Los Juegos y los Hombres





Dime a qué juegas y te diré quién eres. He aquí el fondo argumental de la obra de Roger Caillois titulada “Los Juegos y los Hombres” (Les Jeux et les Hommes) a cuya lectura he dedicado unas cuantas horas durante esta semana que expira. En ella, el sociólogo francés analiza el impacto que tienen los juegos en la evolución de las sociedades y de los individuos ya sea como degradación de las instituciones básicas de la vida de los adultos (la empresa, los estados, las relaciones interpersonales,...) o como antesala teórica y práctica de la misma, es decir, como origen o principio de todas las cosas.

Caillois divide los tipos de juego en una estructura tetrapartita que no por básica debe ser acusada de simplista. Así, en atención a su naturaleza y fines habla de agon (palabra del griego antiguo que significa disputa), alea (término en latín para designar a la fortuna o el azar y también el nombre que se le daba en la Antigua Roma al juego de dados), mimicry (imitación en inglés) e ilinx (juegos de vértigo o riesgo). Es decir, en una sociedad conviven manifestaciones deportivas en las que prima la competencia (agon), actividades lúdicas consagradas al azar o al destino (la ruleta), actos de interpretación en los que adoptamos personalidades distintas de la propia (teatro, baile de disfraces) y, también, aunque no sean aptas para corazones enfermos, actividades de ocio consistentes en anular los mecanimos básicos de la percepción en la búsqueda “de una especie de pánico voluptuoso” (deportes de riesgo). Y también, claro, actividades con rasgos distintivos de varias tipologías, mezcla de agon y alea o de agon e ilinx.

Sin embargo, ante tal abanico de opciones y en la ansiada búsqueda de una definición, el sociólogo francés no se resignó a apuntar algunas cualidades inherentes a todo juego. Así, apunta que éste debe ser una actividad...

1. Libre. El jugador no se puede sentir obligado (tomen nota, padres).
2. Estanca. Separada de la realidad y circunscrita a límites precisos espaciales y temporales.
3. Incierta. Su desarrollo no puede estar predeterminado ni el resultado dado de antemano. (¿Recuerdan aquello del biscotto?). Esto es así porque hay que reservarle al jugador cierta libertad para satisfacer su necesidad de inventar (ejem, ejem).
4. Improductiva. No crea ni bienes ni riqueza. Tampoco elemento nuevo alguno de ninguna especie. Finalizada la partida la situación será idéntica a la de su inicio. (¿Luego el deporte profesional ha perdido su carácter lúdico?).
5. Reglamentada. Sometida a convenciones que suspenden las leyes ordinarias e instauran momentáneamente una nueva legislación, que es la única que cuenta (Roger Caillois desconocía, en 1958, los extremos a los que han llegado determinadas actividades deportivas, agon bajo su terminología, en las que es imprescindible que sigan en vigor, por la seguridad de todos los participantes, las normas ordinarias).
6. Ficticia. Acompañada de una conciencia específica de la realidad secundaria o de franca irrealidad en comparación con la vida corriente.

Se abre aquí un campo de investigación para todo aquel que quiera dedicar unos meses en la revisión de estos principios fijados a finales de la década de los 50 y que, a simple vista, conservan en gran medida su vigencia y valor teórico. Pero más allá de posibles fines investigadores, de análisis sociológicos de mayor o menor enjundia, déjenme recomendarles la lectura de este pequeño libro de poco más de trescientas páginas, de esta obra de referencia que nos hace reflexionar sobre la naturaleza de esos juegos a los que hemos dedicado tantas y tantas tardes durante nuestra niñez y adolescencia, de esos juegos que parecen enfrentados a los condicionantes que impone una existencia cotidiana que nos asfixia por ser contraria a la naturaleza misma del “homo ludens” (término que da nombre a otra obra de gran calado publicada por el holandés Johan Huizinga).

Me despido con unos cuantos extractos de la obra para que penséis sobre ellos si os apetece:

Si el juego consiste en ofrecer a esos poderosos instintos una satisfacción formal, ideal, limitada y mantenida al margen de la vida corriente, ¿qué ocurre con él cuando se recusa toda convención, cuando el universo del juego ya no es estanco, cuando hay contaminación con el mundo real en donde cada movimiento trae consigo consecuencias ineluctables? A cada una de las rúbricas fundamentales responde entonces una perversión específica que es resultado de la ausencia a la vez de freno y de protección. Al volverse en absoluto el dominio del instinto, la tendencia que lograba engañar a la actividad aislada, protegida y en cierto modo neutralizada del juego se extiende a la vida corriente y es proclive a subordinarla hasta donde puede a sus exigencias propias. Lo que era placer se constituye en idea fija; lo que era evasión en obligación; lo que era diversión en pasión, en obsesión y causa de angustia.

 

Nada muestra mejor el papel civilizador del juego que los frenos que acostumbra a poner a la avidez natural. Se da por sentado que un buen jugador es aquel que sabe considerar con cierto alejamiento, con desapego y cuando menos con cierta apariencia de sangre fría los resultados adversos del esfuerzo más sostenido o la pérdida de una apuesta desmesurada. Aun siendo injusta, la decisión del árbitro se aprueba por principio. La corrupción del deporte empieza allí donde no se reconoce ningún árbitro ni ningún arbitraje.

Así, convencido de que necesariamente existen entre los juegos, las costumbres y las instituciones estrechas relaciones de compensación o de connivencia, no me parece por encima de toda conjetura razonable averiguar si el destino mismo de las culturas, su posiblidad de éxito o su peligro de estancamiento no se encuentran inscritos también en la preferencia que conceden a una u otra de las categorías elementales entre las cuales creí poder repartir los juegos y que no tienen por igual la misma fecundidad.

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Que tostonazo de entrada

lo próximo que será? El sexo de los ángeles?

Benito

Publicar un comentario