¿Abnegación o ambición?





Así suele ocurrir, Sam, cuando las cosas están en peligro: alguien tiene que renunciar a ellas, perderlas, para que otros las conserven”. (J.R.R. Tolkien, El Señor de los Anillos)

De un tiempo a esta parte he recuperado mi infantil ilusión por el ciclismo, un deporte que aunque cobijado por la eterna sombra de la sospecha, también es el que más ha puesto de su parte para limpiar de entre los suyos a los tramposos. Sirva esta nota autobiográfica de residual importancia para contextualizar todo lo que he de escribir a continuación en referencia a una de las pruebas fetiche del calendario ciclista internacional, el Mundial en su especialidad de fondo en carretera.



Pongo en antecedentes a los que no siguieron la prueba e intentaré ser lo más didáctico posible para quienes puedan sentir alergia por el deporte de la bicicleta. Les ruego, a unos y a otros, que sigan leyendo; la reflexión, en cualquier caso, versará sobre un valor más universal que trataré de relacionar con nuestro nexo de unión: el baloncesto.



Este pasado domingo, en un recorrido de 270 kilómetros jalonado por un par de cuestas de notable pendiente, los hombres más importantes del pelotón se dieron cita para vencer en la única prueba que se disputa por selecciones nacionales y enfundarse, como ganadores de la misma, el mítico jersey arco iris. España presentaba nueve corredores de gran nivel, algunos ganadores de grandes vueltas (Giro de Italia, Tour de Francia, Vuelta Ciclista a España) y otros más especializados en las pruebas de un día o en la caza de etapas. Dos de ellos, Joaquim Rodríguez y Alejandro Valverde destacaban de entre el resto por su talento y estado de forma hasta el punto de que la estrategia fijada por el seleccionador antes del inicio del campeonato les otorgaba a ambos el cartel de “líderes del equipo”.



Después de más de 260 kilómetros las previsiones se cumplieron y entre los cuatro corredores con opciones estaban los dos españoles acompañados de un italiano con una notable fatiga fruto del esfuerzo que hubo de hacer para recuperar el terreno perdido por una caída y un portugués al que habían estado a punto de dejar en el último repecho. Después de una escaramuza de Joaquim, éste, alentado al parecer por su compañero Alejandro, lanzó un nuevo ataque a escasos cinco kilómetros para la meta. Poco a poco fue haciendo camino hasta sentirse ganador, cómo no sentirse de esta manera sabiéndose respaldado por un compañero de selección llamado a reaccionar a cualquier intento de escapada del italiano o del portugués, encomendado, por una ley no escrita del ciclismo, a frenar cualquier intento de los rivales por deshacer el trecho que éste había puesto de por medio. Y es que, además, yendo a rueda podría conservar intactas las fuerzas para, en el caso de neutralización, imponer su potencia en el sprint y ser él el ganador.



Ya habrán adivinado que no ganó un español. Ni el uno ni el otro. No tendría sentido contar una historia con final feliz, un cuento demasiado perfecto como para ser real. Resulta que el portugués, que iba tercero del grupo perseguidor, se escapó aprovechando que la carretera dibujaba un pequeño zig-zag antes de la recta de meta. Así, cuando Valverde, el español llamado a contener cualquier osadía de este tipo, quiso reaccionar se encontró frenado por el italiano y al salir del trazado sinuoso pensó que el portugués ya había caminado demasiado y que era tarde, que era tontería arrancar y poner en peligro el bronce ante la amenaza del italiano. Y resulta que el portugués no iba tan mal como aparentaba al no concederle ni un relevo a éste, y que rodó y rodó hasta pillar a Joaquim y asestarle la estocada de gracia en los últimos metros para mayor gloria del país vecino y vergüenza del nuestro, una España que debería estar feliz con su plata y su bronce si no fuera por lo cerca que se sintió el oro, para uno o para otro, y también, porque en esta carrera, la verdad, ser segundo o tercero sirve de bien poco. Aquí lo que cuenta es vestir el arco iris durante todo un año, pasearlo con orgullo e imponerse dentro de ese abigarrado mosaico de colores que es el pelotón como el “primus inter pares”. 




Javier Mínguez, el seleccionador, no tuvo piedad en sus declaraciones. Señaló con el pulgar hacia abajo a Alejandro Valverde, el guardaespaldas, por no haber salido al ataque del portugués, costase lo que costase, e insinuó una indisciplina digna del más sumario de los juicios y de la más cruel de las muertes. Algo parecido hizo Joaquim, la plata de ojos vidriosos, cuando se le preguntó por el porqué de la derrota. “No lo sé, eso se lo tenéis que preguntar a otro, yo hice todo perfecto”. Bueno, habría que añadir, todo menos pedalear más rápido que Rui Costa, el portugués.



Pero vamos al fondo del asunto, o más bien más allá del fondo, porque quizá el fondo pase simplemente por lo que Valverde declaró con un simple y llano “no tuve fuerzas”. Pero en medio de la agonía al ilustre forero de sofá y palomitas le dio por pensar y maquinar pensamientos maquiavélicos que tal vez, a 200 pulsaciones por minuto y sobre un exiguo sillín, sea imposible concebir, pero que a mí me parecen más interesantes para una exploración del pensamiento humano. ¿Acaso Valverde creyó que Joaquim debió, una vez neutralizado su primer intento, realizar una labor de equipo para él y por eso no se entregó a fondo en la defensa de sus intereses? ¿Tal vez, deprimido ante la perspectiva de una nueva oportunidad perdida, descuidó su labor de cobertura en una acción más propia del subconsciente que deliberada? ¿Qué ganaba, a sus 33 años y con un palmarés ilustre, desempeñando una abnegada labor de gregario a favor de su compañero de selección, pero en contra, hay que tenerlo presente, de Rui Costa, un compañero de equipo durante el año? ¿Acaso Joaquim intercambiaría su maillot arco iris con Valverde los días pares? ¿Acaso le pasaría un cheque por Navidad en concepto de todo el dinero que generaría en forma de contratos publicitarios gracias a su nueva condición de campeón del mundo?



Y con esto llego a la renuncia, a la definición de roles, a la gestión de los egos, a los contados motivos que justifican, en una existencia tan corta, el trabajar para otros y los muchos que, en cambio, invitan a actuar de modo egoísta en la búsqueda de prestigio y fama, por efímeros que sean ambos. Claro, hay diferencias entre deportes esencialmente individuales y deportes esencialmente de equipo. Y digo esencialmente porque siempre hay matices, porque en deportes como el ciclismo hay un espíritu cooperativo y un reparto colectivista de los éxitos y porque, por otra parte, en deportes como el baloncesto o el fútbol hay contratos diferenciados, portadas para unos, pocos, y silencio para otros, muchos, sin cuyo trabajo seria imposible aspirar al triunfo.



Qué difícil tarea para un entrenador repartir papeles cuando el nivel no es causa suficiente como para establecer eslabones, cuando no todos los jugadores contribuyen a la elaboración pacífica del organigrama por sobrevaloración de sus talentos o envidias más propias de un corral de vecinos. Valverde, suponiendo que no cumpliera su función por una especie de rencor, no actuó de manera muy distinta a como lo hacen los futbolistas negociando sus sueldos tomando como referencia los de sus compañeros, o a como lo hicieron en su día Kobe Bryant y Shaquille O´Neal, Scottie Pippen y Tony Kukoc (el primero se negó a salir a jugar porque Phil Jackson dibujó en la pizarra una jugada de último segundo para el croata) o Deron Williams en Utah. Una conducta humana. Sólo eso.



Por último unas cuestiones para el debate. ¿Son la renuncia y la falta de ambición dos caras de una misma moneda? ¿Está la abnegación suficientemente remunerada pecuniaria y socialmente? ¿Está legitimada la traición deportiva por la búsqueda de un interés propio, de una especie de derecho universal a realizar nuestros sueños? En fin, pensamientos en voz alta para ponerle rostro al acontecimiento deportivo del fin de semana, a una nueva exhibición de los “esforzados de la ruta” que se prolongó durante más de 270 kilómetros para generar, a posteriori, un intenso debate.



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS


Yo no acuso





Yo, al contrario que el eminente escritor naturalista francés, Émile Zola, no acuso. No acuso en base a argumentos basados en la percepción, salidos de las entrañas, vomitados en la propia barra de bar de la que nunca debieron salir. El bronce de la selección española ha abierto la veda y concedido el plácet, aunque no lo necesiten, a los más feroces críticos, a las balas más hirientes de la escopeta nacional. Balas que no están hechas de plata y sí de tópicos, balas que encuentran en las redes sociales el camuflaje del anonimato y el triste eco de unos pocos “retweets”.



Salgo en la defensa del único responsable de esta presunta decepción, de este bronce que visten de cobre los que ni siquiera se hubieran conformado con un oro. Hablo de Orenga, el que estaba llamado a ocupar la esquina inferior izquierda del retrato de los ganadores en el caso de que se hubieran cumplido todos los pronósticos que nos daban por vencedores sin bajar del autobús. El mismo que, sin embargo, en una demostración de afán de notoriedad inconcebible, ha querido reclamar para sí todos los focos y los dardos jugando a perder al coaccionar el inmenso talento de Xavi Rey, Pablo Aguilar y Germán Gabriel y al ofrecer, por contra, las llaves de la nave al torpe de Marc Gasol, a un piernas como Sergio Rodríguez o a un patoso como Rudy Fernández.



Dejo el sarcasmo a un lado, recurso de pobres oradores, para defender el trabajo del cuadro técnico de la selección. No entro a valorar la oportunidad de su elección, ni siquiera el nepotismo que, según muchos afirman, funciona en los altos cargos de la Federación. Creo ser justo y prudente afirmando que hacía muchos años que no presentábamos una escuadra de un potencial tan limitado. Sin un tres clásico y sin un cuatro de entidad internacional se hizo necesario recurrir a fórmulas poco ortodoxas, las que cualquier ser cuerdo hubiera utilizado. Con sólo un escolta capacitado para anotar desde todas las posiciones, Rudy, y cuatro bases (Ricky, Sergio Rodríguez, Sergio Llull y Calderón) que cualquiera hubiera citado por estar entre los ocho mejores jugadores disponibles, no quedaba otra que recurrir a la fórmula del doble base. Por su parte, nuestro juego interior era una fuga de agua constante. Con sólo un pívot de garantías y descartada la opción de jugar cuatro contra cuatro, la idea era acompañar a Marc de un jugador que le abriera espacios y se aprovechara del sobremarcaje de éste sabiendo ganar las espaldas de las ayudas. El mejor, aunque limitado en talento y experiencia, era y es Víctor Claver, por muchos amigos que tenga Pablo Aguilar y por muchas cervezas que haya tomado con la afición Germán Gabriel. Y Víctor, que cumplió sobradamente en tareas de intendencia, no supo tirar y meter el triple que debió tirar y meter contra Francia y, por eso mismo, porque los rivales ya sabían de su apocado carácter, tampoco pudo facilitarle la vida a Marc del mismo modo que lo hubiera hecho un Mirotic o, por supuesto, un Jorge Garbajosa.



Demostrada la correcta gestión de la plantilla, aunque pudo haber errores en momentos clave de determinados encuentros (no aumentar la rotación en el tercer cuarto contra Francia para llegar mejor al final), procedo a hablar del estilo. Un estilo que volvió a ser reconocible en cada encuentro, hubiera mayor o menor fortuna en el desenlace. El equipo salió a cubrir a muerte las líneas de pase, a intentar evitar toda posible inversión de balón, a mandar contra Marc a cualquier osado exterior rival, es decir, a defender de manera “proactiva”, como le gusta decir a los técnicos, y provocar de esta manera errores que nos permitiesen correr y anotar al contraataque. Así se hizo en la mayor parte de los encuentros, así lo atestiguan los siete robos por partido, el 36,9% de acierto del oponente y los tristes 62,8 puntos a los que redujimos, como promedio, la ofensiva rival. Líderes en estas tres facetas, pocos dudarán sobre el verdadero propósito de nuestra selección: Defender. Defender y correr.



En el ataque estático, más allá de sistemas cortos para meter balón interior o un juego básico por conceptos que primaba las triangulaciones “palo alto-palo bajo”, que diría el gran Manel, se intentaron diseñar opciones de dos contra dos tras circulación de balón. De Pick and Roll vivimos y morimos, es cierto, pero en muchos de ellos, no los de infausto recuerdo en la prórroga contra Francia, produjimos de manera voraz. Anotó Ricky tras bote, Sergio atacando la ayuda de los hombres grandes. Anotó Marc, más continuando hacia fuera que hacia dentro (en una tendencia natural que no se ha inventado Orenga) y también se generaron buenas ocasiones para anotar de tres. De hecho, sólo a través de un agresivo juego de pick and roll y, también, a tenor de las rápidas transiciones, se explica que un equipo sin tiradores puros obtuviera, como obtuvo, el mejor porcentaje en tiros de tres de la competición con un 39,1%. Y es que no sólo fuimos la mejor defensa, sino también el mejor ataque (en puntos anotados). Y el más bonito, si me apuran y aceptan como argumento el número de asistencias como botón de muestra de que se jugó rápido y se atacó de manera generosa (como gusta, ¿verdad?).



Hablemos ahora de la dirección de grupo, de las declaraciones altisonantes de unos o del malestar de los otros. Ah no, que lo primero sucedió en el Europeo de Polonia (declaraciones de Marc tras fallar Sergio Llull una canasta ganadora frente a Turquía) y lo segundo en Pekín (Navarro con Aíto). El estilo de dirección y liderazgo de Orenga puede ser discutible, pero no miente a nadie cuando se autoafirma como entrenador de jugadores, cuando es humilde y se muestra accesible a las aportaciones de los que están viviendo el basket desde dentro. De este espíritu cooperativo y colectivista algunos deducen que es un “minga fría” o que le falta autoridad. Y luego nos extrañamos cuando suceden ciertas cosas... En fin, que lo habríamos hecho mucho mejor con Ivanovic, Maljkovic o Ivkovic, que además de autoridad tienen experiencia.



Ha sido la experiencia tema manido en todas las conversaciones sobre la selección. Esa misma experiencia que a tantos jóvenes exaspera por ser el motivo de su no contratación, esa misma experiencia que no se puede adquirir si te vetan por no tener experiencia. Pero en fin, de esta paradoja no se ocupan quienes mantienen este discurso. Ahora bien, ¿qué clase de experiencia requerían? Porque quien atesora partidos en el currículum acumula victorias y derrotas, es decir, sabe ganar y sabe perder. En fin, que no sé por qué se valora tanto este hecho, que Guardiola llegó de un tercera para convertir al Barça en uno de los mejores equipos de la historia y Mourinho de ganar la Copa de Europa con el Inter para convertir al mejor club del siglo XX en una tasca inmunda. Por poner un ejemplo. Además, Orenga ya venía curtido en el trabajo con selecciones inferiores, ya sabía lo que es trabajar en dos meses, los objetivos que se pueden alcanzar y los que no. Un entrenador de club debería aclimatarse a estas exigencias, reducir su planificación habitual a un trabajo comprimido al que no todos se adaptan. Pero en fin, vilipendien, que es gratis.



Vilipendien y arrastren la conversación hacia la figura del entrenador, incurran en una nueva contradicción, aquella en la que se enredan los que afirman que a este grupo lo entrenaría cualquiera, que estos tíos juegan solos, que ganarían sin entrenador para luego pasarse horas y horas criticando a esta figura de pega, a este guiñol que sólo interesa cuando se pierde. Pero tienen razón, éste como tantos otros, es un deporte de jugadores. Ellos son los que deciden, los que ejecutan y determinan el destino de un equipo y las conversaciones de un país. Y en este Europeo, por razones varias, faltaron varios de los mejores. Y por eso fuimos más vulnerables, y por eso se redujeron las opciones, y por eso, porque no estaban, el bronce tiene mérito, un mérito que es, sobre todo, de los que sí estuvieron. Un mérito al que los entrenadores contribuyeron con un saber hacer que no merece tantas y tan injustas consideraciones, tantos y tan visitados clichés.



ENHORABUENA A ESPAÑA POR ESTE BRONCE. UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS.

Sentido (común) y sensibilidad





Será que mi niñez sigue jugando en la playa. Será que aún se balancean los columpios de los que un día salté. Será que otra vez me embauca la nostalgia, taimada compañera de viaje, para hacerme evocar tiempos que tal vez sólo fueron mejores en mi embustero recuerdo. Será, puede ser, quizá, tal vez, pero no. Esta vez no.



Esta vez me respaldan argumentos de autoridad, datos y cifras, los sentidos y también las sensibilidades. No son imaginaciones mías las que dibujan asientos vacíos, las que dirigen el orquestado silencio que de denso puede cogerse con los dedos de la mano. El silencio, digo, que se escucha en los pabellones de la República de Eslovenia, esa avanzadilla rebelde en contra del yugo yugoslavo. Tan real como esta cacofonía, así es el fracaso de un baloncesto, el europeo, incapaz de fidelizar a los suyos, empeñado en abrir fronteras sin haber aprobado antes los exámenes internos.



Este fracaso tiene tantos padrinos como causas. Sobre los primeros no me detendré, a la mayoría ni les conozco. Simplemente me los imagino vestidos de etiqueta en los palcos, comiendo en los mejores restaurantes e ignorantes de todo cuanto sucede en las gradas, los colegios y los parques. En cuanto a las causas pues qué quieren que les diga, tengo una opinión más o menos fundamentada, más menos que más, pero aun así la cuento.



Sirva la crisis económica como comodín. El dinero antes reservado para el ocio ha quedado repartido en tres partidas principales: Impuestos directos, impuestos indirectos y supervivencia. Me refiero, claro, entre las clases que habitualmente poblaban los diferentes templos baloncestísticos, es decir, los estratos populares de las diferentes naciones europeas. Y es que al baloncesto le está sucediendo como a tantas otras actividades que han dejado de ser puntos de reunión familiar y encuentro amistoso para pasar a formar parte de un selectivo listado de opciones elitistas. Todo ello en virtud de la proliferación de palcos para gente VIP (importantes dentro de lo que una sociedad pobre en términos artísticos y morales entiende como importante) y precios muy alejados de la realidad económica y social de nuestro tiempo. El baloncesto se ha vuelto burgués. Mejor dicho, le han hecho burgués, un vulgar señorito sin el atrezzo de una buena obra de teatro y sin la capacidad para generar esa bilis emocional, casi belicosa, que encierra un partido de fútbol. 



¿Por qué sube el precio si el producto no ha mejorado con el paso del tiempo, si cada vez es más homogéneo, si rara vez nos sorprende u ofrece algo distinto? La gente vibraba con los Petrovic, Gallis o Sabonis de turno, con esas estrellas sobre las que giraba el peso de un equipo, de una ciudad, de una afición. Ahora, porque haberlas “hailas”, esas estrellas se diluyen entre rotaciones logarítmicas y argumentos poco viriles (cansancio, presión) como para satisfacer las ansias del pueblo. Con la palabra “equipo” por bandera los entrenadores se han ido apoderando del protagonismo de los partidos, partidos que bailan al son de sus dedos, puños, palmas y todo ese lenguaje de signos que simboliza el triunfo del “tacticismo” sobre la iniciativa individual. Y perdonen que emplee este palabro, pero no encuentro otro para reflejar cómo la táctica, un elemento importante en cualquier juego, ha terminado por esclavizar al talento cuando en realidad debería favorecer todo lo contrario. 





La FIBA ha perseguido un mimetismo diferido en el tiempo con la NBA. Adopta reglas sin plan alguno, copia sin saber bien cómo. La globalización impone parámetros comunes mientras las viejas rivalidades se disuelven como granos de café en agua caliente. Cada vez es más fácil acceder a lo de allí, que es igual pero mejor, e ignorar lo que aquí se cuece, entre bambalinas, sin tener en cuenta al aburrido aficionado, ni a su penosa cuenta corriente.



Espero que esta reflexión os sugiera algo e incite al debate. El baloncesto europeo sufre un período de crisis que va más allá de la coyuntura económica y es necesario que tiemblen no sólo las estructuras de los clubes modestos, sino también las sillas de quienes, cómodamente asentados en la cúpula, asisten impertérritos a la ruina de un deporte que forma parte de la cultura de todo un continente. 





UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

No es país para juegos





No tengo ni idea de cómo se gestan las decisiones del COI, qué clase de turbias relaciones se establecen entre los que se prostituyen por un voto y esos estandartes del olimpismo moderno que a mí me generan náuseas sin apenas conocerlos. Y sin embargo no me siento dolido en mi orgullo patrio, tampoco maltratado o vacilado, porque los Juegos de 2020 vayan a disputarse en Tokio, en esa catedral tecnológica que quiso cautivar al jurado echándole corazón a un estereotipo que les tiene por excesivamente cabales (aunque en su versión turística se destapen desnudando impunemente todo cuanto observan con sus cámaras de fotos).

Nos representaron en Buenos Aires dos clases tan contrapuestas de humanoides que es normal que a los del COI aquello les sonase a chufla y les pareciese un disparate. Es difícil encontrar un denominador común entre deportistas como Pau Gasol y Mireia Belmonte y esa calaña de políticos que en este momento crítico de la historia de nuestro país, o eso nos hicieron creer, tienen a mal representar esa maraña institucional, edilicia y energética que es Madrid. Y es que Maragall y Pujol, de aquéllas, no sé si más honrados, pero un poquito más listos sí que eran.

O será, simplemente, que Madrid no es ciudad para Juegos, que no tiene en su espíritu albergar una cita tan universal por muchos años que lleve practicando un marketing salvaje vendiendo sus bondades y tapando, como muchas otras, sus infinitas miserias. Y es que ni siquiera las labores de estilización llevadas a cabo en los últimos años consiguen tapar, como sí lo consiguieron en cambio con la M-30, las desigualdades sociales existentes entre quienes dan los discursos y los que los sufren.

Claro, me dirán, entonces Pekín qué. Y Río, ¿qué dice usted de Río? Pues lo mismo, qué voy a decir, que al COI le puede eso de abrir mercados tras el parapeto de un mensaje que habla de la expansión del movimiento olímpico, de sus valores y de todo el resto de basura que arrastra un negocio que sólo merece la pena, en términos humanísticos, durante los 16 días en los que el esfuerzo, la competición cuerpo a cuerpo, también aquella más estratégica y la defensa del viejo y verdadero ideal olímpico se imponen sobre todo lo demás.

Y a aquellos deportistas humildes que soñaban con una segunda versión del exitoso Plan ADO decirles que no hubiera cambiado mucho su perspectiva. Porque de la nada, y no sólo hablo de dinero, también de ideas brillantes y mentes lúcidas, nada se puede extraer. Y nada es lo que se remueve en el corazón de las instituciones. Nada que no sea dinero, poder y más nada. Y de Barcelona, además de una bella ciudad, no se confundan, tampoco queda nada, ni siquiera una cultura polideportiva, un abanico de opciones que se salga de lo que en este país siempre se ha cultivado, no en los estadios, vacíos, y sí en esos cómodos asientos, de las casas o los bares, desde los que sólo se sigue el fútbol o, si acaso, al ídolo de turno. Siempre que gane, claro.

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

El justo tributo





Héroes de un tiempo huérfano de Jordan. Jugadores con un estilo propio, casi inimitable. Las retiradas de Allen Iverson y Tracy McGrady marcan el inicio del epílogo de una generación que llegó a la liga a finales de los noventa y que se mantiene en pie gracias a la durabilidad de hombres como Tim Duncan, Kevin Garnett, Ray Allen, Dirk Nowitzki, Kobe Bryant o Paul Pierce. Ellos, al contrario que éstos, entendieron la idiosincrasia del oficio, trabajaron a destajo y vieron realimentada su pasión con uno, dos, cuatro o hasta cinco anillos.

No quisiera participar, en cambio, en la comparación que muchos medios han querido llevar a cabo entre el uno y el otro. Nada tienen que ver entre sí las historias, las carreras y, sobre todo, los estilos baloncestísticos de Allen Iverson y Tracy McGrady, aunque ambos nos levantaran del asiento con su particular talento. Por eso os invito a conocer sus historias, ésas a las que he dedicado unas pocas líneas que aparecen publicadas en www.jordanypippen.com



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Cábalas y desatinos





A escasos minutos para que comience un nuevo Eurobasket, de la manera improvisada que me caracteriza por ese determinismo geográfico que implica nacer en España, os avanzo unos cuantos titulares para ayudaros a no entender lo que sucederá durante las próximas jornadas en Eslovenia.

Porque aspirar a vaticinar lo que puede acaecer en esta gran cita continental es cuanto menos pretencioso. Más aún teniendo en cuenta las caóticas pretemporadas de los diferentes combinados nacionales, ese carrusel de victorias y derrotas sin sentido aparente que hace más difícil aún la elaboración de la siempre necesaria lista de favoritos.

Me tienta acudir a los nombres de siempre por aquello del gen competitivo o el peso de la camiseta, a las Croacia, Serbia, Eslovenia, Grecia, Lituania o Italia de turno como si Petrovic, Divac, Gallis, Sabonis o Fucka fueran a vestirse de jugadores de baloncesto. Sin embargo, aunque sean sus herederos soldados menos cualificados y aunque el gen se haya disuelto como consecuencia de la globalización no faltará ninguno de estos países en la nómina de aspirantes.

No he citado a Francia. Tampoco a España ni a Turquía, las tres principales candidatas, mis personales apuestas a podio final, aunque no me atreva ahora mismo a determinar el orden. Pero vamos, no deja de ser esto un brindis al sol, una bravata que me exijo como bloguero cada vez menos prolífico, como televidente cada vez más perezoso de un deporte que empiezo a identificar con NBA, cuando no con otras épocas más lustrosas y definitivamente mejores.

Lo reconozco, no he sido capaz de analizar una a una las selecciones participantes. Eso lo hubiera hecho con doce años, cuando la agenda sólo te impone comer y dormir y todo lo demás son cuentos que te inventas para rellenar tu niñez. Y ojo, no es una crítica sino una señal de envidia para aquellos que por trabajo o por gusto lo hayan podido y querido hacer. Ellos, sin duda, estarán mejor preparados para apostar y hacer cábalas, aunque luego el baloncesto las dejará, igual que a las mías, en papel mojado.

Por mi pereza no he podido comprobar si la versión capitidisminuida que presenta España es suficiente como para presentarse a Eslovenia con el cartel de máxima favorita. Dicen los que saben que sí, que las ausencias han sido mal común, casi epidémico, y que nuestro bloque sigue siendo el mejor jugador por jugador y como conjunto. Y yo que no las tengo todas conmigo. Como sí las tenía en Polonia o Lituania a pesar de los tropiezos iniciales y las malas sensaciones que avivaron las críticas a Sergio Scariolo. Cómo íbamos a perder con Pau en el poste y Navarro en el perímetro.

Pero ahora ni el uno ni el otro. Tampoco el de más allá y el que tenía que venir para cubrir la baja del de más allá. Ni siquiera Felipe. Pero bueno, quizá tengan razón. Puede que antes fuéramos mucho mejores y ahora, simplemente, mejores. Pase lo que pase nos lo contarán Antonio Sánchez y Antoni Daimiel desde la república menos yugoslava de la extinta Federación. Y si con eso no les basta les invito a seguir las crónicas que puntualmente iré publicando en una web que con dos años recién cumplidos sigue creciendo gracias a un fervor casi enfermizo por este deporte, www.jordanypippen.com

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS