J.I. Hernández: La ubicuidad del éxito





Qué bonito es levantarse, desperezarse y saludar a un nuevo día sabiendo que el éxito no es coto reservado de unos pocos, descubriendo su carácter ubicuo y universal al abrir, virtualmente, las hojas de los diarios deportivos de un lunes y avistar en ellas a un hombre de provincias, un orgulloso ciudadano de su barrio, colgándose el oro del Eurobasket sub 16.



El triunfo, que fue de todos, de los chicos principalmente, aunque también de los clubes, de las familias y de la propia federación, fue también el de un cuerpo técnico dirigido por un salmantino, José Ignacio Hernández, que aún puede, aunque parezca increíble, pasearse por las calles Compañía o La Rúa sin necesidad de detenerse a cada paso para firmar un autógrafo o posar para una fotografía. Son las miserias, también las ventajas, del anonimato con que se firman estas pequeñas gestas, hazañas invisibles para el gran público y casi, también, para los pocos que, tras devanarnos los sesos para encontrar un enlace, vibramos con el juego de nuestros cadetes.



Fue la de ayer una victoria improbable, el fruto de tres cruces igualados que se decantaron por escasos puntos en finales a cada cual más inverosímil. No era una generación, la española, muy sobrada de centímetros o talento, pero sí disciplinada en lo táctico y en lo mental. Ésas fueron sus mejores bazas para vencer a Croacia, Italia y Serbia de manera consecutiva, equipos que, bajo mi punto de vista, eran mejores que el español individualmente y bajo los tableros.



Es cierto que Croacia dispuso de tres tiros tras rebote ofensivo en la última jugada para haber llevado el partido de cuartos a la prórroga. También que Italia gozó de un triple sin oposición para igualar, también ella, el encuentro de semifinales. Y qué decir de Serbia, equipo que casi celebraba la victoria a falta de escasos minutos para el final cuando vencía 52-45. Son los pequeños hilos que distancian el éxito del fracaso, esa bola de tenis que en un primer plano maravilloso nos enseña Woody Allen en su genial obra Match Point. Pero cuando la bola cae siempre del mismo lado, la suerte se torna un argumento frágil. Quizá esa flor en el culo que acompaña a los entrenadores afortunados, no tanto como envidiados, sea sólo una de las marcas que deja el esfuerzo, el trabajo previo de preparación, las horas invertidas en saber qué italiano podía lanzar un triple o en mentalizar a un grupo que acabó tocado la segunda fase del campeonato.



Después de haberle seguido desde un modesto rincón de Würzburg, tras haber compartido mesa en una o dos ocasiones y después de haber sido su alumno en un curso de entrenadores puedo asegurar que no hay nada de casual en el currículum de José Ignacio Hernández. Espero no equivocarme, ni juzgar prematuramente, al afirmar que su gran virtud es el don que posee para conocer a las personas, para saber cuáles son sus fortalezas y debilidades y extraer, así, de ellas, el máximo rendimiento. Este don le ha llevado, además, a gestionar con éxito grupos humanos complejos, principalmente esa selección femenina absoluta que si bien no consigue los resultados deseados en el Eurobasket de 2011 (con el coste añadido que supuso no poder disputar los Juegos de Londres), había cosechado, un año antes, un bronce histórico para nuestro baloncesto en el Mundial de la República Checa cuando la prensa decía de aquel vestuario que parecía la trastienda de un desfile de moda en París.



Sea como fuere, José Ignacio siempre ha callado sobre éste y otros asuntos dejando que fueran sus equipos los que hablaran sobre el parqué. Equipos, por cierto, que siempre que el presupuesto lo ha permitido se construyeron de dentro hacia fuera, sobre referencias sólidas en el poste medio acompañadas, eso sí, por jugadoras con buen tiro exterior y, claro, por una base de garantías en quien se apoyaba para transmitir su mensaje. A partir de estos principios llegaron los títulos en Salamanca y también en Polonia. Y es que tras superar la hercúlea prueba de ser profeta en su tierra José Ignacio decidió contrastar la universalidad del lenguaje del baloncesto marchando a Polonia para triunfar como técnico del Wisla.



Cuatro años después, satisfechas las ambiciones que le llevaron a traspasar nuestras fronteras, José Ignacio es ahora uno de esos emigrantes que retornan para transmitir lo aprendido. Bien podría pasar a ser un mero narrador de cuentos y anécdotas, un ponente habitual de conferencias consagradas al éxito y sus fórmulas, pero no, hay algo en el trabajo diario, en la dirección de un grupo y en la tensión de los partidos que José Ignacio necesita para seguir viviendo. Así, tras haberse aliviado este verano de tantos años de femenina, grata pero femenina al fin y al cabo, compañía, Rivas será su nuevo destino.



Y en Rivas, no es un vaticinio sino una crónica anticipada, formará un grupo competitivo con jugadoras que rendirán al límite de sus posibilidades. Así lo lleva haciendo durante años que amenazan con convertirse en décadas. Décadas que no pasaron en balde, que sembraron títulos y que sirven, además, de inspiración para que otros, de la misma ciudad aunque distinto barrio, sigamos luchando hasta conseguir nuestros sueños. 





UN ABRAZO Y FELICIDADES A LA SELECCIÓN SUB 16 POR ESTE ÉXITO

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