Los secretos de Manel







¿Qué tiene de purificadora la muerte que expía de súbito nuestros pecados y nos eleva a una categoría social desconocida? Manel Comas ya no lo descubrirá. Es un secreto reservado para los vivos, para quienes asisten desde fuera al sepelio y observan apesadumbrados la caja que algún día nos envolverá para siempre.



La anunciada muerte del mítico entrenador barcelonés ha dejado paso a la habitual lluvia de halagos. El mundo del baloncesto parece haberse puesto de acuerdo para alabar la categoría profesional y humana de este singular personaje al que el baloncesto le dio la oportunidad de alcanzar un reconocimiento que nunca hubiera obtenido en el sector industrial.



Este licenciado en Químicas, aficionado al rock y batería de un grupo amateur, vivió deprisa y murió relativamente joven. Su rostro, inconfundible por su bigote, permanecerá en la memoria de los aficionados. Su nombre estará presente en multitud de conversaciones y traspasará generaciones siempre que los que hemos tenido la suerte de asistir a sus enseñanzas y observar, desde mayor o menor cercanía, su pasión por el baloncesto, hagamos justicia a su figura relatando sus hazañas y citándole siempre que, será inevitable, utilicemos una de sus frases.



Pero ojo, no caigamos en el cumplido que él siempre denostó. No tiremos de tópico por típico que sea asistir a un entierro fumando la pipa de la paz. A Manel le gustaba hablar claro, decir lo que le salía de las entrañas hasta el punto de parecer desagradable. La espontaneidad fue su cara y su cruz y con espontaneidad debemos referirnos también a él, aunque ya no tenga la vida para defenderse.



Vida, por cierto, que no fue tan benévola con Manel como lo serán los parabienes que sigan a su muerte. En 2003 perdió a un hijo y a un hermano. Fue entonces cuando abandonó la batería, cuando a punto estuvo de abandonarse a su suerte y dejarlo todo. Todo, claro, menos el baloncesto.



Pero su vida no fue una simple sucesión de castigos. Fue también un carrusel de privilegios a los que muy pocos podremos acceder. Lo siento Manel, pero tengo que decir que no todos tendremos tus padrinos. No todos podremos empezar nuestra carrera en los banquillos sentados al lado de Don Alejandro García Reneses, bautizando con números las posiciones sobre el campo. El día en el que el base se convirtió en un “1” empezaste a dar forma a un legado que, de nuevo siento decirlo, incluye pocos títulos para tan larga carrera. Sigo hablando con franqueza, con la misma con la que te gustaría responderme y ponerme en mi lugar, sí, ese que en este momento está a años luz de donde habita tu leyenda.



Pero seamos honestos, Manel, una Korac, una Copa del Rey y una Recopa son poco bagaje para alguien al que le gusta autodefinirse como un ganador. “No hay nada que me alegre más que escuchar a un antiguo jugador reconocer que le hice sufrir, pero que, a cambio, le enseñé a ganar” reconocías en una entrevista para la televisión. El Barcelona confió en ti para relevar a tu maestro y fracasaste. Dejaste pasar una gran oportunidad. Quizá no estaba hecha a tu medida.



Porque no le apodan a uno el sheriff si no gusta de mandar. Si lograste poner orden en el proyecto del Joventut a comienzos de los ochenta, también es cierto que tu carácter y esa espontaneidad a la que antes hacía referencia, te fueron condenando a banquillos de equipos cada vez más modestos, a labores de fontanero y a tareas impropias para tu ingenio y tu talento. Tuviste que lidiar, y te pilló el toro, con el nuevo paradigma de jugador, un ser enamorado de su reflejo, ahogado en un pozo de elogios que en vez de hacerle más fuerte, contribuyen a su destrucción. No pudiste, tampoco, con quienes venían a ganar dinero sin trabajar. Tampoco con quienes entienden la camiseta que cubre sus cuerpos como un mero elemento de vestuario.



Agradecidos quedamos, no lo dudes, de tu salto a la televisión. Escuchar tu voz del otro lado de la pantalla supuso un chorro de aire fresco frente al buenismo de comentaristas con demasiados amigos sobre el parqué. Tú también los tenías. No te reprimías al expresar loas hacia San Emeterio, Morris o algún otro de los tuyos, pero no hablabas de buenos y malos en base a argumentos de cine. Para bien o para mal era el baloncesto el que te hervía por las venas, el que guiaba cada una de tus frases que, en tu caso, eran la simple expresión verbal de tus pensamientos.



Y es que no te equivocabas, Manel, al autoproclamarte ganador. Puede que en la cancha apenas vencieras en unos cuantos partidos más de los que perdiste (sin olvidar que los que ganan y pierden son los equipos y no los entrenadores), pero lo cierto es que te labraste un nombre, una estampa y una figura que nunca olvidaremos. Turbios sucesos salieron a la luz hace unos días. De ser reales te habrían hecho merecedor de severas represalias. Pero nunca lo sabremos, serán solo un secreto más. Como esos que quedan para siempre en el interior de un vestuario.



Descansa en paz Manel. Aquí seguiremos intentando darle sentido al juego del uno al cinco, apelando a la técnica del conejo y revisando los sistemas con los que te enfrentaste, y a veces venciste, a los grandes del baloncesto europeo con jugadores que, como su técnico, afrontaron la vida y el baloncesto de la única manera posible, sin complejos. 





UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

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