Adiós y gracias Mr Stern





Mañana, 1 de febrero de 2014, el único judío de la NBA abandona el sillón de mando dejando a la liga en un estado de salud envidiable. Me refiero a David Stern, el neoyorquino que asumió la responsabilidad de convertir la quinta competición deportiva de los Estados Unidos (detrás del fútbol americano profesional y universitario, del béisbol y la NASCAR) en un fenómeno global que traspasa fronteras y fideliza día a día a numerosos aficionados en todo el mundo. Se va siendo calificado por Pat Riley, icono de la nueva era, como la razón principal del éxito de la liga.



Es innegable que la fecha de su estreno ha tenido mucho que ver en el éxito de su gestión. En 1984 los Celtics de Larry Bird vencieron a los Lakers de Magic Johnson en el séptimo partido de las finales pocos días antes de que los Houston Rockets seleccionasen en el draft a Akeem Olajuwon al tiempo que los Bulls hacían lo propio con Michael Jordan. Por su parte, en el panorama político las tensiones que habían dado lugar a la Guerra Fría se suavizaron a pesar de Reagan y numerosas naciones encajonadas tras la geopolítica de los grandes imperios se abrieron paso fundando sus propios mercados. A su vez, las nuevas tecnologías favorecieron el aplanamiento del mundo, el derribo de las grandes barreras a la comunicación y, por lo tanto, el tránsito de productos. Pero no, ningún consumidor se deja seducir e invierte sus ahorros en una oferta pordiosera y ramplona y, precisamente por eso, lo que más le preocupó a David Stern durante estos treinta años, por encima de políticas de publicidad, distribución o venta, fue la consolidación de la calidad de un producto que atravesó, durante los años 70, una auténtica crisis de subsistencia.



Pero como sería injusto reducir treinta años de labor concienzuda y brillante en una suma de casualidades me voy a permitir el lujo de seleccionar sus principales aportaciones:



1. La creación de la WNBA. Ningún otro deporte profesional americano cuenta con una competición paralela para mujeres. Es probable que no exista tal demanda en el fútbol americano o el hockey sobre hielo, pero la WNBA es una liga rentable y una opción diversificada y estacional de ocio para los grandes consumidores de baloncesto.





2. Difusión multimedia de la liga. David Stern asumió el pago de numerosas multas por infringir las normas de copyright en los albores del uso masivo de Internet. No le importó, los beneficios se hicieron patentes de manera paulatina pues la difusión, aunque fuera contradiciendo la legislación federal, contribuyó al incremento del número de aficionados, de una masa crítica de la que no pueden presumir ni la NFL ni la MLB.



3. Aperturismo y Juegos Olímpicos de 1992. Tuvo que llegar un judío, un hijo de la Segunda Guerra Mundial (nació en 1942), a rebajar el nivel de patriotismo y racismo de una competición que respondía con un portazo a cuanto extranjero osaba penetrarla. Sólo así puede uno explicarse las posiciones en el draft del brasileño Oscar Schmidt (131º), del greconorteamericano Nikos Gallis (68º) o del yugoslavo/croata Drazen Petrovic (60º, ya con David Stern como Comisionado) por poner sólo unos pocos ejemplos. Los tres, como el propio Petrovic pudo demostrar antes de morir, podrían haber tenido importantes carreras en la liga, pero por ignorancia o catetismo, los dirigentes y managers de la liga los arrinconaron en el trastero sobrevalorando el producto nacional por el simple hecho de ser castizo. Y si un momento fue clave para la internacionalización de la NBA ése fue el verano de 1992. En Barcelona, gracias al permiso expreso que le concedió Stern al presidente de la FIBA, Dejan Stankovic, los aficionados de todo el mundo pudieron contemplar las hazañas de la mayor y más fecunda colección de talento jamás reunida sobre una cancha. Nunca podremos cuantificar cuántos jugadores procedentes de otros rincones del mundo se enamoraron del baloncesto, lo empezaron a practicar o lo identificaron como su destino, viendo jugar al Dream Team. 





4. Actualización de las reglas. David Stern ha actuado siempre como un fiel guardián de los valores del baloncesto. Todos los cambios que promovió denotan una defensa del espectáculo y una importante orientación moral. Siempre preocupado por eliminar comportamientos agresivos en la cancha introdujo un tercer árbitro, la suspensión automática ante cualquier amago de comportamiento violento y, en la defensa del baloncesto ofensivo, legisló entre 1999 y 2001 la prohibición del “hand checking”, del empleo del antebrazo por debajo del tiro libre y de los tres segundos defensivos en la zona, así como el endurecimiento de las sanciones para las faltas consideradas como flagrantes. En la promoción de la ética en el deporte decidió abanderar la causa contra el “teatrero” castigando el “flopping”. Del mismo modo, ante la avalancha de jugadores procedentes del instituto, decidió fijar, en el año 2005, la edad de llegada al campeonato en los 19 años (cumplidos o por cumplir en dicho año natural). Finalmente, en 2006, el código de vestimenta obligaría a todos los jugadores a seguir un patrón único de vestuario recordándole al ingente número de jugadores procedentes de “ghettos”, amantes de la cultura “hiphopera”, del rap y otras múltiples formas de contestación social o afirmación identitaria que esto no es el barrio, que es, ante todo, un negocio. También endureció la legislación antidrogas y reforzó los múltiples programas que la NBA organiza en el ánimo de devolverle a la comunidad todo cuanto ella le ofrece y que fueron fusionados en lo que hoy se conoce como “NBA Cares”.



5. La multiplicación de los panes y los peces. Permítaseme el símil con el pasaje bíblico y es que si por algo será recordada la era Stern será por la expansión en el número de franquicias, por la apertura de nuevos mercados, por la multiplicación de la oferta televisiva hasta convertirla en absoluta y muy barata (Por menos de 200 euros un usuario puede ver en directo o en diferido todos los partidos de la temporada a través del League Pass) y, en relación con todo ello, por el crecimiento exponencial del valor del producto. Un producto, la NBA, que de haberse vendido en la fecha de su llegada al cargo habría valido poco más de 400 millones de dólares. Un producto, por contra, que ahora recibe 930 millones de dólares anuales sólo por el contrato de televisión, que ha visto como dos franquicias, Grizzlies y Hornets, han sido compradas recientemente por cifras en el entorno de los 350 millones de dólares y que, en su conjunto, bien podría alcanzar un valor aproximado de 12 billones de dólares (todas las sumas de dinero empleadas en términos reales y no nominales).



La NBA llora en silencio la marcha de este hábil negociador, de este visionario que ha sabido codearse sin complejos con tipos que le sacan dos cabezas al tiempo que sorteaba, no sin dificultades, las piedras que le pusieron en el camino los sindicatos de jugadores y los lobos disfrazados de agente. Se va siendo reconocido como uno de los mejores comisionados de la historia del deporte profesional en Estados Unidos, aunque en su historia algunos pasajes quedarán para siempre instalados en la sombra. Seattle y, pronto, Sacramento lamentarán para siempre su falta de apoyo a la hora de mantener la sede de los Sonics y los Kings respectivamente. Dallas Mavericks, Milwaukee Bucks y, nuevamente, Sacramento Kings, no dejarán de denunciar que durante su mandato, en el ánimo de favorecer a los grandes mercados (Miami, finales de 2006, Philadelphia, finales de conferencia de 2001, y Los Ángeles, finales de conferencia de 2002) los árbitros actuaron guiados por una orden superior. Pero de ello no quedan pruebas como si quedan, en cambio, vestigios de una labor que será estudiada en escuelas de marketing y gestión. Una labor que, en todo caso, merece nuestro sincero agradecimiento. Gracias David, disfruta de la jubilación.





UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

MVP





Qué fantástico duelo el vivido anoche entre Miami Heat y Oklahoma City Thunder, dos de los mejores equipos de la competición que tienen, además, la bendición de contar en sus filas con dos jugadores superlativos con evidentes dotes de liderazgo. Ganaron los Thunder y, en lo personal, por eso mismo, ganó Kevin Durant. El “35” de los Thunder supo encontrar dentro de su enorme catálogo de recursos los necesarios para anotar 33 puntos frente al mejor defensor uno contra uno en posiciones exteriores, Lebron James. El de los Heat se encontró muy solo, desasistido por un Wade que trata de recuperar la forma y por unos secundarios, entre ellos Ray Allen, Shane Battier o Mario Chalmers, que se mostraron poco acertados. Al chico normal de Ohio, como se autoproclamó durante la entrega de su segundo Larry O´Brien en la primavera pasada, se le notó especialmente motivado en la defensa y más centrado de lo habitual en tareas anotadoras (34 puntos en 20 tiros).



Pero enfrente se encontró no sólo con Kevin Durant, sino con una escuadra que está aprovechando la baja de Westbrook para promocionar a sus jóvenes y desarrollar una química que huele a anillo. Tras un arranque decepcionante de partido en el que Ibaka adoptó un protagonismo exagerado, los de Scott Brooks lograron encontrar el equilibrio. Desestimada la presencia de Perkins por incompatible con el quinteto de Miami (Bosh se lo hizo saber enseguida) y hasta con el buen gusto baloncestístico, el “small ball” les dio fantásticos resultados. A destacar, por supuesto, la labor defensiva de Perry Jones y Nick Collison, el talento ofensivo de Jeremy Lamb y la astucia y veteranía de un Derek Fisher que supo darle al partido lo que éste necesitaba.



Pero además de la consagración de Kevin Durant como induscutible MVP de lo que llevamos de temporada, aprovecharé la ocasión para rescatar, a modo de titular, lo que esta temporada de NBA nos está deparando. 





No sin estrellas. Los Pacers ostentan el mejor récord de la liga gracias a una plantilla plagada de muy buenos jugadores y a una inmaculada gestión en lo que se refiere a la aceptación de roles, el reparto de responsabilidades y la mentalidad defensiva. Pero si precisamente esta mentalidad es “conditio sine qua non” para aspirar a un título, la historia nos dice que es necesario contar con una gran estrella de la liga. Tal vez George reivindique en lo que queda de temporada y en playoffs dicha condición o tal vez nos encontremos, diez años después de que los Pistons de Larry Brown vapulearan a los Lakers, ante una nueva excepción.



Menos es más. Tres equipos, Phoenix Suns, Chicago Bulls y Atlanta Hawks, se han erigido en estandartes de esta filosofía que sienta sus bases en la maximización de los recursos y en la prohibición absoluta de la autocomplacencia. Ante pronósticos de partida negativos o ante lesiones graves y a priori definitivas a la hora de replantear objetivos estos equipos han decidido rebelarse y confiar en activos infravalorados por el mercado como Markieff Morris, Gerald Green, DJ Augustine, Charlie Scott, Shelvin Mack y tantos otros hombres que han demostrado ser útiles cuando están bien utilizados. Hornacek, Thibodeau y Budenholzer, los benditos culpables.



Vivir y morir del triple. Reconozco haber disfrutado como espectador de varios partidos disputados por Golden State Warriors o Houston Rockets. Su propuesta repleta de vértigo e improvisación nos remonta a tiempos pretéritos, a equipos ochenteros como los Nuggets de English, Vandeweghe y compañía o los Mavericks de Rolando Blackman, Mark Aguirre y Sam Perkins. Sin embargo, la falta de equilibrio y su fe ciega en el lanzamiento más allá de la línea de tres los descarta como candidatos y convierte a sus entrenadores, Mark Jackson y Kevin McHale en merecidas dianas de los críticos. 





Van de negro. El arranque de temporada de los Brooklyn Nets responde a la estructura argumental de toda gran obra narrativa. Después de un planteamiento esperanzador surgieron los conflictos y las dificultades y, justo ahora, en medio de un mes de enero muy favorable para la banda de Prokhorov parece iniciarse un proceso de recuperación basado en un juego libre por conceptos que se podría calificar con cualquier adjetivo menos “ortodoxo”. El small ball y una rotación cuanto menos compleja anuncian tiempos de bonanza para la franquicia del otro lado del río. Van de negro y no por casualidad. No son representantes de la troika, pero sí de una concepción del baloncesto que no entiende de colorido. ¿El final? Apuesto que decepcionante, pero con estos tíos no me sorprendería una incursión fructífera y duradera en los playoffs. 





Perder es ganar. Cuando llega enero y las opciones de entrar en playoff son quiméricas, más aún si se anuncia la llegada de jóvenes talentos procedentes de la universidad, cualquier marcador a favor es dinamita para un futuro proceso de reconstrucción. Lo saben muy bien en Milwaukee, Orlando, Sacramento y Philadelphia. Lo deben aprender, por su bien, los Celtics y los Lakers. A la vista de los últimos resultados bien podríamos definirles como alumnos aventajados. 





Distintos pero peligrosos. La adaptación a un nuevo técnico y las lesiones de jugadores importantes les ha impedido desarrollar su potencial. Hablo de Los Ángeles Clippers y de Memphis Grizzlies, dos opciones a tener en cuenta cuando llegue el mes de abril. El hermano pobre de LA tiene todo lo necesario para ganar un anillo, al menos sobre el diseño. Los de Tennessee, por su parte, cuentan con el mejor juego interior de la liga y con la defensa mejor preparada y concienciada. Rivers y Joerger representan concepciones diferentes de baloncesto. El primero lo entiende como una confrontación marcada por la emoción y el segundo como una ecuación algebraica. Si fuera el entrenador de algún aspirante en el Oeste intentaría librarme de las emociones fuertes y, por supuesto, también de las matemáticas.

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Los Juegos y los Hombres





Dime a qué juegas y te diré quién eres. He aquí el fondo argumental de la obra de Roger Caillois titulada “Los Juegos y los Hombres” (Les Jeux et les Hommes) a cuya lectura he dedicado unas cuantas horas durante esta semana que expira. En ella, el sociólogo francés analiza el impacto que tienen los juegos en la evolución de las sociedades y de los individuos ya sea como degradación de las instituciones básicas de la vida de los adultos (la empresa, los estados, las relaciones interpersonales,...) o como antesala teórica y práctica de la misma, es decir, como origen o principio de todas las cosas.

Caillois divide los tipos de juego en una estructura tetrapartita que no por básica debe ser acusada de simplista. Así, en atención a su naturaleza y fines habla de agon (palabra del griego antiguo que significa disputa), alea (término en latín para designar a la fortuna o el azar y también el nombre que se le daba en la Antigua Roma al juego de dados), mimicry (imitación en inglés) e ilinx (juegos de vértigo o riesgo). Es decir, en una sociedad conviven manifestaciones deportivas en las que prima la competencia (agon), actividades lúdicas consagradas al azar o al destino (la ruleta), actos de interpretación en los que adoptamos personalidades distintas de la propia (teatro, baile de disfraces) y, también, aunque no sean aptas para corazones enfermos, actividades de ocio consistentes en anular los mecanimos básicos de la percepción en la búsqueda “de una especie de pánico voluptuoso” (deportes de riesgo). Y también, claro, actividades con rasgos distintivos de varias tipologías, mezcla de agon y alea o de agon e ilinx.

Sin embargo, ante tal abanico de opciones y en la ansiada búsqueda de una definición, el sociólogo francés no se resignó a apuntar algunas cualidades inherentes a todo juego. Así, apunta que éste debe ser una actividad...

1. Libre. El jugador no se puede sentir obligado (tomen nota, padres).
2. Estanca. Separada de la realidad y circunscrita a límites precisos espaciales y temporales.
3. Incierta. Su desarrollo no puede estar predeterminado ni el resultado dado de antemano. (¿Recuerdan aquello del biscotto?). Esto es así porque hay que reservarle al jugador cierta libertad para satisfacer su necesidad de inventar (ejem, ejem).
4. Improductiva. No crea ni bienes ni riqueza. Tampoco elemento nuevo alguno de ninguna especie. Finalizada la partida la situación será idéntica a la de su inicio. (¿Luego el deporte profesional ha perdido su carácter lúdico?).
5. Reglamentada. Sometida a convenciones que suspenden las leyes ordinarias e instauran momentáneamente una nueva legislación, que es la única que cuenta (Roger Caillois desconocía, en 1958, los extremos a los que han llegado determinadas actividades deportivas, agon bajo su terminología, en las que es imprescindible que sigan en vigor, por la seguridad de todos los participantes, las normas ordinarias).
6. Ficticia. Acompañada de una conciencia específica de la realidad secundaria o de franca irrealidad en comparación con la vida corriente.

Se abre aquí un campo de investigación para todo aquel que quiera dedicar unos meses en la revisión de estos principios fijados a finales de la década de los 50 y que, a simple vista, conservan en gran medida su vigencia y valor teórico. Pero más allá de posibles fines investigadores, de análisis sociológicos de mayor o menor enjundia, déjenme recomendarles la lectura de este pequeño libro de poco más de trescientas páginas, de esta obra de referencia que nos hace reflexionar sobre la naturaleza de esos juegos a los que hemos dedicado tantas y tantas tardes durante nuestra niñez y adolescencia, de esos juegos que parecen enfrentados a los condicionantes que impone una existencia cotidiana que nos asfixia por ser contraria a la naturaleza misma del “homo ludens” (término que da nombre a otra obra de gran calado publicada por el holandés Johan Huizinga).

Me despido con unos cuantos extractos de la obra para que penséis sobre ellos si os apetece:

Si el juego consiste en ofrecer a esos poderosos instintos una satisfacción formal, ideal, limitada y mantenida al margen de la vida corriente, ¿qué ocurre con él cuando se recusa toda convención, cuando el universo del juego ya no es estanco, cuando hay contaminación con el mundo real en donde cada movimiento trae consigo consecuencias ineluctables? A cada una de las rúbricas fundamentales responde entonces una perversión específica que es resultado de la ausencia a la vez de freno y de protección. Al volverse en absoluto el dominio del instinto, la tendencia que lograba engañar a la actividad aislada, protegida y en cierto modo neutralizada del juego se extiende a la vida corriente y es proclive a subordinarla hasta donde puede a sus exigencias propias. Lo que era placer se constituye en idea fija; lo que era evasión en obligación; lo que era diversión en pasión, en obsesión y causa de angustia.

 

Nada muestra mejor el papel civilizador del juego que los frenos que acostumbra a poner a la avidez natural. Se da por sentado que un buen jugador es aquel que sabe considerar con cierto alejamiento, con desapego y cuando menos con cierta apariencia de sangre fría los resultados adversos del esfuerzo más sostenido o la pérdida de una apuesta desmesurada. Aun siendo injusta, la decisión del árbitro se aprueba por principio. La corrupción del deporte empieza allí donde no se reconoce ningún árbitro ni ningún arbitraje.

Así, convencido de que necesariamente existen entre los juegos, las costumbres y las instituciones estrechas relaciones de compensación o de connivencia, no me parece por encima de toda conjetura razonable averiguar si el destino mismo de las culturas, su posiblidad de éxito o su peligro de estancamiento no se encuentran inscritos también en la preferencia que conceden a una u otra de las categorías elementales entre las cuales creí poder repartir los juegos y que no tienen por igual la misma fecundidad.

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

El mayor espectáculo del mundo





Llámenlo oportunismo si lo prefieren que yo hablaré de sentido de la oportunidad. Esta entrada llega cuando llega, en el momento preciso, en un estado de éxtasis difícil de describir con palabras, tras ver en diferido la última y mayor exhibición del mejor jugador de nuestros días: Kevin Durant. Sus 54 puntos suponen su récord anotador, pero es cuestión de tiempo que lleguen partidos con más de seis decenas. Durant anota sin compasión, aunque por compasión muchas veces se apiade de sus oponentes, de los entrenadores e hinchas rivales. Durant anota machando, tras parada y tiro, sobre una pierna por elevación, tras salir del bloqueo indirecto (generalmente un pin-down), encarando a los grandes tras deslizarse en torno a un bloqueo directo y también desde la larga distancia. La amplitud de su repertorio no encuentra parangón en nuestros días. Sólo Stephen Curry puede sacar un listín tan exhaustivo de recursos, pero claro, Dios no le dio el don de hacerlo desde una atalaya de 2 metros y 6 centímetros. 





Blasfemo, y lo hago convencido de que no cometo pecado alguno, al decir que Kevin Durant está en disposición de ponerse a la altura de Michael Jordan una vez finalice su carrera. Las diferencias en el juego apenas se encuentran en ataque (Jordan salía mejor por derecha y Durant por izquierda y Durant tiene un rango de tiro más amplio, mientras que Jordan se manejaba mejor en el poste medio) y cada vez menos en defensa (Jordan más hábil con las manos y más agresivo, aunque el de los Thunder cada vez está más implicado). Las demás sólo se pueden explicar en términos de carisma y mercadotecnia. Lógicamente los seis anillos constituyen una barrera casi infranqueable, pero estos Thunder parecen estar copiando la fórmula que engalanó el techo del United Center de Chicago en la década de los 90. Hasta Scott Brooks ha cambiado las lentillas por unas gafas muy parecidas a las de Phil Jackson e incluso Westbrook, a tenor de sus gestos, parece rendido a la misma evidencia a la que claudicó Scottie Pippen, es decir, que comparte cancha con el mejor jugador del planeta.



Entiendo ahora mejor los celos de Lebron James cuando afirma envidiar la libertad de lanzamiento (matización añadida a raíz de un comentario en twitter del fantástico periodista Gonzalo Vázquez @GVazquezNY) que observa en Kevin Durant. Sin duda, su estilo de juego es muy diferente, pero a Lebron convendría recordarle que su técnica individual y su talento ofensivo están lejos (en lugar de a años luz moderando en este caso mi discurso que no pretende ser contrario a un jugador al que admiro como es Lebron) de los que posee el alero de Washington. Sus palabras me recordaron a las declaraciones que Magic Johnson y Larry Bird se cruzaban allá en los ochenta, afirmando ambos que cada mañana desayunaban revisando las estadísticas del otro. Lo siento por Indiana y por los Spurs, pero en ese escenario para la leyenda en que se convierten a menudo las finales de la NBA, no deberían faltar ni el uno ni el otro. Porque si Magic y Bird dieron un impulso definitivo a la liga en un momento en el que las finales no se emitían en directo, Durant y Lebron también han contribuido a la enésima vuelta de tuerca de un espectáculo, el de la mejor liga del mundo, que se renueva gracias a que cuenta con una fuente inagotable de talento que reside, principalmente, en todos esos niños que asisten con la boca abierta a las gestas de sus ídolos.



Este año, gracias a ese genial invento del “league pass”, he podido revisar más partidos que ningún otro y puedo afirmar que cada noche, a lo largo de ocho meses, hay al menos un partido en el que merece la pena invertir unas horas de nuestra apretada agenda. Es el calendario, precisamente, uno de los grandes éxitos del modelo. Las estrellas de la liga, lesiones aparte, están citadas al menos dos veces al año en fechas seleccionadas a propósito (Navidad, Día de Martin Luther King, los jueves o viernes por la noche,...) en algo que no ocurre en el deporte fetiche de nuestra cultura europea. Sólo si hay suerte, Bayern de Munich, París Saint Germain, Real Madrid y Barcelona se cruzarán una o dos veces al final del año, es decir, puede que finalice una temporada sin que midan sus fuerzas Ribery y Cristiano, Ibrahimovic y Messi. Además, el hecho de que en el fútbol existan atacantes y defensores impide que se realice ese sueño húmedo de nuestra infancia que consistía en que Oliver Aton y Marc Lenders midieran sus fuerzas cara a cara. Es decir, el fútbol ha entendido, con el paso de los años, que su producto debe cubrir todos los días de la semana y todas las horas de los sábados y domingos para desgracia de las estrellas de la radio y los vendedores de transistores. Sin embargo, no ha comprendido el escaso interés que tiene el que el Barcelona le meta un saco al Getafe o el que el Málaga y el Valencia empaten a cero. Aun así, gracias a la inelasticidad de su demanda, al servilismo con el que los hinchas siguen a sus equipos, sea cual sea la mierda que éstos ofrezcan, el fútbol seguirá viéndose y dando lugar, además, a una industria del espectáculo tan de dudosa calidad como rentable.



No sé cómo me las arreglo, pero siempre termino hablando de fútbol, aunque mi tesis nada tenga que ver con el balompié y sí con la magnífica puesta en escena de un producto, el baloncesto, que tiene a bien presentarnos la NBA noche a noche desde finales de octubre hasta mediados de junio. Una puesta en escena, claro, que luce más y mejor cuando se anuncia la presencia frente al auditorio del mejor jugador del planeta, del, a fecha de 18 de enero, unánime MVP de la NBA: Kevin Durant. 





UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Vuelve el base





Les pongo al corriente de un hecho que tal vez desconocen. Esta noche de viernes, lejos de los circuitos televisivos nacionales y en un TD Banknorth Garden que presentará asientos vacíos, se disputará un Celtics-Lakers que tiene como principal aliciente el regreso a las pistas, prácticamente un año después de lesionarse el ligamento cruzado de su rodilla, de Rajon Rondo. Lo hace 29.233.380 segundos después, tal y como anunciaba en su cuenta de twitter, de su operación, al mando de un equipo renovado que más bien parece un solar y bajo las órdenes de un técnico con el que parece haber congeniado.

Brad Stevens y Rajon Rondo comparten el amor por el juego y una manera muy particular de interpretarlo. Así, si el técnico de Indiana es un estudioso de las cifras, al base de Kentucky le bastan escasas décimas de segundo para escrutar la posición de las piezas sobre el parqué. Sirviéndonos del símil ajedrecista, podríamos decir que el entrenador es el libro y el base el jugador, una mente privilegiada, una de las pocas que se reconocen en el panorama baloncestístico de hoy en día.

Pero el futuro de los Celtics, pese a la importancia de ambos, reposa en los planes de Danny Ainge. El antiguo francotirador que se paseaba amenazante, con su número 44 a la espalda, por las diferentes canchas de la geografía estadounidense es ahora un hombre con una misión. Para empezar debe justificar su cargo emprendiendo un rápido proceso de reconstrucción después de cinco años de gloria y épica bajo la batuta de Pierce, Garnett y Allen. De todos los movimientos que ha iniciado hasta la fecha, sólo podemos reconocer un gran acierto en la contratación de Brad Stevens. Sin embargo, pocos entienden el porqué de la aquiescencia a la hora de admitir el contrato de Gerald Wallace (3 años a razón de más de 10 millones de dólares por cada uno) en el múltiple traspaso con los Nets o la llegada, ahora, en un movimiento menor a tres bandas con Miami Heat y Golden State Warriors, de un Joel Anthony que puede ejercer una opción por cerca de cuatro millones de dólares que hipotecaría en cierta medida futuras adquisiciones.

En todo este tiempo, el general manager no se ha cansado de repetir que Rondo será una pieza clave en el futuro de los Celtics. Sin embargo, pocos especialistas creen en la veracidad de estas palabras. Es más, sólo el vilipendiado Gasol, Pau, ha sido incluido en más traspasos hipotéticos que Rondo. Si dependiera de mí Rondo no abandonaría nunca, al menos en el corto plazo, los Celtics. Hay pocos jugadores lo suficientemente testarudos como para invertir el sino de los partidos y, más aún, el devenir de una franquicia. Rondo ha sido capaz de alargar el período competitivo de sus veteranos compañeros poniéndoles la bola donde la querían y, al mismo tiempo, de ellos ha aprendido cuántas veces hay que sacar la basura antes de encontrar, junto al contenedor, un anillo de oro.

Es más, en Rondo los Celtics poseen una “rara avis”, una excepción dentro de una norma que consagra la presencia de bases que no son bases, de acaparadores de bola que tienen en mente, principalmente, anotar o generar a partir de un uno contra uno o un pick and roll. Rondo puede anotar, especialmente en las cercanías del aro o tras salida de bloqueo, puede obtener ventajas del uno contra uno gracias a su manejo de balón y a su velocidad y también es un buen jugador de bloqueo directo pese a la rémora que le impone su deficitario tiro exterior. Sin embargo, sus principales dotes se muestran comandando la transición, leyendo los bloqueos indirectos de los compañeros y encontrando desmarcados a los hombres grandes tras la lucha por la posición o en medio del desconcierto de alguna jugada errática. Es decir, actuando de general en cancha, de prolongación del entrenador, de pizarra andante. De base, en definitiva, aunque los nuevos tiempos dicten nuevos modelos de dirección de juego.



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

R.I.P. Cultura de la subvención





Veía hace escasos minutos al Ministro de la discordia, perdón, al de Educación, Cultura y Deporte, Juan Ignacio Wert, prometer ante un auditorio lleno de productores, editores, guionistas y actores buenas noticias para dentro de un breve período de tiempo (supongo que accederá a reducir el IVA cultural). Lo hacía en el marco de los Premios José María Forqué y ni siquiera la bondad de sus palabras impidió que el público las abucheara con una vehemencia tal que al encargado de sonido (un profesional en la materia sujeto a las órdenes de sus superiores) no le quedó otra que camuflar los silbidos e improperios.

No sé cuándo saldremos de esta crisis, si ya hemos salido o si en realidad vivimos en un constante y agitado estado de crisis. Lo que parece claro es que este proceso está contribuyendo a una redefinición de “lo público”, al lanzamiento al aire de una serie de cuestiones sobre las que deberíamos reflexionar antes de que otros lo hagan por nosotros ¿Qué es público? ¿Qué bienes reúnen la naturaleza para ser considerados públicos? ¿Cómo debe justificarse el gasto de dinero público? ¿Quiénes están legitimados para decidir las tres primeras cuestiones?

Lo público, un concepto que oscila al son de las ideologías de quienes nos gobiernan, pero también en función de las necesidades de los gobernados, de los vaivenes económicos y de la moral colectiva, ha sufrido un varapalo durante la actual crisis socioeconómica. El rigor con el que ha sido malversado el dinero del común, la impudicia con la que ha sido despilfarrado y la falta de conciencia ciudadana en torno a su origen y consecuencias, son factores que han contribuido al descrédito de la cosa pública (que dirían los romanos). Y ese descrédito, merecido después de tantas corruptelas e ineficiencias, arrastra su particular condena, una condena que han pagado sobre todo los propios ciudadanos.

Regreso al discurso de Wert y lo utilizo para proclamar la defunción de la cultura de la subvención. Numerosas actividades y trabajadores han vivido durante muchos años del dinero procedente de ayudas directas concedidas por la administración en cualquiera de sus múltiples escalas, ayudas que no siempre han repercutido en una mejora de la productividad, ayudas que no siempre han redundado en la generación de mecanismos autónomos de subsistencia. Y enlazo con el cine. Y del cine paso al deporte. Y cuando hablo de deporte, ya saben, suelo hacerlo de baloncesto.

La mayor parte de las autoridades dirigentes, ya sea en el ámbito cultural, educativo, deportivo, agrícola o audiovisual, dedicaron una fracción principal de su tiempo a articular discursos que explicaran por sí mismos la necesidad de recibir dinero público. “Miren, ¿qué sería de una sociedad sin cine, sin teatro, sin agricultura, sin televisiones locales, sin equipo de baloncesto?” Sin embargo, ante auditorios vacíos, salas cerradas, cosechas acumuladas en almacenes, televisiones claramente deficitarias cuando no manipuladoras y estadios silenciosos simplemente callaban y buscaban responsables en un escalón superior de la jerarquía, en alguna oficina de Bruselas, en Hollywood o en la Estación Espacial Internacional

Así, sin la necesaria autocrítica, sin la capacidad para diseñar escenarios futuros para después elegir de entre ellos el más beneficioso y sostenible, se nos rompió el juguete. Probablemente hubiera bastado con exigir a esos dispensadores de dinero público que por momentos creyeron ser dioses, un mayor celo en su función, una mayor responsabilidad sobre la naturaleza y destino de éste. Ahora, en cambio, ya es tarde para eso y nos vemos abocados a un nuevo modelo en el que sólo las actividades más demandadas sobrevivirán.

Y pienso en el baloncesto cuando veo a equipos semiprofesionales disputar la máxima competición española, a equipos renunciar a los derechos cosechados en la cancha y, por encima de todo, a clubes modestos de cantera sobrevivir a duras penas a pesar de contar con una amplia base social. No seré yo el que discuta los beneficios de la actividad deportiva, los valores que inculca la práctica de un deporte de equipo, el hecho de formar parte de una colectividad sometida a una disciplina y a unas reglas, pero también me pregunto si no cumplen con esos mismos requisitos, si no ofrecen esas mismas prebendas otros deportes que yacen aún a mayor profundidad en ese pozo de la desesperanza en el que nos encontramos.

Por eso mismo abogo por encontrar nuevas fuentes de financiación que limiten la dependencia del baloncesto, en sus diferentes niveles competitivos, respecto del dinero público. Para ello será necesario articular un buen discurso, pero sobre todo, demostrar día a día que en los patios y en los pabellones de nuestros colegios y clubes se ofrece un producto de calidad que garantiza una correcta educación y una mejora de las aptitudes y actitudes de los menores. Ello recordando siempre que competimos con una oferta de ocio o extraescolar cada vez mayor que ya no se compone sólo de actividades in situ (Conservatorio, talleres de teatro), sino que también es virtual y doméstica y que convive al mismo tiempo contra ese mal llamado “monocultivo escolar” que convierte a los chicos en estudiantes a tiempo completo (por necesidades de refuerzo o en la búsqueda de la excelencia).

Sólo así generaremos consumidores. Consumidores que serán los padres de los consumidores del mañana. De ahí que sea clave la labor de fidelización, la expansión del virus “baloncesto” por los sistemas sanguíneos de los adolescentes de hoy. Adolescentes que recordarán con una sonrisa sus años de baloncesto y querrán que sus hijos experimenten las mismas sensaciones y que, para ello, además de apuntarles en sus colegios también les acompañarán a los pabellones entendiendo que los euros que pagarán por la entrada suponen la mejor inversión posible. Y así el baloncesto se alimentará a sí mismo y se perpetuará en medio de este zoológico de fútbol, crónica en rosa y politiqueo en el que se ha convertido nuestro país gracias a la connivencia de los medios de comunicación, medios a los que nadie exige combatir inercias, medios que se nutren de carroña si es carroña lo que quiere la población.

Por eso brindo por un futuro sin carroña, por un futuro en el que el baloncesto no dependa del dinero del contribuyente y sí, únicamente, de la satisfacción y fidelización de sus consumidores. Y sí, siento hablar con esta terminología de mercado sobre una cuestión que arrastra tantos sentimientos. Al fin y al cabo sólo intento que nos entendamos y, si es posible, que compartamos este mensaje.



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

La venganza de la geografía






En su última obra Robert D. Kaplan nos recuerda cómo influye el contexto geográfico en el desencadenamiento de conflictos internacionales, cómo el espacio, el clima y otros elementos territoriales marcarán la evolución de las regiones por encima de las pautas que impone la globalización. Pues bien, la NBA se ha empeñado en demostrar que esta tesis es verdadera, que hasta el baloncesto se ve influido por condicionantes de tipo geográfico.

Desde 1950 la final de la NBA enfrenta a los vencedores de la Conferencia Este y la Conferencia Oeste, aunque si sumamos los títulos disputados bajo la denominación de BAA (Basketball Association of America) estamos hablando de 66 campeonatos en disputa. Pues bien, en esta batalla entre conferencias el Este lidera la contienda con 37 anillos sobre 29. Esta ventaja no debe extrañar a nadie. El baloncesto es un producto de la costa este (Springfield, Massachussets) que, además, durante años quedó circunscrito a ésta y más en concreto al entorno de la vasta área metropolitana de Washington-Filadelfia-Nueva York-Boston. La expansión del baloncesto a modo de mancha de aceite sobre lámina de agua no sobrepasaría los límites del Arco Gateway de San Luis (monumento conmemorativo de la expansión hacia el oeste) hasta una vez finalizada la II Guerra Mundial. Sin embargo, si tomamos como fecha de partida 1980, el resultado se iguala en un 17-17 que define mejor esta lucha. 



El menor desarrollo de los medios de transporte y comunicación invitó a una concentración espacial de los equipos, una concentración que aún hoy se muestra a modo de herencia con la presencia de veintidós equipos sobre un total de treinta localizados en las franjas horarias del Este y Central. Para corregir este hecho numerosas franquicias instaladas en ciudades claramente situadas al este de un supuesto meridiano que dividiera el territorio continental de los Estados Unidos en dos mitades, están obligadas a jugar en la Conferencia Oeste con todo lo que ello supone en términos de desplazamientos (ya saben, enfrentarse cuatro veces a rivales de división y tres a rivales de conferencia, pero no de división) y competición.

Aquí quería llegar, a las diferencias de competición que la actualidad nos enseña. La Conferencia Este es una triste caricatura de lo que un día fue. Las rivalidades clásicas de esta área geográfica (Sixers-Celtics, Knicks-Celtics, Pistons-Bulls, Bullets-Knicks, Pacers-Bulls, Pistons-Celtics) se han visto devaluadas por una fuga masiva de recursos humanos que es una constante desde los años 90 hasta nuestros días. Antes todo era más sencillo, pues los mejores productos de las universidades de las fértiles en términos baloncestísticos Indiana, Kentucky, Nueva York, Connecticut o el D.C quedaban sometidas, a su salida de la universidad, a un criterio geográfico de selección que favorecía a las franquicias más próximas. 



Hoy en día, a pesar de que el draft y el límite salarial siguen funcionando como mecanismos anti trust, las diferencias entre conferencias son palpables. El talento se concentra ahora en dos áreas geográficas muy diferentes: la Costa del Pacífico y las Llanuras Centrales de Texas y Oklahoma. Allí Clippers, Warriors, Blazers, Spurs, Mavericks, Rockets y Oklahoma imponen su dictadura sobre el resto de la competición en base a modelos muy diferentes (aciertos en el Draft en el caso de Oklahoma, Warriors o Portland, acumulación de talento principalmente vía traspasos en Clippers, Rockets y Mavericks y el modelo Popovich en San Antonio), aunque, en general, con propuestas de juego amables para el espectador.

Indiana se ha convertido en una excepción. La franquicia de los Pacers, incorporada a la NBA en 1976 tras ser parida en la ABA, cuenta con dos pluses que un simple vistazo al mapa no permite distinguir: la tradición y Larry Bird. Así, esta mezcla de sabor añejo y gestión inteligente ha dado como resultado un equipo que aspira a todo. Miami es el otro ejemplo. En las antípodas de lo que significa el baloncesto en Indiana, el sur de Florida es un vergel construido a base de dólares al el que otra figura, en este caso Pat Riley, es capaz de dotar de sentido.

Pero la norma, de aplicación general y de formulación abstracta, se justifica a sí misma si analizamos el triste pasado de las franquicias de Nueva York y Washington. Knicks y Bullets brillaron en los 70, en la época más gris de la liga, cuando gran parte del talento se paseaba y brincaba por las pistas de la ABA. Fue entonces cuando sumaron la triste cifra de tres anillos, una cifra que parece inamovible en el corto plazo. Ello a pesar del atractivo mercantil de las dos capitales (económica y administrativa) del imperio, de su glamour y su magnetismo. Lo mismo le sucede a los Sixers y a los Celtics, cuyos éxitos recientes se basaron en la inspiración de Iverson (final de 2001) y en una peripecia improbable, juntar a Allen, Pierce y Garnett, que más bien puede considerarse como el último favor de McHale a su equipo de toda la vida (anillo en 2008, final en 2010). Es decir, las grandes franquicias de los 60, 70 y 80 son ahora comparsas en una liga volcada claramente hacia el oeste, una conferencia que ha recibido con las puertas abiertas a Shaquille O´Neal o Dwight Howard, que acogió con agrado la llegada de los universitarios Hakeem Olajuwon, Tim Duncan, Kevin Garnett, Carmelo Anthony, Kevin Durant, Kobe Bryant, Chris Paul y tantos otros y que, en definitiva, ha contado con los principales talentos de la liga tras la retirada de Michael Jordan con la honrosa excepción de Dwyane Wade y Lebron James, dos genios que han tenido que reunirse en el rancho de Micky Arison para proclamarse campeones del mundo.

Las bondades de la conferencia oeste, su alto nivel de juego y la gran concentración de talento, son su vida y su muerte. El clima, en general más favorable, la filosofía de juego y la presencia de mejores jugadores, especialmente en la pintura, determinan la radical diferencia existente entre ambas conferencias, pero la misma competición, la lucha por prevalecer y sobrevivir en los playoffs del salvaje oeste condiciona, al mismo tiempo, la preparación de unas finales que en las dos últimas campañas han proclamado como vencedores a los chicos de Miami Heat. 

En este momento el duodécimo equipo de la Conferencia Oeste se metería en Playoffs en la Conferencia Este, conferencia en la cual sólo cuatro equipos superan el cincuenta por ciento de victorias (por los diez que lo hacen en el oeste). Sin embargo no deberíamos extrañarnos si los Heat logran el “threepeat” e igualan las cuatro finales consecutivas que lograran los Celtics entre 1984 y 1987 o si los Pacers se alzan a mediados de junio con un anillo que pocos equipos habrían merecido más. Pero las reglas están trazadas. Tras décadas en el anonimato la geografía salta a la palestra para cumplir con su venganza. 

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Ni oro, ni incienso, ni mirra





Me ha llevado años comprender el misterio de los reyes magos. El misterio no del misterio en sí, que no es ninguno, sino del engaño al que nos vimos sometidos como niños estúpidos que fuimos algún día (lo listos que dirán otros). ¿O no os parece una estupidez creer en la omnipresencia de los reyes magos, imaginarlos en la cabalgata de nuestra ciudad y también en la de tantas otras y pensar que podrían llegar en una noche a todas las casas montados en unos animales que no se caracterizan, precisamente, por ser veloces?

Como niño disfruté de los regalos, de pensar que tres tipos corrientes disfrazados de reyes e investidos de poderes mágicos, pudieran acordarse de un tío vulgar y rechoncho como yo y traerle un par de juguetes y algo de dinero a cambio de unas pocas galletas siempre, eso sí, que me acordara de poner mis zapatos junto a la ventana que daba al balcón. Qué reconfortante era dormirse sabiendo que al día siguiente sería un poco más rico y, aparentemente, también más feliz. Poco después, enterado ya de la verdadera identidad de los tres farsantes, y no sólo por el hecho de tener que participar en ese intercambio de presentes pautado y orquestado por las grandes cadenas comerciales, empecé a aborrecer esta festividad, al menos en esta versión laica y azucarada de carrozas y caramelos. En éstas me mantuve durante años, defendiendo la idoneidad de regalar cuando apetece, rechazando invitaciones para asistir a esa exaltación del populacho (en el sentido más peyorativo que sean capaces de imaginar) que es la cabalgata y afirmando la necesidad de abrirle los ojos cuanto antes a los chicos para que en la escala de valores que construyan mentalmente el día de mañana (si sacan un minuto entre jugar a la Wii y a la Play) lo material ocupe siempre un segundo plano. Batallé duramente contra los defensores de la festividad, contra sus poderosos argumentos tautológicos (“La tradición es la tradición”) y demagógicos (“Con la ilusión de los niños no se puede jugar”) y perdí.

Y hoy acepto mi derrota y entiendo los porqués. Aceptar regalos porque sí es una muestra de generosidad, un don propio de los seres humanos que aún así tienen la bondad de decir “gracias” cuando son ellos los que realizan la buena acción de recibir. Recibir regalos, comer de gorra, disfrutar de invitaciones para grandes eventos son las principales acciones de los servidores públicos, de todos esos políticos que sacrifican sus carreras por levantar un país, una región o un municipio. Si ellos son nuestro ejemplo, quién soy yo para criticar esta bacanal de compras airadas y deseos espurios.

¿Por qué tanto interés, dirán, en desprestigiar esta fiesta sobre unos magos que luego fueron reyes, que luego fueron tres, que luego fueron Melchor, Gaspar y Baltasar, para después pasar a ser cada uno de un color (en Oriente Próximo debe de ser difícil ser negro)? Pues por lo perverso del mensaje, por las dificultades que introduce, aunque sea de manera inocente, en la tarea educativa.

Y es que en el contexto educativo, también en el deportivo, la recompensa no es inmediata, sino que aparece diferida en el tiempo y no es automática, sino el fruto de un trabajo previo. Que el calendario introduzca fechas que nos hagan sentir especiales por el mero hecho de existir puede ser recomendable, pero una mala lectura del “regalo porque sí” puede banalizar personalidades y hacer que afloren conductas materialistas y superficiales. Y sí, quizá sea éste un discurso gaseoso y sin sustancia, pero es mi manera de afrontar esta fiesta, tal vez más propia de un veterano de Vietnam, puede, pero no concibo otra. Creo en los fundamentos de la agricultura de toda la vida, en la parábola del sembrador y no en el oro, el incienso y la mirra. En estos consejos de Michael Jordan más que, por supuesto, en este cuento chino de los reyes magos.



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS