Diario de un encierro. Día XXIV




¿Pero cómo de amigos?

Comenta Nassim Taleb, autor de Cisne negro, libro cuya lectura me acompaña en estos días, que en el caso de las profesiones artísticas o de gratificaciones diferidas en el tiempo, conviene formar pequeñas sociedades o grupos con los que compartir esos minúsculos (e invisibles para el mundo) avances en una investigación, en una novela, en la composición de un próximo disco, un disco que el perfeccionismo del autor no le permitirá dar por terminado hasta 2022, cuando la hipoteca se haya convertido en una soga y su matrimonio esté a punto de romperse. Ya lo dijo Tolstoi: todas las familias felices se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera.



La espera del suceso altamente improbable que cambiará la vida de un entrenador es una espera activa, claro, salpicada de avances y retrocesos, de necesaria autocrítica, a veces exagerada, por ego más que otra cosa: "cómo pudo fallar ese tiro abierto, si lo había metido las 30 veces que lo había entrenado durante la semana en circunstancias parecidas al partido. No, no lo suficiente. No, no las suficientes". "Alto, para ya, tío. ¿Lo viste? Un mayor porcentaje de humedad en esa zona de la atmósfera del pabellón desvío en dos segundos de arco su trayectoria". Este es el tipo de mensaje que necesita un entrenador tras tres copas la noche después de un partido.

Vaya, que necesitamos amigos. Para celebrar los fracasos, que nos harán mejores, y para acompañarnos en la victoria, consolándonos tras caer en la autocomplacencia con la que el héroe anuncia a sus enemigos que en la próxima batalla irá marcando paquete, enseñando sus medallas e infinitamente menos preparado que a la anterior. No me hagan mucho caso, pero tengan amigos, sí, porque es duro explicar en casa esa tarea de tres canchas y media con un inicio en “corner pick and roll” y tres situaciones de transición del otro equipo alternando defensas si vienes de perder tres partidos seguidos, el vestuario parece Troya y te visita el líder de la competición el domingo.

En el baloncesto, al igual que en otros deportes, el período en el que se evalúan los procesos suele ser demasiado corto, insuficiente para ser efectivo. Esto conduce a un estrés que amputa parte de nuestras capacidades, lo que se une a ese “pensar mal en el pasado” que también menciona Taleb en este magnífico libro. Cuántas veces nos hemos hecho la ridícula pregunta de “qué hubiera pasado si (o si no)”.

¿Y sabéis qué? Por falta de amigos o por lo que sea, este exceso de estrés, esta angustia con la que se perciben las idas y venidas de este azar categorizado, deriva en un exceso de evaluación, en que nuestros jugadores, en vez de ser incentivados con un sistema de recompensas mantenidas en el tiempo, se encuentran escrutados por esa figura polivalente, que podría ejercer un liderazgo paternal pero que, sin embargo, opta, para su supervivencia, por un liderazgo de tipo empresarial, con evaluaciones de nuevo muy apresuradas.

Y cuando uno se siente evaluado complace, pero no gana, se adapta y busca beneficios a corto plazo. O gana, claro, si el sistema de evaluación es mejor que el de los demás, porque este es solo un eslabón más de aquellos en los que el baloncesto ha optado por la vía de la uniformización, y no la del cuestionamiento. Entre otras cosas porque no hay tiempo para replantearse nada y, ahora que lo tenemos, nos lo pasamos confirmando nuestras sospechas entre rivales, y, eso sí, afortunadamente amigos.



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

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