Detalles y sorpresas





A razón de 10.000 tuits por segundo se dirimió la final de la National Football League. Multiplíquenlos por los 60 segundos que integran cada uno de los 240 minutos que duró el partido y háganse una idea de la repercusión global del evento televisivo más importante del año en los Estados Unidos. La Superbowl.

No nos equivoquemos. No es sólo farándula. Estaba en juego el título más deseado por los niños que crecen de oeste a este de los Estados Unidos, aquél con el que sueñan quienes no nacen con un bate o un stick en las manos. O junto a una cancha de baloncesto. Se enfrentaban los Patriots y los Giants representando a dos ciudades del nordeste americano, avanzadillas de todo el proceso que culminaría con la independencia del gran país. Se enfrentaban las fábricas manufactureras de la Nueva Inglaterra frente a las sedes de los bancos de la Gran Manzana. Se medían dos estilos de vida tan próximos en el espacio como separados por la filosofía. Perdieron los austeros bostonianos. Ganaron los virtuosos neoyorquinos. Mentira.

Simplificando, seguro en exceso, se medían dos equipos bastante semejantes. Dos registros similares que, con mayores o menores dosis de fortuna, se habían plantado en la final sin haber sido los mejores equipos durante la temporada regular (lo habían sido los Green Bay Packers por récord y por juego). Y ganaron los Giants, tras jugar los cuatro encuentros de Playoffs fuera de su estadio, yendo siempre de tapados. Como hicieron hace cuatro años. ¿Cómo? Gracias a grandes jugadas, aprovechando errores del rival y con una pizca de suerte, la que necesitan los campeones para distinguirse de quienes no lo son al convertir en eterna la mínima distancia que los separa de los finalistas. La misma que los libros de historia no tienen a bien reflejar.

Lo lograron, también, gracias a ese corazón de campeón al que hacía mención Rudy Tomjanovich en su discurso tras haber conseguido el segundo anillo de campeón de la NBA con los Houston Rockets. “Nunca subestimes el corazón de un campeón”. Y sobre esta frase y en relación con la sorprendente, merecida y, al mismo tiempo, ajustada victoria de los Giants en la XLVI Superbowl va a girar el contenido de este post. Un homenaje, creo que merecido, a aquellos equipos de baloncesto por los que nadie apostaba a priori y que se encomendaron a la fe y al trabajo para conseguir grandes éxitos.

Hablar de Boston Celtics y de Cenicienta en una misma frase puede resultar incongruente. No lo es tanto si recordamos las condiciones en que partía la franquicia del trébol en la temporada 1968-1969, a la postre la última de Bill Russell como jugador. Con el número 6 combinando su labor en la cancha con la de entrenador todo hacía indicar que unos verdes envejecidos y cansados de ganar serían presa fácil para unos hambrientos Lakers en los que estrellas como Jerry West o Elgin Baylor  aún buscaban su primer anillo. Sin embargo, con el confeti preparado, y con grandes dosis de suerte (un tiro de Don Nelson golpeó la parte trasera del aro y se elevó hasta el cielo del Forum de Inglewood hasta caer dentro del aro y sentenciar el encuentro. Por no hablar del tiro de Sam Jones sobre la bocina que le dio a los Celtics el empate a dos en la eliminatoria) el anillo voló de nuevo hacia el Garden de Boston.

Sin esa estela de campeón que aún acompañaba a aquellos denostados Celtics se presentaron en los playoffs por el título de 1977 los Portland Trail Blazers de Maurice Lucas y un aún sano Bill Walton. La media de edad de los jugadores no llegaba a los 26 años y, sin embargo, aquellos Blazers no tendrían problemas para vencer a los Lakers de Jabbar y a los Sixers de Julius Erving para alcanzar el primer y único anillo de la franquicia de Oregon. 




Toca remitirse de nuevo a 1995 y al segundo anillo consecutivo de unos Houston Rockets que habían firmado un modesto récord de 47 victorias y 35 derrotas en la temporada en que defendían el título. Fue entonces cuando Hakeem Olajuwon se empeñó en dejar claro quién era el amo de la pintura ante aspirantes como Karl Malone, David Robinson, Charles Barkley o el propio Shaquille O´Neal que poco pudieron hacer ante el poderío físico, técnico y táctico del nigeriano.




Permítanme incluir en esta reducida lista de equipos sorprendentes, de campeones con mentalidad ganadora y fe de acero, a los Pistons de 2004. Aquel equipo de Detroit presentaba sobre el parqué un quinteto sin estrellas integrado por Billups, Hamilton, Prince, Rasheed Wallace y Ben Wallace, amén de un banquillo conformado por un Okur aún muy verde, Lindsey Hunter (un base apañadito) y por un Corliss Williamson tan sobrado de clase como necesitado de centímetros. Con estos ocho jugadores y apariciones puntuales de un veterano Elden Campbell fueron pasando rondas en una Conferencia Este que, por otra parte, parecía un erial para ir directos al matadero, a las finales de la NBA frente a los Lakers de los Cuatro Fantásticos con Payton, Bryant, Malone y Shaquille dirigidos por Phil Jackson. Y vencieron. Y no de manera ajustada. Más bien de manera brillante, aunque a muchos no se lo parezca, minimizando el factor O´Neal y desquiciando a Kobe gracias a los enormes brazos y a la actividad defensiva de un Tayshaun Prince que parecía tocado por una varita. 




Cuatro ejemplos a los que hay que unir la historia del TDK Manresa de la temporada 1997-1998 que acompañó con el título de liga a la ya sorprendente Copa del Rey conquistada dos temporadas antes. Tras finalizar sextos en la temporada regular los de Luis Casimiro se deshicieron de Estudiantes, Madrid y Tau Cerámica cediendo un solo partido en cada eliminatoria con un tal Joan Creus como MVP de la final. 



El trabajo bien hecho puede no venir acompañado de una victoria, pero ninguna victoria puede llegar sin haber realizado un buen trabajo.

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

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