¿Hasta cuándo, Catilina?


 


Tal vez, después de todo, no merezca la pena. Ni esta queja ni lo que hacemos a diario los que nos enfrentamos a la tarea del baloncesto de formación. Quizá solo sea un grito en busca de consuelo o comprensión al universo Internet, a ese ente etéreo en el que nos cobijamos mientras llueve, graniza o nieva fuera (porque llueve, graniza y nieva, vaya que sí). Ni siquiera sé si estas conclusiones son certeras, seguramente estén sesgadas, sean parciales y no estén del todo ajustadas a la realidad. Pero aquí que las comparto, solo sea como terapia.

 

Las hago tras un partido infantil perdido por 46 puntos. También tras un partido junior igualado y vencido (es lo de menos, de verdad) que fue arbitrado por un jugador de otro equipo de la competición con el que media, aunque a mí me importe bastante poco, una rivalidad local bastante enconada. Este chico es un gran chico, lo conozco personalmente, pero no puede asumir esta responsabilidad, debió declinar la designación de este partido, aunque solo fuera por no levantar sospechas, seguramente infundadas. Probablemente con justicia, porque llegamos tarde intentando defender duro, el saldo de faltas fue de 23 a 14 a nuestro favor: de estas victorias poco se habla.

 

Lo que me preocupa de verdad es que entrenemos a un deporte durante la semana y el domingo juguemos a otro. Que intentemos defender respetando las normas, el uso legal de las manos, la verticalidad en los contactos contra el finalizador, y que nos enfrentemos a una aplicación del reglamento totalmente distinta el fin de semana. Hoy he estado mal, porque he estado muy mal alentando a mis jugadores para intentar que se defendieran, ante un equipo de un año más, de un continuo uso ilegal de manos y de continuas faltas de respeto al principio de verticalidad que quedaban repetidamente sin sanción. Claro, no me quedó otra que emplear expresiones como “pegad”, “sujetad” o “agarrad” para igualar la contienda. Mirad si lo hicimos mal (pegar, sujetar o agarrar) que nos fuimos con 79 puntos encajados y “solo” 17 faltas. Aquí volvimos a ganar: el rival solo hizo ocho (claro).

 

El uso repetido y continuado de las manos del defensor sobre el cuerpo del atacante debe ser siempre sancionado de forma inmediata. Erróneamente, en muchas ocasiones se han interpretado estas situaciones como innecesarias de ser sancionadas, empleando el lema de que "hay que dejar jugar". Precisamente si el arbitro sanciona falta en esas situaciones, entonces es cuando dejará jugar al que realmente quiere hacerlo.

 

Copio y pego una interpretación del club del árbitro para un partido profesional. A lo mejor es que en cantera, mini o preinfantil, prevalece un “dejar jugar” que es, en realidad, un “impedir jugar” porque el sujeto en proceso de aprendizaje tiene muchas menos herramientas para salir de esa presión “en falta” autorizada por unos árbitros jóvenes que han sido mal instruidos. Para intentar cambiar las caras de cordero degollado con la que me miraban en busca de consuelo mis jugadores no he podido permanecer callado, no he podido ejercer la empatía habitual con los árbitros que empiezan, algo que suelo aplicar, pero su criterio era claramente desfavorable e incompatible con la educación en baloncesto.

 

Es un craso error que convirtamos el mini y la categoría infantil en selvas o anillos de boxeo. De ahí que tantas veces me haya mostrado contrario a la competición temprana, sobre todo cuando está regulada de esta manera para que venzan los mejores atletas y pierdan, porque pierden en cada combate, los jugadores más habilidosos o creativos, que a duras penas pueden defenderse del nivel de contacto permitido y avalado por los distintos estamentos federativos. Al final, para compensar este hecho, la intensidad y el ritmo de entrenamiento se convierten en mantras necesarios para poder competir, relegando la enseñanza de la técnica y táctica individual, que son muy poco útiles cuando se puede impedir el avance del poseedor con dos manos, con un uso del antebrazo claramente fuera del cilindro o a "caderazos".

 

2.6.2 Principio de verticalidad. Si un jugador abandona su posición vertical (cilindro), saltando hacia detrás, hacia delante o lateralmente y provoca un contacto con un adversario que cumple el principio del cilindro, este jugador será el responsable del contacto por abandonar su cilindro, sea defensor o atacante.

 

Toda esta semana habíamos estado trabajando la finalización con contacto. Buscábamos provocarlo antes de iniciar la acción de canasta o, en el peor de los casos, aguardarlo preparados y conscientes del mismo, con una base suficientemente estable para soportarlo, absorberlo y emplearlo a nuestro favor. Pero claro, cuando este contacto se produce en el aire, ante individuos con una base de fuerza aún no constituida, los fallos se sucedían ante la mirada impasible de los dos jóvenes árbitros. 2 a 18 fue el saldo favorable de tiros libres (para el rival), poco se habla, también, de estas derrotas.

 

En fin, debo disculparme con los jugadores y con las familias, también con los árbitros si de verdad, como parece, lo hicieron lo mejor que supieron y cumplieron, como buenos funcionarios, las órdenes de sus instructores. Normalmente me gusta ver los partidos sentado, dar algunas correcciones, avivar de vez en cuando una intensidad que, la verdad, no conseguimos tener con regularidad, pero hoy, amén de querer salvar la diferencia existente exigiendo constantemente atención y agresividad a los jugadores, he tenido que proclamar en voz alta, de manera airada y, como digo, errónea, nuestro derecho a defendernos de un criterio arbitral que corre el riesgo, por la incoherencia con el propio reglamento y sus interpretaciones y, por tanto, con lo que deberíamos enseñar a diario, de acabar con la justicia y los incentivos a querer mejorar técnica y tácticamente.

 

Podría haberlo dejado estar, tragarme la bilis, relativizar y mañana seguir entrenando baloncesto como creo que debe ser jugado, a expensas de ser poco competitivos en el baloncesto del fin de semana. Pero he querido dejarlo por escrito, aunque sea como una particular, por original, disculpa con mis jugadores y sus familias, por elevar el tono en un juego que debe ser sobre todo de precisión, y por tener que recurrir a esta "catilinaria", ─porque no creo en los cauces oficiales ni las conversaciones de buen rollo con las que habitualmente nos toman el pelo─, para expresar por escrito lo que pienso y siento.

 

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Borges y el baloncesto, tal vez

 



En aquel Imperio, el Arte de la Cartografía logró tal Perfección que el mapa de una sola Provincia ocupaba toda una ciudad, y el mapa del Imperio toda una provincia. Con el tiempo, esos Mapas Desmesurados no satisficieron y los Colegios de Cartógrafos levantaron un mapa del Imperio que tenía el tamaño del Imperio y coincidía puramente con él.

 

Hace unos días, en uno de los numerosos viajes que emprendo rumbo a un polideportivo de nuestra región o país, pude continuar la lectura de Nuccio Ordine y su obra Clásicos para la vida, cuyo título no pudo estar mejor elegido. En él se recogía el extracto que he empleado como entradilla a este artículo de opinión, inserto en El hacedor, libro de Borges en el que este reúne poemas, relatos y ensayos de varias épocas en torno al eje común de su visión del mundo y sus preocupaciones.

 

Si la preocupación de Borges versaba sobre los peligros del rigor científico, de la búsqueda de la perfección en ese hilar tan fino que es solo la antesala de un nuevo descubrimiento y que provocaría que la investigación perdiera todo su valor, volviéndose esclava de sí misma, esta también es la mía en el mundo y tiempo en el que yo me muevo. Un mapa del tamaño del Imperio es, sin duda, preciso, fiel reflejo de la realidad, pero en todo caso inútil para sus fines, al igual que toda esa ingente masa de datos que nos explica al milímetro lo que es y debe ser el baloncesto.

 

No se confundan, amo el hecho de conocer por conocer, la investigación sin finalidad aparente, ensimismada y críptica por definición para quienes no están familiarizados con ella. Pero también creo en la investigación que es consciente de sus límites y se debe a la causa mayor que persigue, sea la cura de enfermedades, la fluidez del tráfico rodado en las grandes ciudades o la mejora de las posibilidades de triunfo de un equipo sobre otro en una cancha de baloncesto.

 

Al igual que el estudio de la retórica y el discurso y sus efectos en las conciencias que lo recibían han hecho de la política, otrora un noble arte, un escenario ruin en el que se miden cara a cara argumentos bien armados, pero en su mayoría zafios, el baloncesto corre el peligro de convertirse en un plano-secuencia ideado en torno a la eficacia no siempre bien contextualizada de determinados jugadores, jugadas, metodologías o, en fin, de la propia tecnología en sí misma.

 

Si bien fueron necesidades cotidianas las que hicieron avanzar la trigonometría; si la carrera espacial nos ha traído adelantos tecnológicos que han hecho más cómoda y, por lo general, mejor nuestra existencia, esta carrera sin límites por la acumulación de datos y su interpretación, la mayor de las veces basada en muestras pequeñas, sesgada por la limitada capacidad de sus glosadores, se me parece mucho a la de esos cartógrafos que quisieron, sin poder, radiografiar el mundo sin poder encontrar una escala más propicia y exacta que la del 1:1.

 

De lo contrario, tal y como sucede ahora, en un escenario multifactorial y multivariable como el del baloncesto, recurrir a análisis que para ser significativos se ven obligados a descartar, a sabiendas, gran parte de la información que los descuadra o invalida, es un auténtico brindis al sol que tranquiliza conciencias y genera un halo científico alrededor de un mundo que es esencialmente mágico, humano, incierto.

 

Ojo, pese a ser un escéptico por definición, no por negar el valor de la ciencia, sino por considerar provisionales, como es lógico, todas sus conclusiones, sí creo en la necesidad de la incorporación de los datos en el desarrollo de metodologías en el cuidado de la salud del jugador e incluso en la conformación del aparato técnico-táctico de los equipos. Pero siempre desde la conciencia de que, hasta el momento, esta base estadística nos explica el futuro en base al pasado pretendiendo que ambos se parezcan, en la medida en que toda la toma de decisiones va a venir orientada por esta información antigua que, de no ser considerada obsoleta desde su nacimiento, bien puede contribuir a esa redefinición de los patrones venideros. Es decir, se trata de información que se justifica y explica a sí misma: su valor radica en la fe en sus conclusiones. 

 

Pueden ser múltiples las paradojas. Se me ocurre, por ejemplo, que, en la distancia, dos planteamientos tácticos idénticos conduzcan a resultados muy dispares porque dispares son los jugadores, los contextos o los rivales. O que dos combinaciones de dos jugadores que incluyan a un mismo jugador resulten idóneas o letales para un mismo equipo (¿es responsable del éxito o del fracaso?). En fin, nos movemos en un mundo multifactorial, enormemente variable, en un entorno con tal número de combinaciones posibles que este intento de sofisticación no conduce más que a conclusiones poco certeras, a visiones estáticas de una realidad dinámica y a una imagen que, si en algo se parece en la realidad, es en que algunos la consideran profética y hacen todo lo posible por que se reproduzca fielmente, milímetro a milímetro y a través de sus decisiones, en el gran mapa en tamaño real que es el baloncesto.

 

En fin, discúlpenme, pero siempre me fascinó el comienzo de Las ruinas circulares, también de Borges: Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado, pero a los pocos días nadie ignoraba que el hombre taciturno venía del Sur y que su patria era una de las infinitas aldeas que estás aguas arriba, en el flanco violento de la montaña, donde el idioma Zend no está contaminado de griego y donde es infrecuente la lepra.

 

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Ronnie o los límites del entrenamiento




Desde hace unos años sigo con gran interés el snooker, un deporte que podría parecer muy simple, pero que, sin embargo, encierra en sí mismo dosis impensables de estrategia, táctica y, por supuesto, técnica y habilidad. También de preparación física, pues tanto la resistencia como la elasticidad son dos componentes esenciales para seguir pensando con claridad al cabo de varias horas y para alcanzar la posición de algunas bolas realmente complicadas. Por no hablar del apartado psicológico en ese duelo que se libra en la distancia: mientras uno juega el otro mira (o no) siendo muy difícil ocultar la desconfianza, el miedo o el sentimiento de intimidación.

 

Pues bien, el pasado domingo, Ronnie O´Sullivan, de 48 años, se hacía con su octavo trofeo del Masters sumando así un nuevo entorchado de la llamada triple corona, distinción que también acompaña al Uk Championship, que ha ganado también en ocho ocasiones, y el Campeonato del Mundo, cuyo trofeo ha levantado siete veces. En el caso de los dos primeros torneos, Ronnie es ya el campeón más joven y el más “viejo”. El UK lo logró con solo 17 años y el Masters con 19, y ahora de nuevo ambos con 48.

 

Hasta ahora había sido muy partidario del acceso paulatino a la competición, de la práctica del multideporte, de la adquisición de una base atlética previa a cualquier intento de especialización. Y en realidad sigo siéndolo, pues opino esto para el 99% de los casos y retraso cuanto puedo el reparto de roles en los equipos de cantera que dirijo pues no me atrevo a hacer pronósticos sobre las necesidades perceptivas y coordinativas que los jugadores podrían llegar a tener en el día de mañana en virtud de la evolución futura de sus cuerpos, de su ambición o de las demandas de sus futuros entrenadores.

 

Pero los genios son otra cosa y nos ponen en nuestro sitio. A nosotros, los entrenadores, y al conjunto de la población, a quien muestran sin piedad todas sus limitaciones al situarnos ante un espejo en el que ni siquiera podemos vernos reflejados. Lo que llegan a hacer Ronnie O´Sullivan, Djokovic, Jokic o Messi queda fuera de las fronteras del entrenamiento, de la práctica deliberada o de toda aquella práctica organizada en torno a unos estándares marcados, queriendo o sin querer, por el individuo promedio, el deportista común, la mediana de nuestra particular curva de capacidades y talento. Y la de nuestros grupos.

 

Elevar los estándares de exigencia es clave para conseguir mejoras significativas en el rendimiento de los grupos, pero los puntos de partida son muchas veces las anclas que nos impiden echarnos a la mar. La capacidad de aprendizaje motor, de comprensión de los espacios, para resolver problemas… Todas estas cuestiones nos vienen dadas y pueden limitar las progresiones grupales e individuales de nuestros equipos. Ayer mismo observaba cómo uno de mis preinfantiles se quedaba mirando el balón que volaba tras un tiro en tres ocasiones consecutivas obteniendo el mismo resultado: le quitaban el rebote. Está bien, mi parte de responsabilidad está clara, el hábito no está creado ni consolidado, pero extrapolando la situación más allá del teatro de la pista, lo cierto es que un individuo se encontró con el mismo problema en tres ocasiones y quiso o pudo (por decirlo de alguna manera) aplicar la misma estrategia tres veces con idénticos resultados negativos.

 

La capacidad para resolver problemas, para adquirir patrones motores, para percibir el entorno y emitir juicios acertados sobre lo que está pasando a nuestro alrededor son elementos muy vinculados a lo que podríamos llamar talento y, además, dotan al individuo de una autopercepción de la competencia y la capacidad que lo invitan a entrenar más duro y de manera más creativa. Es decir, gran parte de los objetivos que podremos alcanzar con nuestros equipos se basarán, en gran medida, en las bases sobre las que se sustentan, no solo a nivel atlético, sino también en cuanto a la velocidad de toma de decisiones y su nivel de éxito. ¿Podemos escapar de este laberinto? Vayamos a por uno más complejo. 

 

Por otro lado, creo que el entrenamiento puede llevarnos a alcanzar una meseta de capacidades mínimas, conocimientos necesarios para la competición, pero que el último salto va a estar en manos de los jugadores y una adquisición autónoma en entornos ajenos al de la práctica formal. Aquí poco nos queda más que ser incentivadores del entrenamiento fuera de pista y ver con mejores ojos todos esos ratos que los chicos pasan con sus padres y hermanos mayores y cuyo rendimiento avalan las estadísticas que muestran cómo la herencia de ese capital cultural y deportivo conduce a una sobrerrepresentación de los "hijos de" (jugadores, entrenadores, gente vinculada al baloncesto) en selecciones autonómicas y nacionales.

 

La perpetuación de los mejores en la élite en deportes individuales como el tenis o el snooker nos alerta de la presencia de genios, talentos irrepetibles que no veremos en generaciones, pero también nos muestra que el entrenamiento tiene unos límites y que los puntos de partida, los estándares de autoentrenamiento, la percepción de las propias capacidades y su inmediata consecuencia ─la resolución de problemas cada vez más complejos con un éxito progresivamente creciente─, son aspectos propios del deportista y su biografía sobre los que los entrenadores solo podemos orientar desde una posición humilde y, en el caso de estos genios, de pura y dura admiración.

 

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS


¿Un arma cargada de futuro?


 


Ya no me ocurre. Con el baloncesto ya no me pasa, no siempre al menos. No estoy seguro de quererlo más que ayer y menos que mañana, como sí ocurría en un principio. Ni siquiera de saber más cada día, lo que puede que sea probable, pero no siempre percibo como tal, a pesar de estar rodeado de numerosos estímulos que facilitan este aprendizaje: grandes profesionales y muy buenos jugadores cerca y la propia práctica como gran maestra.

 

Pero no estoy seguro, decía, porque creo que, en el baloncesto, como en tantas otras facetas de la vida, las nuevas tendencias no critican y asumen parte del legado de aquellas otras que lo fueron en el pasado. Es decir, tengo la sensación de que los argumentos que avalan las nuevas tendencias invitan a una suerte de tabula rasa, crean nuevas realidades que no facilitan el intercambio con el pasado u otras fórmulas. Por lo tanto, conocer lo nuevo no es siempre conocer lo mejor, aunque objetivamente lo sea en la medida en que lo nuevo se ha aceptado como lo real y casi único y obtenga resultados en la cancha.

 

Contribuye también a esta suerte de desaliento la necesidad de hiperespecialización. La visión humanista y holística del baloncesto como un todo en el que los apartados personales y humanos prevalecen ha dejado paso a una era pseudocientífica en la que los datos (no siempre relevantes o suficientes) construyen narrativas y predestinan la realidad en la medida en que sus intérpretes profesan una fe inquebrantable en su esencia divina.

 

Se complica la creación de equipos, la determinación de causas colectivas, de horizontes a alcanzar como grupo. Los vectores que representan las carreras individuales no siempre se alinean con el de los objetivos del equipo. En una era en la que todo el mundo te dice lo bueno que eres, te ayudan a disimular las carencias, discuten con quien sea necesario para demostrar que su hijo/representado/ahijado/amigo está en lo cierto la voz de la autoridad se resquebraja y el entrenador se convierte en un encantador de serpientes que intenta captar el voto del trabajador y el pensionista, por diferentes que sean sus motivaciones.

 

Lo mismo sucede en el baloncesto de formación, donde educamos a doce (en mi caso quince)  seres que son lo más importante para otros dos, tres o cuatro, a los que no siempre podemos pedir una visión objetiva de nuestra labor educativa, pues acuden a las gradas con una suerte de prismático que sigue las evoluciones de su hijo, al que suelen ver desanimado o falto de confianza cuando juega poco o se ciñe a su papel dentro de un colectivo donde las oportunidades, en el campo federado, terminan obedeciendo a una mezcla de méritos y virtudes. Hablo a menudo con los padres y creo que a veces se sienten culpables de no haber engendrado un atleta o un superhombre. Y alguno hasta se pasa hora con los chicos intentando suplir la carencia de estos dones dotándolos de una técnica exquisita, redoblando esas sensaciones de ansiedad.

 

Es esta tendencia hacia la competitividad que debe conducirles a una suerte de bienestar físico y emocional la que me hace pensar si no somos antes que entrenadores terapeutas, curadores de almas claramente sobreestimuladas y al mismo tiempo adormecidas que soportan el carrusel de tareas que se les impone con un espíritu demasiado sumiso. A veces echo de menos preguntas en los entrenamientos. Esto por qué y para qué. Me gustaría crecer espiritualmente y estar por encima de lo que siempre ha significado el entrenamiento como tarea preparatoria para una competición o método que provoca un incremento del rendimiento deportivo. Me gustaría ser un procurador de oportunidades, un provocador, en el buen sentido, lanzar una llamada a tener un pensamiento propio y original.

 

Se me quedan cortos los objetivos tradicionales del baloncesto de formación para cubrir y responder ante lo que veo. Ahora que se acercan las segundas vueltas de la competición federada, me parece pobre la idea de competir mejor, de conseguir mejores resultados. Hay decenas de recursos estratégicos o tácticos que pueden ocultar mil carencias técnico-tácticas individuales. A nosotros nos han anotado con conceptos que no aparecen en nuestra programación, es decir, nos dan lecciones pertenecientes a otro curso. Y no vamos a responder de igual manera, no vamos a actuar como autómatas si no hay una comprensión previa de los elementos espacio-temporales básicos, un control suficiente del propio cuerpo, una relación dichosa entre el jugador y el balón.  

 

Para ello necesito crecer espiritualmente. Todavía mis rotaciones han estado demasiado informadas por el intento de competir mejor, de pelear el resultado. Me ha guiado en exceso el ego del entrenador y me he olvidado de los objetivos educativos y deportivos que están por delante. La competición puede ser un laboratorio si proveemos a todos los participantes de los materiales necesarios, principalmente minutos, y, en todo caso, es una herramienta volcada al futuro, no una radiografía del presente que es tantas veces un diagnóstico del pasado.

 

Esto le pido al baloncesto en 2024 en este ánimo de recuperar aquel viejo entusiasmo: que se convierta, como decía Celaya de la poesía, en un arma cargada de futuro. Los datos y los rendimientos actuales de los jugadores jóvenes no pueden determinar a qué jugamos, quiénes somos y seremos. Que lo hagan las ideas y el entusiasmo con el que acuden cada día a entrenar. Y que tengamos la mente abierta y el espíritu suficientemente generoso para no dejarnos guiar por la inmediatez y la rigidez de un sistema hecho para crear máquinas y consumidores, no seres libres, ni siquiera jugadores libres.  

 

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Los Estados Unidos del Baloncesto

 




Viaje con nosotros si quiere gozar. Ya la están cantando, ¿verdad? Viaje con nosotros a mil y un lugar. Y disfrute de todo al pasar. Qué gozada, nunca mejor dicho, esta canción de la Orquesta Mondragón con letra de Luis Alberto de Cuenca. Tanto que creo que es la que iba tatareando Fernando Mahía (A Coruña, 1990) en su viaje por Estados Unidos a bordo de una Dodge Grand Caravan de 2001 y del que extrajo el magnífico libro Coast to coast (Contra, 2022). Un viaje al corazón del gran imperio guiado por el hilo conductor del baloncesto, tal vez no el deporte más popular, pero sí el que mejor representa el carácter mestizo y la condición multiétnica y multicultural del país.

 

No es arbitraria, se lo dice un geógrafo, en ningún caso, la división por regiones que introduce el autor para planificar su viaje. Estados Unidos es también un país de contrastes, un país en el que poco más de doscientos años de historia han dado para mucho y han contribuido a explicar su actual distribución. Senderos, cordilleras, océanos y climas explican una parte, pero puritanos, forajidos, indígenas, políticos e incluso vaqueros, la mayoría hombres, pero también (y cada vez más) algunas mujeres terminaron de configurar su territorio como un mosaico en el que es fácil distinguir, como hace Fernando Mahía, al menos cinco espacios diferenciados: Nueva York (y alrededores), El cinturón del óxido ( fundamentalmente El Medio Oeste), El Corazón de América (los Apalaches y las grandes praderas), el Sur Profundo (marismas y casonas en torno al Delta del Mississippi) o un concepto amplio del Oeste a partir de la expansión decimonónica a costa de la población nativa y más allá de las Rocosas en busca de tierra virgen e incluso oro.

 

En todos estos lugares nos cruzamos con el baloncesto. ¿Por qué? Por lo universal de su lenguaje, su equitativo, aunque a veces injusto, mensaje. Una canasta fue suficiente para que Larry Bird no heredara el destino de su padre (alcohólico y suicida). Una canasta fue muchas veces el horizonte que guiaba el sueño americano, más allá de que su final fuera triste o crudo. Fernando Mahía no evita cruzarse con los hitos fundamentales de la historia del baloncesto, visita estatuas a las puertas de pabellones y puntos de interés arqueológico donde estuvieron los templos ya derruidos. Pero va mucho más allá y ahonda en los personajes secundarios de ciudades no siempre conocidas por el gran público.  

 

Hay muchos más perdedores que triunfadores en este libro, aunque no hay derrota completa en sus biografías ni historia exenta de pasajes dorados. Pero lo cierto es que al autor le cuesta mucho dar con ellos, pues su existencia es anónima, ya sea por vocación o necesidad. De la mano del autor conoceremos mendigos que fueron pioneras, antiguas estrellas reintegradas en comunidades indígenas o globetrotters que aceptaban su papel, y lo disfrutaban, a sabiendas del carácter exhibicionista que tenía este equipo, una suerte de «bomberos torero» del parqué. Entretenimiento para blancos ofrecido por empresarios blancos y trabajadores negros.

 

Me gusta mucho la mirada de Fernando, el modo en que esta traspasa el espeso muro de lo evidente o, peor, de lo aparente; la falsa verdad que ya existía en el paisaje antes de que su mortífero veneno llegase a los informativos y los espacios de debate. Y me gusta mucho más aún su oído, presto siempre a escuchar a quienes conservan una historia, presto siempre a distinguir de entre el ruido aquellas melodías que constituyen la banda sonora del país, de sus ciudadanos y también del baloncesto, tal vez el denominador común que mejor representa a una y otra nación, a todos los Estados Unidos y a un mundo en general que, aunque critica el modelo, no deja de imitarlo. En Coast to Coast hay jazz, hay blues, hay salsa, merengue, hay soul, hay sonido motown, hay hip hop, hay rock, hay pop en el sentido amplio. Quizá por eso, por no tener que elegir entre tanta buena música, entre tanta historia resumida en acordes y notas diferentes, yo también canturreo el Viaje con nosotros… mientras os invito a subiros en la Dodge de Fernando y viajar sin viajar por los Estados Unidos del baloncesto. Disfruten de todo al pasar. 

 

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Entrenar el inconsciente

 




José Manuel López Navarro, autor de Entrenar el inconsciente, la obra que he tenido el placer de leer en estos días, cuenta con una formación y una experiencia especialmente diseñada para ser el entrenador de corte humanista que se anuncia a través de este libro. Su experiencia en la Armada como especialista en submarinos, su colaboración en el deporte de los deportes, el atletismo, y su bagaje como preparador de equipos en clubes como Estudiantes de Madrid, conforman un currículum difícilmente igualable, no solo por el cuánto, que es mucho, sino por el qué, que es diverso y polivalente.

 

En este caso, libro y autor no pueden caminar por separado, pues Entrenar el inconsciente es ante todo el producto íntimo de la reflexión sobre la experiencia acumulada. Una reflexión orientada por un saber adquirido tanto a través de la teoría (se citan numerosos libros muy interesantes) como fundamentalmente a raíz de la práctica. Una reflexión en torno a una visión que probablemente sea anterior, pues la consideración del deportista, del hecho deportivo y del entrenamiento, el punto de partida desde el que nos aproximamos a la enseñanza de un deporte probablemente proceda de un impulso anterior a su racionalización. Si José Manuel López Navarro cree en una enseñanza basada en el deportista como protagonista, en un enfoque holístico y en una metodología integral y esencialmente flexible no es porque su trayectoria profesional lo haya orientado de esta manera, que también, sino porque había un impulso previo, una forma de ser y estar en el mundo en la que sus educadores tuvieron mucho que ver.

 

De aquí nuestra responsabilidad como entrenadores: algunas de las consecuencias de nuestras medidas y nuestros actos van a permanecer en el tiempo en forma de recuerdo o cicatriz más o menos consciente o visible. De aquí que debamos ser autocríticos, estar en permanente formación y planificar. En este sentido, aboga por el desarrollo personal de los formadores, quienes deben ser prohombres de su generación, sabios o conscientes de su ignorancia y ejemplos intachables de conducta. Humanos, sí; falibles, sí, pero no más de lo necesario.

 

El libro hace un recorrido más o menos ordenado del entrenamiento deportivo en torno a sus dos grandes protagonistas, el deportista y el entrenador, sin desatender la importancia que pueden tener otros actores, la competición y el entorno. Y en este recorrido, aunque es muy completo, nos vamos a cruzar a menudo con algunas de las palabras clave y obsesiones del autor: el liderazgo del entrenador, el forjamiento del carácter de los deportistas y el entrenamiento del inconsciente, aquel que queremos que aflore el día D y en la hora H a base de haber invertido muchas horas de práctica deliberada y repetición consciente.

 

Reconozco que me gustaría estar más en desacuerdo con José Manuel López Navarro, que alguno de sus principios chocara con los míos y que del debate pudiera surgir un nuevo principio mejorado y útil para ambos. Pero, aun así, aunque mi visión del entrenamiento (aunque mi formación y aproximación al deporte sean muy distintas de las suyas) es semejante a la suya, he aprendido mucho. Sin pretender ser demasiado técnico, el autor aclara muy bien conceptos propios del baloncesto a través del uso de ejemplos. Sin procurar aleccionar, pues la narración destaca por su humildad y modestia, su lectura, en pleno período de renovación de ideas y planificación y programación de la próxima temporada, me ha resultado especialmente clarificadora.

 

Por todo ello, que es mucho más que la mera suma de sus partes, recomiendo la lectura de Entrenar el inconsciente, idealmente antes de planificar y encontrarnos con la plantilla, pero también después, para ponernos frente al espejo de José Manuel López Navarro y confrontar nuestra experiencia con la suya, que es amplia y diversa, algo que no siempre podemos hacer con nuestro director deportivo, con nuestros compañeros o con nosotros mismos por falta de tiempo. De ahí mi consejo: que la fuerza de este libro os acompañe en esta y en próximas temporadas.

 

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Oro, pero no de la misma madera

 

Imagen encontrada en la web de la fbm



De Murcia, Valladolid, Palma, Sevilla, Barcelona, Alhaurín y, por supuesto, también de Badalona o Madrid al cielo. La selección junior española escribió ayer una bonita historia venciendo a Francia en la final del campeonato del mundo sub 19 y reeditando un título, el de 1999, que es el mismo pero distinto, pues se ha logrado con claves absolutamente diferentes.

 

1.       Los chicos crecen y ensanchan. Nada tienen que ver Rafael Villar y Sergio Larrea, bases de nuestra actual selección, con Raül López o Carlos Cabezas. El base del Barcelona y el de Valencia Basket rondan o pasan holgadamente el 1,90, mientras que el genio de Vic y el de Málaga se movían en torno al 1,80. Este hecho les ha permitido contribuir en facetas del juego como el rebote, la defensa toda la pista, incomodar la acción de los bases rivales a la hora de iniciar y ejecutar los sistemas y plantear sistemas defensivos distintos a los que un base de antropometría clásica pudiera haber hecho.

 

2.       Navarros, pero de escuela (y más altos, largos y físicos). Juan Carlos Navarro fue, posiblemente, el héroe del campeonato junior de Lisboa. Allí muchos conocimos su famosa “bomba” y su determinación para asumir balones calientes en los minutos finales de los partidos como ayer hizo Jordi Rodríguez, también con el número 7, especialmente en la canasta que concedió el empate tras un fallo previo y con Baba Miller abierto a su derecha. Jordi Rodríguez no anda lejos de los 2 metros, juega las acciones de bloqueo directo con pausa, ha pasado por la escuela de Badalona y maneja todas las caras del balón, bastante bien ambas manos y tiene un tiro de manual. También Lucas Langarita se aproxima a este perfil, tras años de escuela y despensa en Zaragoza, añadiendo a todo lo dicho un salto vertical que le permite hacer mates por encima de los hombres grandes del rival.

 

3.       Jugadores de rol más fuertes y rápidos. Y más necesarios aún de lo que lo eran en 1999. Sediq Garuba e Isaac Nogués han sido jugadores clave de la mejor defensa del campeonato, una defensa basada en el esfuerzo y la agresividad en las primeras líneas que se iniciaba con un esfuerzo titánico en la lucha del rebote ofensivo y en la defensa del outlet, en un next muy agresivo (sin mirar atrás), amparado en las veloces rotaciones y en las figuras protectoras de Almansa o Miller como último recurso. En el marco de este sistema defensivo, que a veces intercalaba flashes agresivos, casi 2x1 en los bloqueos directos, los dos jugadores antes mencionados se han convertido en auténticos valladares, cuyos robos, pérdidas forzadas, malos tiros que daban lugar a rebotes claros… Han alimentado nuestro juego en transición y han desquiciado a los mejores jugadores rivales. Su inclusión en la lista y la importancia que se les ha concedido en la jerarquía del equipo son uno de los grandes aciertos del cuerpo técnico, pues Nogués no ha pasado de los 6 puntos y 6 rebotes en la EBA y el pequeño de los Garuba ha firmado números también modestos, 6 puntos y 3 rebotes en Cartagena, LEB Plata. Ojalá puedan mejorar áreas muy específicas de su juego (básicamente el tiro exterior) para que su carrera, lejos de parecerse a la de nuestro querido Souleymane Drame, lo haga a la de jugadores de rol que se han hecho hueco en equipos de Euroliga o NBA, como fue el caso del otro titán de aquella selección: Berni Rodríguez.

 

4.       De las alcachofas de Sant Boi al mestizaje. Si Pau Gasol era ET para Andrés Montes, una rara avis que el periodista quiso explicar a partir de su alimentación, Almansa y Miller son dos productos del mestizaje, de la mejora de la especie que se da por la vía del intercambio, dos auténticos privilegiados, nacidos para jugar al baloncesto y que, sin embargo, solo lo pueden hacer de esta magnífica forma por la evolución de los métodos de entrenamiento y de los preparadores, así como por la generación de ecosistemas que permiten a jugadores tan altos formarse en el manejo de muy distintos fundamentos, aunque su principal aval sean su altura y su envergadura. Su juego de pies, su instinto para el rebote, el tiro de Miller… En fin, ellos simbolizan también, amén de una mejora genética y epigenética, el éxito de los entrenadores españoles de provincias (Murcia y Palma en este caso), también de los de la capital (ambos pasaron por el Madrid), aunque ahora hayan decidido hacer las Américas para dar el último paso previo al profesionalismo, algo que se comprende muy bien.

 

El triunfo de anoche habla muy bien del trabajo silencioso de los formadores, de los avances en la preparación física, de la implicación y saber estar de las familias y también del trabajo de la federación en la monitorización de los perfiles, la conformación de los cuerpos técnicos (el de la U-19, sin ir más lejos, realizó una labor impecable) y la creación de sistemas de competición que han demostrado tener éxito en esta primera escala formativa, al menos en el cuidado de los mejores jugadores (hace poco discrepaba sobre lo que los campeonatos de edad, en etapas cada vez más tempranas, pueden hacer en los casos de maduración más tardía y también sobre la brecha mental que generan entre los que están y quedan fuera por las necesidades de hoy y no la visión del mañana).

 

Ahora el reto es trasladar esta estructura a la siguiente etapa, un período clave que va desde los 20 hasta los 23-25 años y en la que es habitual observar cómo los jugadores consolidados, los tocados por la varita, llegan por sí solos (entre otras cosas porque ya están preparados) y aquellos a los que aún les falta trabajo por hacer se pierden en la maraña de las ligas LEB o actuando como cupo en ACB. Recuerdo casos como los de Miguel González, veo el estancamiento de Sergi Martínez, asisto a las dificultades para consolidarse en la élite de la generación de 1998, felicito a Pablo Pérez, un jugador que debutó en ACB y coincidió conmigo en Clavijo por sus éxitos personales, ya lejos del baloncesto. No quiero verter sombras sobre un gran triunfo, sino invitar a que, al igual que los éxitos de Gasol, Navarro y cía animaron a los padres de estos chicos a apostar por el baloncesto quizá con una mayor implicación de lo que lo hubieran hecho en su ausencia, el éxito de estos nuevos juniors de Oro venga acompañado por cambios en las ligas o al menos en la voluntad de los que las rigen y gobiernan, para que la proporción de estos magníficos átomos que finalmente cristalice sea cada vez mayor. Estaremos atentos. Comienza un gran verano.

 

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Hombre de fútbol, hombre de basket

 




Qué sensación tan bonita esa que sigue al cierre de un libro que te ha acompañado durante semanas y cuya lectura has podido disfrutar como cuando eras un enano y ninguna responsabilidad te esperaba a su finalización, cuando no tenías ninguna intención de hacer una reseña, solo recrearte en sus pasajes. Hombre de fútbol, de Arthur Hopcraft, es el mejor libro que he leído sobre un deporte que ya no sigo. Publicado en 1968, sus reflexiones siguen vigentes cincuenta y cinco años después y trascienden no solo el paso del tiempo, sino que alcanzan la verdadera transversalidad de los deportes de equipo de oposición, espacio compartido e invasión. Tanto que no me hubiera extrañado confundir a Matt Busby con John Wooden o a Alf Ramsey con Juan de Dios Román.

 

Hopcraft hace un recorrido por el fútbol inglés desde su nacimiento hasta esos años 60 de progresivo aperturismo, redondeados con la consecución del mundial que ellos mismos auspiciaron. De los ingleses dice que aquellos días disfrutaron como nunca, sobre todo aquellos trabajadores de las fábricas de las regiones más industrializadas y alejadas de los centros de negocios. Qué pronto olvidaron los británicos que fueron más felices abriendo puertas que cerrándolas. Hombre de fútbol es también un manual de historia sobre el hecho deportivo desde su perspectiva científica, pero también desde la sociológica, política o empresarial. En el libro el fútbol pasa por diferentes estadios: nace, crece, se reproduce y se asoma al abismo de la muerte, al menos en su forma original, para refundarse continuamente siempre sobre la base de la conexión entre el césped y la grada, entre el campo y la televisión. El fútbol es el drama mejor contado desde los tiempos de Shakespeare y, sin necesidad de guion, el libro que mejor entiende una sociedad cansada de ver a señores de traje dando sermones que no se aplicarán.

 

El autor termina su análisis en clave sectorial (directivos, árbitros, jugadores, entrenadores, afición…) haciendo un vaticinio certero sobre lo que habría de pasar en el mundo del fútbol. No en vano acertó con el surgimiento de la Premier y con la natural fusión y concentración del talento y los recursos económicos y el interés de los equipos grandes por hacer valer la mayor importancia de sus mercados en el reparto de los beneficios. Acierta también desoyendo las noticias que hablaban de una Superliga europea: “ya tenemos bastantes competiciones internacionales con la Copa de Europa, la Recopa y la Copa de Ferias”, afirma. Condena al semiprofesionalismo a los equipos con masas sociales en torno a los cinco mil espectadores, aunque siempre les quedará la FA Cup para plantar cara a los equipos más grandes y rendir un homenaje al fútbol modesto. Es tan preciso pronosticando el futuro que es hoy nuestro presente que, a veces, un tanto despistado, pensaba que estaba leyendo un libro sobre nuestro baloncesto.

 

La capacidad de gestión solamente se premia con un refuerzo del ego o con la satisfacción de los incondicionales tras la victoria sobre los adversarios. Y en el fútbol estas recompensas son importantes, pero no dan de comer. Así se refiere a los directivos de entonces, que son en gran medida los de ahora. Ante ellos cabe el aplauso por su pasión, pero cabe la duda sobre la idoneidad de la profesionalización de ciertas figuras que a veces estos frenan para no ver relegada su notoriedad. Este año he vivido muy de cerca una de las mejores historias peor contadas, pero no puedo responsabilizar a nadie al respecto, pues nadie estaba al cargo de ello. Todos los esfuerzos eran por amor al basket. Y todos son dignos de agradecer. 

 

Y lo mismo sucede, y concluyo, en el campo de los entrenadores, a los que no se paga porque no se les exige, a los que no se exige porque no se les paga. Nadie llega a entender, o si lo entienden no lo consideran prioritario, que cuidar a los entrenadores es cuidar a los jugadores y que cuidar a los jugadores es cuidar a los clientes y que, de alguna manera derivada, también el futuro del baloncesto habrá de sostenerse sobre sus jugadores y futuros aficionados, sobre los aficionados y futuros directivos, sobre los actuales directivos y, ojalá, futuros profesionales. En el estado actual no cabe la profesionalización de determinadas estructuras, pero sin la profesionalización de determinadas figuras lo que no cabrá en el futuro será el baloncesto, de ningún tipo. En ninguna ciudad, por grande que sea. El fútbol y muchas otras actividades nos seguirán comiendo el terreno, sobre todo porque su historia es infinitamente más atractiva y democrática. Y porque está infinitamente mejor contada. Entre otros, por Arthur Hopcraft.


UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Crianza, reserva y gran reserva

 




Hoy este blog cumple trece años, o tal vez fue ayer, que diría Mersault a propósito de la muerte de su madre en la obra El extranjero. No es que importe demasiado, pero la constancia del paso del tiempo nos permite reflexionar sobre esta dimensión, otorga esencia a los hechos acaecidos, aporta una sensación de continuidad que permite llevar a cabo evaluaciones más o menos precisas, autocríticas o, al contrario, autocomplacientes, de nuestro propio aprendizaje.

 

Y así uno descubre que esta progresión nunca es lineal, que uno no se hace más viejo y, precisamente por ello, más sabio. Y no es solo por la sensación de ignorancia que acompaña a cada hallazgo, sino por la presencia en ese cronograma imaginario de hitos que justifican el silencio de tantas horas, el frío de tantos inviernos. Uno de ellos fue aterrizar en Logroño, capital de la Rioja y del vino hace cinco años y cinco días justos, en su calle Laurel, para conocer en persona a Jenaro Díaz, entrenador del Club Baloncesto Clavijo.

 

Aquí en Logroño he experimentado en mis carnes el proceso de crianza: dos años en barrica y dos en botella con un año entre medias de curación en tierras burgalesas (mezclo vino y embutidos en un guiño a mi lugar de origen), al que también estoy agradecido. En este tiempo el zumo de uva que traía de Salamanca ha fermentado a través de la observación, el diálogo y la experiencia, conectando con los jugadores, ganando y también perdiendo. En el Club Baloncesto Clavijo he preparado hojas de scouting, planes de viaje, borradores de contrato. He hablado con recepciones de hotel, funcionarios de Extranjería, agentes y también colegas. He viajado a lugares paradisíacos y a muchos de los centros de la España interior, vacía o vaciada, según gustos literarios o inclinaciones ideológicas. He conducido y he sido pasajero, piloto y copiloto, asistente y principal. He procurado transmitir entusiasmo y tranquilidad a alevines, chicos y chicas, infantiles, cadetes y juniors, he entrenado a equipos, pero también a jugadores previamente seleccionados, siempre poniendo la búsqueda de la autonomía decisional por encima del seguimiento indiscriminado de normas o conceptos.

 

He intentado que cualquiera de los jugadores pueda compartir cancha con otros cuatro que, con y sin balón, sepan aprovechar la iniciativa que otorga la posesión del balón al equipo atacante y provocar desequilibrios que culminarán en ventajas que, nuevamente a través de la técnica y la táctica individual, aprovecharán o incrementarán mediante un buen uso de los fundamentos básicos y una inteligente ocupación de los espacios. Todo ello sin olvidar que es el atletismo, en un sentido amplio, el que da valor al conocimiento del juego, permitiendo su expresión práctica. Y que la defensa también juega, mediatizando todo el proceso de cognición, toda respuesta finalmente biomecánica.

 

Porque la defensa también juega, este ha sido también otro de los mantras. Y puede ser divertida cuando en vez de especular llama a la asunción de riesgos, al esfuerzo solidario, a la intuición para adivinar el futuro. En defensa hay cinco chicos actuando sin balón, pero en función de él, sintiendo la responsabilidad, pero también ese aire canalla que acompaña al robo y que debe invitarnos a enseñar a usar las manos y a alterar ese principio que daba la iniciativa, por definición, por el hecho de partir con el balón, a los ataques, que pasarían a defenderse de nuestra defensa.

 

También he disfrutado del semiprofesionalismo, que era semi en las condiciones y circunstancias, pero profesionalismo sin matices cuando tocaba trabajar al lado de alguien como Jenaro, un sospechoso habitual de campeonatos de selecciones y Euroliga, quien sigue intentando que sus equipos se parezcan a aquellos, aunque solo sea en la ambición y el empeño. Cómo no recomendar este grado universitario que he podido cursar a su lado, primero como alumno obediente y, cada vez más, como apuntador de ideas e incluso rebatidor nato, al menos hasta que alcanzábamos, previo acuerdo o no, la que debía ser nuestra certeza, la que debíamos transmitir sin fisuras a los jugadores.

 

No los cito porque son muchos y temo dejarme alguno. También porque algunos no lo merecen, en la medida en que no entendieron lo que significaba estar en un equipo y ponerse al servicio de una causa apoyada por una ciudad, una afición y una directiva. De todos aprendí, de todos me llevo algún recuerdo. Los hubo buenos y muy buenos metiendo canastas, pasando el balón, pero me quedo con los que fueron muy buenos ganando partidos, haciendo lo necesario, sin prestar atención a la estadística particular, aunque luego, los cínicos de los entrenadores y directores deportivos, será lo primero en lo que nos fijemos.

 

No los cito porque han sido muchos. Algunos ya han dejado el baloncesto, otros se han cambiado de equipo. La mayoría sigue, a la espera de saber cuál será su equipo el próximo año. Me refiero a los jóvenes jugadores de baloncesto, a esos niños y adolescentes con los que he compartido unas cuantas horas de cancha, seguramente no tantas como nos hubiera gustado a ambos, tampoco de la calidad deseada, mis perdones. Mi mayor deseo es que recuerden alguna anécdota de estos años, que alguna metáfora les permita asociar y recordar lo aprendido; confío también en haber contribuido a forjar su carácter sin haberlo mediatizado en exceso. A veces siento el temor de haber tratado igual a peces y aves, pidiéndoles a todos volar. Espero que me perdonen los primeros. Y que tengan tiempo para hacerse con un par de alas (y ser peces voladores) antes de que alguien los condene de por vida a reptar por el fondo marino.

 

Me voy de Logroño cinco años y cinco días después pudiendo distinguir un vino joven, un crianza, un reserva y un gran reserva, conociendo las normas de la Denominación de Origen Rioja y, sin embargo, más convencido que nunca de lo necesarios que son todos aquellos que, conociéndolas, las ignoran para hacer vinos de autor, caldos que emanan creatividad y frescura, que se alejan de la tradición sin ningún ánimo de crear la suya propia, pues no pretenden trascender. Que simplemente desean que un paladar pueda inundarse de sus matices, que alguien pueda disfrutar de ese simple gesto que es levantar la copa. O armar el tiro. O esconder un pase.

 

UN ABRAZO Y MUCHAS GRACIAS A TODOS LOS QUE ME HAN ACOMPAÑADO EN ESTOS AÑOS. 

Demasiado pronto, demasiado tarde

 




No recuerdo un año peor que el de Segundo de Bachillerato en términos académicos. En una etapa ideal para que florezca el pensamiento y se comparta con los contemporáneos, para que surjan pequeñas comunidades de amantes de lo intrascendente o inútil, para que se descubran vocaciones, aunque luego se demuestren erróneas, dedicamos nueve meses de nuestra juventud a buscar una calificación promedio y a preparar una prueba que intenta diagnosticar una serie de aptitudes y actitudes propias del aprendiz, pero que en realidad testa el grado de adaptación de este a un sistema eminentemente lingüístico, lógico/racional y memorístico, tres capacidades reseñables, por supuesto, pero no superiores bajo ningún criterio jerárquico a otras como la habilidad manual, la capacidad atlética, el razonamiento creativo, el criterio artístico o la inteligencia social, que muchas veces será la que coloque a esos disciplinados aprendices en algún centro de trabajo y les permita, aquí o en el extranjero, planificar una vida.

 

La Ebau, como antes lo hacía la Selectividad, así como las plazas limitadas que de alguna manera más o menos objetiva hay que repartir, condicionan uno o dos años de aprendizaje, determinan el currículum, estrechan y acortan miras, tal vez por puro interés. Lo mismo sucede cuando al final del camino o de una temporada se sitúan eventos como los campeonatos provinciales, regionales o nacionales, algo que me parece bien como aliciente o motivación para los deportistas, atletas que, al igual que los antiguos griegos, quieren pasar de la potencia al acto, del entrenamiento a la práctica, pero siempre que se haga con un cierto criterio y con alguna autolimitación.

 

Porque igual que el profesor quiere presumir en las playas de Benidorm del porcentaje de alumnos que acceden a la universidad, el entrenador de un equipo quiere presumir de resultados en los múltiples campus en los que a partir de finales de junio se reúnen. Y eso afecta al currículum y a otra serie de decisiones que objetiva y subjetivamente pueden dificultar el aprendizaje y el desarrollo de los aprendices. Si en el instituto nos privaron de aprender Filosofía o Literatura a través del ejemplo o el diálogo, sin prisas y atendiendo a todos los matices posibles, en los clubes pueden sentirse tentados a acelerar los procesos y a dejar individuos descolgados, tal y como se ha visto en todas aquellas pruebas previas a la Selectividad en las que tantos equipos han presentado ocho, nueve o diez jugadores, en función de la permisividad del reglamento.

 

Los Campeonatos de España de clubes de Minibasket que se disputarán en tres semanas no ayudan a nadie salvo a los que obtengan un beneficio directo de ellos. Puede que generen beneficios, diversión para los padres y una suerte de motivación hacia el logro (sea cual sea este) en los participantes. No creo en su valor formativo, salvo en términos de exigencia física y atencional, pero esto podría esperar a más adelante. Los que se han quedado fuera han sido más conscientes que nunca de la falta de expectativas depositadas en ellos. Los que lo jueguen, salvo los más habilidosos, sacarán el kit de emergencia e intentarán sobrevivir siendo útiles a su equipo, muchos de ellos asumiendo que no pueden tomar determinadas decisiones. Los muy buenos, salvo los niños prodigio, harán una y otra vez lo que mejor saben hacer, no es momento para pruebas: el entrenador está concentrado, la grada ansiosa, hay mucho en juego. Demasiado.

 

Hace años, en el advenimiento de la sociedad del espectáculo, definida por Guy Debord en los años 70, uno creía que habría dos marcos que permanecerían al margen: la política y la educación. Que nuestros representantes públicos dialogarían en las sedes de la soberanía nacional con argumentos sofisticados y no con sofismas y eslóganes de baratillo. Que nuestros educadores, empezando por los padres, no convertirían a estudiantes e hijos en joyas que exponer en el escaparate de las redes sociales y los medios de comunicación: en fin, dentro de unas semanas, siguiendo los cánones de las actuales reglas de la comunicación y el marketing, conoceremos el nombre de los jugadores más destacados del Campeonato Mini, desprovistos del gran escudo para su crecimiento que ha sido siempre la mezcla precisa de discreción y anonimato.

 

En fin, mi tesis es que el campeonato de España Mini llega demasiado pronto en la carrera de estos deportistas. Deportistas, no jugadores de baloncesto, pues hasta los doce años deberían estar enfocados en hacerse con los valores positivos que el juego encierra, con las actitudes y aptitudes que definen a un atleta, en este caso de un deporte de equipo: el esfuerzo, la generosidad, la capacidad de concentración, una cierta disciplina… Esta carrera sin fin que puede acabar con que veamos a bebés intentando meter un balón ante la orgullosa mirada de sus progenitores afecta negativamente a los currículos, alimenta el juicio sobre los jugadores (no la búsqueda de soluciones y alternativas para que puedan mejorar). Si un chico no rinde bien en este campeonato fácilmente podrá arrastrar etiquetas inamovibles, estigmas sobre su capacidad para competir, para mantener la cabeza fría… Y los que no están habrán quedado fuera de un entorno de máxima exigencia y altas expectativas, serán tratados con cierta condescendencia: muy pocos se reengancharán a una rueda que, al excluirlos, los sentencia de muerte.

 

En fin, mi tesis es que ya es demasiado tarde y que una vez que alguna mente preclara de nuestro baloncesto dijo que adelante con el campeonato de España de minibasket de clubes es muy difícil dar marcha atrás. Porque sea o no un éxito se venderá como tal. Los aparatos de la sociedad del espectáculo son sofisticados y nada autocríticos. Todos ganan el día después de una contienda electoral y después de un campeonato de estas características: los hoteles facturarán, los padres se habrán divertido, los niños vivirán una experiencia, no lo dudo, hacer la Selectividad también lo fue. Con este campeonato se inicia un camino de no retorno que acabará con los defensores de retrasar la edad de especialización, la exposición mediática de los deportistas y las selecciones basadas en las necesidades presentes (con pocas miras de futuro). Alguien lo tenía que decir. Os dejo con el siguiente modelo. 



 

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS