Criticar por criticar






Los amantes del cuanto peor mejor están de enhorabuena. Tras largos meses de hiberno con la cabeza agachada y sin nada que decir, agoreros, oportunistas y enemigos de lo patrio han empezado a sentirse cómodos con la llegada de los Juegos Olímpicos y la constatación, evidente, de que nuestro deporte amateur está muy lejos del nivel alcanzado por nuestras grandes figuras.

No sé si entienden que es lógico o si aun entendiéndolo, quieren seguir asumiendo este discurso para golpear una vez tras otra los mecanismos emocionales del aficionado medio. Yo lo tengo claro, pasarán muchos años hasta que podamos repetir el éxito en forma de medallas y diplomas que se cosechó en Barcelona 92. No sólo porque entonces jugamos en casa. También porque cuatro años después, al amparo de la progresiva conversión de los clubes de fútbol en Sociedades Anónimas Deportivas, la Liga de las Estrellas empezó a ser el principal referente de toda una generación de chicos jóvenes que crecieron viendo cómo cualquier albañil de segunda división vivía como un marqués. 



Y es muy difícil poder jugar al tenis sin haber visto una raqueta o ser esquiador viviendo en las islas Azores. Y claro, entre el aluvión mediático de partidos y la esperanza lógica de todo padre de clase media por ver a su hijo vestido de corto ganando un dineral por entrenar tres horas diarias, el fútbol empezó a acaparar la mayor cantidad de jóvenes e inversiones relegando al resto de deportes a un segundo plano. A un segundo plano tan místico como romántico asociado a reductos territoriales o familiares en los que la tradición es la mejor garantía de supervivencia para actividades de las que sólo tenemos constancia cada cuatro años. Sí, durante los Juegos Olímpicos, los dieciséis días en los que todos parecemos expertos en vela, judo o natación y en los que el potencial deportivo de una nación se mide por el número de medallas. Y no.

No por varios motivos. En primer lugar porque no están representados todos los deportes, porque priman unos sobre otros en atención a los intereses que a lo largo de la historia se han impuesto políticamente en el COI. ¿O acaso no mejorarían las opciones de medalla de nuestro país si se incluyeran deportes de motor, hockey patines, fútbol sala o juegos de pelota vasca? ¿O acaso no es cierto que varios de nuestros mejores deportistas como Fernando Alonso, Rafael Nadal, Alberto Contador, Andrés Iniesta o Jorge Lorenzo no se encuentran en Londres?

En segunda instancia, no creo que una cita tan puntual sea el mejor de los baremos. Me quedo con el proceso, con los cuatro años de olimpíada en los que, competición a competición, los deportistas le enseñan al mundo el valor promedio de su potencial. Cuatro años, claro, que pasan inadvertidos para los diarios deportivos y para las grandes cadenas. Cuatro años de reconocimientos privados y lucha constante por seguir adelante desde la convicción y el amor a un deporte. 



Por otra parte, por mucho que Barcelona 92 supusiera un punto de inflexión, el deportista español sigue siendo más genio que máquina, más una respuesta a unas circunstancias concretas que un proyecto planificado al más mínimo detalle. Nuestros artistas se asemejan más Picasso o a Dalí que a cualquier honrado pintor de cámara. Son pocos, pero inigualables. Y claro, en estas citas masivas en las que cuenta más el cuánto que el cómo el potencial económico y demográfico se erige en un factor decisivo.

De todos modos da igual. Querer combatir este tipo de argumentos es como combatir contra el viento huracanado. Si en vez de dos días sin medallas lleváramos cinco metales dorados se estaría diciendo que se le presta demasiada atención al deporte, que éste no tiene ninguna importancia en medio de las circunstancias económicas y sociales que estamos atravesando. Y si ha sido éste un ejercicio de escribir por escribir es porque a otros les ha dado por criticar por criticar. Y qué quieren que les diga. Me jode.

Así, deseándole los mayores éxitos a la expedición española en Londres, me despido hasta la próxima. Quizá hable de baloncesto, quizá no. Hay muchos otros deportes en juego. Hay muchos años de trabajo antes, muchos valores durante y muchos sentimientos detrás de cada competición y todas ellas consiguen, por este mismo motivo, captar mi atención. 



UN ABRAZO Y FELICES JUEGOS PARA TODOS

Al salir de clase (VII) Fin de curso






Toda una vida. Sí, una vida compilada en once fascículos. Así recordaré en el futuro estos once días en Valladolid frente a un vecindario que, incluso a las cuatro de la mañana, permanece despierto y con las luces encendidas escapándose a través de las cortinas.

Hace dos semanas, cuando empezó el curso, mis aspiraciones se basaban en la obtención de un título y en la recepción de nuevos conocimientos o materias de reflexión. Lo consideraba sólo un paso más en mi proceso de formación como entrenador, una consecuencia lógica de la enorme pasión que profeso hacia éste nuestro deporte. Teniendo en cuenta que las circunstancias de la vida te van colocando en diferentes escenarios y no todos deseables, concebí esta convocatoria de curso más que como una oportunidad como un “ahora o nunca”.

Y fue ahora. Y nunca me arrepentiré. No lo haré porque conocí la visión del baloncesto de alguno de los entrenadores más laureados de nuestro país y porque cada uno de ellos puso a prueba mis capacidades de atención y autocrítica en determinados momentos para aportarme, a través de anécdotas o detalles, aspectos puntuales que pasarán a rellenar páginas importantes de mi librillo de entrenador. Y, sobre todo, más allá del saber hacer adquirido, me quedaré para siempre con la experiencia vivida y experimentada a nivel humano con el resto de compañeros a los que, ya os lo adelanto, les deseo la mejor suerte del mundo para lo que tenga que venir. 



Es difícil ser corporativista en un momento de escasez y precariedad en el empleo. Es difícil enarbolar la bandera de un gremio destinado a perder estatus a nivel económico y social en medio de una crisis que amenaza con derrumbar todo lo construido. Quien más quien menos podría pensar que estos cursos de entrenadores son una especie de juego de insidias y malas artes en el que unos y otros se apuntan con una ametralladora mientras dejan asomar una daga del fajín. Nada más lejos de la realidad.

Y es que aunque el pastel es pequeño, hay suficiente para todos. Así, aunque espero que ningún directivo tome al pie de la letra estas líneas, el baloncesto es gratificante y generoso con quien le entrega todo lo que tiene. En cada entrenamiento, en cada partido, en cada conversación privada con un jugador, el formador ha de sentirse reconocido y orgulloso. Como cualquier otro trabajador, porque lo es. Como cualquier otro maestro al ver crecer a sus discípulos, porque también lo es.

Puedo decir bien alto que durante estas dos semanas no hubo ni cristales rotos ni cuchillos largos. Sí, en cambio, debates que se prolongaron hasta altas horas de la madrugada, coloquios sobre metodología y pláticas más o menos acaloradas sobre nuestra manera de concebir el juego (si es que es un juego). Puedo decir, ahora un poco más bajo por la hora a la que os escribo, que las risas se apoderaron de la atmósfera vallisoletana y que fuimos, durante estas últimas horas de recreo, la envidia de toda la ciudad.

Sólo me queda despedirme. De esta residencia que siempre recomendaré, de estos compañeros a los que intentaré vencer y convencer cuando nos enfrentemos sobre el parqué y de este curso al que, en líneas generales, nunca olvidaré. Sin embargo, y a pesar de que durante unos segundos haya podido invadirme un cierto sentimiento de nostalgia, creo que no será necesario que nadie me recuerde aquello de “si no tomas ese coche te arrepentirás; tal vez no hoy, tal vez no mañana, pero pronto y para toda la vida”. Toca regresar a Salamanca. Y no. Tampoco me arrepentiré.

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Al Salir de Clase (VI) En el mismo sitio





El mismo skyline irregular peinando el cielo. Las mismas luces encendidas incitando a la indiscreción. La misma oscuridad envolviendo al resto de la ciudad en la tiniebla. Sí, Valladolid de nuevo. Sí, curso de entrenadores otra vez. Como si no hubiera pasado el tiempo.

Así, mientras en Londres se preparan para ser la llama que ilumine al mundo durante los próximos dieciséis días, aquí en el curso la mayor parte de mis compañeros ha optado por cobijarse entre las sábanas para recuperar fuerzas y prepararse para lo que se avecina mañana en forma de doble jornada.

La de hoy contó con la presencia de Evaristo Pérez, el entrenador burgalés que acaba de conducir al triunfo en el Eurobasket a la selección sub 16 femenina. Con un discurso cargado de coherencia nos habló sobre la detección y la formación del talento, sobre el procedimiento que está llevando a la FEB a alcanzar victorias en la mayor parte de campeonatos en los que participan sus selecciones. Lo hizo sin desdeñar su parte del mérito, el de cohesionar al grupo y extraer el máximo de su talento. Lo hizo, ante todo, agradeciendo la labor de los clubes en el proceso de formación de estos jugadores.

Es éste, el del talento, un tema que dará para futuros posts y temas de debate. Permitidme un tiempo para reflexionar sobre ello, para tratar de entender en qué consiste el talento, cómo se puede desarrollar y en qué medida este desarrollo puede ir en contra de otros objetivos de tipo grupal o formativo. Mientras tanto, y en referencia a la asignatura de Reglas de Juego que también estaba programada para hoy, me gustaría escribir sobre la esquizofrenia en la que nos hallamos, jugadores, entrenadores y árbitros, a la hora de interpretar un reglamento que, aun intentando ser concreto, peca de ambigüedad. Así, entre detalles que definen matices y matices que determinan la validez o irregularidad de una acción, el entrenador ya no sabe qué enseñar, el jugador a qué atenerse y el árbitro qué cojones pitar.

Así, y hasta que no nos pongamos de acuerdo, las diferencias de criterio acabarán derivando en una especie de lucha gremial que no le hace ningún bien al baloncesto. Sirvan estas palabras como llamada al sentido común. Fijemos unos criterios, nos gusten más o menos, y apliquémoslos con rigor. No defendamos una cosa y la contraria. No enseñemos acciones no reglamentarias y, claro, no sancionemos como ilegales, acciones perfectamente lícitas. 



Cambiando de registro, he de decir que la tarde también dio de sí. Cuatro horas con Felipe Martín nos hicieron reflexionar sobre los estilos de mando y sobre los tipos de feedback o retroalimentación que puede utilizar el entrenador para con el jugador. La receta viene a ser la misma de siempre: “dar a cada uno lo suyo” o “cada cosa a su momento”. Y si para hablar de talento os pedía unos días, tal vez necesite lustros o décadas para reflexionar, comprobar y acabar perfilando, de esta manera, una metodología que se adapte a todos aquellos inputs que, en base a mi personalidad, siempre irán conmigo, y que pueda ser tan flexible como para ser eficaz en las múltiples circunstancias a las que me enfrentaré en un futuro (cualidades del equipo, tipo de competición, personalidades de los jugadores,...).

Lo decía Evaristo. En un deporte tan cambiante como el baloncesto los entrenadores no podemos dejar de correr para seguir siempre en el mismo sitio. En esto consiste la labor del profesor-entrenador y el que no lo quiera aceptar que se baje del barco. Jugamos con material muy sensible. Comportémonos y estemos a la altura. Seamos, como está diciendo ahora mismo Jacques Rogge, presidente del Comité Olímpico Internacional, un ejemplo.

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Crisis, guerra, Juegos





“Cuando tenemos que competir con chicos de fuera es muy complicado”. Estas palabras mencionadas por uno de los ocho becarios españoles (ciento noventa y dos son extranjeros) de la Fundación La Caixa resumen a la perfección el estado en el que nos encontramos como país y como sociedad. Algunos de nuestros prohombres nos dicen adiós entre los habituales halagos al que ya no tiene nada que decir. Mientras, alguno de nuestros parajes más emblemáticos se convierten en campos de cenizas sobre los que la famosa ardilla de Estrabón acabaría abrasada. Poco queda ya de aquella Península Ibérica a la que los griegos quisieron confundir con el jardín de las Hespérides. Y no he buscado que fuera así, pero una tormenta se acaba de posar sobre el cielo de Salamanca queriendo ser partícipe de este tiempo de esperanzas vanas e ilusiones caducas.

Caducas como el ciclo de modernidad y apertura al mundo que se inauguró hace veinte años en la España de la Expo y de los Juegos Olímpicos, del Curro y del Cobi como mascotas de un nuevo período en el que nuestro país estaba llamado a tener mucho que decir. Con el Plan ADO la generación de deportistas dejó de depender del genio y de la calle, para pasar a ser un asunto medido y programado. Por su parte, Barcelona se convirtió en una ciudad referente, en un ejemplo de cómo superar una crisis industrial para convertirse en una de las capitales del mundo más dinámicas y envidiadas. 



Entonces, cortando el viento como la flecha que envió camino del pebetero Javier Rebollo, España empezó a crecer y a situarse en la vanguardia económica y social de Europa. Lo hizo demasiado rápido, generando burbujas de cuya explosión nadie se quiso hacer cargo. Al finalizar el verano las familias se citaban para el siguiente mientras se alejaban de una cala plagada de basura en la que habían convertido aquel sutil regalo de la naturaleza. Porque no nos engañemos, detrás de la miseria económica y la crisis social se esconde una infinita pobreza moral, una falta de principios que en medio del todo parece la nada y que en medio de la nada lo viene a explicar todo.

Ahora, dos décadas más tarde, una nueva cita olímpica se presenta como escaparate de lo que España tiene que ofrecer al mundo. A Londres hemos enviado una delegación de hombres y mujeres enamorados de su trabajo y amantes de la vida y del deporte. Ejemplos, a fin de cuentas, de lo que debería ser y no es en un país, el nuestro, acostumbrado a la cerveza y el vino, a trasnochar y a criticar al cabronazo que le da por trabajar.

Que se celebren los Juegos es una buena señal. En la Antigüedad suponían un pacto tácito de no agresión, la apertura de un período de paz irrenunciable. En la era moderna, por su parte, el que tengan lugar significa ausencia de guerras abiertas y declaradas a escala mundial. No, en cambio, que sigan muriendo seres humanos en descarnados conflictos civiles o que epidemias y hambrunas sigan segando proyectos de vida que en realidad nunca fueron tales.

De momento, y hasta que la crisis se convierta en un elemento más del paisaje, nacer en España es hacerlo en un país occidental con un nivel medio-alto de calidad de vida, es hacerlo en una región del planeta, la templada-mediterránea, especialmente apta para el desarrollo de las especies que el ser humano necesita para sobrevivir. De momento, y antes de que la situación se agrave, los Juegos Olímpicos nos seguirán ofreciendo la oportunidad de disfrutar con los triunfos y las derrotas de cientos de deportistas anónimos que se levantan y acuestan antes que cualquiera y que alimentan sus sueños de renuncias que pocos de nosotros estaríamos dispuestos a realizar.

Inauguro aquí, con este post que habla de todo y de nada, un tiempo para hablar de deporte con mayúsculas, de deportistas que son un ejemplo más allá de lo que indiquen o dejen de indicar sus resultados. Estaré atento a todo lo que pueda suceder con la selección de baloncesto, pero no dejaré de escuchar lo que en forma de sonrisas y lágrimas tengan que decir los que pasaron sus últimos cuatro años entrenando por un sueño. Y es que cada cuatro años el deporte vuelve a ser deporte, cada cuatro años la guerra se dirime según los códigos del honor y del esfuerzo. No dejéis de llorar con este vídeo.




UN ABRAZO Y FELICES JUEGOS OLÍMPICOS PARA TODOS

Aprender y enseñar





Ayer, mientras regresábamos de Valladolid, discutíamos sobre la responsabilidad que tiene todo entrenador consagrado con quienes estamos empezando a conocer los secretos del baloncesto. A fin de cuentas no hay entrenador en el mundo que no sea, en cierta medida, el producto de todo lo aprendido a través de sus maestros. En un deporte en el que prácticamente todo está inventado el derecho a la propiedad intelectual es una aberración. Cada uno da lo que recibe, luego recibe lo que da. O así debería ser. Y si de maestros que absorbieron todo lo que les enseñaron tenemos que hablar, un nombre acude enseguida a mi cabeza.

Primero jugador, después alumno y más tarde profesor. Antonio Díaz Miguel no quiso saltarse ninguna etapa en su desarrollo profesional. Jugador de Estudiantes y de Real Madrid, con apenas 1,85 metros de estatura, Antonio ejerció de honrado profesional y pívot batallador hasta el punto de ser convocado en varias ocasiones para defender los colores rojigualdos de la camiseta del equipo nacional.

Con esas gafas que le cubrían medio rostro y con esa caída de ojos que dibujaba una faz inigualable, Antonio Díaz Miguel convirtió a la selección española en el equipo de referencia de todo el país. Finalizado el mes de mayo todos los aficionados se desprendían de la camiseta de sus particulares clubes y se enfundaban, orgullosos, la del equipo que deslumbró al mundo a altas horas de la madrugada cuando en 1984, después de vencer a Yugoslavia en Semifinales, se plantó en la final de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles para desafiar el dominio norteamericano. 



El propio Antonio, en su discurso de entrada en el Hall of Fame de Springfield, reconoció sentirse en deuda con todos y cada uno de sus maestros, con profesores de la más alta escuela y nombres que reconocería hasta el más ignorante de los comunes. Fueron ocho minutos de recordatorio y homenaje sincero a quienes le abrieron las puertas de sus casas y no tuvieron miedo ni recelo alguno a la hora de transmitir secretos seculares a un extraño de dudosa procedencia, a un español por el mundo que luego, en su país, integraría todo lo aprendido para conformar un método revolucionario que pillaría desprevenidos a los antiguos iconos de los banquillos en España. 



John Wooden, Dean Smith y Bobby Knight suman catorce títulos universitarios, innumerables presencias en la Final Four e infinitas aportaciones al mundo de la canasta a modo de innovaciones y detalles que han hecho del baloncesto un deporte más atractivo. Por ello, entre otras cosas, la misión de Antonio Díaz Miguel no se detuvo en la victoria, en la consecución de trascendencia más o menos efímera de éxitos deportivos. Antonio entendió desde el primer día que el baloncesto está por encima de cada uno de nosotros y que por muy grande que sea un deportista, nunca podrá situarse a la altura del propio deporte. Es por ello que todos sus esfuerzos se dedicaron a la promoción del baloncesto, al patrocinio de una filosofía en la que no importa sólo el resultado, sino también el modo de hacer las cosas. 



Apostando por un baloncesto rápido con veloces circulaciones de balón, Antonio Díaz Miguel fue durante muchos años la figura más reconocible de nuestro baloncesto, su principal estandarte y guía. Él lo situó en el primer escalón continental con las platas europeas de 1983 y 1987, con el cuarto puesto en el Mundial de Cali de 1982 y, sobre todo, claro está, con la plata ya mencionada de Los Ángeles. Él, a su vez, ejerció de maestro de toda una generación de técnicos encabezada por Lolo Sainz y Javier Imbroda que gobernó los designios de nuestro deporte durante la década de los noventa.

Hoy, veintiocho años después de la gesta olímpica de Los Ángeles, he querido traer a colación la figura de un técnico que transformó y modernizó los principios del entrenamiento, la de un hombre adelantado a su tiempo que se dedicó a honrar la figura de aquéllos que se lo enseñaron todo y a enseñar a aquéllos que como yo, todavía tenemos todo por aprender. 

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UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Al salir de clase V. Lo que pasa en Pucela







Ya no quedan luces encendidas en el vecindario de enfrente. Hace largo rato que las chicharras cesaron en su canto. Han pasado horas desde que se fueron los búhos a dormir. Esta vez no tuvo la culpa el baloncesto. El motivo de que sean las cuatro y cuarto de la madrugada es que Valladolid la nuit nos atrapó entre sus bares y discotecas al ritmo de salsa y música electrónica, bajo el elixir más eficaz para hacer perder el norte a un hombre, una bella mujer.

Pero como es tarde paso de contaros el cuento de siempre, el que empieza con un “había una vez” y concluye con un “no” como respuesta. Y es que lo que pasa en Pucela se queda en Pucela y, por tanto, optaré por ahorraros todos los detalles del proceso.

No escatimaré, en cambio, a la hora de agradecer la implicación del que fuera entrenador del C.B. Valladolid al final de la pasada liga, un Roberto González que se dejó el alma en cada explicación y que, a cada variante propuesta por alguno de nosotros, respondió con seguridad y de manera lógica, concisa y con argumentos. Gracias a él creo tener asentados varios de los fundamentos colectivos de defensa que manejaba de manera sucinta y un tanto confusa. Ahora, el domingo tendré que demostrarlo, creo poder orquestar una defensa con las suficientes variantes y con las claves precisas como para poner en dificultades a cualquier ataque. Claro, durante unos segundos. Claro, en unas pocas jugadas. Hasta que el jugador del otro lado del tablero proponga una nueva alternativa. ¿Es esto secuestrar el baloncesto? Pues yo pienso que no.

Y no se trata de un doble discurso, de renuncia a unos principios o de dar marcha atrás. Creo que la táctica enriquece al juego pues al mismo tiempo que pone en dificultades al jugador le ofrece salidas a las mismas. Me gusta menos el “pásala allí, luego mano a mano y después lo que sea”. Me gusta más el “estate atento a esta situación y decide en torno a tus cualidades técnicas, la noción del baloncesto que te han enseñado de pequeño, las características de tus compañeros y las cualidades de los rivales”. En ese caso estaremos jugando al baloncesto y no cumpliendo meras órdenes de manera automática, repetida y aburrida, por qué no decirlo, para el espectador.

En el baloncesto, como prácticamente todo en esta vida, el qué no es el todo. Importa también el camino, el proceso. La metodología, una asignatura a la que dedicaremos diez horas (es la asignatura con mayor carga lectiva), es fundamental para alcanzar los objetivos propuestos. De momento, a falta de que desarrollemos las siguientes sesiones (la próxima en apenas cinco horas) hemos iniciado varios debates sobre la posibilidad de plantear ejercicios con tareas abiertas o cerradas o utilizando diversas fórmulas de cooperación u oposición. Sin embargo, a pesar de que la metodología implica hablar de medios y herramientas y no de fines, yo entiendo, a expensas de que me pueda llegar a convencer Felipe Martín, el profesor, de todo lo contrario, que cualquier metodología es buena siempre que funcione.

Esperando vuestras contribuciones al debate me despido de vosotros mientras cierro esta ventana indiscreta desde la que me he abierto al mundo todos estos días. Puede que mañana vuelva a abrirla, pero también es posible que la preparación de los exámenes del domingo me deje sin tiempo para ello. Por ello y por si acaso: Buenas noches y mejor suerte.

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Al salir de clase IV. Disfrutar aprendiendo






Las jornadas en el curso de entrenador cada vez finalizan más tarde. No porque los profesores no respeten los horarios, que mal que bien lo hacen, sino porque a las ocho horas estipuladas le sumamos en una mezcla de obligación y amor al arte otras dos o tres. Por qué, os preguntaréis. Pues porque somos así de chulos. Bueno, en realidad es porque se respira una cierta congoja en el aire ante la cercanía de los exámenes en cancha del próximo domingo.

No chulo, pero serio, es Chechu Mulero, nuestro profesor de fundamentos tácticos colectivos de ataque y con el que hemos convivido ocho horas a lo largo de este curso. Avalado por su experiencia y con el trabajo como principal proclama, a Chechu le llueven ofertas para ser entrenador ayudante. Todas sus propuestas para salir de presión, atacar las zonas o plantear jugadas de fondo merecerán su pertinente período de reflexión una vez que la vorágine de clases haya tocado a su fin.

Por la tarde, después de un breve período de descanso que cada cual empleó como mejor convino, nos encontramos con una figura de los banquillos tan reconocible como encantadora. A Paco García además de irle la marcha, no en vano ha sido entrenador de la selección de la República Centroafricana, le va lo de comunicar y hacerse grande a pesar de su modesta estatura. Ciñéndose lo justo al temario indicado, jugando con la interacción del auditorio y dominando en todo momento los tiempos de la charla consiguió encandilarnos y sacar el máximo rendimiento de una capacidad de atención, la nuestra, que va mermando por momentos a medida que avanzan los días.

Por eso este post, por encima de todas las reflexiones pseudofilosóficas con las que os he obsequiado (menudo tostón ahora que las he vuelto a leer) durante estos días pasados, pretende ser un homenaje a todas aquellas personas que, como el propio Paco García, entienden que no hay contradicción implícita entre ejercer profesionalmente una tarea y llevarla a cabo con el mayor grado de disfrute posible porque para aprender, creo que estaréis de acuerdo, es importante disfrutar.

Dándole las gracias a Paco por su cercanía y su capacidad para la comunicación, me despido hasta la próxima pidiéndoos disculpas por la brevedad de esta entrada (sé que muchos lo agradeceréis). Son las dos de la madrugada y mañana, como dada día, empezaremos la jornada a las diez ignorando por completo la hora en la que apagaremos la luz de nuestra mesilla de noche. Será tarde, eso seguro.

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Al salir de clase III. Born free






Sobrevivir a un dieciocho de julio en Valladolid no es fácil. Y no lo digo por cuestiones políticas o históricas. Es más, si alguien en esta ciudad situada en la margen derecha del Duero hubiera querido resucitar al caudillo en el septuagésimo sexto aniversario del levantamiento militar, poco después éste hubiera muerto deshidratado. ¿Hubiera sido necesario resucitar también a Arias Navarro para que volviera a dar el anuncio? Pues hubiera dado igual. Habría muerto de una insolación.

Pero no se trata de hablar de Franco o del calor. Se trata de hablar de baloncesto y de lo que la tercera jornada del curso de entrenadores ha dado de sí. Todo empezó, como siempre, a las diez de la mañana en las instalaciones deportivas del complejo Río Esgueva. Allí, José Ignacio Hernández, flamante entrenador del equipo campeón de liga y copa en Polonia nos intentó explicar de manera condensada las claves que todo técnico ha de manejar en lo que a dirección de partido se refiere (entre ellas el poder evitar que el equipo rival te meta un triple y te gane el partido cuando ganas por dos y restan pocos segundos). 



No nos engañemos. El partido es la última ratio, el espejo en el que han de verse reflejadas las horas previas de trabajo. En cuarenta minutos, personas que no conocen, ni tienen por qué, los métodos empleados los juzgarán en base a unos resultados que en cierta medida van a estar condicionados por el rival y otra serie de circunstancias que rodean al juego. Es misión del entrenador reducir al mínimo la cuota de improvisación, el número de factores que se escapan de nuestro control. Sin embargo, no lo olvidemos, el baloncesto no es ajedrez y cuando movemos piezas no lo hacemos con alfiles o peones, sino con seres humanos. Y si nosotros no somos “deep blue”, aquella computadora que osó plantar cara a Gary Kasparov (y no al revés como habitualmente se piensa) tampoco nuestros jugadores son máquinas perfectas capaces de percibir y ejecutar con precisión suiza en atención a estímulos que se suceden de manera no siempre ordenada.

En cierta medida, a lo largo de las dos horas siguientes, dedicadas a la observación del juego o lo que en la jerga más baloncestística se conoce como “scouting”, aprecié una cierta deshumanización de nuestro deporte. Y es lógico. El baloncesto profesional no está para dar palmaditas o para impartir caridad. Hay mucho dinero en juego y la victoria es el mejor aval para la supervivencia. El jugador se convierte en un mercenario, en alguien, o algo, que debe justificar con su rendimiento el sueldo que se le abona a cada principio de mes (o cinco meses después tal y como están las cosas). Por ello también ha de ser un estudioso del juego, conocer al detalle al que va a ser su pareja de baile durante el encuentro. Pero claro, ante tanto vídeo, ante la minuciosidad del estudio del rival, a uno le vuelven a llover las ideas acerca del rapto al que se ve sometido un deporte que, como Elsa, la leona, también nació libre.

Por fortuna, una larga sesión de técnica individual repleta de detalles con los que podremos estar más o menos de acuerdo, nos alivió en cierta medida y nos hizo reencontrarnos con el baloncesto más puro, el que se alimenta de gestos que generan ventajas, de pequeños ajustes en una postura que determinan la ganancia de unos centímetros claves para la consecución de un buen tiro. Allí, en medio de la sauna en la que se fue convirtiendo el pabellón, discutimos sobre utilizar los efectos en los pases de exterior a interior, sobre la medida en que la colocación de la mano puede determinar la violación por acompañamiento o sobre cómo se contabilizan los avances para que el árbitro entienda que se ha caminado. 



Y entre dimes y diretes, sesiones más o menos didácticas o entretenidas, se pasaron las ocho horas de trabajo a las que acompañamos, por si la dosis no fuera aún la suficiente, con dos horas más delante del televisor analizando cada detalle del partido de nuestra selección. Y sí, quizá sean los primeros síntomas de una enfermedad a las que muchos, desde fuera, pueden denominar frikismo, pero esto es así. Nos gusta el baloncesto y lo vivimos de esta manera. Y es más, lo podemos hacer porque al igual que el propio juego y a pesar de que algún 18 de julio de infausto recuerdo lo intentara evitar, nacimos libres y libremente esto es lo que hemos elegido. Baloncesto creo que lo llaman.

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Al salir de clase II. Desde la ignorancia






Es la una de la madrugada. Lo sé porque me lo indica el súbito sonido de una campanada furtiva que se ha colado entre el silencio que invade la noche vallisoletana. Desde aquí, la ventana indiscreta de la que ya os hablé ayer, me siento como James Stewart en aquella obra maestra del Hitchcock más genuino. No sólo por mi posición privilegiada desde la que cualquier domicilio privado se hace público a mis ojos, sino también porque el mercurio no baja de los veinticinco grados empapando camisetas y negando cualquier sensación de bienestar.

Pero en fin, se trata de estudiar y seguir formándose en el campo que más nos gusta, el que hemos elegido y el que tantas satisfacciones nos da hasta cuando el desaliento intenta apoderarse de nosotros como consecuencia de malos resultados, conflictos mal resueltos o duros despertares a una realidad, la del baloncesto, que cada día que pasa me resulta más diversa e inabarcable.

Inabarcable por lo infinito de sus matices y por la constante renovación a la que se ve sometida. Es por ello que todos los entrenadores que imparten lecciones en el curso dejan clara la premisa de que no pretenden sentar cátedra. Nos piden, casi nos exigen, que experimentemos, que probemos con nuestros equipos las ideas que vayamos recibiendo desde las diferentes fuentes en las que bebamos. A partir de ahí, el propio método del ensayo-error nos irá marcando el camino. Yo, inevitable verdugo, sólo espero que durante el proceso no acabemos con un largo listado de víctimas, con una relación de nombres tan larga como a la que, por desgracia, se rinde homenaje cada once de septiembre en Nueva York.

Esta mañana, con los ejercicios que nos proponía Roberto González como excusa, surgieron interesantes debates sobre la defensa de diferentes bloqueos indirectos en diferentes lugares del campo y en atención a las características concretas de los jugadores, sobre la defensa del pick and roll central y lateral o sobre los, a priori, simples conceptos de los cambios defensivos y las ayudas. Y el debate enriquece, es cierto. La oposición de ideas siempre termina encontrando el atajo hacia un término medio que si no es el ideal mucho se le parece. Sin embargo, siento decir que muchas veces la discusión se ha convertido en una especie de sesión parlamentaria en la que, por turnos, cada cual ha ido expresando su idea con el único afán de imponerla. Mientras uno hablaba el otro preparaba su discurso. Así hasta intentar quedar por encima, sin capacidad alguna de autocrítica o reflexión. Echando todo hacia fuera. Quedándose con lo mismo que ya tenía dentro. Muchas veces nada. 



Ojo, no todos los alumnos de este curso se dedican a vomitar lo poco o mucho que ya saben. Muchos escuchan y hablan desde la humildad que debe definir al ignorante. Porque ignorantes somos todos en un arte que aún no dominamos. Y es que enseñar baloncesto, tiene tanto de enseñar como de baloncesto. Y sobre esa tarea educativa, sobre el papel de líder que le corresponde al entrenador nos habló José Ignacio Hernández, entrenador del Wisla Cracovia en un “speech” bastante académico y filosófico sobre las características con las que ha de contar, o las que debe aprender, todo entrenador. Fue fácil decirlo. Más aún escucharlo. Será complicado reunirlas pues no es sencillo ser un buen maestro, un buen psicólogo, un buen preparador, un buen diplomático, un buen juez y, en definitiva, un buen líder. 



Ojalá, por la buena salud del baloncesto, que salgamos de aquí bien preparados y con la ambición suficiente como para seguir creciendo en esta tarea de aprendizaje, formación y entrenamiento. Ojalá que podamos reunir todas esas cualidades y a modo de hombres del renacimiento podamos aglutinar en nuestra persona todas las capacidades que definen a un buen líder. De momento, al sonido de las dos campanadas, me despido de todos vosotros dándoos las gracias por seguir ahí después de, con esta, trescientas entradas. 

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Al salir de clase. ¿Un mal necesario?







Desde esta ventana indiscreta que se abre al cielo de Valladolid y a caballo entre la oscuridad que define a una noche de luna nueva y la luz que irradian los dos fluorescentes de mi habitación, me he sentado a escribir, como intentaré hacer todas las noches de esta semana, la crónica de la primera jornada en el curso de entrenador de nivel II que organiza la Federación de Baloncesto de Castilla y León.

Quería evitar deciros que era temprano cuando sonó el despertador. De igual manera, poco interés tiene el comentaros que a las diez estábamos citados con Chechu Mulero, uno de los más grandes estudiosos del baloncesto en nuestra región para hablar de fundamentos tácticos colectivos enfocados al ataque. Poco, cuando lo comparamos con los propios contenidos de una sesión de cuatro horas en las que empezamos viendo cómo generar una ventaja y, sobre todo, cómo mantenerla a través del movimiento del conjunto de los jugadores. 



En el baloncesto moderno, con preparaciones físicas tan detalladas y scoutings tan exhaustivos, hablar de ventaja es hacerlo de milímetros de terreno o de centésimas de segundo. Del mismo modo y hasta que no se amplíe el ancho del campo -probablemente aún así-, la generación de espacios para el juego de uno contra uno o dos contra dos es una de las cuestiones prioritarias. De ahí que la mayor parte de la mañana la dedicásemos a estos dos puntos que definirán, sin lugar a dudas, las características de nuestro juego de ataque. 

Finalmente, tras analizar cuestiones del juego libre por conceptos y tras leer situaciones tanto de bloqueo indirecto como directo, hemos empleado unos cuantos minutos a la construcción de sistemas en todas las versiones recogidas en el manual: sistemas de seguridad universales, indeterminados o específicos, tecnicismos éstos que alimentan la visión más científica y analítica del baloncesto, una visión de la que pretenden vivir numerosos profesionales en los próximos años y que, a mi modo de ver, complica artificialmente un deporte que se asienta sobre los principios más instintivos y primarios de la naturaleza: correr, saltar y lanzar.

Ojo, apunten antes de lanzar y léanse, mientras, mis argumentos. Está claro que el jugador debe memorizar gestos técnicos e integrar dentro de sí, a través de la correcta repetición de los ejercicios, un “savoir faire” que le dotará de una ventaja competitiva frente a sus oponentes. Sin embargo, creo que los entrenadores deberíamos dar más pautas e impartir menos dogmas, hablar menos de nosotros y más de ellos, los jugadores y verdaderos dueños de este deporte y es que, amigos míos, en las trece reglas originales que diseñó Naismith se habla de balones, jugadores e, incluso, de árbitros, pero en ninguna de sus líneas aparece una mención a los entrenadores. ¿Seremos, acaso, un mal necesario?

Lanzo al aire de Valladolid esta reflexión y me recojo. Han sido ocho horas de bonito, pero duro trabajo, de debates intensos y de conclusiones pendientes de asentar. Se alargó la sobremesa de la cena discutiendo sobre el modelo ideal de entrenamiento, sobre lo oportuno o ético de privilegiar el trabajo de un concreto jugador en atención a su mayor potencial. En fin, miles de ideas que, seguro, pasarán una y otra vez por mi mente a lo largo de este sueño que finalizará en una habitación de una residencia céntrica de una ciudad, Valladolid, desde la que os escribiré los próximos días frente a una ventana indiscreta que mira más hacia dentro que hacia fuera. Espero que podáis resistirlo y que sigáis fieles a este blog tanto como yo lo intento ser a todas vuestras inquietudes.

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Un cronista de otro tiempo






En España el deporte es consecuencia de la contemporaneidad. Por eso, en el franquismo, que era una antigualla en sí mismo, no hubo deporte como tal, sino una metáfora de la inmundicia. Nuestros viejos héroes existían por una voluntad escapista. (…) Ahora surgen por todas partes, surgen en todos los deportes y aparecen sin deudas que saldar. Son simplemente el producto de su tiempo. No han llegado al éxito para escapar de nada, como aquellos inolvidables Santana, Haro y Nieto. Los nuevos héroes del deporte español son el producto de un modelo que funciona y de una sociedad que ha puesto una distancia sideral con el pasado”.

Santiago Segurola. 15 de marzo de 1999. Héroes de un nuevo tiempo.

No sé si Santiago Segurola volvería a firmar estas líneas en los tiempos que corren, a escasas dos semanas de la cita olímpica. Desconozco si se atrevería a mantener esa relación inequívoca entre sociedad y deporte que defiende en el artículo que pone título a esta compilación de columnas, a este compendio de obras maestras del periodismo deportivo que terminé de leer hace unas pocas horas.

Si la llegada de la democracia supuso la institucionalización del deporte y la producción en serie de fenómenos de toda materia y disciplina, lo cierto es que en este período de crisis económica y social, parece difícil aceptar que los Alonso, Gasol o Nadal sean representantes de un nuevo modelo de sociedad, el resultado de un proceso de cambio en lo fundamental o la última de las necesidades cubiertas. Los tres son lo que son porque sus familias aceptaron el riesgo de la empresa e invirtieron todo lo que fue necesario. Los tres son deportistas excepcionales porque están embebidos de los valores que incluye la receta del éxito. A los tres les sobra disciplina, talento y genio. La política, la economía o el modelo de sociedad son factores que, simplemente, no les incomodan.

Después del éxito de Barcelona con el ambicioso Plan ADO considero que no hay que buscar en las decisiones políticas las claves del resurgir deportivo de nuestra nación. Los triunfos son deudores de genios irrepetibles, del trabajo de los clubes y del esfuerzo denodado de las familias. Ello no impide que los Iniesta, Navarro o Lorenzo sean considerados como héroes de un nuevo tiempo. Sí, lo son, pero este nuevo tiempo no es el de Rajoy o Rubalcaba, tampoco el del estado de las autonomías o el de la Constitución de 1978. El nuevo tiempo lo definen los nuevos medios de comunicación, la comercialización de todo lo que tiene que ver con el deporte, la masificación y, en cierto modo, la mitificación de todo lo que le rodea.

Pero este post no pretende poner en solfa el ideario de uno de los mejores periodistas deportivos de nuestro país. Es más, la discrepancia comienza y termina en la página 94 de esta obra, Héroes de Nuestro Tiempo, cuya lectura os recomiendo encarecidamente.

Si las sociedades necesitan héroes, éstos necesitan de cronistas que ensalcen sus gestas y quién mejor que Santiago Segurola, con su pluma refinada, que no pedante, para relatarnos el maravilloso salto de Beamon en Méjico 68, el que creíamos insuperable récord de Michael Johnson en Atlanta 96 o el magnetismo que irradia esa bala de Baltimore llamada Michael Phelps cada vez que entra en una piscina. Cientos de historias, en definitiva, al borde de la sangre, el sudor y la lágrima, escritas, como él mismo afirmó sentado sobre el césped de su querido San Mamés, con el afán de lograr la complicidad del lector, de ese lector universal que desde ya puedes ser también tú. 



Una lectura para el verano, una antología de sonrisas y llantos, cientos de crónicas redactadas a lo largo de veinticinco años cuya huella el paso del tiempo no ha conseguido borrar. Coherencia en forma de periodismo. Periodismo como sinónimo de pasión. 



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Un par de sugerencias

No siempre fue así





Quince días para Londres. Dos semanas para que culmine la olimpíada, el período de cuatro años que transcurre entre dos juegos olímpicos. Así, mientras la llama se acerca al estadio, los deportistas afinan su forma física combinando sesiones de carga con descansos cada vez más prolongados. Los operarios, por su parte, preparan los últimos detalles en el recinto a expensas de que la ciudad del Támesis acoja, por tercera vez, el mayor acontecimiento deportivo del planeta.

Los Juegos Olímpicos de Londres serán los trigésimos de la era moderna. En realidad los vigesimoséptimos que se disputan a cuenta de la suspensión, por motivos bélicos, de los de Berlín 1916, Helsinki 1940 y Londres 1944. Más datos. Será la decimooctava vez que el baloncesto quede incluido en el programa olímpico. Estados Unidos venció en trece ocasiones, la extinta Unión Soviética en dos y Yugoslavia y Argentina en una. De un asterisco vienen acompañadas las ediciones de Moscú 1980 y 1984, ediciones ambas boicoteadas y marcadas por la ausencia de Estados Unidos y la URSS respectivamente. Mención aparte, por todo lo contrario, merecen los dos títulos olímpicos del combinado soviético y también el que logra Argentina en los más recientes Juegos de Atenas 2004. A todo ello hay que añadir que la competición asiste a su particular punto de inflexión con la incorporación de los jugadores profesionales de la NBA en Barcelona 1992.

España, por su parte, no participó hasta la edición de Roma 1960 en la que firmó un modesto papel finalizando en decimocuarta posición. En una década en la que el combinado nacional creció a la sombra del imperial Real Madrid de Pedro Ferrándiz y de la mano de una estrella como Emiliano Rodríguez, sólo pudimos ser séptimos en Méjico 1968 con una selección que incluía nombres importantes como Clifford Luyk, Nino Buscató o Vicente Ramos. Ya por entonces, en el banquillo, figuraba el nombre más importante de la historia del baloncesto olímpico español, Antonio Díaz Miguel.

Tras el undécimo puesto en Munich y la no participación en Montreal, los Juegos Olímpicos de Moscú fueron el aperitivo perfecto para lo que tendría que suceder cuatro años más tarde. Aquella competición supuso el bautismo de fuego de una generación llamada a competir de tú a tú con las mejores del viejo continente. Cuando Brabender se despidió ya tenía el relevo asegurado. Tenía nombre de santo. Demostraría el porqué cuatro años después: Juan Antonio San Epifanio. Epi. 



Y de la mano de Epi, Arcega, Corbalán o Solozábal, también de Iturriaga, De la Cruz, Romay o Joe Llorente y cómo no de Martín, Jiménez, Margall y Beirán, la selección española nos haría soñar despiertos a altas horas de la madrugada en la Península. En Los Ángeles, la cuna de los guiones más inesperados, esta generación surgida de los patios de colegio (el Ramiro de Maeztu, los Jesuitas de Bilbao o el colegio Santo Tomás de Zaragoza) ganó a Yugoslavia y le aguantó veinte minutos a una portentosa camada de jugadores universitarios encabezada por Michael Jordan y Patrick Ewing y entrenada por Bobby Knight.

Por desgracia aquel éxito no supuso ni un antes ni un después. Sólo un durante que se fue apagando a raíz de los siempre dolorosos cuartos puestos en los Europeos de 1985 y 1987 y de un quinto que supo a nada en el Mundial de España en 1986. La Federación no pudo encontrar las respuestas a la muerte de Fernando Martín, al languidecer de Epi y a la pérdida de ilusión de un Antonio Díaz Miguel cada vez más saturado de baloncesto.

El bronce en el Europeo de 1991 fue un edulcorante que no pudo disimular, en caso alguno, el sabor amargo de la actuación más triste y desangelada de nuestra selección en unos Juegos Olímpicos, la de 1992 ante el público de toda España. Por fortuna, la exhibición de talento ofensivo, juego en equipo y facultades atléticas del Dream Team difuminó en cierta medida el esperpento interpretado por una selección sin alma presa, quizá, de un exceso de responsabilidad, que sólo pudo ganar a Brasil, por un punto, y que perdió de paliza, 63-83, contra Angola. 



Y si el bronce de 1991 fue la previa de unos juegos para el olvido, la plata de 1999 fue el anticipo de otra actuación mediocre, la de unos Juegos de Sidney que supondrían el fin del período de Lolo Sainz como seleccionador. Fue entonces cuando todo cambió. Y no fue mérito ni de Imbroda ni de Moncho, tampoco demérito de Pesquera. Todo lo que sucedió a partir de entonces encuentra su explicación en la concreta figura de quienes, al fin y al cabo, dominan el juego: los jugadores. Y si por mezcla de trabajo federativo, cantera de clubes y generación espontánea te encuentras con una hornada de jugadores encabezada por Juan Carlos Navarro y Pau Gasol, los problemas dejan de serlo y se convierten en oportunidades para triunfar. Si a éstos les rodeas de otros más jóvenes como Marc y Rudy empiezas a medirte con los mejores y aspiras a cosechar grandes triunfos en la esfera internacional. 



Así, en los últimos seis años hemos sido campeones del mundo, subcampeones de Europa, subcampeones olímpicos, campeones de Europa, sextos en un mundial y, de nuevo, campeones de Europa. Acudimos a Londres con el cartel de favoritos. En los corrillos se habla de la plata como si ya fuera un hecho. Pero ojo, conviene ser cautos. Por dos motivos, porque el deporte aglutina más factores de los que se pueden controlar y coño, porque si repasamos la historia como ya hemos hecho, nos podemos dar cuenta de que no siempre fue así. Y es que desde los Epi, Martín y Corbalán hasta los Pau, Navarro y Marc transcurrieron largos años de sequía y, lo que es peor, de pérdida de identidad.

Por ello os invito a todos, amantes del baloncesto, a disfrutar de esta selección, a saborear cada paso en el camino que nos ha de conducir a la gloria olímpica. Dejemos la crítica destructiva a un lado y pongámonos la camiseta de la ilusión porque amigos, no siempre fue así. No siempre pudimos gozar con el juego de uno de los mejores equipos del mundo. 

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Y no estabas tú





Quizá se trate sólo de piernas cargadas, de músculos oxidados y de falta de ambición. Quizá. Lo cierto es que anoche, en el Polideportivo Pisuerga, asistimos a uno de los peores partidos de la selección nacional en los últimos seis años. A veinte días vista de que empiecen los Juegos Olímpicos el equipo español echó de menos a Rudy, que al menos calentó, y a Navarro, que ni siquiera se vistió.

Por desgracia no se trató ni de Rudy ni de Navarro. Al jugador que más extrañamos anoche en la atmósfera asfixiante del Pisuerga se llama Ricky Rubio y de él sabemos que no se vestirá con la elástica de la selección hasta el próximo verano. No lo hizo mal el jugador que ha heredado la camiseta con el número seis. Es más, Sergio Rodríguez fue uno de los mejores jugadores sobre el campo, el único capaz de hacer algo diferente y de encontrar a los compañeros en las mejores posiciones de tiro. Pero Sergio no es Ricky. No tiene su estrella ni su capacidad para cambiar el ritmo de los partidos desde la defensa a base de un incremento de la intensidad en la presión sobre la bola o en las líneas de pase.

Pero si nosotros le echaremos de menos, qué decir del seleccionador. Las zonas presionantes que ensayó ayer contra Gran Bretaña serían mucho más temibles con Rubio en la punta. Nadie en esta selección, ni siquiera Víctor Sada, tiene la suma de velocidad de piernas y envergadura de brazos que presenta sobre el parqué el genio de El Masnou.

Espero equivocarme y que se trate sólo de nostalgia, de amor incondicional al ídolo. Deseo que de aquí a unas semanas se hable sólo de la maestría de Navarro, del acierto en los triples de Rudy, del dominio de la zona de nuestro trío NBA de interiores y, sobre todo, de la perfecta dirección de juego de nuestros bases. España tiene mimbres para volver a demostrar que es la mejor selección FIBA y la única con opciones reales de discutir la supremacía del baloncesto norteamericano.

Aun así, desde mi asiento en la fila cinco del fondo alto sur del pabellón, junto a los compañeros del curso de entrenador del que os hablaré en breves fechas, no pude evitar mirar hacia uno y otro lado, en todas las direcciones, sin dejar un solo rincón inexplorado. Sólo vi gente correr... Y no estabas tú. 



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