The Hoya Paranoia




“Un hombre sólo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo cuando ha de ayudarle a levantarse”
(Gabriel García Márquez)

Voz de numerosos anuncios y locutor de los partidos de los Chicago Cubs. Prolífico actor de películas de serie B y valeroso soldado del Ejército de los Estados Unidos. Presidente de la Junta de Directores y uno de los delatores que pusieron en el disparadero a numerosos personajes relacionados con la industria del cine por su presunta conexión con la ideología comunista (la famosa Caza de Brujas en la que se inspiró la siempre recomendable "Ley del Silencio" de Elia Kazan protagonizada por un genial Marlon Brando). Demócrata hasta 1962, Ronald Reagan se afilió al Partido Republicano decepcionado por el excesivo intervencionismo que se deducía de las primeras medidas de la Administración Kennedy. Gobernador de California durante ocho años, Ronald Wilson Reagan, con su mano derecha sobre la Biblia, juraría el cargo de Presidente de los Estados Unidos un 20 de enero de 1981 imponiendo una política neoconservadora con importantes recortes en los seguros sociales, la asistencia a la pobreza y en educación. Alimentando, entre otros, el mito de la “Welfare Queen”, según el cual numerosas mujeres afroamericanas se aprovechaban de los impuestos que pagaban los blancos para vivir sin trabajar, Reagan atrajo a numerosos votantes demócratas decepcionados por las políticas de Jimmy Carter y por la situación de crisis que atravesaba el país. El Presidente Reagan solía contar la siguiente historia.

“Hay una mujer en Chicago con 80 nombres, 30 direcciones postales y 12 tarjetas de la seguridad social que está cobrando pensiones por la presencia de cuatro maridos, veteranos de guerra, que ni siquiera existen. Tiene seguro médico, tickets de comida y está cobrando un subsidio por cada uno de sus nombres. En definitiva nos cuesta 150.000 dólares cada año”. Y probablemente esa mujer existiera. Pero era una entre las millones que batallaban por sacar adelante a sus hijos en el seno de familias desestructuradas y en un clima de racismo y violencia que en los años 80 volvió a recrudecerse después de que en la década anterior las acciones en defensa de los derechos civiles hubieran dado sus frutos. Y es que en la época de Reagan la lucha contra la pobreza se transformó en la lucha contra el pobre bajo el paraguas de la contención del gasto público. ¿Os suena, verdad?

En medio de este clima de demagogia el baloncesto se erigió en una poderosa arma social de la mano de la figura de John Thompson, un hombre criado en los suburbios de Washington D.C que vivió en sus carnes todas las servidumbres de la segregación en forma de baños para negros, asientos para negros y equipos para negros. En uno de ellos, el instituto John Carroll, Thompson hizo su valer sus 2,08 m de estatura para dotarse a sí mismo de un cartel que le conduciría directamente a la Universidad de Providence en la que estuvo cuatro años. Tras ser elegido como mejor jugador senior del país, John Thompson recalaría finalmente en el equipo en el que siempre quiso jugar y en el mismo vestuario en el que cada día, después de los entrenamientos, se duchaba y cambiaba su héroe deportivo y su gran referente personal, Bill Russell. Sin embargo, más allá del baloncesto, para este gigante negro nacido en el downtown del D.C lo más importante fue poder graduarse en Económicas.




Así, tras dos títulos con los Celtics (1965 y 1966) en los que apenas gozó de protagonismo, Thompson rechazó varias ofertas de otros equipos para dedicarse a la formación de jóvenes afroamericanos en su ciudad natal. Era habitual verle deambulando por las afueras de esas canchas rodeadas de jaulas en las que los jóvenes negros pasaban las tardes acompañados únicamente de un balón y algo de música. Esta cultura del playground llevó a Red Auerbach a hablar de la capital del país como de un verdadero laboratorio de baloncesto. De este banco de pruebas saldrían los chicos que jugarían en el St Anthony´s High School entre 1966 y 1972, institución en la que Coach Thompson no sólo impartía lecciones magistrales de baloncesto, sino en la que, y sobre todo, estos chicos accedían a una educación en valores y a una oportunidad única para escapar de todos los peligros asociados a los centros abandonados de las grandes ciudades norteamericanas (muertes prematuras, redes de narcotráfico, bandas de matones). John Thompson convirtió al instituto en una marca de referencia en términos baloncestísticos, pero también en el aspecto humano y académico. Entrenaba a jugadores, pero formaba seres humanos.

Por todos estos motivos, en el otoño de 1972, John Thompson fue el elegido para hacerse cargo del programa de baloncesto de la Univesidad Católica (fundada por jesuitas) de Georgetown, un campus situado en plena ciudad de Washington, pero que siempre había vivido de espaldas a la comunidad. Un islote de opulencia económica y cultural en medio de la más infinita pobreza en el han cursado sus estudios personajes de la enjundia de Bill Clinton, Durao Barroso o el Príncipe Felipe. En busca de un cambio de rumbo el Padre Healey, rector del College, apostó por John Thompson con la clara intención de que el campus se convirtiese en un espacio más diverso y, al mismo tiempo, con la sana ambición de que un programa de baloncesto competitivo dotase a la Universidad, en su conjunto, de una mayor visibilidad a nivel de todo el país.

Dos o tres normas concretas y concisas fueron suficientes para que un programa que venía de cosechar 3 victorias y 23 derrotas en 1972, fuera poco a poco creciendo hasta llegar a la cima más absoluta del baloncesto colegial. Thompson impuso una mayor disciplina en relación con los estudios y, en lo referente al juego, apostó por una estresante defensa individual que les permitiera robar balones y anotar al contraataque. Para ello reclutaba a los mejores jugadores negros del nordeste de los Estados Unidos quienes no dudaban en acudir siguiendo no motivos de tradición o académicos y sí la estela de una figura, la de Coach Thompson, a la altura de la del Reverendo Jackson o la de Malcolm X en cuanto al impacto que tuvo en el conjunto de la minoría negra. El propio Patrick Ewing, un ser dotado de facultades sobrehumanas, probablemente contenidas en sus genes jamaicanos y criado en la ciudad de Boston, desecharía ofertas de UCLA o Carolina del Norte para jugar a las órdenes de John Thompson. 




Ewing llegaría a los Hoyas de Georgetown pocos días después de que el Presidente Reagan aprobase sus primeros presupuestos (al que poco intimidaron los disparos que recibiera el 30 de marzo a la puerta del Hotel Hilton), los que vinieron a confirmar los peores augurios, los que sentenciaron de muerte el Estado de Bienestar sembrando la semilla del odio y la desigualdad sobre todo en las grandes ciudades. Y entonces, “The Hoya Paranoia”.

El equipo de Georgetown del primer lustro de los 80 se convirtió en un verdadero contrapoder. Los chicos de Thompson no jugaban por su Universidad. Ni siquiera por ellos mismos. Lo hacían en el nombre de una raza, por la defensa de unos valores y en contra de la América Blanca que, afincada en enormes residencias alejadas de la raíz de los problemas, dirigía desde el Capitolio o desde la Casa Blanca, los destinos de una nación más dividida que nunca.

Los Hoyas hubieron de soportar numerosos insultos racistas, declaraciones más o menos veladas dudando de la inteligencia de algunos jugadores del tipo “Ewing kant read dis” y los continuos ataques de la prensa en referencia a su juego sucio (Curry Kirkpatrick se desahogó definiendo a los jugadores de Georgetown como un “grupo de indisciplinados y terribles jóvenes negratas”). Thompson ordenó a sus jugadores rechazar cualquier tipo de entrevista e impuso un estricto régimen de visitas al campus. He ahí la paranoia en su primera acepción. La paranoia de los hoyas con respecto a la prensa y los aficionados rivales. La que les obligó a dotarse de un fuerte entramado de seguridad para salvaguardar la integridad de todos los miembros del equipo. Así, mientras la prensa juzgaba con dureza el estilo de juego de los Hoyas, otro equipo, curiosamente plagado de jugadores blancos y también perteneciente a la poderosa conferencia de la Big East, St John, acumulaba todo tipo de alabanzas. Allí jugaba un fino tirador zurdo llamado Chris Mullin. Ellos contaban con el beneplácito de los medios de comunicación. Así lo definiría Coach Thompson en una de las pocas entrevistas que concedió durante aquellos años para salir en defensa de sus jugadores. “Si uno de mis chicos lucha por un balón es sucio. Si Mullin hace lo mismo es un jugador duro”. 




La verdadera acepción de paranoia, la que de verdad se aproxima a lo que el diccionario define como tal (perturbación mental fijada en una idea o en un orden de ideas) tiene que ver con el temor que los chicos de Thompson infundían en sus rivales. Es difícil cuantificar en puntos la ventaja mental con la que arrancaban los partidos los chicos de Georgetown. Su asfixiante defensa, su arrogancia y la dureza con la que se empleaban en cada acción les ha convertido en uno de los equipos con más identidad propia de la historia del baloncesto. Aunque a los Pat Ewing, Reggie Williams, Mike Jackson, Sleepy Floyd, Mike Graham o David Wingate les cambiáramos de camiseta seguiríamos reconociéndolos. Por su presión en toda la cancha, por su juego por encima de los tableros y por la costumbre, hoy cada vez más habitual, de derribar a los rivales y no darles la mano para levantarse.

Los Hoyas nos dejaron momentos para la historia. En la temporada freshman de Ewing se plantaron en la final para disputar uno de los mejores partidos que se recuerdan, la final de 1982 frente a North Carolina. El mismo en el que el jugador de origen jamaicano taponó de manera ilegal los cuatro primeros tiros de los Tar Heels por orden de su entrenador, para intentar poner un cerrojo psicológico sobre el aro propio. El mismo aro en el que Jordan metió un tiro que resultó ganador sólo porque Fred Brown, cuando aún restaban nueve segundos se equivocó entregándole la pelota a James Worthy. Los 23 puntos, 10 rebotes y 4 tapones (legales) de Ewing fueron insuficientes.

Sin embargo, tras una temporada marcada por la muerte de la madre del entrenador, en 1984 Georgetown volvería con más fuerza para vencer y convertir a su entrenador en el primer negro que se alzaba con tal galardón. Los Houston Cougars poco pudieron hacer para frenar el poderío físico de los Hoyas. Thompson evitaba responder a las preguntas que hacían referencia al hito histórico que acababa de conseguir. “Cuando usted me dice que soy el primer negro que ha ganado un campeonato universitario como entrenador está insultando a toda mi raza”. 



Si hubo un equipo verdaderamente poderoso e intimidante en la historia de Georgetown, ése fue el de 1985. Campeón de la Big East Conference y del torneo final de la Conferencia, el equipo liderado por Ewing en su año senior sólo había perdido dos veces antes de llegar al torneo final. El final de la historia ya lo sabéis. Es el final feliz del cuento que os narré el pasado 21 de marzo.

Es decir, los Hoyas ganaron un título y se quedaron a tres puntos de ganar otros dos. Fueron el equipo más dominante del baloncesto universitario desde que UCLA ganara once campeonatos a caballo entre los años 60 y 70. Pero los méritos deportivos se quedan pequeños para explicar la verdadera repercusión de un equipo que se convirtió en el verdadero referente de toda la población negra de los Estados Unidos. Muchos de los primeros exponentes de la cultura Hip-Hop se inspiraron en el ejemplo de los Hoyas para dar forma a muchas de sus canciones y reclamos. Muchos jóvenes llamados a morir de un balazo o de una sobredosis pudieron formarse gracias a la paternal figura de un John Thompson al que se le podrá criticar por lo caótico del juego ofensivo de los Hoyas o por lo mal que gestionó los últimos minutos de las dos finales que perdió, pero al que nadie le podrá negar el empeño que puso en hacer de un mundo cada vez más salvaje, una experiencia mejor y, sobre todo, más justa.

Washington se convirtió en la ciudad del crimen durante el mandato de Reagan. Georgetown, en cambio, dejó de ser un campus elitista para pasar a ser un modelo de integración. Gracias a Thompson. Gracias al basket. 



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

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