Se la quedó Felipe





Se la quedó Felipe. Como tantas otras veces. Hasta la pelota quiso despedirse de la temporada abrazada a este estandarte andante de la integridad y la honradez, a este mito del baloncesto al que, como al resto de compañeros de aquella magnífica generación, echaremos de menos cuando ya no esté.

Ganó el Madrid en una serie que nunca debió llegar al quinto partido, en unas finales que el Barcelona afrontó bajo mínimos y que peleó con bravura hasta el último momento gracias a que unos días aparecieron unos y otros días otros. Hasta los que no estaban invitados quisieron colarse en el guateque y amargar la fiesta blanca. Y si no qué les parece la actuación de Sarunas Jasikevicius tirando pases de cuchara o a la remanguillé, anotando tras parada o yendo a la línea como en sus mejores tiempos. Sin embargo, para desgracia de Pascual, impecable estratega, desaparecieron demasiados. Dos han sido los hombres clave durante los últimos años y los dos, Lorbek y Navarro, por unos motivos u otros, no acudieron a la última gran cita.

El Barcelona se encontró con el muro de los 72 puntos, barrera infranqueable que se le apareció una jornada tras otra con independencia de la dureza o agresividad defensiva con que se aplicara el rival. No había más en la recámara. Ni a nivel técnico ni a nivel táctico.

Conociendo, como conocía el Madrid, el problema de su rival para multiplicar los panes y los peces, tiene mayor pecado que tuviera que jugarse un quinto. Y es que por muy dura que fuera, que lo es, la defensa de los azulgrana, el equipo de Pablo Laso, elaborado con sumo tino en la búsqueda de un equilibrio ofensivo y defensivo (no tanto interior-exterior) y con jugadores de perímetro de infinito talento, podría haber trazado mil rutas diferentes para concluir todos los encuentros por encima de los ochenta puntos y haberse llevado la serie 3-0 mandando, de paso, un mensaje diáfano de cara a los próximos tres o cuatro años.

Pero no. El Madrid tuvo que apelar a la heroica, hablar de los árbitros y aferrarse a Felipe para terminar de darle la puntilla al Barcelona. Necesitó sacar la chequera para conseguir a un tres de garantías en la que fue, ésta sí, la puntilla definitiva al sucesor de Carlos Jiménez (disculpen la ironía). Hasta tal punto temieron en Goya por esta liga que hasta Laso hubo de rehacer su rotación, rígida como un menhir, e introducir a Carroll de inicio para marcar un parcial de 10-0 para poner las cosas en su sitio.

Hasta aquí las críticas. Hoy el madridismo, ese sentimiento que me incluye (en un sector, eso sí, que se va moderando con los años) tiene motivos para estar feliz. El primero, claro, es la liga. La liga como título y la liga como recompensa a un trabajo muy bien hecho. El segundo tiene que ver con el pasado, con los años de prédica infructuosa en el vacío de la derrota que hoy, de pronto, quedan atrás, muy atrás. El tercero, el más importante, es el que tiene que ver con el inmediato futuro, con la ilusión que transmite a la afición un proyecto que se consolida a base de nombres, pero sobre todo de ideas.

Y aquí entra Pablo Laso, uno de los personajes del mundillo más parodiado, cuestionado, criticado y, también, admirado y respetado. Aunque en momentos cruciales de la temporada echó el freno de mano y recordó, o le recordaron, que cobra por ganar y no por dar espectáculo, su propuesta de baloncesto es digna de alabanza. Tuvo los cojones, aunque después varias veces este mismo motivo se los haya puesto de corbata, de descartar la renovación de Tomic por su poca implicación defensiva y por su lentitud a la hora de recorrer el carril del cinco en el contraataque. Él y su equipo técnico asumieron las consecuencias de apuestas arriesgadas como las de Slaughter o Draper y le dieron un voto de confianza a Sergio Rodríguez sabedores de lo escaso que anda el talento en el mercado. Tenían la fórmula y simplemente buscaron los ingredientes.

El plato siempre supo bien. Siempre fue agradable al paladar e invitaba a querer probar un poco más. Sin embargo, por pequeños detalles, no terminaba de rematar en los grandes concursos. Se perdió por un rebote defensivo la Copa del Rey, se cedió ante el rodillo de Olympiakos la ansiada novena. Por eso este título, además de esperado se había convertido en urgente. Tocaba avalar con resultados, con trofeos en las vitrinas, un trabajo que a todos nos parecía bueno, nos sabía bueno y nos olía bien.

Por fortuna, para mí como madridista, para nosotros, como amantes del baloncesto, este título ha llegado. Sucedió en la noche de un 19 de junio en la que nos seguimos acordando de Manel y, claro, al igual que el balón, de los huevos de Felipe. 


UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

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