Los problemas crecen





Alzad vuestras cabezas hacia el sol que amanece en las tierras de Bahamas,
Dirigid hacia la gloria vuestros brillantes estandartes ondeando en lo alto,
Observad cómo el mundo ha intentado dirigir nuestro camino.
Persigamos la excelencia a través del amor y la unidad.
Empujando hacia delante, marchando juntos hacia el objetivo común,
hasta el quieto sol, aunque el tiempo esconda amplias y peligrosas tormentas de arena.
Alzad vuestras cabezas, pueblo de Bahamas,
hasta que el camino que habéis elegido os conduzca a vuestro Dios.

(Letra del Himno Nacional de Bahamas)


Al norte de Cuba y de la Española. Al sur de la Florida. Allá, en los confines del océano, se levanta el archipiélago de las Bahamas. El clima tropical y la ancestral presencia de esclavos africanos conforman una fusión ideal para el nacimiento de seres dotados de facultades sobrehumanas. Uno de ellos vería la luz un 30 de enero de 1955 y sería bautizado como Mychal George Thompson. Entonces era sólo uno más. 23 años después se habría convertido en el primer jugador extranjero en ser elegido en el número 1 del draft de la NBA.

Guapo e inteligente, valiente y con determinación. El hijo, el marido y el yerno soñado. O al menos eso parecía hasta que la NCAA le sancionara por algo, tan inocente como ilegal, como fue la reventa de dos tickets para toda la temporada. Así, a pesar de devolver el dinero con presteza Mychal Thompson fue sancionado con una inhabilitación de dos años de duración que su Universidad, Minnesota, decidió no cumplir, permaneciendo en un régimen de “libertad condicional”. Thompson dominó a todos los hombres interiores de su generación y en el campus aún se recuerda el partido que firmó ante Iowa anotando 56 puntos. Su número 43 luce en el techo del pabellón desde el descanso del último partido de su carrera universitaria. Para entonces los Blazers ya lo tenían decidido. Mychal sería su elección. Él sería la primera elección de un draft en el que también formaron parte jugadores de la clase de Micheal Ray Richardson, Ron Brewer, Reggie Theus o el mismísimo Larry Bird (que si fue número 6 es porque pretendía jugar un año más en su universidad, Indiana State, como finalmente sucedió). 



Fue la de Thompson una carrera de más a menos. Al menos a nivel individual. La insumisión de un Bill Walton al que los Blazers no quisieron traspasar pese a sus demandas, provocó que el bahameño compartiera minutos en el frontcourt con el talentoso Maurice Lucas. En Portland nunca bajó de los 14,7 puntos y de los 7,4 rebotes de media alcanzando el cénit en la temporada 1981-1982 con un 21-12 de promedio que le situaba al nivel de los mejores (Mo Malone, Robert Parish, el propio Bill Walton o Artis Gilmore. Kareem son palabras mayores). Todo cambiaría en la temporada 86-87. Tras comenzar la campaña con los San Antonio Spurs, Thompson fue traspasado en la fecha límite con rumbo a Los Ángeles Lakers en una operación que marcaría, junto a la lesión en el pie de Kevin McHale, el destino de un campeonato que pintaba bastos y que terminó teñido de púrpura y oro.

Thompson fijaría su residencia en Los Ángeles y allí nacerían sus tres hijos. Todos varones, Michel, Klay y Trayce, ya han encontrado un hueco dentro del deporte profesional. El primero está entrenando duro en Cleveland para mostrarle a Byron Scott su valía. El tercero, tras un año en UCLA, forma parte de uno de los equipos con más historia de la Major League of Baseball, los Chicago White Sox. Y el segundo, amigos míos, es un diamante en bruto, un escolta de 1,98 que es todo fundamentos. 



NBA.COM, a escasas horas de la celebración del pasado draft, definía a Klay como un jugador alto para su posición, gran tirador, buen manejador de balón y agresivo a la hora de atacar el aro. Como única debilidad mencionaba su condición física, aún mejorable. Lo cierto es que el mediano de los Thompson es un representante de la vieja escuela. Basta observar su tiro para intuir la cantidad de horas que ha invertido depurando su talento. Klay flota por la pista. Es como Navarro, pero más alto. Conoce el juego y el juego le conoce a él. El baloncesto ha visto a muchos jugadores de su clase y casi siempre cayó enamorado de sus habilidades. Esta noche ha anotado 31 puntos en la victoria de su equipo contra Sacramento en la que sido la mejor marca de su incipiente carrera. Habrá más noches como ésta. Y mejores. 



Todo pudo cambiar un 4 de marzo de 2011 durante una lluviosa madrugada en el estado de Washington, en las proximidades del campus de la universidad estatal en la que Klay disputó 98 partidos promediando, en tres años, 18 puntos por encuentro. 1,95 gramos de marihuana pudieron haber marcado, para siempre, una prometedora carrera.

Mychal, el padre, toda una estrella mediática en LA por sus comentarios en ESPN Radio, conoció la noticia a las 7 de la mañana de ese mismo 4 de marzo. Su hijo mediano había sido arrestado por posesión de drogas. El mundo se le vino encima y sólo pudo decir: “Estoy muy decepcionado, he hablado mucho con mis hijos sobre este tema. Pensaba que estaban concienciados al respecto. ¿Qué hicimos mal mi mujer y yo? ¿Qué pudimos hacer mejor?”. Nunca entendió la actitud de su hijo. Él desconocía las implicaciones de su infracción cuando revendió los tickets para toda la temporada, pero su hijo ya estaba avisado. Un avergonzado y arrepentido Klay evitó hablar con su padre. Por suerte, lo reducido de la cantidad y el hecho de carecer de antecedentes evitó que fuera sancionado. Sin embargo, en el seno de una sociedad tan marcada por la moral como es la norteamericana es difícil cuantificar cuántos puestos perdió Klay en el draft por este hecho tan inocente como perseguido, tan infantil como irresponsable.

Aun reconociendo que tanto el consumo como la posesión de drogas son conductas execrables, lo cierto es que existe, en buena parte de Estados Unidos, una moralidad hipócrita y mojigata que etiqueta con demasiada facilidad. Lo dijo Mychal: “Esto no convierte a Klay en una mala persona”. Es más, estoy convencido de que aquella noche aprendió la lección para siempre.

Los Warriors disfrutan ya del talento de uno de los descendientes. Klay no será como uno de los Barry (Jon o Brent) siempre a la sombra de un padre, Rick, que es una leyenda de la liga. Tampoco como un Walton, Luke, que no heredó en absoluto el talento de su padre, Bill. Klay, a poco que las lesiones no lo impidan, será el referente de una familia, los Thompson, que, con raíces bahameñas, sigue rentabilizando la visa para un sueño que obtuviera, en 1978, el señor Mychal Thompson, un Laker de corazón. Un orgulloso padre de familia. 



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

0 comentarios:

Publicar un comentario