Diario de un encierro. Día XXVII






Esperando a Seve

Con el golf me pasó como con tantas otras cosas, que antes siquiera de haber empezado a explicar el porqué de mi acercamiento a este deporte ya me habían etiquetado. Yo, que iba y venía del campo cargando mi bolsa de palos de segunda mano y que, con suerte, si acaso, cogía el autobús, me había convertido de pronto en un nuevo rico, burgués, clasista y, creo que esto se lo callaban, pijo apestoso. Para colmo, aquellos que decían esto aún se enfadan cuando declino sus ofertas de jugar al pádel.

Es nueve de abril y llueve, claro, no puede ser de otro modo. Hace 63 años nacía en Pedreña, una pequeña localidad próxima a Santander, el mejor golfista europeo de todos los tiempos, Severiano Ballesteros, uno de los pioneros del deporte español, un auténtico fuera de serie en un deporte con escaso seguimiento en nuestro país. Al igual que sucedía con Miguel Indurain, que apagaba las velas en pleno Tour de Francia, Seve siempre cumplía años en la cita más especial del calendario: el Masters de Augusta.

Severiano hizo posible lo que antes era imposible desoyendo lo que, antes de la informática, se llamaba costumbre, uso social, etiqueta o corrección. Sin perder nada de su charme, pero sin renunciar tampoco a su latinidad, Ballesteros invirtió las normas clásicas del riesgo/recompensa, visualizó trayectorias que nadie más veía, movió el palo con la heterodoxia propia del autodidacta y ganó, ganó como nunca antes nadie lo había hecho, visitando áreas del campo que no conocía ni su diseñador.



Pues bien, además de celebrar este cumpleaños, que coincide también con el abortado inicio del Masters de Augusta, cito a Seve como impeliendo al destino a actuar y traer una figura de estas características para competir con los androides que nos traerán la mejora de las teorías del entrenamiento, la sofisticación de las tecnologías aplicadas y, a no mucho tardar, los avances en biogenética. Uno se puede quedar fascinado viendo a Giannis, Lebron o Williamson, puede apreciar lo lejos que están dos individuos de una, aparentemente, misma especie (uno mismo y ellos), pero a mí no me entusiasma su dominio por aplastamiento, prometo no levantarme a celebrar una sola de sus canastas.

Mi esperanza está en Doncic y sus ramalazos de genuino talento, pero a veces siento que le sobra escuela. Me gusta la suavidad, como tejida en seda, de Jayson Tatum. También las libertades que se toma Jokic, heredadas en parte de Sabonis, Divac y, por qué no decirlo, del mismo Marc Gasol. Pero solo pagaría una entrada para ir a ver a Curry, lo reconozco. Nadie como Curry, desde Magic, había conseguido conectar con la grada de esta manera, aunque reservo a Shaquille O´Neal un hueco destacado por su carisma y dejo a Jordan relegado a una categoría aparte, por no saber cómo encuadrar su magnetismo.



Esto, trasladado a la enseñanza de fundamentos, sería una invitación a plantear problemas sin ofrecer soluciones, a revitalizar los unos contra uno informales, en medio de los descansos, a fomentar el juego, los errores y la naturalidad en su comisión y aceptación. Y, por supuesto, a organizar ligas callejeras, regidas por muchas menos normas de lo que lo están los campeonatos de 3x3. El mejor plan veraniego para nuestros jugadores no incluiría, en la añoranza de mayor creatividad, una tabla de ejercicios físicos, sino un balón y una gorra para el camino.

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

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