El mismo hombre






Sigo siendo el mismo hombre, con algunos años más. En la misma piel que un día me obligasteis a arriesgar”. Quizá porque estas letras de Carlos Goñi nos retratarán a todos tarde o temprano, porque a todos, sin excepción, se nos agotará (o agotó) la juventud una mañana, frente al espejo, o porque, tal vez, estuvieran escritas, sin saberlo, para él. No lo sé, pero lo cierto es que ayer, circulando por una de tantas carreteras, sobre una meseta yerta, con el cereal ya cosechado, y escuchando esta canción, me acordé de Pau Gasol y me lo imaginé entrenando a pleno sol, recitando entre carrera y carrera, entre series de multisaltos y algunos fondos de tríceps, los agónicos versos de la última estrofa de esta bella melodía: “Tumbaré de un golpe seco al que pretenda barrer / las calles con mi orgullo por estar mayor / Lucharé como una fiera y no pienso renunciar / al lugar que Dios, si existe, me ha brindado bajo el Sol".



Ese lugar lo conocemos. Es más, lo hemos ido ocupando poco a poco junto a él al poder vivir, aunque fuera desde la distancia, sus progresos en ese otrora coto vedado para el baloncesto español que era y es la NBA. Ese lugar está entre los mejores, por mucho que de la pluma de los críticos norteamericanos surgieran ingeniosos juegos de palabras para, de manera resumida, cuestionar su ética de trabajo y su dureza. Ese lugar no pudo ser conquistado sólo a base de talento. Nadie se lo cree. Su evolución física, la multiplicación de los movimientos en el poste y su manejo de la mano izquierda lo atestiguan.



Cinco temporadas por encima de los ochenta partidos, varios torneos internacionales del más alto nivel e incursiones prolongadas en los playoffs de la NBA no son sólo un síntoma de grandeza, también de durabilidad y persistencia en el esfuerzo. Ahora, claro, inevitables, aparecen las goteras, lesiones aquí y allá que si no anticipan el final sí, al menos, encienden las luces de alarma. Gasol, inteligente y experto en la regulación de los esfuerzos, aunque algunos hayan visto en ello un síntoma de debilidad, ha elegido un buen momento para tomarse el tiempo necesario y recuperarse de los dolores musculares y articulares que le aquejan. Un no en este momento puede ser la llave de dos o tres temporadas más al más alto nivel, quizá no a la altura del contrato que cobrará este año en los Lakers (19 millones de dólares, octavo jugador mejor pagado) pero sí lo suficientemente buenas como para rubricar una carrera de ensueño, una carrera que debe quedar enmarcada en el cielo del Staples y, por qué no, también, en lo alto del Fedex Forum.



La progresiva y acelerada progresión de Pau Gasol fue también el relato del ascenso de nuestro baloncesto. Aunque se sucedan, como se suceden, generaciones de oro, plata y bronce en las diferentes categorías de formación, todos somos conscientes del vacío, y mira que es difícil percibir algo que no existe, que seguirá a la marcha del gran abanderado. Porque a la sombra de sus 2,16 le fue más fácil crecer, aunque parezca un absurdo, a Navarro, a Rudy, a Felipe, a su hermano y a tantos otros. No sólo porque quitara las malas yerbas del camino y abriera fronteras. También por lo fácil que fue, es y será, también en esas pachangas que tienen que venir, jugar con Pau.



No será fácil hacer conciliar la madurez de su juego con la decadencia de una franquicia acostumbrada a ganar. Los Lakers, mientras Kobe pueda pestañear, siguen confiando en la calidad de la plantilla. Sin embargo, cualquier aficionado objetivo puede anticipar una temporada complicada con cruces de declaraciones y ácidos titulares. Y es que en Los Ángeles, California, no hay caminos sin más, sólo dos veredas a tomar: El Salón de la Fama o Sunset Boulevard.



Ahora que las piernas van tomando, jornada a jornada, el tinte del plomo, cuando el final ya no es un proyecto, sino un presente, Gasol debe demostrar que sigue siendo el mismo hombre. Claro, con algunos años más. 





UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

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