Inspiración



El reloj de la mesilla marcaba las seis y media. Tocaba desperezarse y abordar el último repaso de cara al examen de las diez. La noche anterior había dejado grabando el Magic-Celtics, la oportunidad de revancha para unos chicos de Orlando que habían caído cuatro días antes frente a los de Boston por un deshonroso marcador de 87 a 56. El tiempo me cunde y consigo terminar el estudio a eso de las ocho y cuarto. No puedo reprimirme y acudo al salón para ver el partido. Pero no hay partido.

A las bajas ya conocidas de Jeff Green, Rajon Rondo y Ray Allen se une la de un Jermaine O´Neal acuciado por unas dolencias crónicas de rodilla. El roster de los Celtics parece el de un equipo de la liga de Puerto Rico al que han llegado para retirarse Paul Pierce y Kevin Garnett. No me extrañaría que algún chico de Orlando recién llegado desde Disneyworld le preguntara a su padre por la procedencia de esos tipos vestidos de verde llamados Moore, Bradley o Stiemsma y que éste sólo pudiera responderle: “Calla, estoy buscando a Larry Bird”.

Pero como bien dijo Rick Pitino respondiendo a sus nostálgicos críticos, “Larry Bird is no walking through that door”. Y sin embargo, sin Bird o Russell, sin Cousy o Havlicek, sin Cowens o McHale, a los Celtics se les reconoce de lejos. Caminan con la frente alta, con la barbilla apuntando al cielo y con el pecho hinchado. Eso sí, anoche hicieron falta 24 minutos para poder identificarlos.

Aun sin Howard, relegado al banquillo por dos faltas tempraneras, Orlando anotaba desde todas las posiciones y a través de todos los jugadores. Cogían todos los rebotes, robaban y salían al contraataque. Se estaban sirviendo en frío la tan ansiada venganza. 32-16 el primer cuarto, 26-21 el segundo. Máxima de 27 en un momento del segundo cuarto. 58 puntos totales, más que en los 48 minutos del lunes. ¿Qué había cambiado?

Pagaría dinero por conocer lo que se dijo en el vestuario visitante del Amway Center durante los viente minutos que dura el descanso en la NBA. Me gustaría saber cómo Doc Rivers se introdujo en la mente de sus jugadores para picarles en su orgullo al tiempo que les invitaba a confiar en ellos mismos y en sus compañeros. Me gustaría saber cómo se urdió la transformación de un equipo derrotado, superado en todas las facetas, cómo se reconstruyó la autoestima de unos jugadores que habían perdido todas las batallas individuales durante los dos primeros cuartos.

Apareció Pierce, como en tantos otras remontadas, como en tantos otros momentos cruciales de la historia reciente de los Celtics. Ejerció de base en ausencia de Rondo, defendió con balón, sin él, reboteó y anotó. Le acompañó Garnett. Defendiendo a Howard como sólo un veterano e inteligente jugador puede hacer. Taponó balones desde una altura que hacía tiempo que no visitaba, metió tiros tras el fade away como sólo él sabe hacerlo. Y surgió Moore, un producto de Purdue, un olvidado del draft por su debilidad física, pero un anotador de vieja escuela, de esos que convierten tiros importantes como si hubieran nacido sólo para ello.

Aparecieron los Celtics, los del espíritu de Juanito a la americana. Los que ostentan la mayor remontada en un último cuarto de Playoffs. Los que poseen el récord de mayor “comeback” en unas finales. Esos que como el propio Daimiel reconoce “nunca defraudan”. Sacaron el recetario, el de las grandes gestas, el de las viejas noches. Recordaron las señas de identidad que les convierten en una marca de calidad patentada. Si los Bulls son el equipo en el que jugó Jordan, Houston el lugar donde bailó Olajuwon o Los Ángeles la sede del Showtime, los Celtics son mucho más que eso. Más que jugadores o tendencias, más que períodos concretos de éxito.





Una filosofía basada en el trabajo, una lucha constante alimentada por la fe. El orgullo de no dar un balón por perdido, la constancia del que se sabe inspirado por una fuerza no terrenal. Y de esa fuente de inspiración bebieron Russell, Auerbach o Bird al tiempo que aumentaban su efecto y su leyenda. Una fuente que no es exclusiva ni excluyente, que acoge a todos los que quieran convertirse. Converso es Pierce, un joven angelino que practicaba en los suburbios de Inglewood para poder jugar como Magic. Converso es Rivers, un Hawk resignado a perder una primavera tras otra contra los chicos de Bird y McHale. Llegaron de fuera, pero ya son nuestros.

Doc Rivers es un gran estratega. Un enamorado de la defensa que hace años incitó a sus jugadores a pasar a la historia como el mejor equipo defensivo de todos los deportes americanos recordando a los Chicago Bears de 1985. Doc Rivers es un motivador, un entrenador de jugadores. Al finalizar la gran remontada culminada con un 91-83 que supone un parcial de +35 desde que los de Orlando se pusieran 27 arriba, muchos entrenadores hubieran caminado con altivez hacia el banquillo repasando mentalmente lo buenos y guapos que son. Rivers, en cambio, sufrió el agasaje de sus jugadores. Buscó una a una, la mirada de sus jugadores para después darse un abrazo con ellos.

No puedo decir mucho más. El día no pudo empezar mejor. Sólo me queda la lástima de que este encuentro no fuera retransmitido en abierto. Los chavales habrían podido comprobar lo que significa el baloncesto, los principios de esfuerzo y recompensa que lo hacen tan especial. Os invito a ver el partido, más bien los dos partidos que en 48 minutos se sucedieron. Os recomiendo que os sentéis y disfrutéis del esfuerzo y la entrega, de la defensa y la intensidad física, del liderazgo de Pierce y Garnett y del modo en que éstos involucraron a todos sus compañeros.




De lo que es ser un Celtic. Aunque muchos no lo entendáis.

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

No hay debate




La llegada de Ricky Rubio a la NBA, más allá de fascinar a la prensa y al público norteamericano, ha reabierto viejos debates dogmáticos sobre la pureza de nuestro deporte.


Todo, porque en cuestión de meses hemos visto dos versiones radicalmente diferentes del base de El Masnou. Dos caras opuestas que no encuentran su única explicación en las mejoras propias del verano o en su participación exitosa en el Eurobasket de Lituania. Parece lógico recurrir, por tanto, a argumentos tácticos y de gestión para explicar el temprano éxito de Ricky en una competición que le ha recibido con los brazos abiertos. Parece lógico hablar de Adelman y de Pascual, de estilos de entrenador y de filosofías de juego.


Xavi Pascual, con la inestimable colaboración de Chichi Creus en los despachos, ha convertido a un club ya de por sí ganador, en el mejor equipo de Europa. En mi opinión, el hecho de que no conquistara la Euroliga del año pasado no le hace menos merecedor de este virtual galardón. El Regal Barcelona sienta las bases de su éxito en una defensa inexpugnable que parte, a su vez, de toda una serie de principios como la defensa agresiva sobre balón y las líneas de pase y por la presencia intimidadora de jugadores de gran envergadura protegiendo la canasta. Si a estos presupuestos universales le unimos la gran labor de “scouting” llevada a cabo por el cuerpo técnico nos encontramos con la mejor defensa de Europa. Y no nos engañemos, tener la mejor defensa es sinónimo de aspirar a lo máximo a un lado y otro del Atlántico. Boston triunfó en 2008 teniendo la mejor defensa y Chicago y Miami son claros aspirantes al título de este año no sólo por su talento ofensivo, sino y sobre todo, por su trabajo en la retaguardia. 




Es en la parcela ofensiva donde se dan los mayores contrastes. Xavi Pascual apuesta por sistemas largos, muy móviles y que generan opciones tanto dentro como fuera especialmente para jugadores clave como Lorbek, Mickeal o Navarro. En muchas ocasiones, la labor del resto de jugadores consiste en hacerles llegar la bola en las mejores condiciones para que luego éstos, con su talento, resuelvan. Las posesiones se juegan a una media de dieciséis segundos y el promedio total de tiros por partido es sensiblemente inferior al de la NBA con independencia de los ocho minutos más de tiempo en esta última competición. Todo ello para garantizar un balance defensivo óptimo y minimizar las opciones de anotación del rival en “cancha abierta”. Y pocos podrán poner en duda la eficacia de este sistema. Los títulos jalonan las salas del Museo del F.C. Barcelona y Xavi Pascual se ha ganado a pulso un hueco entre la élite de entrenadores europeos. 




Rick Adelman representa otro modelo, otros principios y otra filosofía. Sus ataques se basan en el juego libre y en la iniciativa individual de los jugadores. Están controlados, al menos en Minnesota, por el base, jugador que hace las veces de entrenador en el campo. Es éste el que interpreta las necesidades del partido en cada momento leyendo qué jugador se encuentra caliente o a en qué situaciones debe recibir la bola cada compañero. Todo en el marco de una línea conceptual compartida por todos y que, en ocasiones, necesita verse ajustada. Es entonces cuando Adelman, o cualquier otro entrenador NBA, marca jugada o pide un tiempo muerto. 




Algunos piensan que Ricky Rubio está hecho para la NBA, para triunfar en un estilo de juego que es, por definición, más rápido y libre. Yo, en cambio, creo que ha ido a parar al lugar adecuado y a las manos de un inmejorable tutor y que, de haber jugado para Phil Jackson, Tom Thibeaudau (entrenador de Chicago) o Doc Rivers, hubiera sufrido tanto o más que en el Barcelona.


Pienso, en contraposición a lo que defiende la mayoría, que hay un único baloncesto, un único deporte y no dos. Las diferencias en las reglas, en la duración de las posesiones, en la gestión de las rotaciones o en el criterio arbitral sólo son matices, pequeñas pinceladas que no pueden ocultar que son mucho mayores los nexos de unión que las diferencias. Me muevo en el término medio, en el que según Aristóteles, y el tiempo le ha dado la razón, se encuentra la virtud. Por ello me atrevo a hacer estas afirmaciones:


1. ¿Está el talento bajo sospecha en el baloncesto europeo? FALSO.  La mayor parte de los sistemas que desarrollan los principales equipos del baloncesto FIBA están pensados para hacerle llegar el balón al jugador más destacado se llame éste Navarro, Spanoulis o Carroll.



2. En la NBA no se defiende. FALSO. El mayor talento uno contra uno y la velocidad de alguno de los clásicos “jugones” obliga a conceder tiros antes que penetraciones. Sin embargo, se defiende muy duro en líneas de pase y en todos los bodychecks y bloqueos de rebote el contacto permitido es cien veces mayor que en Europa. El bloqueo directo siempre se defiende pasando de segundo (rara vez se ven fórmulas más conservadoras como pasillos o defensas en “push”) y se permite el uso habitual de manos y antebrazos. Se anota con más facilidad por el mayor talento general de la liga norteamericana, no por el menor esfuerzo defensivo o porque los entrenadores incidan más en aspectos ofensivos.

3. Los partidos excesivamente tácticos son aburridos. FALSO. Quizá sí para un aficionado esporádico o para un neófito en la materia. Sin embargo, la alternancia de defensas y la forma en que los ataques resuelven problemas refuerzan la perspectiva estratégica de un juego hecho por y para gente inteligente. El veneno, ya se sabe, es la dosis, pero un par de partidos al mes gobernados por los entrenadores tampoco matan a nadie. 



4. En la NBA sólo juegan bloqueos directos y aclarados. DEPENDE. La NBA está compuesta por treinta equipos con jugadores muy diferentes y técnicos formados en escuelas también distintas. Nos podemos encontrar con equipos anárquicos como los Knicks o los Nuggets, con equipos que basan su ataque en conceptos del juego libre (dividir y doblar, pasar y cortar, manos a mano para bloqueo y continuación y triangulaciones,...) como Minnesota o los Blazers, equipos que basan (o basaban, este año no los he podido ver) su ataque en las diferentes variaciones del sistema conocido en el mundillo como FLEX en el que como norma habitual todo el que bloquea es bloqueado como es el caso de Utah Jazz o equipos con innumerables jugadas como los Bulls o los Celtics. 




No entiendo a los que ven un baloncesto y no otro. A los que debaten en términos de blanco o negro, de todo o nada. No entiendo el desprestigio que entre los puristas sufre el baloncesto NBA o la alergia que a otros les produce el ritmo más lento del baloncesto europeo. Se trata del mismo baloncesto visto desde diferentes enfoques y practicado con diferentes filosofías complementarias e igualmente enriquecedoras. Se trata de meter la pelota en el aro contrario y de que no te la metan en el propio. De ganar, ganar y volver a ganar que diría el sabio. De participar, que diría el otro.


Disfrutemos del baloncesto en mayúsculas y sigamos potenciando todos los valores positivos que encierra más allá de que se juegue en uno u otro punto del planeta.

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

El día que dejé el baloncesto






El día que dejé el baloncesto duró menos de un día. Ni siquiera soy consciente de cuándo ocurrió. Fue un simple arrebato, una adolescente locura sin reflexión previa. El fruto de una mala tarde, tal vez de una mala experiencia o de un reproche que afectara a mi autoestima. En cualquier caso, una mala decisión de la que tardé horas en arrepentirme. Pero no siempre hay marcha atrás. Y he aquí el asunto de este post. Hoy quiero acordarme del joven que abandonó sin condiciones la práctica de este deporte, de aquél que se deshizo para siempre de sus zapatillas o de ése otro que nunca volvió a detenerse al pasar ante una cancha llena de niños corriendo detrás de un balón naranja.

Hoy en día, y más que nunca, el deporte supone el asidero perfecto, el menos nocivo de los pasatiempos bajo el que guarecerse en estos tiempos de crisis. Es una fuente de disciplina, de amistad, de esfuerzo y recompensas que no siempre tendrán que ver con un marcador o una medalla. El baloncesto, como juego colectivo, supone la puesta en común de talento y trabajo, de aptitudes y actitudes. Es una auténtica escuela de vida y de convivencia en la que nunca dejamos de aprender.

Pero no hay placer inocuo. Ni siquiera el baloncesto. Y no me refiero solamente a las dolorosas lesiones que cortan de raíz con las ilusiones de muchos jóvenes y no tan jóvenes. Hablo, más bien, del cincuenta por ciento de los chicos y chicas que entre los diez y los dieciséis años deciden, “voluntariamente”, abandonar la práctica del baloncesto. Las motivaciones varían desde un cambio en las prioridades, la imposibilidad de compaginación con los estudios o la pérdida de interés por el deporte. A estas motivaciones más subjetivas hay que unir aquellas otras de cariz más institucional que tienen que ver con la insuficiencia de la oferta tanto en términos cuantitativos como cualitativos.


Es, sin duda, la pérdida de interés, la que más me preocupa desde mi óptica personal. Considero que la labor de un monitor deportivo habrá sido loable siempre que haya sido capaz de inculcar entre sus pupilos un espíritu deportivo con reflejo e incidencia positiva en su vida cotidiana. Lo cierto es que el baloncesto encierra en su esencia principios como la lealtad, el compromiso o el esfuerzo que chocan con los principales axiomas de nuestro tiempo basados en lo epicureo y lo frugal. En lo material por delante de lo espiritual. Duele ver cómo muchos chicos (y chicas) sólo llegan a conocer la epidermis de nuestro deporte, sus gestos o, como mucho, sus reglas. Recordarán cuando y cómo hicieron un determinado movimiento, pero olvidarán lo que sintieron al realizarlo. No habrán comprendido el valor de formar parte de un equipo, de ser uno de los doce. De ser doce para uno.

Los niños tienen excusa. Tienen derecho a equivocarse y comprobar que el rumbo por el que nos conducen las modas y la baja política es el de la eterna insatisfacción, el de las carteras llenas (no siempre) y las conversaciones superfluas. Pero nosotros, como adultos más o menos expertos, tenemos el deber de hacer llegar nuestra pasión, de promover el respeto hacia el compañero y de fomentar el altruismo en el interior de un vestuario. Lo haremos enseñando baloncesto. Como medio y como fin. Es nuestra obligación innovar y hacer nuestras sesiones divertidas; generar entusiasmo para, de esta manera, ser más efectivos a la hora de trasladar nuestro mensaje.

Aun así, muchos se quedarán en el camino. No siempre se puede vencer ante gigantes disfrazados de molinos. Numerosos jóvenes caerán en las tentaciones de lo fácil e inmediato, del amor de barra de bar y del amor a la propia barra. Otros lo sacrificarán por lo apretado de las agendas y por las exigencias de un modo de vida cada vez más esclavizante. Habrá que ser pragmáticos e incluir estas pérdidas en la cuenta de “otros gastos” pues habrán merecido la pena si conseguimos, de alguno de nuestros chicos o chicas, declaraciones de amor hacia nuestro deporte como las que dejaron algunos de sus más virtuosos representantes el día en que se despidieron de la práctica profesional.





Me gustaría conocer vuestras opiniones acerca del cese prematuro de la actividad deportiva, sobre las causas que pueden conducir al abandono del deporte. Entiendo que no hay recuerdo más triste que el del día en que nos despedimos para siempre de algo que hemos querido. Por eso yo no le voy a dar la oportunidad a la memoria pues el día que deje el baloncesto, en sus múltiples formas y vínculos, será el último de mis días.

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Talento precoz





Han bastado diez días. Apenas una semana y media para que cambie mi rutina, para que visite nuevos espacios y nuevas webs. Ahora sé que el principal diario de Minnesota es el Star Tribune y que el principal foro para enterarme de lo que acontece alrededor de los Timberwolves se llama “canis hoopus”. No me lo planteé cuando Kevin Garnett era su estrella. Ni siquiera cuando llegaron Cassell y Sprewell para poner en jaque la supremacía de unos Lakers que, entonces (2004), habían adquirido también a Payton y Malone. Lo hago ahora que son un equipo perdedor cargado de talento y falto de disciplina; con muchas piezas, pero no las adecuadas. Lo hago porque llegó Ricky y, con él, la ilusión a las gradas.

Estos Wolves de 2012 viven en el presente y piensan en el futuro. Cuentan con un afamado entrenador, tan cargado de victorias como de fracasos (dos finales NBA perdidas y una final de conferencia, la de 2002 contra los Lakers, que era como una final). Adelman ha llevado seriedad, principios y experiencia a un vestuario cargado de jugadores que se creen muy buenos sin haber demostrado nada. No conozco otro equipo con un número tan alto de jugadores elegidos entre los primeros puestos del draft. Milicic, Beasley fueron los números 2 de promociones no exentas de calidad y Derrick Williams lo fue del actual. Sin embargo, ninguno de ellos está capacitado aún para ser un jugador franquicia. El serbio constituye el principal borrón de Joe Dumars, General Manager de los Pistons, al ser elegido por delante de Carmelo Anthony, Dwayne Wade o Chris Bosh. Detroit ganó el anillo inmediatamente posterior, pero cabe preguntarse la dinastía que podría haberse implantado en la Motown de haber aterrizado en ella alguno de estos tres jugadores. Beasley fue elegido en 2008 por Miami justo por detrás de Derrick Rose. Su condición de zurdo, sus cualidades atléticas y su instinto anotador contrastan con su sospechosa ética de trabajo y con su comportamiento fuera de las pistas. Miami lo desechó para conseguir el margen salarial necesario que les permitió hacerse con los contratos de James y Bosh. De Williams, un falso 4, aún no se puede hacer un balance. En Arizona dominaba bajo los tableros y anotaba tanto desde el perímetro como en las proximidades del aro. Sin embargo, la aclimatación a los nuevos estándares de exigencia en el plano físico sumada a la pérdida de protagonismo, están haciendo que sus intervenciones no estén a la altura de lo esperado.

Un número 4 fue Wesley Johnson en el draft de 2010. Con fama de buen tirador su aportación está siendo muy modesta. Esta elección, unida a la de Johnny Flynn como número 6 en el Draft de 2009 (justo por detrás de Ricky) está levantando ampollas entre los aficionados de los Timberwolves. Ambos productos de Syracuse han resultado fallidos. El primero aún sale en el quinteto inicial, pero su papel es testimonial. El segundo forma parte de los Houston Rockets tras haber fracasado estrepitosamente en Minnesota. Puede que el método Boeheim (entrenador de Syracuse) basado en las defensas zonales sirva para ganar partidos e incluso campeonatos (el último en 2003), pero desde la llegada de Carmelo Anthony a la liga, ningún hombre de naranja (como se conoce a los jugadores de esta universidad) ha destacado en la primera liga profesional de baloncesto del mundo.

Desde las playas de Los Ángeles y desde su afamada universidad, UCLA, llegó el número 5 del draft de 2008, Kevin Love, para formar junto a Al Jefferson la dupla de los Timberwolves. Sobrino de uno de los miembros de los Beach Boys, Love formó junto a Westbrook una de las parejas más imparables del baloncesto universitario de este nuevo siglo. Tras tres años en los que su rendimiento ha sido ascendente (cosechando un mítico 30-30 en puntos y rebotes) esta temporada está siendo la de su confirmación. Tras un enorme trabajo físico durante el verano, el número 42 de Minnesota está cosechando actuaciones de más de 20 puntos y más de 10 rebotes como si no costaran. Es el mejor complemento para Ricky y el hombre al que con mayor seguridad se le puede entregar el balón cuando éste más quema. Me cuesta verlo como un jugador estrella por su incapacidad para fabricarse sus propios tiros, pero su entrega y los números dicen lo contrario.

Y en éstas Ricky. El que nunca deja indiferente. El que nos quita el sueño a algunos esperando que nos maraville y al que muchos esperan dando por hecho que se la acabará pegando. Si bien es cierto que diez días no son suficientes para juzgar la que, se presume, será una larga carrera en la NBA, creo que sí lo son para desmentir muchos de los mitos que han sobrevolado su figura desde que en el Mundial de Turquía no supiera dirigir a nuestra selección a cuotas mayores.

  1. Ricky no sabe tirar. Digamos que su tiro es mejorable y que su progresión, como todo en esta vida, forma parte de un proceso. Las horas de entrenamiento personalizado aprovechando el lockout están dando sus frutos y así lo demuestra el 6 de 10 en triples que lleva hasta el momento.
  2. Sufrirá porque el juego de la NBA es más físico. Ricky no ha tenido ningún problema manejando el balón, entrando a canasta, repartiendo juego. Es decir, ha desplegado sus habilidades con independencia de quien fuera el defensor que tuviera enfrente. El propio Lebron debió hacerse cargo de su defensa en el partido que les enfrentó y Ricky se manejó con soltura ante uno de los mejores marcadores hombre a hombre del mundo.
  3. No es un buen director de juego. Sólo sabe dar espectáculo. Si por algo ha maravillado Ricky en sus primeros minutos de juego en la NBA ha sido por su habilidad para encontrar a los jugadores abiertos. Ha hecho más fácil la vida a sus compañeros y ha hecho parecer bueno a tipos muy limitados en ataque como Tolliver o Randolph.
  4. Ha alcanzado su tope. No mejora. La modesta temporada pasada en la que Víctor Sada se ganó la confianza de Xavi Pascual alentó a todos los detractores de Ricky para dar por hecho que, aun con 20 años, el chico ya estaba acabado. “No mejora, no progresa, está quemado”. Estos seis partidos han puesto de manifiesto mejoras a nivel técnico (dribbling, tiro, finalizaciones) y sobre todo a nivel mental y táctico (lectura de juego, lectura de situaciones).

Lo cierto es que Ricky es el principal reclamo de una franquicia que llevaba instalada en lo más inaccesible del desierto desde la partida de Kevin Garnett rumbo a Boston. El pabellón se llena, los aficionados se abrazan y se escucha un murmullo cada vez que la lleva el número 9, el niño prodigio del baloncesto español, el que debutó en ACB con 14 años, el que jugó como titular una final de Juegos Olímpicos con 17 y al que le bastaron diez días para que aficionados, medios y compañeros de profesión se rindan a sus pies. 



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

El post que quiero publicar en 2012





12 de agosto de 2012. North Greenwich Arena.


La pasada noche no pude dormir. A cada intento le seguía una visión torpe y borrosa de un atleta enfundado con la zamarra de Estados Unidos corriendo con un balón de baloncesto. A veces se llamaba Wade, a veces Bryant. Casi siempre Lebron. De fondo, en segundo plano, se vislumbraba, también borrosa, la figura de un árbitro que hablaba con acento italiano y que, según se sabría después, actuaba coaccionado por toda una serie de presiones procedentes de estamentos superiores.

Lógicamente, mi subconsciente me había trasladado a aquel 24 de agosto de 2008 en el que tocamos con la yema de los dedos la final olímpica (a 3 puntos a falta de poco más de dos minutos), a aquella soleada mañana de domingo en la que madrugamos con la intención de ver historia viva de nuestro deporte y que, a pesar de la derrota, no nos defraudó.

Sin embargo, ni Lamonica, ni los pasos americanos; ni siquiera la irrupción de nuevas figuras en el combinado estadounidense como Kevin Durant o Derrick Rose, han sido obstáculo suficiente para una selección que bien podría hacer honor a aquel sobrenombre de Dream Team con el que se bautizó a la selección de Estados Unidos que compitió en Barcelona 1992.

El partido empezó trepidante con un intercambio de canastas entre los bases titulares de ambos equipos. Chris Paul y Calderón eran incapaces de pararse respectivamente y la apuesta por evitar balones doblados hizo que ambos sumaran bandejas con facilidad.

Sin embargo, todo cambiaría cuando España empezó a meter balones dentro a un Pau Gasol que pronto anotaría los dos primeros ganchos que intentó. La defensa americana se cerró y Mirotic empezó a aprovecharse de esta situación bien para anotar desde el perímetro, bien para pillar a contrapié a su par cuando corría a puntear el tiro, hecho éste que terminaría siendo fundamental, pues sacaría del campo a la gran estrella norteamericana, Kevin Durant, por dos faltas tempraneras.

Aun así, España no conseguiría distanciarse en el marcador hasta poco antes de finalizar el segundo cuarto. Fue entonces cuando Sergio Scariolo planteó una zona impar (1-3-1) que los americanos fueron incapaces de leer cayendo una y otra vez, en las trampas planteadas. Esta defensa nos permitió recuperar balones y forzar malos tiros, permitiendo a Ricky comandar varios contraataques fulgurantes que finalizarían Rudy Fernández y Sergio Llull.

A la salida de vestuarios fueron los americanos quienes sorprendieron al plantear una Zona 2-3 muy presionante que ahogaría nuestra circulación de balón reduciendo a testimonial, el papel de nuestro juego interior. Esta defensa, orquestada por Jim Boeheim, asistente de Coach K y entrenador principal de la Universidad de Syracuse, sumada a la facilidad con la que James y Rose nos anotaban en transición condujo a Scariolo a solicitar un tiempo muerto para plantear opciones ofensivas en torno a un quinteto con Marc como única referencia en el poste bajo. Y Marc respondió secando a Howard en defensa y distribuyendo la bola desde el tiro libre en el ataque para sendos triples de Navarro y Rudy desde las esquinas. Volvíamos a recuperar una ligera ventaja, hecho éste que impulsó a nuestro seleccionador a hacer rotaciones para que nuestros hombres importantes llegaran frescos a los minutos en que se decidiría el oro olímpico.

Tras unos minutos de intercambio de canastas y en los que hombres como Iguodala o Westbrook trataron de convertir el partido en una verdadera batalla, el partido llegó 91-93 a nuestro favor a falta de seis minutos de juego. En ese momento, durante el tiempo muerto solicitado por Kryzewsky, pensé en los héroes del 84, en Martín, Epi, Corbalán, Iturriaga, Solozábal, Romay, Margall, Joe Llorente, Jiménez, Arcega, De la Cruz y Beirán, en el premio que para ellos supuso aquella plata y en lo lejos que estaban de aquel combinado de chavales universitarios (llamados, eso sí, Ewing o Jordan). Y recordé, de nuevo, aquella mañana de Beijing, en la que la plata fue un triste consuelo, en el que sentimos el oro muy cerca hasta el punto que sentimos que nos lo habían robado de las manos.

Nos la jugamos con Ricky, Navarro, Rudy, Pau y Marc. Ellos con Rose, Wade, Bryant, James y Howard. Es difícil saber cómo el parqué del North Greenwich Arena pudo soportar el peso de tantos quilates reunidos en tan poco espacio. Como difícil es comprender el minúsculo espacio que encontró aquel balón picado de Ricky que machacó Pau para ponernos 98-100 arriba a falta de tres minutos de juego.

Se endurecieron las defensas. Se amplificó el sonido de nuestros corazones. Desaparecieron los árbitros. Y se hizo el baloncesto. En su más pura expresión. Como entiendo que fue concebido. Escenario ideal para él, para su talento y para su instinto.

Tomó el balón. Fintó la salida abierta, botó con su mano izquierda, se hizo espacio y lanzó con la mano de Kobe encima. Tres de Navarro y cinco arriba para España. Fue entonces cuando cundió el pánico, cuando Durant no se explicaba que hacía en el banquillo mientras Bryant asumía tiros imposibles y Lebron parecía un especialista en el rebote. En éstas apareció Pau, para barrer un error de Ricky y ponernos a siete. Dos triples seguidos de Durant, que entró a pista por Howard, les colocaron a uno a falta de un minuto.

Y entonces lo inesperado. Rudy y Navarro en las esquinas. Marc escondido en línea de fondo. Bloqueo directo en lo alto de la bombilla de Pau para Ricky. Diez segundos en el luminoso de posesión, cuarenta y cinco para que se acabe el partido. Rose pasa de cuarto hombre mientras Durant se adosa a la espalda de Pau para impedir su continuación. El base de El Masnou se detiene en dos tiempos y con la decisión de los elegidos se levanta en una pequeña suspensión para anotar un triple que prácticamente nos daba el título de campeones.

Un tiro forzado de James acabó en las manos de Marc quien protegió el balón para recibir una falta, anotar los dos tiros libres y situarnos a una distancia inalcanzable de seis puntos que hacían realidad el sueño de todos esos españoles a los que el mundial de fútbol, aun emocionándonos, nos siguió pareciendo un premio menor en comparación con lo que supone, tanto a escala nacional, como en lo que a la repercusión internacional se refiere, el vencer a la selección de Estados Unidos en la final de unos Juegos Olímpicos.

Fue el último partido de muchos de estos jugadores. Sólo algunos, entregados a la causa, resistirán hasta el Mundial de 2014. Otros, como Felipe y Navarro, anunciaron que éstos, los de Londres, serían sus últimos minutos con la roja. Fue el último partido, también, de Sergio Scariolo como seleccionador. Criticado y a veces, incluso, vilipendiado, el italiano ha demostrado ser un gran gestor y un enorme estratega. Solventó los pequeños debates abiertos y se ganó la confianza de estos jugadores a base de horas sin dormir y de conocimiento sobre la materia. Sin aditivos, sólo con su presencia y su librillo. El que nos ha llevado a ser campeones olímpicos por primera vez en nuestra historia.

Disfrutémoslo como si sólo fuera un sueño. O mejor aún, porque por el momento, se trata sólo de un sueño. Éstos serán los doce que lo harán realidad. 

José Manuel Calderón


Sergio Llull


Ricky Rubio


Juan Carlos Navarro


Rudy Fernández


Fernando San Emeterio


Nikola Mirotic


Serge Ibaka


Marc Gasol


Felipe Reyes


Pau Gasol


UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS