El ambicioso Brad






Ya como recién licenciado, trabajando como asociado en el departamento de marketing de la empresa farmacéutica Eli Lilly, Brad Stevens, presentado hace unas horas como entrenador jefe de los Boston Celtics, destacaba por su capacidad para resolver problemas y salir airoso de todos los cara a cara con los potenciales clientes. “Sin necesidad de atriles o de notas”, recordaba uno de sus compañeros en una entrevista que le hicieron en el prestigioso diario The New York Times, era capaz de persuadir y convencer a todos aquellos que dudaban sobre la calidad de los productos. “Nunca necesitó que le repitieran las instrucciones”, añadió.



Todos los que conocen a Brad Stevens recalcan su ambición. “Mucha gente cuestionaba su capacidad (no sé por qué, pero no me extraña), pero él estaba deseando hacer todo lo que hiciera falta, desde acompañar a los chicos al aeropuerto hasta a invertir horas y horas viendo vídeo”. Así le describía su primer jefe dentro del mundillo (mundillo es la palabra, sobre todo si hablamos de entrenadores) del baloncesto, el actual entrenador de Ohio State, Thad Matta. Tras seis años como ayudante, en 2007, tras la renuncia de Todd Lickliter y con sólo 30 años, este oriundo de Indianapolis accedió al cargo de primer entrenador del programa de la Universidad de Butler, un modesto proyecto con serias limitaciones a la hora de reclutar jugadores, la hermana pequeña de Indiana, Indiana State, Purdue o Notre Dame. El patito feo dentro de un estado que suda baloncesto.



De aquellos años en el departamento de ventas Stevens heredó una gran afición por los números y los análisis estadísticos. A pesar de que el mundo de los productos farmacéuticos no tenga ningún parecido, a priori, con la práctica del baloncesto, este entrenador se distingue por haber trasladado estas técnicas al mundo de la competición, a la valoración de las fortalezas y debilidades de sus oponentes. 



Curiosamente, este honrado profesional amante de las matemáticas y la economía, jugaba al baloncesto con un cierto grado de inconsciencia y anarquía, con las cualidades, en definitiva, que definen a un buen tirador. Sin embargo, a pesar de esta fama, el Brad Stevens jugador se retiraría de la práctica activa del deporte una vez finalizado su ciclo de instituto con un promedio anotador inferior a los ocho puntos y un gran arsenal de comentarios ofensivos a su alrededor.



Éste fue siempre su sino, pelear con tirachinas frente a ejércitos con una logística mucho más avanzada. Así se abrió paso en el mundo empresarial ante graduados y “maestros” de Harvard o Stanford. Así le llegó su primera oferta como entrenador ayudante en Butler, ante candidatos mejor preparados y con mayor experiencia. Y así, cuenta la leyenda, aunque puede que sea verdad, le respondió su superior cuando Stevens le anunció que dejaría la empresa para ser el ayudante de Thad Matta en esta universidad. “¿Es ser entrenador aquello en lo que piensas cuando te levantas, algo que deseas más aún que comer o dormir? ¿Serás capaz de alimentarte, vestirte y alojarte por tu cuenta? ¿Entiendes la dificultad que acarrea esta decisión?" El joven Brad, claro, respondió que sí. Sí a todo. Sin matices.



Doce años después, tras recoger el testigo de Lickliter y tras conducir a su equipo a dos finales consecutivas en 2010 y 2011, Brad Stevens ha demostrado que aquel sí afirmativo y contundente no estaba vacío de contenido. Este verano, ante la incredulidad de propios y extraños, ha visto cumplido uno de sus sueños, entrenar en un lugar y en una organización donde el nivel de exigencia es equivalente al que él mismo se impone. Y es que en Boston sólo vale la excelencia, aunque la excelencia, en estos momentos de reconstrucción, equivalga únicamente, que ya es mucho, a formar jugadores y planificar el futuro con la garantía de que un día, no muy lejano, vuelvan a jugar en el Garden los mejores baloncestistas del planeta. Y éstos, recuerden, no son los que más camisetas venden, sino aquellos que entendieron el secreto que aún custodia el gran Bill Russell. 


Si Stevens fue capaz de adoptar técnicas estadísticas propias del marketing al baloncesto, cabe esperar que pueda, con ligeros retoques, trasladar la filosofía y estilo de juego de sus equipos en Butler al mundo profesional y, en concreto, a estos Celtics en plena fase de transición. Esperen, por lo tanto, defensas individuales con aroma a zonas de ajustes, posesiones largas y múltiples variantes de ese sistema universal tan bien conocido en el mundillo como es el Flex (todo ello, claro, si es capaz de venderle el producto a un base con cierto ego como Rondo o si éste sale del equipo una vez que recupere su valor de mercado tras demostrar, ojalá, que está totalmente recuperado de su lesión de rodilla). 



Stevens cuenta con el apoyo firme de Danny Ainge, con quien comparte una misma filosofía y ética de trabajo, con el respeto de la profesión y el pálpito de los aficionados. Algo se mueve en la capital de Nueva Inglaterra, aunque harán falta años para saber cómo y hacia dónde. Lo prioritario es, ahora, ver si Rondo está dispuesto a participar de la renovación de la plantilla y del propio período de aprendizaje a través del error (inevitable y saludable error) de su técnico, conocer cuántos de los actuales jugadores en nómina tienen ese espíritu ganador, ese gen celta, y terminar de sacar la basura de un período que se prolongó más de la cuenta, Y es que amores que se dan prórrogas por temor o complacencia dejan heridas difíciles de suturar. Hablo de los Celtics, pero tengan cuidado, porque cuando escribo de los Celtics, escribo, también, aunque sólo un poco, de la vida.



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

0 comentarios:

Publicar un comentario