Clandestinos







Para un criminal ser un clandestino es norma de vida. Cuando la ley te persigue la única manera de eludirla es convertir tu mundo en una cloaca y asomar la cabeza sólo muy de vez en cuando. En ese caso es normal que no aparezcas en los medios, que los vecinos no te saluden y que la panadera te pregunte cada día qué tipo de bollo te gusta más.

Sin embargo, hablo en nombre del baloncesto español, de su campeonato enseña y de todos cuantos nos dedicamos a este deporte de manera más o menos humilde y entregada, ¿cuál fue nuestro delito? ¿Quién nos persigue para que debamos movernos en este nivel de anonimato que nos conduce, sin posibilidad de enmienda, a la ruina más absoluta?

Mañana, perdonen si la sintaxis a partir de ahora no es tan pulcra pero es que intento recuperar el oxígeno que he consumido buceando hasta las simas más profundas de webs especializadas en deportes, creo, porque es difícil estar seguro acerca de la fecha y el horario de un acontecimiento tan marginal, se disputa el primer partido de la eliminatoria por el título entre el Real Madrid y el Regal Barcelona. Los telediarios, salvo el de la cadena pública, han obviado su existencia o la han reducido a una breve nota al filo de la despedida. En las calles de nuestra “querida” España se intuye el olor de la arcilla de París y apesta al humo negro que contamina la atmósfera de Montreal. Son otras las prioridades de un país que hace ya mucho tiempo que dejó de entender el baloncesto como el segundo deporte, como una alternativa real al fútbol de la que todos hablaban aunque ninguno entendiera. Vamos, eso mismo, como el fútbol.

Otro día, si os apetece, discutimos sobre los factores (rotaciones largas, menor identificación con los equipos, globalización de la NBA, polarización por parte del Dios Balompié, mala comercialización del producto,...), pero hoy quisiera hablar de las consecuencias, del panorama que se dibuja para un deporte que vive su gran clásico como si se tratara de un partido más. Créanme cuando les digo que ninguna de las personas de mi bloque dejará de ir a misa o de tomar el vermouth para ver el partido (entre otras cosas porque no saben ni que se juega). Tampoco se suspenderán las salidas al campo ni las visitas a los abuelos. Las comidas estarán aliñadas de “iphones” y de conversaciones estériles sobre el tiempo, el paro o las notas del muchacho y en el televisor, ese fiel compañero siempre listo para deshacer los incómodos silencios, se escuchará de fondo el canal de dibujos o una cadena musical.

Así vivirá el domingo la clase media española. Esperando a que empiece el tenis. Sufriendo porque Pérez no le rompa el alerón a Alonso. Ignorante de todo cuanto suceda en el Palacio de Deportes en una mañana, la del domingo, que en esta península al menos, es para digerir la resaca.

Ojalá, para los aficionados que aún seguimos creyendo en todo lo que este, nuestro deporte, le puede aportar a la sociedad más allá del mero entretenimiento, el dicho taurino se cumpla a la inversa y que mañana de escasa expectación se convierta en partido de relumbrón. Ingredientes hay de sobra para ello. Grandes jugadores, confrontación de estilos, rivalidad histórica y cuentas pendientes son factores a tener en cuenta. Sin embargo, como también añadía al analizar la final de la NBA, el pasado es pasado y ahora, en este punto de la temporada, sólo cuenta el presente. Por muy clandestino que sea.

Que gane el mejor. Y que nosotros, aunque seamos poquitos, lo veamos.

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

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