refiere, al menos, a la elección de la estructura de quinteto todo se reduce a una toma de decisiones en la que ninguna de ellas es perfecta. Entrarán en juego elementos como la filosofía de los entrenadores, las situaciones concretas de partido, los retos planteados por el oponente y, por supuesto, como veníamos apuntando, las características intrínsecas de la propia plantilla. Y es que, de alguna manera y dado que nada puede garantizar el éxito, quizá lo mejor sea confiarse a una decisión con la que cada entrenador pueda permitirse convivir en el futuro, sea cual sea el desenlace.


2. Pedir o no pedir tiempo muerto. Los datos obtenidos para el trabajo vienen a indicar que muy pocos entrenadores se atreven a renunciar a esta opción reglamentaria. Ayuda para que la diferencia sea tan contundente, como vemos en la ilustración, la propia normativa de la NBA, al habilitar a los entrenadores para solicitar tiempo muerto con el balón vivo. Así, si determinadas jugadas no transcurren por los derroteros previstos aún queda esta última opción para reestructurar la acción ofensiva y calmar los nervios. A todo ello hay que unir el hecho de que la petición de tiempo muerto durante los dos últimos minutos de partido permite trasladar el balón a la cancha delantera.


Cabría suponer que todas estos beneficios que concede el reglamento, unidos al tiempo que pueden emplear los entrenadores para sacar de entre el libro táctico la mejor opción anotadora, tendrían que aportar resultados abrumadores a favor de la opción de pedir tiempo muerto. Sin embargo, sin dejar de incidir, de nuevo, en lo escaso de la muestra, los datos resultan sorprendentes. Es cierto, sólo ocho jugadas de las analizadas se disputaron sin tiempo muerto previo, pero cuatro de ellas finalizaron con éxito, un 50% que se sitúa por encima del 46,3% que obtuvieron las que se ejecutaron tras un “timeout”.


Sin embargo, a pesar de lo que digan los datos de esta modesta investigación, o de aquella elección de Phil Jackson en un momento de presión extrema, (sexto partido de las finales de la NBA ante la amenaza de un séptimo y decisivo encuentro en el siempre complicado feudo de los Utah Jazz) e incluso contemplando el hecho de que el tiempo muerto lo es también para el equipo rival, creo que es importante, por mucho que se intenten recrear situaciones de este tipo en los entrenamientos, hacer una puesta en común y determinar qué es lo que todos, como equipo, vamos a hacer. Creo que es la elección más sensata y la que deja menores residuos en la conciencia. Es, también, la mía.


3. La asunción de responsabilidad por parte de la estrella. No hay liga dentro del baloncesto profesional donde se conozcan tan bien los roles de los jugadores dentro del equipo como la NBA. Los minutos de cada jugador e, incluso, el número de tiros asumidos, son aspectos monitorizados y sobre los que se ejerce un exhaustivo seguimiento que conduce a una posterior toma de decisiones. Es más, los propios salarios están estratificados de manera que cada cual sabe qué puede esperar, también, a modo de protagonismo sobre la cancha. La estrella, en cualquier caso, no es un ser desconocido. Ni en el vestuario, ni entre el gran público. Tampoco para el conjunto rival.


Lo habitual, en cualquier caso, tal y como vienen a confirmar los datos de la investigación, es que sea este jugador, especialmente dotado para las labores ofensivas y de liderazgo, el que asuma la responsabilidad. Para el cómputo de las acciones se tomó como criterio el que fuera él quien tomara la última decisión, aunque ésta fuera, a la postre, un pase. Se desvirtúa un tanto, por esto, el concepto de éxito, pues para evitar caer en mayores subjetividades, decidí seguir juzgándolo en función del resultado final de la jugada, considerándolo favorable solamente si ésta finalizaba en canasta o falta personal, con independencia de que la acción inicial fuera o no la correcta. Observemos gráficamente ambos extremos, la frecuencia y su efectividad.



A la vista de los datos parece que la lógica, al menos por esta vez, se impone. Como era de esperar, la solución más eficaz para un equipo pasa por hacerle llegar la bola a su mejor jugador, por mucho que esto haya sido previsto con antelación por parte del entrenador rival. En más de un cincuenta por ciento de las veces la jugada concluyó con canasta o falta personal, es decir, en más de cincuenta posesiones de cada cien, los equipos, en función de una estimación estadística, anotarían bajo este supuesto.

Ahora bien, no basta solo con esto, sino que se hará preciso conformar toda una serie de circunstancias favorables para que este jugador pueda anotar o asistir a sus compañeros. En este punto será fundamental que entre jugador y entrenador exista una comunicación fluida, de tal modo que, en ocasiones, el producto resultante o jugada final terminará siendo el fruto de una conjunción de voluntades.

En la próxima entrada analizaré las tres últimas variables y presentaré, finalmente, el vídeo con en análisis pormenorizado de las jugadas. Os espero.



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Desmontando el Clutch Time (I)






Ha pasado un año, aproximadamente, desde que completara la tramitación de la matrícula del Curso de Entrenador Superior de baloncesto y aún sigo inmerso en el proceso de acreditación de las horas de formación complementaria y en la redacción de la memoria de prácticas que debemos presentar antes del 31 de mayo. Vaya por delante que me parece bien. Si se trata de prestigiar la profesión, el que uno pueda declararse entrenador superior de baloncesto no puede ser un paseo.


Hito inexcusable, también, del camino, fue la ejecución de un modesto proyecto de investigación que tuvimos que entregar antes del 28 de febrero. Su concepción fue temprana. Enseguida supe que quería hablar de la gestión que llevan a cabo los entrenadores en situaciones de máxima presión y, para ello, gracias al material audiovisual que proporciona el NBA League Pass, me doté de una importante cantidad de jugadas que respondían a los criterios que ahora expondré.


El dato es escalofriante. Aproximadamente –teniendo en cuenta solo los partidos disputados hasta el fin de semana del All Star en la temporada 2014-2015 de la NBA– , cada equipo de la NBA había disputado, como promedio, veinticinco encuentros que, durante los últimos cinco minutos, presentaron marcadores con ventajas, o desventajas, inferiores a cinco puntos, definición amplia de lo que en Estados Unidos entienden por CLUTCH TIME, concepto que, por necesidades de la investigación que hoy os presento, tuve que acotar.


Buscando maximizar la presencia del elemento “presión”, con el que todos los actores, y actrices, del mundo del baloncesto debemos convivir; decidí acotar tanto temporalmente, como en términos de marcador, el concepto de clutch time aplicable a este estudio limitándolo a toda aquella jugada que transcurre con menos de treinta segundos de tiempo restante y con un marcador empatado o desfavorable por dos o un punto.


Acotada la muestra de estudio, finalmente, a ocho equipos (situados en diferentes quintiles en función de su eficiencia en este tipo de acciones) y setenta y cuatro jugadas, aún había que seleccionar los elementos de discusión y plantear las hipótesis de partida. Claro, la pregunta era, ¿hasta qué punto lo que sucede en los finales apretados de partido responde a la toma de decisiones de un entrenador? ¿Qué variables pueden ser analizadas de una manera más o menos científica y cuáles, en cambio, se escapan de este ámbito por responder más a la iniciativa individual de los jugadores o a aspectos, por qué negar su existencia, caóticos o azarosos? Finalmente opté por los siguientes elementos de análisis.


1. Estructura de quinteto. Sin duda, elegir los cinco jugadores que estarán en cancha para jugarse el partido en los últimos segundos, es una de las principales prerrogativas de un entrenador en el clutch time. Normalmente, a los criterios de selección basados en el talento (tener a los cinco mejores jugadores en cancha) se superponen otros relacionados con el estado físico y anímico del jugador y también aquellos que tienen que ver con la estructura del propio quinteto, ya sea en la búsqueda de una ventaja o como respuesta a una maniobra táctica del conjunto oponente. La pregunta que me hice fue, ¿la investigación podría ayudarnos a determinar la existencia de un patrón de quinteto favorito entre los entrenadores NBA y, más aún, una relación directa entre esta elección y el éxito que finalizan teniendo las jugadas ofensivas?



2. Pedir o no pedir tiempo muerto. El simple visionado de numerosos partidos nos permitiría deducir rápidamente que, en un alto porcentaje de ocasiones en que un partido llega a los segundos finales sin estar decantado, los entrenadores deciden solicitar tiempo muerto siempre que no hayan agotado su cupo. Es decir, el poder contar con unos segundos, o varios minutos, para ordenar las ideas, calmar las mentes de los jugadores y elegir la jugada a ejecutar, parece ser un recurso casi irrenunciable. No obstante, cabe recordar que ese tiempo podrá ser utilizado también por el entrenador rival para recordar los principios defensivos, ajustar emparejamientos y, quizá, aunque en la NBA sea menos corriente, idear alguna especie de trampa defensiva. La pregunta es, por lo tanto, ¿cabe esperar un mayor porcentaje de éxito en jugadas que se ejecutan tras la petición de un tiempo muerto?


3. La asunción de responsabilidad por parte de la estrella. En el seno de un equipo de la NBA los roles asignados a cada jugador están muy bien definidos desde el comienzo de la temporada, aunque la evolución de la misma pueda desembocar en leves variaciones. Una figura reconocida por todos es la de la estrella ofensiva del equipo, aquella a la que todos miran exigiéndole, casi, que asuma el tiro final del encuentro. Pero claro, igual de conscientes de este hecho son también los rivales, por lo que, en muchas ocasiones, de la pizarra del entrenador surgirá una jugada sorprendente y sorpresiva que finalice con el balón en manos de un “secundario” (aunque genere críticas en el propio vestuario). 


La hipótesis de partida es clara: Las estrellas asumen la responsabilidad de la jugada en un porcentaje muy superior al resto de jugadores, pero, ¿ese mayor porcentaje de jugadas diseñadas para la estrella está justificado en base a la estadística de éxito?


4. El diseño táctico. ¿Qué jugar cuando el marcador aprieta? ¿Un movimiento corto, un sistema largo o acaso es mejor fiarlo todo a la iniciativa individual y al talento del jugador? La hipótesis de partida, asumida casi como una leyenda de la NBA, es que la mayor parte de entrenadores apuestan por simplificar el juego y reducirlo todo a una situación de aclarado u otra de bloqueo directo central. ¿Se confirmará la hipótesis? Y, de ser así, ¿se confirmará que son las opciones que aportan un mejor rendimiento?


5. Número de pases por jugada. Llama la atención cómo, en muchas ocasiones, se renuncia a la circulación de balón y se apuesta por agotar el tiempo de posesión antes de ejecutar lo pactado desde el banquillo. Es cierto que las defensas aprietan aún más las líneas de pase en estos minutos finales y que, de esta manera, reduciendo al mínimo el número de pases, se reducen también las probabilidades de perder el balón. Pero, ¿existe una relación directa entre un menor número de pases y un mayor porcentaje de éxito?


6. El marcador como elemento de presión añadida. En principio, cabría suponer que es más difícil anotar en situaciones de todo o nada que en aquellas otras en las que la necesidad de anotar no es tan ostensible por ser el marcador de empate o por restar más de una posesión. Ahora bien, un marcador de dos abajo puede conducir a una defensa a ser especialmente agresiva en la evitación de un tiro de tres puntos, lo que puede ocasionar mayores facilidades para penetrar en la zona. Sea como fuere, la pregunta es: ¿Notan los equipos de la NBA, y sus jugadores, la presión añadida de ir por debajo en el marcador? ¿Se comprobará que existe una mayor efectividad en los ataques que se ejecutan con resultado de empate respecto a aquellos que se hacen en desventaja?


De todas las respuestas que me ofreció el análisis de los datos os daré cuenta en una próxima entrada, reservando una tercera, y última, para exponer el resultado audiovisual de todo este proceso que comenzara allá por julio y del que aquí os dejo un anticipo.





UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Feliz San Patricio





En unas pocas horas sabremos si el cadáver encontrado en la cripta del convento de las Trinitarias de Madrid es realmente el de don Miguel de Cervantes Saavedra. Los hosteleros de la zona se frotan las manos esperando que esos huesos sean sus huesos. De hecho, les bastaría con que los científicos digan que son suyos para beneficiarse del turismo que atraerán, aunque fuesen, en realidad, los de un triste desarrapado con una millonésima parte del talento del escritor. En fin, cuánta caspa. Un consejo para turistas necrológicos: lean a Cervantes, dejen que toda esa masa ósea se pulverice en paz en una cripta, o donde sea, y guárdense el morbo donde les quepa.

Mucho más de mi gusto es la celebración del día de San Patricio en honor a otro muerto, el misionero cristiano que introdujo la fe en la Isla Esmeralda tras ser apresado y esclavizado por piratas escotos. Hoy, 17 de marzo, monumentos de todo el mundo se teñirán de verde y, aunque no deje de ser una innecesaria excusa para untarse hasta el morro de cerveza, el hecho de que la fiesta se haya internacionalizado revela, de algún modo, el espíritu esencialmente viajero de ese irlandés para quien toda cantina, con independencia del idioma en el que en ella se cante, es la suya propia.

Precisamente, un día de San Patricio como hoy, hace 52 años, Bob Cousy jugaba su último partido de liga regular en el Boston Garden. El “Houdini del parqué”, como era conocido en el círculo baloncestístico este pequeño base de ascendencia francesa, recibió una merecida ovación de la parroquia céltica. Lo siento, pero he de decir que ninguna otra franquicia ha sabido homenajear a sus ídolos como los Celtics. En Boston, más que en ningún otro lugar de la geografía del deporte, aplican las siguientes palabras de Borges: Somos todo el pasado, somos nuestra sangre, somos la gente que hemos visto morir, somos los libros que nos han mejorado, somos gratamente los otros.

No se confundan, Bob Cousy, con 86 años, al contrario que Cervantes y San Patricio, sigue muy vivo. Muy vivo y disfrutando de los progresos de unos Celtics que parecían, a comienzos del mes de febrero más bien muertos. Los chicos de Brad Stevens han dejado de mirarse los unos a los otros tratando de distinguir quiénes formarán parte del proyecto a medio plazo y quiénes, por el contrario, son carnaza de traspaso en pos de la manida reconstrucción. Ahora solo se miran para compartir la bola, cambiar asignaciones en el balance y echarse una mano. La química del equipo es sensacional. Todo el mundo asume su rol y sale al parqué, cuando le toca, con ganas de pelear cada balón y bajar el culo en defensa. El mérito, siendo de todos, lo es particularmente de Brad Stevens, el entrenador “milagro” que presentara en dos ocasiones consecutivas a la modesta universidad de Butler en la final del torneo de la NCAA y que, ahora, se ha propuesto acortar los plazos para que los Celtics vuelvan a presumir de su marca registrada: el espíritu ganador.

Es muy posible que esta escaramuza dure muy poco y que la realidad se imponga tarde o temprano dejándonos fuera del playoff o a modo de rápida eliminación. Sin embargo, para nuestro orgullo herido, no hay mejor cura que poder ver los partidos sabiendo que de verde vestirá un equipo competitivo que practica buen baloncesto. Y bueno, a final de año, ya veremos si Turner, Smart y Bradley pueden formar parte de nuestro backcourt de futuro; si Crowder puede ser un buen alero suplente o si Zeller, Olynik y Sullinger son complementos suficientes de un juego interior que, claramente, hay que remodelar si queremos (y queremos) aspirar a mayores logros. También si hay que quedarse con Thomas o traspasarlo. O si podremos darle salida al contrato de Gerald Wallace. Y un largo etcétera.

Por el momento toca disfrutar de cada partido y de la propuesta inteligente que nos plantea el entrenador cada noche. Lo dije en su momento, Brad Stevens es la viga maestra de este proyecto y en torno a él, poco a poco, se irán manifestando aquellos que por derecho propio aspiren a suceder, en la gloria deportiva, a los numerosos ídolos y leyendas que pisaron un día ese parqué de barniz tan especial. A esos muertos a los que el aficionado de los Celtics nunca olvidará, aunque no sepa donde moran sus restos. Un brindis por ellos y por San Patricio.




UN ABRAZO, BUEN BALONCESTO PARA TODOS Y FELIZ SAN PATRICIO

BIG DATA





Como murió la estrella de la radio; así morirá también el entrenador intuitivo, aquel que colocando el dorso de la mano bajo su barbilla se creía capaz de escanear todo lo que el equipo rival planteaba y todo cuanto su propio conjunto manifestaba, ya fuera cansancio o falta de ideas. La experiencia y el conocimiento del juego seguirán siendo importantes, claro, pero la presencia masiva de datos sobre múltiples variables exigirá del entrenador una mente preclara, casi matemática, para escrutar dichas magnitudes y tomar decisiones acertadas en tiempo real.

Todo empieza por unas cuantas cámaras capaces de registrar más de veinticinco tipos de datos diferentes por segundo. Todo ello queda almacenado en una base que, gracias a complejos algoritmos, transforma las “anotaciones” en bruto en resultados agregados que quedan a disposición de los cuerpos técnicos. En este caso no hay oposición entre un gremio y otro, sino que urge la cooperación entre técnicos de la informática y expertos en cada deporte. Por fortuna, las máquinas aún no saben muy bien qué hacer con tal cantidad de información. ¿Tiempo al tiempo?

Pero queda abierto el debate. Las lógicas empresariales se imponen en las ligas profesionales y todo input es bienvenido si puede repercutir en outputs más jugosos. Nadie, en su sano juicio, renunciaría “motu proprio” a conocer las áreas donde los rivales anotan con mayor porcentaje o el mapa de flujos que refleja los movimientos de los oponentes. Al fin y al cabo, podría pensarse, no es más que una versión avanzada del viejo scouting, de la vieja planilla donde los entrenadores ayudantes anotaban, y aún muchos lo hacen, las principales características de los rivales tanto a nivel de conjunto como atendiendo a las cualidades de sus jugadores, y que luego se emplea para la planificación de la semana y el diseño del plan de partido.

Se trata de ganar, eso nadie lo duda. Y para ganar, en cualquier actividad de la vida, conviene potenciar lo propio y debilitar lo ajeno. La información fue siempre poder, desde la época de los mosqueteros, o los samurais, quienes ya se fijaban en el agarre de la espada o en el juego de pies de sus adversarios para tratar de descubrir sus puntos débiles. Los mejores jugadores de la historia, por no remontarnos tan allá, también eran los mayores estudiosos del juego. Lo era Larry, lo era Magic. Lo era, por supuesto, Michael.

Digamos que lo que me interesa, “por ser el sitio donde vamos a pasar el resto de nuestra vida” (que diría Woody Allen), es el futuro. Me interesa y me inquieta, además, por si se nos va de las manos y el deporte se enturbia tanto que no nos deja ver su belleza primitiva y animal, por si se regula tanto que su lenguaje pasa a ser una sucesión de fórmulas tan rígidas como inertes. Temo que confundido por tanta ecuación, enclavado en un laberinto de números, el baloncesto nos deje de emocionar y la lucha de opuestos, desnuda y pasional, pase a ser otra actividad más de despacho, traje y corbata.

¿Y tú qué opinas? ¿Hacia dónde vamos? ¿Te gusta el escenario que se dibuja o, al contrario, quisieras que los avances no fueran tan deprisa? Os dejo con un vídeo de David Stern en el que nos explica alguna de las potenciales aplicaciones del "big data" en la NBA




UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

The winner within





Los reyes magos vinieron cargados de interesantes libros firmados por nombres que construyeron algo más que un digno legado en el mundo del baloncesto. Si antes me pronuncié sobre las obras de Mike Krzyzewski y John Wooden, hoy lo hago sobre The winner within, el bestseller que Pat Riley publicara allá por 1993 mientras, como entrenador de los Knicks, convertía a la franquicia de la Gran Manzana en la gran amenaza de los Chicago Bulls.

En esta obra, Riles, como le conocían sus jugadores, hace una analogía entre el mundo de la empresa y el del baloncesto centrándose en el modo de gestionar los grupos de trabajo para obtener su máximo potencial. Sin duda, para los que consideramos el baloncesto desde un punto de vista más romántico, la comparación chirría desde el momento en que conceptúa el éxito como una búsqueda de la “significancia” o de obtención de números y resultados. Pero si de este arrogante Narciso del siglo XXI conviene aprender algo es de su firmeza a la hora de aplicar los principios en los que cree, los mismos que le llevaron a escalar, no sin ciertas dosis de oportunismo, la rampa que le condujo desde la locución de partidos hasta el puesto de primer entrenador de la franquicia de moda en los ochenta. Los mismos, por cierto, que introdujo con indudable eficacia en un grupo, el de aquellos Lakers, integrado por varios miembros del Hall of Fame. Supongo que no habría podido escribir este libro sin la aportación de Kareem Abdul Jabbar, Magic Johnson, James Worthy y tantos otros talentos sobre el parqué, jugando de su lado. Pero quizá tampoco éstos hubiesen adornado sus respectivos palmareses del modo en que lo hicieron sin Riley al frente del proyecto.

Lo más atractivo del libro es, sin duda, el modo como lo estructura. En un análisis a posteriori y, sin duda, sobrevalorando algunas decisiones que, me atrevo a apostar, tuvieron más de azarosas que de concienzudas, Pat Riley nos conduce por su trayectoria vital deteniéndose a describir las diferentes fases vitales, y también grupales, por las que tuvo que atravesar. Para todas ellas las recetas son diferentes. Y, aunque no lo creamos, insiste, siempre hay al menos una. La adecuada. La que conduce al éxito.

Pero claro, puede que la de los Lakers fuera la historia de la sucesión de un inocente ascenso, (titulo de 1980) del contagio de la enfermedad del “yo”, (1981) de la fijación de un compromiso, (anillo de 1982) de la recepción de un rayo, (lesiones que les impiden ganar las finales de 1983) de un fracaso relacionado con la ansiedad que acompaña a la victoria, (derrota en las finales contra los Celtics en 1984) de un proceso de autodescubrimiento, (victoria en 1985) de la lógica caída en la autocomplacencia (barrida de los Rockets en las finales de conferencia de 1986) y de la consecución de la maestría y el culmen de la excelencia (“back to back victories” en 1987 y 1988) justo antes de que el proyecto decaiga, exhausto, y llegue el momento de reinventarse. Pero qué quieren que les diga, resultando atractiva, lo que revela esta estructura es que el señor Riley cree que su propia experiencia puede llegar a ser la de todo el mundo, aunque en realidad sea muy consciente, cuando se mira al espejo, de que nadie sueña tan siquiera, con ser tan guapo, joven y millonario como él.

No sé si invitaros a su lectura, interesante y formativa, u ofreceros un plan alternativo para no terminar aborreciendo a un entrenador al que siempre he tenido como uno de los mejores. Y es que hay que ganar y saber ganar. Y, una vez leído su libro, creo que a él solo se le dio bien lo primero.





UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Semanas que parecen años





71-58. Victoria para el MyWigo sobre Planasa Navarra y fin del periplo semanal por Valladolid. Los chicos de Porfirio Fisac ganaron “el partido de la dignidad”, tal y como lo había etiquetado el técnico segoviano a raíz de las dificultades económicas que atraviesan (los empleados del club llevan cinco meses sin cobrar). Todo lo trabajado durante la semana se vio durante el partido. El cuerpo técnico ofreció soluciones y los jugadores se sacrificaron para tomarlas y poder aplicarlas luego. Todo empieza por el respeto mutuo y la honestidad, prefijada como regla principal de toda relación profesional.



No quiero incidir demasiado en la cuestión económica pues la noticia ya ha saltado a la primera plana de la actualidad deportiva dentro, claro, del reducido círculo en el que se mueve el baloncesto en comparación con el gran circo del fútbol. Mientras numerosos proyectos mueren agotados en la cuneta, España, como sociedad, ha decidido que su coliseo sea el estadio de fútbol y que los nuevos mimos sean los famosillos que venden su intimidad o los “youtubers” que dicen nada. Todo un drama, sin duda, para el resto de deportes, para la cultura con mayúsculas (música, literatura, pintura, diseño, teatro,...) y para la educación de nuestros jóvenes. Lo llaman progreso.

A nivel personal me llevo numerosos apuntes. Los accesorios, en forma de sistemas, ejercicios o dinámicas. Los fundamentales, sobre gestión de grupos, control emocional, comunicación y dirección de equipo. Porfirio Fisac demostró conocer al dedillo su deporte y aún mejor, con más detalle, las cualidades de todos sus jugadores. En lo deportivo y en lo personal. Esa es, sin duda, la mejor lección que me llevo. No se puede triunfar sin explotar al máximo lo que tienes, extrayendo de cada miembro de tu equipo todo su potencial. 

Desde aquí, Salamanca, agradecer la amabilidad con la que nos recibieron a pesar de lo conflictivo del contexto. No se nos ocultó nada y se nos glosó todo aquello para lo que necesitamos una explicación. Confirmé, sin dudarlo, que el cuerpo técnico de Valladolid es de élite, aunque no cobre, y que lo profesional no tiene nada que ver con la remuneración, sino con poner el alma en cada minuto de sesión, en cada planificación o montaje de scouting.


Seguía al Forum cuando era un niño. Disfruté mucho viendo a Oscar Schmidt enchufarlas sin despeinarse. Allí estaba también Lalo García, el capitán, desaparecido desde hace tres días. Corren revueltas las aguas del Pisuerga. Ojalá Lalo esté bien. Ojalá no haya perdido la esperanza de que su Valladolid pueda saldar su deuda y recuperar su vieja gloria. 

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS 

Otra experiencia





Aquí estoy, de vuelta en Valladolid, tomando el siempre reparador sol de marzo mientras las nubes dibujan quiebros sobre el cielo antes azul de la meseta. No, no se trata de una evasión programada, ni ando persiguiendo los pasos de Zorrilla tratando de aprender el arte de seducción de su Don Juan. Ni siquiera se trata de recordar lo bien que lo pasé, lo pasamos, aquel verano de 2012 cursando el nivel IIde entrenador. Aunque sí, claro, de baloncesto.

La Asociación de Entrenadores Españoles de Baloncesto, AEEB, programa anualmente, y ya van nueve, semanas de prácticas en equipos profesionales pensadas para quienes aspiramos, algún día, a ocupar un banquillo de esta enjundia. En ella se nos otorga el derecho de asistir en primera fila a las sesiones de los equipos y el de entablar, esto depende de la predisposición de cada cuadro técnico, un fértil diálogo con los entrenadores del club, esos supervivientes de unos banquillos, los de las ligas profesionales en España, cada vez más cotizados por su escasez.

Precisamente el cuerpo técnico del Mywigo Valladolid es uno de los principales alicientes de este hito en el camino. Porfirio Fisac, entrenador principal; Iñaki Martín, entrenador ayudante y Javier Hernández Bello, preparador físico (mucho más, en realidad) junto con algunos nombres que no cito por mi desconocimiento (fisio, delegado, médico,...), conforman un grupo de élite del que muy pocos equipos de la segunda categoría española pueden presumir. De la segunda y de la primera, en realidad. Y no, no son buenas palabras.

Es un hecho concluido a partir del estudio de sus largas y dilatadas trayectorias y, también, cómo no, un juicio basado en los contados contactos que ya había mantenido con ellos en diferentes cursos y charlas para entrenadores. Porfi, por personalizar en la cabeza visible del proyecto, siempre me ha gustado por la honestidad que destilan sus palabras y por la aún mayor con la que acompaña cada una de sus actuaciones. Entrenador de moda tras colar, literalmente, a un modesto equipo en la Copa del Rey de 2011, también el olvido se cernió como una alargada sombra sobre él, pese a que uno tenga la impresión (contrastada a la vista de alguna de sus decisiones) de que a Porfi, más que un jugoso contrato lo que le interesa es gozar de la autonomía y la libertad suficientes para desempeñar el trabajo que ama a su aire evitando, así, convertirse, en otro esclavo más de su profesión. De momento, hoy, el primer día, no pudo estar más atento con nosotros. Gracias.

El lógico compromiso de confidencialidad hace que muchas de las lecciones que me lleve deban quedar solo para mí. Sin embargo, allá cuando culmine la semana, me comprometo a contaros lo que me inspiró, desde un punto de vista personal, esta experiencia en el borde de los banquillos de un conjunto profesional. Espero que disfrutéis de ese futuro relato, como yo lo haré recopilando sensaciones y aprendizajes en el centro mismo del corazón de Castilla. Bajo un sol que no quema.


UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS