Esta tarde vi llover




"He practicado doce horas diarias durante treinta y cinco años y ahora me llaman genio"

                                                                                   (Pablo Sarasate)


Empiezo por lo que me emociona, por lo que me levanta del asiento y justifica todos los pesares de esta existencia. Esta tarde vi llover, escribió Don Armando Manzanero en una especie de precognición. Tal vez al cantautor mejicano le guste el baloncesto, aunque nunca lo haya confesado abiertamente, y tal vez en uno de sus delirios de amor se le apareciera el tercer cuarto del Warriors-Kings de la pasada madrugada. Para él, si ha visto el partido, ha debido de ser una especie de dèja vu, pero para nosotros, incapaces de dar forma a esos boleros, simples espectadores del gran teatro del mundo y del baloncesto, ha sido lo nunca visto.

Hace casi tres años escribí a propósito de Klay Thompson (Los problemas crecen), anunciándole, no era difícil, como una de las grandes promesas del baloncesto. Escribí también sobre su padre, Mychal, número uno del draft de 1978, y de cómo gestionó este lo que entonces consideré, y el tiempo nos ha dado la razón, como un error de juventud: la posesión de unos cuantos gramos de marihuana en el campus de Washington State, su alma mater.

Pues bien, meses después del incidente, Kyrie Irving, Derrick Williams, Enes Kanter, Tristan Thompson, Jonas Valanciunas, Jan Veselý, Bismack Biyombo, Brandon Knight, Kemba Walker y Jimmer Fredette serían elegidos antes que Klay Thompson en el Draft de 2011 acusando, tal vez, el hecho en el marco de una sociedad puritana y farisea. Kyrie Irving, Brandon Knight y Kemba Walker son tres buenos bases, representantes de esta nueva hornada de anotadores y dobladores de asistencias que os presentaba en El Siglo de los Bases, pero, por el contrario, escasamente dotados para hacer jugar a sus equipos. Kanter y Valanciunas aportan centímetros y el rigor táctico europeo (aunque Kanter recibiera instrucción universitaria en USA) a sus equipos y del resto, del resto mejor ni hablar. Cuesta creer que puedan seguir en sus puestos los ojeadores y general managers que descartaron a Klay y eligieron a Veselý, Biyombo o Fredette. Y no es oportunismo, es que si pasas al lado de Klay el aire huele a baloncesto. A baloncesto clásico, matizo. Del de toda la vida.

Del de toda la vida y, al mismo tiempo, como no ha habido otro. Su naturalidad a la hora de elevarse para tirar es única. La heterodoxia de Reggie Miller y lo exagerado de la suspensión de Ray Allen encuentran su contrapunto en la eficiencia controlada del lanzamiento de Klay Thompson. Ni un gesto de más en las cuatro décimas que tarda en armar el fusil. Ni una queja ante un balón demasiado alto o bajo. Ningún alarde. Nada para la galería salvo el deleite que produce ver volar con tal gracilidad la bola hacia un destino casi siempre seguro.

Y así sucedió esta noche, así hasta 37 puntos en un cuarto maravilloso, el tercero del partido, que he podido disfrutar en falso directo a través del invento que más felicidad ha aportado a mi vida adulta, el NBA League Pass. Una detrás de otra, limpias o con suspense, daba igual, todas caían dentro del aro de los Kings en esta noche para el recuerdo en la que se ha batido un récord, el de anotación en un cuarto, que los scoutings cada vez más sesudos amenazaban con perpetuar en el tiempo.

Bueno, me despido, les iba a hablar de los Gasol, pero ya lo haré en otro momento. Sería injusto hacerlo ahora, embargado por la emoción, relamiéndome porque la criatura aún no ha cumplido 25, pensando en cuántas noches como ésta le quedan en las alforjas y soñando con despertar cualquier día y volver a ver una exhibición semejante. Ahora bien, un aviso para todos los que estén admirados por lo fácil que parece o movidos por una especie de envidia que, aunque bienintencionada, ya les digo yo que no es real. Y es que todos quisiéramos poder lanzar como Klay Thompson, pero pongo la mano en el fuego por que apenas unos pocos estaríamos dispuestos a hacer los sacrificios que se necesitan para ello. Su virtud, como cualquier otra, es la mezcla de un noventa y nueve por ciento de trabajo y de un uno por ciento de inspiración. 




UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

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