Desde un ángulo diferente

No sé si es pereza, poca profesionalidad o sinvergonzonería. Resulta que el autor habitual de este blog me ha confiado la redacción de un post de folio y medio para entretener a sus lectores mientras él se dedica a otros menesteres.

Espero que perdonéis mi léxico sencillo y sin alardes y alguno de los tacos que pueda soltar. En realidad he estado en numerosas escuelas y universidades, pero no salgo del gimnasio. No hago más que entrenar y entrenar.

Supongo que Juanjo, sí, el que os aburre con entradas sobre el Madrid o los Celtics cada dos días, me ha encargado esta misión por mi conocimiento cercano sobre el juego y por mi trato directo con los mejores de la NBA. También con los peores, que soy un profesional y me debo a todos ellos. No soy ni racista ni elitista.

Creo que es hora de presentaciones. Se dirige a vosotros el Spalding 29,5 pulgadas oficial de la NBA. La esfera a la que los malos tiradores achacan sus fallos y a la que los grandes taponadores maltratan sin misericordia. Un balón profesional para profesionales.

Soy como esas mujeres que se fijan especialmente en las manos de los hombres. Eso sí, el haber pasado por muchas de éstas no me convierte en facilón (si me llamáis balón) o facilona (si me llamáis pelota). Como veis me adapto muy bien a las exigencias de la ex ministra Bibiana Aído en lo que a sexo y género se refiere. Sin embargo, no soy tan tolerante con los albañiles que en vez de tirarme piropos me lanzan vehementemente contra el tablero casi sin parábola. Recuerdo a unos cuantos como Shaquille desde los tiros libres, Madsen el de los Lakers o Chamberlain, que para haber estado con tanta mujer no se le daba muy bien domar mis curvas. 



Siempre preferí aquellas manos que parecían de seda. En el cajón de la mesilla guardo fotos de Allan Houston, Reggie Miller o Ray Allen. Me han dicho que éste último está a ocho triples de obtener el récord histórico. Sin duda se lo merece. Siempre me gustaron los aleros con clase.

También adoraba ser raptada sin previo aviso, robada de los dominios de quien no sabía cuidar de mi presencia. Algunos robos pasaron a la leyenda como el de Bird a Isaiah Thomas en el último segundo o el de Jordan a Malone en Utah. O el que el locutor del Garden, Johnny Most narraba de la siguiente manera porque daba un nuevo título a la franquicia del trébol: "La ha robado Havlicek, la ha robado Havlicek". 



No os voy a mentir. Me gusta ser protagonista, me gusta que el foco apunte sobre mí en los últimos segundos de una escena épica. Me gusta que falten 12 segundos y estar en posesión de un gran jugador. Recuerdo a Kobe y ese tiro contra Phoenix en los playoffs de 2006. No me olvido de Derek Fisher que me encestó en menos de cuatro décimas según la mesa y tres árbitros que no saben lo que son cuatro décimas. Cómo ignorar aquellos tiros salvadores de Horry ante Sacramento jugando en los Lakers o ante Detroit jugando en San Antonio. Pero sin duda el que mejor me trató en esos últimos segundos, cuando la gloria y el fracaso se encuentran en el mismo camino y la línea que los separa es tan sutil, fue Jordan, Michael Jordan. Michael sabía cuando debía amasarme con cuidado hasta que la arena del reloj expirara siendo ese el momento de circular por sus dedos suavemente para salir disparada por su muñeca con una leve revolución sabiendo que sólo iba a tocar la red. 



Entonces caía al suelo, el público saltaba emocionado y yo sólo pensaba: "Lo ha vuelto a hacer, es el más grande".

Gracias a todos por estar ahí y valorarme. Espero que tratéis bien a mis hermanas porque nada hay más justo que una canasta a 3,05 metros de altura y una esfera de 29,5 pulgadas. Esto es el baloncesto y casi siempre gana el mejor.

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

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