In God we trust







Si sigues a Mark Jackson en Twitter (@JacksonMark13) no sabes si estás “foloueando” (me adelanto a la prole y su estúpida tendencia de españolizar cualquier vocablo inglés en vez de esforzarse en traducirlo) al tercer máximo asistente de la historia de la NBA o a un reverendo. De hecho, el entrenador de los Golden State Warriors complementa su semana laboral siendo el pastor del True Love Worship Center International en Van Nuys, California, y en cada uno de sus mensajes de 140 caracteres es habitual encontrar alguna alusión a Dios o a la Iglesia.



Curiosamente, durante el pasado mes de junio se conoció que el entrenador le había pagado 5.000 dólares a un viejo conocido que responde al nombre de Shaw a cambio de unas fotografías y copias de correo electrónico que pondrían de manifiesto una presunta infidelidad de Jackson. Es decir, el moralista entrenador habría sucumbido ante la tentación hecha carne de una dama en un local de Nueva York y, a cambio del silencio de un potencial delator (y chantajista), accedió a pagar una suma nada desdeñable de dinero. Curiosamente, tiempo después, Mark Jackson decidió poner en conocimiento del club el soborno y, finalmente, el tal Shaw, terminaría pagando 25.000 euros. Para más inri, tras cometer un par de robos con violencia (quizá para pagar la multa) aún paga su pena en prisión. Jackson, por su parte, pese a haber violado uno de los principios más sagrados del matrimonio, mantiene su unión con su esposa Desiree, se convirtió en pastor y menciona a Dios en cada discurso mientras ordena los cheques de varios cientos de miles de dólares que recibe cada mes. La justicia terrenal castigó a un pobre malhechor. La justicia divina no parece haber tomado represalias con el pastor.



No, salvo que consideremos la lesión de David Lee como un castigo. El “4” de raza blanca ha sido la principal referencia anotadora en el frontcourt de los chicos de la bahía. Un mal apoyo le condujo a la rotura del flexor de la cadera izquierda y, probablemente, salvo que la temporada se alargue mucho y los plazos se recorten en la misma medida, no verá pista hasta una vez concluido el verano. A cambio, ya se sabe que Dios es justo y misericordioso, Andrew Bogut se ha reencontrado con un estado de salud que apenas recordaba. Gracias a sus nuevas piernas y, alentado por la oportunidad de brillar en las grandes citas, este número 1 del draft en el año 2005 parece otra vez ese pívot dominante, viva imagen del Zar Sabonis, que nos deleitó durante su periplo en la Universidad de Utah, sí, donde habitan los mormones. Si ya les digo yo que esto es cuestión divina. 





¿O acaso no está tocado por los dioses ese chico de Ohio que, vestido de calle, podría parecer un simple mortal como nosotros? Cuánto hubiera disfrutado Andrés narrando sus triples imposibles (ratatatatatatatatata) y sus asistencias de ensueño, recordando a su padre, Dell Curry, al que apodaba “muñequita linda” o deleitándose con esa sonrisa que a Stephen, como al resto de jugones, se les escapa por la comisura de los labios como si nada. 





Desconozco la confesión de los jugadores de los Warriors, no sé si visitan con asiduidad el templo o si su templo es otro y huele a cerveza. Lo cierto es que los de Oakland juegan con convicción y fe en sus posibilidades. Entienden lo que su entrenador les puede aportar y se sienten protegidos por su figura, casi tanto como éste se siente seguro bajo el manto de Dios.



Aunque mi fe, toda la fe que pueda profesar un escéptico cada vez más nihilista como yo, sigue estando puesta (hasta que nos entierren por última vez) en Pierce, Garnett, Green y los duendes que habitan en el Garden, he de decir que llevo toda la temporada enganchado al carro de los Warriors. Les adelanto que no tiene nada que ver con Dios, salvo que Dios se haya hecho carne, que vaya usted a saber, en Stephen Curry o Klay Thompson.



Pasen buena semana y no se olviden de rezar cada noche. A Dios, a Juanito, a Messi o a Scarlett Johansson. Quizá así apaguen la tele, el whatsapp, o el propio twitter durante un minuto. 



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO

Un final exagerado






Hay ciudades en el mundo, más aún en el radio de acción del clima mediterráneo, que enseguida ven alterada su normalidad a causa de una pequeña cortina de agua. Arquitectos y urbanistas miran a otro lado y silban mientras los semáforos se averían y las tuberías revientan. Pues bien, Salamanca es una de ellas y, ayer, a eso de las siete de la tarde, el cinturón que rodea al casco histórico era la viva metáfora del caos.

Yo me dirigía a Santa Marta, municipio satélite ubicado en la ribera sur del crecido río Tormes para dirigir un par de entrenamientos con los chicos y chicas del club. En la mente de todos, aunque el pabellón de Wurzburg no se encuentre demasiado próximo, estaba el segundo partido de la final de la Liga Femenina en el que el Perfumerías Avenida, equipo enseña de nuestra ciudad, aspiraba a alzarse con el campeonato. A botepronto, y sin pretender entrar en detalles, recuerdo haber hablado, en esas dos sesiones de entrenamiento, de balance defensivo haciendo hincapié en lo más básico de este apartado del juego que es correr hacia atrás hasta situarnos por debajo de la línea del balón (es decir, siempre entre el balón y nuestra canasta). También insistí en la resolución de la superioridad más básica de nuestro deporte, el dos contra uno, poniendo el énfasis en que el jugador con balón no debe desprenderse de la bola (es más, su única ambición debe ser meter canasta) hasta verse realmente defendido (aprendiendo a diferenciar fintas defensivas, de verdadera defensa) y en resolver esta acción en un máximo de un pase. Después de repasar nuestro juego ofensivo y de citar a los chicos para la salida del autobús de mañana hacia Ávila me dirigí de vuelta a casa en lo que resultaría un trayecto mucho más plácido que el de ida de unas pocas horas antes. Salamanca había recuperado su ser y volvía a mostrarse como ese lugar acogedor al que siempre puede uno regresar.

A un par de kilómetros de distancia, en cambio, en ese pequeño teatro de los sueños que lleva por nombre el del municipio “hermano” de Wurzburg (Salamanca y Wurzburg son ciudades hermanadas), donde creció como jugador un tal Dirk Nowitzki, se estaba gestando una nueva página para la leyenda azulona. El Perfumerías Avenida, con una plantilla muy limitada y en pleno proceso de ajuste de cinturón, limaba punto a punto la renta con la que Rivas se había marchado al descanso. Víctor Lapeña, al más puro estilo Xavi Pascual, se apuntó al carro de la defensa zonal y apeló al espíritu de sus jugadoras para lograr la remontada. En cada tiempo muerto, esto lo escuché a través de la radio, fijó un objetivo cercano y próximo para que lo abultado del marcador no supusiera una barrera insalvable para la autoestima de sus jugadoras. Porque ir perdiendo a falta de un cuarto por diez puntos no es lo mismo que tener que remontar tres puntos cada tres minutos y algo. Bueno, es lo mismo, pero no es lo mismo. Ya me entendéis.

La actitud optimista y positiva de su técnico caló en las jugadoras. Su defensa en zona nunca cayó en la temida apatía y el rival, Rivas, nunca supo cómo atacarla. El equipo madrileño empezó a sentir la presión de jugar ante 4.000 aficionados y a las jugadoras más importantes, salvo a Gorbunova, les pudo el escenario y, cómo no, también el miedo a perder. Atenazadas por los nervios, los fallos se sucedían en algo que no va en detrimento de la profesionalidad de este deporte pues, no lo olvidemos, es nota común en cualquier cita deportiva de relevancia.

Pues bien, retornemos a los asuntos importantes, al balance y los dos contra uno. Rivas, con un punto arriba en el marcador y con la fortuna, o imprevisión, de que su rival apenas llevaba cometida una falta en todo el cuarto, podía agotar la posesión y dejar al Perfumerías con un margen de unos 5 o 6 segundos (resulta que la RAE ha eliminado la tilde de la “o” situada entre cifras). Podemos estar de acuerdo en que son un mundo. Podríamos recordar, incluso, como en mucho menos tiempo Marcelinho le clavó un triple decisivo al Madrid en la pasada final de liga o como en muchísimo menos tiempo aún, cuatro décimas, Derek Fisher cambió el rumbo de una serie de playoffs entre Lakers y Spurs. Pero lo que nunca puede pasar es que el último ataque en contra, cuando llevas un punto de ventaja y tienes en tu mano forzar un tercer partido, sea un tres contra uno. Es inexplicable el exceso de celo con el que cargaron el rebote ofensivo las chicas de Rivas, como inexplicable, aunque comprensible, fue la manera de solucionar la superioridad que eligió una jugadora de la talla de Marta Fernández. El balón salió de sus manos como si quemara, pero le regresó antes de que pudiera respirar profundo y, claro, falló una canasta debajo del aro que fue la antesala de un rebote ofensivo, en realidad dos, esta vez sí bien cargado, que culminó en una falta al límite de tiempo. 



Entonces, el colegiado principal, en ausencia de “instant replay”, actuó guiado por la prudencia pidiendo la opinión de su auxiliar y la de los oficiales y auxiliares de mesa para concluir que la personal se había producido justo dentro del tiempo reglamentario. Y sí, esta vez las imágenes le dieron la razón, pero qué injusto hubiera sido lo contrario, que el trabajo de una temporada pudiera verse alterado por una decisión basada más en la intuición que en los fundamentos. Tecnología sí, gracias.

Fue en ese momento cuando el baloncesto se convirtió de pronto en fútbol. Los dos tiros libres de la señora Willingham con el tiempo agotado ahogaron la respiración de los asistentes al cobrar el cariz de una pena máxima. El único portero, eso sí, que podía detener los lanzamientos se llamaba presión y era invisible. Por suerte para el Perfumerías Avenida y para su fiel afición, ni siquiera hizo acto de aparición. Los dos “penaltys” entraron por el centro del aro para que el guión de este histórico trhiller no resultara exagerado. Pero lo fue.

Exagerado el guión como exagerado el éxtasis en el que se vio inmerso una ciudad que, apenas unas horas antes, era incapaz de autogestionarse a causa de un pequeño chaparrón. Así es Salamanca, la ciudad del arte, el saber y los toros, la ciudad donde el baloncesto, al menos en su versión femenina, se degusta en tardes memorables como la de hoy, la de un 26 de abril para el recuerdo.

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Del mito al logos







Hace un par de días discutía, departía quizá es más apropiado, con mis colegas de Crónica desde el Sofá sobre identidades, filosofías, mitos y demás leyendas que envuelven al deporte. Yo defendía una visión más romántica y, por qué no decirlo, más periodística. Ellos, una perspectiva más práctica, que viene a decir que ganan los que tienen los mejores jugadores, los equipos que están mejor entrenados. Que triunfan, y fracasan, en definitiva, las personas y no las ideas ni las señas de identidad.

Aunque sea difícil discernir sobre la antecedencia o subsidencia de la gallina y el huevo, parece claro que el titular sigue a la noticia y no al contrario. La actualidad, fiel compañera de nuestro caminar diario, me ha puesto en bandeja varios ejemplos con los que ilustrar una teoría que ni siquiera pretende ser tal pues, para empezar, pone en entredicho esa óptica romántica desde la que tradicionalmente me he aproximado al mundo del deporte.

Os pongo en situación. Hablábamos (tuiteábamos si es que se puede españolizar este vocablo y añadirle impunemente una tilde) de los Celtics y de los Lakers, de ganar por el peso específico de una camiseta. En eso coincidíamos. El escudo no gana partidos. Sin embargo, yo defendía que los de Boston, al menos ellos, representan unos valores (Celtic Pride, pase extra,...) que parten del pasado y deben permanecer en el futuro. Para ellos, en cambio, hay tantos Celtics como temporadas pues cada equipo, cada unión de doce jugadores, es diferente de la anterior y de la siguiente. Mi idea es que si eliges a las personas adecuadas para los cargos directivos (General Manager y entrenador principalmente) puedes dar continuidad a una idea. Hay en el deporte marcas registradas de las que todos conocemos sus características. En deportes individuales Rafa Nadal representa la lucha continua del mismo modo en que Roger Federer encarna a la elegancia. En cuestiones de equipo el Inter de Milán, salvo en contadas excepciones, ha sido el principal exponente del catenaccio, mientras que en el mundo del ciclismo los equipos holandeses y belgas llevan décadas sembrando el pánico del pelotón cuando la carretera ni siquiera insinúa una pequeña cuesta. 



Es decir, existen factores históricos y geográficos e irrumpen figuras icónicas que parecen elevar el deporte a una categoría por encima de su aparente simplicidad. Así como los altiplanos keniatas acogen razas con ínfimas cantidades de masa corporal predestinadas a correr muy rápido en largos trayectos, y de igual manera que el Caribe acogió, debido al reprobable tráfico de esclavos, la mejor mezcla genética para la carrera explosiva, también circunstancias culturales contribuyen a la conformación de identidades que perduran en el tiempo. O al menos eso defendía yo.

Prohombres de nuestro tiempo como Red Auerbach o Santiago Bernabéu han significado tanto para sus respectivas sociedades deportivas (franquicia y club respectivamente) que su legado, casi por inercia, aspira a prorrogarse década tras década. Sin embargo, el halo de perdurabilidad que rodea a su obra se tambalea cuando la actualidad a la que antes hacía mención, irrumpe de manera caótica dotando de razón a quienes opinan que en el deporte no hay ayer ni mañana, sólo un presente marcado por el talento y por el trabajo.

No cabe duda de que la universalidad del Real Madrid se convirtió en provincianismo (prefiero no añadir epítetos) cuando su presidente, amigo de grandilocuentes discursos vacíos de contenido (Zidanes y Pavones), autocoronado heredero de Don Santiago y notablemente irritado por el dominio del Barcelona, eligió a José Mourinho para el banquillo de su primer equipo. El señor Florentino Pérez admitía, de esta manera, que esa presunta universalidad se asentaba únicamente en la victoria. Primer mito destruído, pero esperen, que hay más.

Cuando tu único ideario es la victoria y no ganas, ¿qué te queda? Si tu propuesta futbolística es esencialmente mezquina (al basarse en los errores del rival y al confiar únicamente en la inspiración de alguno de los mejores jugadores del mundo) y te dedicas a engendrar enemigos a cada paso que das, ¿cómo es que aún mantienes la etiqueta de ganador si no ganas? Sigo.

Hilo Real Madrid y Mourinho con la necesidad de superar el 4-1 de la ida de las semifinales de Champions. Tengo 25 años y aún no he vivido ninguna remontada histórica. Lo más aproximado que he vivido ha sido un 4-0 ante el Real Zaragoza en semifinales de la Copa del Rey de 2006. Impresionante si no fuera porque era necesario un 5-0. La remontada se quedó en un casi y sobre los años 80 sólo he podido leer y escuchar historietas. Juanito, por desgracia, ya estaba bajo tierra cuando aprendí la norma del fuera de juego. ¿Es, por lo tanto, el Real Madrid un equipo acostumbrado a remontar? ¿Servirá de algo apelar al mito? ¿Es acaso el Bernabeu del siglo XXI la misma caldera explosiva que llevaba al equipo en volandas durante los años 80? Desde luego, tengo claro que los yuppies que atestan las tribunas del estadio no sienten la camiseta como lo hacían los humildes obreros o profesionales de clase media que coreaban aquello de... “que Juanito la prepara que Juanito la prepara y Santillana mete gol”. 



Me quito la coraza y escribo en carne viva sobre mis Celtics. Soy del equipo de Boston porque conocí su historia, porque me enamoré de sus mitos y porque otra leyenda viviente, Paul Pierce, me cautivó con su juego. Ahora, tras dos partidos marcados por la impotencia de un grupo infinitamente inferior al de temporadas anteriores, entiendo que la historia no juega, que como diría Pitino Larry Bird no va a entrar por la puerta y que a Paul Pierce los 35 años de experiencia no le sirven para defender a Carmelo Anthony. Ahora entiendo que los de Crónica desde el Sofá tienen razón (como casi siempre), que ganan los mejores en cada momento y que luego ya llegamos nosotros, los juntaletras, para elaborar cuentos con los que dormir a los niños (que si Celtic Pride, que si espíritu de Juanito, que si fútbol total,...)

Alego frente al tribunal popular que antes que verdugo fui víctima, que primero escuché los cuentos, luego me los creí para más tarde elaborarlos y ahora los quemo. Eso sí, me quedo con unas cuantas cenizas no sea que mis dos equipos resuciten y me hagan creer nuevamente en ellos. En los mitos que el raciocinio se empeña en desprestigiar pero sin los cuales, sin su existencia, todo se volvería más anodino. 



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Pronósticos y placeres





“Estos tíos han estado en mil batallas y ésta no es la más complicada” me repito mientras veo cómo Carmelo martillea el aro de los Celtics tratando de impedir que un sentimiento de impotencia me invada antes de que la serie alcance el minuto seis del primer cuarto del primer partido. Para los de Boston estos playoffs representan, de nuevo, una última llamada, el último grito de dos futuros hall of famers, Garnett y Pierce, que si aún creen en sus posibilidades es porque cuando miran al banquillo se encuentran con la figura de Doc Rivers. Así son los playoffs, la sonata de cada primavera, un todo o nada que eleva lo que nació siendo un simple juego a una categoría casi bélica.

El Madison luce sus mejores galas. Es el homenaje del mundo del baloncesto a los fallecidos y heridos del atentado en Boston. En Nueva York, además, sueñan con rememorar viejos tiempos, aquellos maravillosos 70 con sus dos anillos o, en su defecto, aquellos más austeros 90 de baloncesto de cantina en los que Ewing guió a los knicks a un par de finales. Carmelo es la estrella, Chandler el metrónomo y JR Smith el necesario microondas que todo equipo necesita. Su único problema, que tienen enfrente a los Celtics y a su desarrollado instinto de supervivencia.

Este duelo cargado de historia es, sin duda, el más atractivo de cuantos se disputan en la Conferencia Este. Miami no debería tener problemas con Milwaukee, Indiana debe imponer su poderío interior y su defensa ante Atlanta y Brooklyn Nets es mi favorito frente a unos Bulls mermados (Noah puede perderse toda la eliminatoria y nada se sabe del regreso de Rose).

En el oeste, por su parte, unos invitados de última hora sueñan con poder dar la sorpresa. Los Spurs de los últimos años reproducen el guión de una película que ninguna productora compraría. Cuando los de San Antonio ganaban los anillos su mejor mes era marzo. Ahora, en cambio, brillan en noviembre y llegan hastiados a primavera. Los Lakers, empeñados al fin en demostrar que tienen el mejor juego interior de la liga, procurarán jugar andando y, ojo, en media pista hay pocos equipos mejores.

La eliminatoria más atractiva, a priori, es la que disputarán Denver y Golden State. Ambos equipos juegan sin cadena y sin retrovisores. Los Warriors contarán con el hándicap que supone jugar de visitantes en plenas Montañas Rocosas, los Nuggets con medirse a los dos tiradores más letales del campeonato, Stephen Curry y Klay Thompson. El espectáculo lo pondrán los exteriores, pero será en la zona donde se decida el resultado. Veremos cómo está Bogut.

El regreso de Harden a Oklahoma no debería inquietar a la tropa de Durant. Sí, en cambio, a Los Ángeles Clippers el enfrentarse a la defensa más agresiva de la liga, la de unos Memphis Grizzlies que, osados ellos, pretender ganar un anillo sin un jugador exterior de referencia. Si los partidos llegan igualados al final Chris Paul promete ser decisivo.

En fin, por si no he sido lo suficientemente claro, apuesto por Boston, Miami, Indiana y Brooklyn en el este y por Spurs, (alababa el juego en media pista de los Lakers, pero para su desgracia la cancha mide 29 metros) Warriors, Thunder y Clippers en el oeste. No se trata de acertar (voy curándome en salud), se trata de disfrutar del baloncesto en su más pura esencia, la de los playoffs de la NBA. 



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Algo que decir







El domingo comenzó temprano. El sonido del despertador se hizo presente cuando los rayos del sol apenas despuntaban en el horizonte. El seleccionador nacional visitaba nuestra región y la pereza no debía ser excusa para desaprovechar una ocasión como ésta. Así, aspirado por esa fuerza centrípeta que en nuestra región conduce irremisiblemente a Valladolid me planté en la capital del Pisuerga donde, además de asistir al propio clínic, pude intercambiar impresiones con otros colegas del gremio.

Juan Antonio Orenga fue un buen jugador, un cuatro con buena mano y un notable conocimiento del juego. Su experiencia internacional no es peregrina (128 presencias con la selección) y su paso por varios de los grandes equipos españoles le conceden un merecido pedigrí. Su paso por los banquillos, por su parte, aunque no dilatado en el tiempo, sí puede ser calificado como intenso. Sus cinco años en Federación Española al mando de las sucesivas generaciones sub 20 de nuestro baloncesto masculino han representado, de hecho, un aval suficiente para acceder al privilegio que desde ya disfruta y sufre: ser el entrenador de entrenadores de un país acostumbrado a que los éxitos se sucedan con inercia abrumadora. 



La charla, organizada por la Asociación Castellano-leonesa de Entrenadores de Baloncesto (ACLEB), versó sobre el bloqueo directo, un recurso que, según varias fuentes documentales, nació en los años 20 en Estados Unidos (¿alguien lo dudaba?). Así, aunque casi un siglo nos contemplara, nos embarcamos en un clínic sobre las maneras más novedosas de jugar el bloqueo directo. Las palabras y demostraciones de Orenga fueron convincentes. Sin vacilación alguna, y sin rastro de soberbia, el seleccionador fue desgranando las claves de esta variante táctica incidiendo en tres elementos claves: ¿Qué jugadores participan? ¿En qué zona del campo lo realizamos y hacia dónde lo orientamos? ¿Lo utilizamos en transición, para iniciar un sistema, para culminarlo? Estas claves serán, además, las que contemplaremos a la hora de definir los objetivos de nuestra defensa, pues la agresividad de la misma oscilará en función de todas estas variantes.

Lo que está claro, aunque a veces podamos perder de vista lo que sucede lejos del balón, es que la situación de bloqueo directo necesita de un trabajo previo (colocación del bloqueo, introducción del defensor en el ángulo, circulación de bola para dificultar el trabajo del defensor del bloqueador, fintas,...) y de otro posterior (generación de espacios, movimientos hacia balón, trabajo asimétrico de postes,...) del resto de jugadores. Ni siquiera en la NBA, donde los triángulos defensivos son más pequeños y todo se encamina más hacia situaciones de 1 contra 1, las situaciones de pick and roll son fruto del azar o caos. Partiendo de estas premisas Orenga nos dibujó, con la colaboración de varios jugadores de cantera del Blancos de Rueda de Valladolid, situaciones corrientes, habituales en los esquemas de la mayor parte de equipos, pero también otras menos usuales y que introducen un elemento innovador que pone en duda aquella máxima de que “todo está inventado”.

Por fortuna, a pesar de que es con las X y con las O´s donde mayor margen tenemos los entrenadores para apoderarnos del juego, Orenga mantuvo un discurso orientado hacia la libertad del jugador para decidir. Ellos son los protagonistas y los principales ejecutores de una acción de juego que beneficia a los jugones habilidosos e incisivos, a los buenos pasadores, a los jugadores capaces de finalizar contra los hombres altos y también, cómo no, a los interiores con buen juego de pies y/o con buena mano.

Éste es el árbol. Un exhaustivo repaso al bloqueo directo. Pero lo importante es el bosque, la figura de un entrenador que sin necesidad de chuletas o notas al pie se mostró seguro delante de un auditorio crítico por definición (más si cabe al formar parte del mismo figuras consagradas como Gustavo Aranzana, Paco García o Roberto González). Orenga estuvo convincente y demostró que tenía, y tiene, algo que decir. Ojalá los Gasol, Ricky Rubio y todos cuantos defiendan los intereses españoles en el próximo Eurobasket piensen igual.

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Aclarando conceptos (VI)






Si este (creo que la RAE ha eliminado definitivamente la tilde en los pronombres demostrativos, así que por primera vez en 25 años lo escribiré así) fuera un blog de referencia ayer mismo hubiera publicado una entrada sobre el maravilloso partido jugado por el Real Madrid en el que el equipo de Laso demostró que el pequeño bache sufrido formaba parte, simplemente, de un proceso perfectamente medido y planificado, que era un bajón necesario producto de una sobrecarga de entrenamiento con vistas a la obtención de una mejora de rendimiento en estos momentos decisivos. Si éste (lo siento, pero me gusta más así) fuera un blog global sobre baloncesto en mayúsculas el martes, sin mayor dilación, hubiera publicado unas cuantas letras rindiéndome a la evidencia y loando el buen hacer de los chicos de Louisville durante todo el curso universitario. Pero esto, señores (y señoras) es lo que es y no da más de sí.

Por eso mismo, intentando innovar y obviando un tanto lo que la actualidad impone, he decidido ponerme manos a la obra con la sexta edición de “Aclarando Conceptos”, una serie de entradas en las que en clave de humor procuro hacer un repaso por el abanico técnico-táctico del deporte que nos une. Hoy, además, haré hincapié en el conocimiento de la lengua de shakespeare (I+D+i), ya saben, una de esas aptitudes imprescindibles en el mundo actual y sin la cual uno sólo puede debatirse entre vivir de los subsidios o cortarse las venas.

Un bank shot no consiste en disparar a sangre fría a esos odiosos banqueros que después de gestionar mal los ahorros del común han pretendido pasar de puntillas en el reparto de responsabilidades. Un bank shot, aunque sea mejor la definición anterior, es un tiro a tablero. Sí, no tiene más. Un simple tiro a tablero, tanto uno sutil de Tim Duncan, como una piedra del añorado Bo Outlaw. 



Boxing out no consiste en dejar la pistola a un lado y liarse a puñetazos con los banqueros a los que antes queríamos pegar un tiro. No, tampoco con los políticos. Boxing-out es una de las batallas perdidas de todo entrenador. Lo entenderán mejor si les digo que la traducción es “bloquear el rebote” o, literalmente, ganar la posición a un jugador para estar más próximo al aro que él. 



Double team no tiene nada que ver con ser un chaquetero. Tampoco con practicar un doble juego en el seno de un triángulo presuntamente amoroso. Double team es realizar un 2 contra 1, intentando provocar, sin pretender robar el balón, sin cometer falta e impidiendo que el jugador se escape por el centro, un error en el pase o una infracción de cinco segundos por parte del jugador estrechamente marcado. 

Un fake, además de un usuario que reemplaza a otro, o lo que en cristiano siempre se ha conocido como farsante, es también una finta, un ademán o amago que se hace con intención de engañar a alguien. Un maestro de las fintas es, sin lugar a dudas, Kobe Bryant. 



Loose ball no es un sujeto esférico que rueda por el mundo en busca del sentido de las cosas. No, eso sería un gordo licenciado en filosofía (o un filósofo gordo si lo prefieren). Loose ball es todo balón que, encontrándose vivo, no está en posesión de ninguno de los equipos. Queridos árbitros, si se comete una falta en esta circunstancia y el equipo beneficiario está en bonus, éste se cobrará dos tiros libres (este mismo año nos birlaron dos tiros libres en un partido que, adivínenlo, terminamos perdiendo por dos puntos).

Picked off. Así se queda el jugador cuando es pinchado en un bloqueo. Si tiene carácter (y la cara un poco dura) gritará “AYUDA” y, una vez finalizada la jugada, le explicará al entrenador que fue culpa del defensor del bloqueador porque no le avisó el bloqueo. Si no tiene carácter se irá al banquillo. Y si se llama Sergio Rodríguez se librará porque es un puto genio en la otra mitad de la cancha.  


En fin, elaborar un glosario de basket podría llevarnos todo el día y como ni ustedes ni yo tenemos tiempo para tareas tan arduas como estériles, lo dejaré aquí amenazándoles, eso sí, con la redacción de una nueva entrada. 

Puedes leer también: 
Aclarando conceptos (I)
Aclarando conceptos (II)
Aclarando conceptos (III)
Aclarando conceptos (IV)
Aclarando conceptos (V)

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