Tradicional repaso



2016 ha sido un año de crecimiento en mi faceta de entrenador de baloncesto. Con el Infantil “A” de C.B. Tormes culminé la mejor temporada de mi corta carrera en términos de satisfacción y consecución de los objetivos deportivos y humanos. Los trece chicos que formaron parte de la aventura permanecerán muy presentes en la memoria, como también lo harán sus familias, artífices de un ambiente siempre cabal y festivo, como es propio –que no siempre común– de un contexto como este.

Por otra parte, la coordinación del PRD me permitió profundizar en la relación con muchos entrenadores de la ciudad a las que agradezco su trabajo voluntario y su fidelidad durante el desempeño de sus funciones con las selecciones provinciales prealevines, amén de codearme con situaciones nuevas que hubo que resolver principalmente desde el sentido común, la empatía y en atención al interés primordial de los niños y niñas que confiaron en todos nosotros. Esta labor me posibilitó, además, debutar en los campus que organiza la Federación de Baloncesto de Castilla y León. El campamento de minibasket de Béjar, coordinado por David Barrio fue, sin lugar a dudas, una grata experiencia.

Finalmente, gracias al entusiasmo de José Ángel Cortés Ramos, responsable del área de entrenadores de la Delegación Salmantina de Baloncesto, dispuse de la oportunidad de dirigirme a los compañeros de la provincia en dos charlas dedicadas a la mirada del entrenador y al sistema de formación más fecundo e imitado del mundo, el norteamericano. Acompañado de verdaderos referentes del baloncesto en Salamanca, más que enseñar me dediqué a aprender. Y más valdría que nunca dejáramos de hacerlo.

En cuanto a este blog, bitácora fiel con seis años y medio de existencia que hace las veces de hogar para todos los viajeros que quieran detenerse en ella, decir que han sido cuarenta y tres las entradas en este 2016. Un número modesto, inferior al de semanas, causado principalmente por la sequía creativa que vengo padeciendo desde agosto, mes en el que apenas presté atención a unos Juegos Olímpicos en los que España llevó a cabo más que un digno papel. Quizá fuera el hastío, no lo sé, o tal vez el haber dicho ya demasiado y tener miedo a escribir, sin darme cuenta, el mismo libro de nuevo.

En cualquier caso, rescataré temporalmente del olvido Lost intranslation, una reflexión sobre el acto de comunicación y su importancia en el acto de entrenar; El juego de las soledades, una referencia a los riesgos de la hiperespecialización y al diálogo de sordos al que da pie; Estado de la cuestión, un repaso a algunos indicadores que conviene tener en cuenta sobre el oficio de entrenador; 17 entre 100, un repaso a la clasificación que Sports Illustrated publicó sobre los momentos más épicos de la historia del deporte; Euforia, emoción y envidia, con la receta del éxito de la popularidad del baloncesto universitario en Estados Unidos; Dejadnos (mal)vivir en paz, acerca del amateurismo como práctica impuesta y consentida, tan necesaria para sacar adelante eventos como injusta e insolidaria; Claro que quieren ser Michael Jordan, un recordatorio para aquellos entrenadores que creen que los niños que entrenan solo van a pasar el rato; Abraza un proyecto, sobre lo necesario de pensar y construir(nos) a medio plazo; The Americangame, con la historia del juego como protagonista o Fracasa mejor, relacionado con el valor del error en la enseñanza del juego.

Cuarenta y tres entradas en trescientos sesenta y seis días en los que el baloncesto siguió actuando como fiel escudero. Lástima que nuestra locura nos impidiera escucharlo en algunas ocasiones.


FELIZ AÑO 2017. UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Felices 125



No creo que al profesor Naismith le importara demasiado que aquel deporte que ideó para motivar hacia la actividad física a estudiantes que se formaban para administrativos, cumpliera en el día de ayer ciento veinticinco años. Haciendo de la necesidad –del frío invierno de la costa este norteamericana y lo angosto del gimnasio del YMCA en el que trabajaba– virtud, este docente canadiense afincado en Massachusetts, convirtió un juego colaborativo en el germen de uno de los tres deportes más populares del mundo en nuestros días. Trece simples reglas bastaron. Trece preceptos planificados en una tarde de encierro en la habitación. En la soledad de su cuarto, practicando el aburrimiento y la imaginación –actividades relegadas por incómodas en nuestros días–, sentó las bases del baloncesto como deporte de cooperación, promotor de una filosofía humanista cristiana, y fundado en la base de la primacía de la habilidad sobre la fuerza, de la destreza en oposición a la violencia.  

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