Diario de un encierro. Día XXIX





Killing us softly

Este virus que no muere pero mata, como no pudo predecir ni el gran maestro de la canción, Joaquín Sabina, no solo es que sea letal, sino que amenaza con torturarnos lentamente a través de todas sus derivadas: la mental, la económica, la social,… Ni Foreman azotó tanto a Ali en aquella Rumble in the jungle tan famosa, en la que el mejor boxeador de los tiempos echó mano de la táctica del despiste y el desgaste para vencer a un oponente más pesado y más joven tras encajar un sinfín de golpes en lo que esperaba su momento.



Si cambiáramos de deporte, y echáramos mano del cine para explicarlo, estamos en medio de la partida de billar del inicio de El Buscavidas en la que el Gordo de Minnessota le da una lección al impetuoso Eddie Felson. Una lección de paciencia y veteranía, de saber esperar el momento oportuno, de dejar crecer la arrogancia del aspirante para que ella misma lo acabe estrangulando, sin necesidad de mancharse las manos.



No traigo estos símiles para hablar de la política de actuación contra el virus, de la que no tengo la menor idea, y que cumplo a rajatabla drogado a base de clínics de formación, videoconferencias con amigos, lectura, escritura y tareas variopintas que me otorgan la rara sensación de estar ocupado, lo que mi ego en cierto modo agradece. Me refería más bien a la estrategia de actuación de las diferentes instituciones y actores relacionados con el baloncesto ante este impasse que amenaza con prolongarse en la medida que no surjan curas, tratamientos efectivos o llegue la deseada vacuna.

En primer lugar, trataría de sanarme a mí mismo. Me daría curas terapéuticas, algo que muchos no hemos hecho, contagiados por la necesidad de actividad para la que fuimos programados en el colegio. También las instituciones pueden aprovechar esta parada biológica obligada para reestructurar sus organigramas, hacer más eficientes sus mecanismos de toma de decisiones, repensar sus modelos y estilos de comunicación, para, una vez superado el shock inicial, seguir en la tarea de aprender de otras instituciones y comenzar a plantear escenarios, más por divertimento que otra cosa, o también por aquello que decía Pasteur, ya saben, la suerte suele favorecer a las mente preparada.

Me preguntaba un antiguo compañero de viaje en esto del baloncesto que cómo lo veía yo, sobre todo en lo que se refiere a la formación, a las canteras, al baloncesto escolar. Me salió un pareado al decirle que o lo hacemos más asequible o se volverá, si ya no lo era, prescindible. Este modelo mixto de enseñanza colectiva en la que solo los buenos formadores educan en valores positivos y se hace casi imposible el trabajo individualizado no es atractivo para los padres, que son los que pagan y cortan el pastel. Otro amigo, bastante clarividente, ya está en ello. El modelo que puede sobrevivir es mixto: equipos para divertirse compartiendo experiencias con los iguales y academias para tecnificar y poner los medios para que el chico pueda alcanzar el baloncesto profesional y obtener un retorno cuantificable a su inversión, aunque por medio haya que recorrer un camino lleno de incertidumbre y riesgos.



Pero claro, no ayuda el silencio del baloncesto profesional, amparado en el silencio de las administraciones ante lo novedoso del problema. Ni el tancredismo de los dirigentes, convencidos de que esta crisis será, simplemente, una noche más larga de lo normal y de que, al despertar, todo volverá a ser como antes y, por lo tanto, no serán necesarios los cambios que deben plantear y abordar. Necesitamos un baloncesto profesional saneado y atractivo, con jugadores, entrenadores, responsables de medios, gerentes y directivos profesionales al tiempo que vocacionales, guiados por una ética que no beba de las fuentes de su propia educación, ya no nos fiamos, sino de la vigilancia del propio sistema, que después de años de ser consentidor debe empezar a ser inflexible y diligente en la extirpación de los tumores.

En definitiva, toca tener paciencia. Curarse de las dos fiebres que nos achacan, la de la rutina a la que seguíamos abrazados en su ausencia y la de este virus que nos mantiene impedidos, limitados de muy diferentes modos para ejercer nuestra profesión. También para saber hacia dónde vamos, para saber si los gestores serán valientes, al fin, o si serán meros funcionalistas parapetados tras la larga sombra de las instituciones, instituciones cuyas existencias pasarán a ser más cuestionadas que nunca si, en medio de la crisis que vamos a sufrir, no aportan soluciones y nos mandan a comer pasteles o huevos de pascua.



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

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