El último baile



Primer lunes de abril y cita ineludible para los verdaderos aficionados del baloncesto. El Lucas Oil Stadium de Indianapolis, sede del equipo de los Colts de la NFL, albergará la final del torneo universitario que enfrentará a las universidades de Duke y Wisconsin. Las gradas, a buen seguro, lucirán de azul y rojo, colores de ambos “colleges”, y ofrecerán un espectáculo a la altura, si no superior, del que nos dispensarán sus respectivos equipos. La fiesta del baloncesto universitario es también la de todo un país que recuerda con añoranza, mientras asiste en directo o por televisión al evento, sus años de juventud.

En lo deportivo destacar la inteligente propuesta de un equipo, el de los Badgers de Wisconsin, que consiguió eliminar a la gran favorita en las apuestas, Kentucky, gracias a un ejercicio de baloncesto control que consistió, básicamente, en explotar las debilidades de un rival que acudía invicto a la cita. Sin la capacidad de reclutamiento de otros programas, con cuatro jugadores “blancos” en el quinteto titular, que Wisconsin se haya plantado en la final, a pesar de acudir con la vitola de ser cabeza de serie de su región, es una auténtica hazaña de la que gran mérito le pertenece a Bo Ryan, su entrenador. 

Los Blue Devils de Duke, en cambio, acuden con la mejor promoción de freshmen (jugadores de primer año universitario) que haya dirigido nunca su principal baluarte, un Coach K que sueña con conquistar esta noche su quinto anillo. El entrenador con más victorias igualó con su duodécima presencia en Final Four a John Wooden. Una victoria ante Wisconsin le elevaría al segundo puesto en solitario en la lista de ganadores, con la mitad, eso sí, de los que consiguiera el mítico director del programa de UCLA. Lo conseguiría con una filosofía distinta de la que siempre ha hecho gala, con un equipo muy joven en el que los veteranos apenas sí tienen peso. Los tiempos han cambiado y Krzyzewski con ellos. Supongo que la inflexibilidad con la que conminaba a sus jugadores a finalizar los estudios ya no es tal. Al menos Jahlil Okafor (un clon de Tim Duncan), Justise Winslow (el hijo de Ricky, estrella de Estudiantes a comienzos de los 90) y Tyus Jones no tienen pinta de agarrar unos apuntes de regreso al campus.

Y a pesar de que lo ideal sería poder compaginar estudios y deporte, se entiende. El coste de oportunidad de permanecer un año más en el campeonato universitario es muy alto para jugadores que están preparados. El “one and done” es mucho más que una moda pasajera, es la respuesta lógica de quien, pudiendo ganar dinero, desea, efectivamente, hacerlo. Salta, además, a la palestra, un debate necesario. Desde el 17 de marzo hasta hoy, 5 de abril, se habrán movido más de un billón de dólares (mil millones de dólares en la notación europea) en anuncios y contratos de televisión. En la NCAA todo está patrocinado. Las marcas no quieren dejar pasar la oportunidad de posar en este gran escaparate que es para la nación el torneo final. Todo ello mientras los jugadores no reciben tan siquiera una gratificación en especie por su despliegue. “No hay debate sobre la introducción de salarios porque no hay trabajadores”, afirma el presidente de la asociación, “son estudiantes y atletas”, concluye. Todo ello mientras los chicos se someten a un código reglamentario poco menos que leonino. Nos lo explica mucho mejor, y con un ácido sentido del humor, John Oliver en su late night show.



Nada nuevo es que de las emociones más primarias las mentes más frías, racionales y economicistas de este mundo hagan negocio. El problema es que si solo abordas las características asociadas a dicho negocio corres el serio riesgo de que este se pudra por la raíz. Con dos tiempos de veinte minutos, innumerables tiempos muertos, –algunos, incluso, demandados por los entrenadores– posesiones de 35 segundos y el secuestro, en muchos casos, de la individualidad del jugador y de su creatividad, todo lo que nos queda es un pobre espectáculo. Esas hordas de estudiantes a tiempo parcial, deportistas sin sueldo al servicio de las grandes marcas no tienen la culpa. Tampoco los grandes entrenadores, (con sueldos, eso sí, disparatadamente altos, sobre todo comparados con los de sus pupilos) quizá los únicos que piensan en la pureza del juego que no pasa por otra cosa que por luchar al máximo por la victoria respetando las reglas del juego, las que están escritas y, más aún, todas las inscritas en tinta invisible dentro de su imaginario. Pero algo hay que hacer. Urge una reforma del reglamento y del estatus de sus deportistas. Con el corazón no siempre basta.

En fin, Duke o Wisconsin se alzarán esta noche con el título. Finaliza el gran baile y esperemos que lo haga, no pierdan la esperanza, con una delicada pieza de buen baloncesto.


UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

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