Escuela y despensa







Desarrollo económico y educación. Educación y desarrollo económico. Este binomio, decía Joaquín Costa, debía representar la regeneración de un país que a finales del siglo XIX vivía sometido por el yugo de oligarcas y caciques y el látigo de las recurrentes hambrunas y epidemias. Pues bien, les invito a viajar en el tiempo y les pido permiso para apropiarme de esta histórica expresión y utilizarla para explicar la situación actual del baloncesto en ese mismo país en el que sigue siendo necesario, más de un siglo después, alimentar estómagos y conciencias.

La crisis económica, causa y consecuencia de todos nuestros males, polifacética excusa y origen de toda frustración individual y colectiva, ya está afectando al baloncesto de cantera. Las familias manejan rentas cada vez más limitadas para atender a unas prioridades que casi nunca incluyen el deporte. El niño ha dejado de ser un niño para ser un proyecto de futuro en el que hay que invertir. Las acciones se materializan en clases de inglés, refuerzo de matemáticas, expresión oral, protocolo y un sinfín de actividades sobre las que se plasman no tanto los deseos del menor como las ambiciones de sus padres. No conozco los datos, pero tengo la impresión de que está bajando el número de jugadores (baloncesto masculino), de que mengua la despensa a un ritmo mayor del que lo hace la natalidad en un país en el que el baloncesto no representa, como en otros, un factor de promoción social para las clases menos pudientes (para eso está el fútbol).

Y no es sólo un asunto de número, de cantidad o masa, sino también de vocación. Estoy convencido de que una persona sólo puede dominar una actividad que ama, una actividad donde el sacrificio no es concebido como tal. Cada vez veo menos niños en estado de flujo mientras juegan. Cada vez veo más vacíos los parques, lugares donde uno baja porque quiere y no porque le obligan. Las temporadas han dejado de ser placenteros viajes para convertirse en lentos y prolongados martirios. El deporte comporta esfuerzos y renuncias a las que las nuevas generaciones no encuentran sentido.

Por otro lado las estructuras son cada vez más exiguas. Sobreviven gracias a las cuotas y a aportaciones altruistas, pero empieza a urgir esa ley de mecenazgo tantas veces anunciada en falso. Aunque claro, conocidas las voluntades políticas y los currículos de nuestros representantes (por mucho que el presidente sea aficionado al deporte y el líder de la oposición antiguo jugador de Estudiantes), cabe pensar que el baloncesto no será una de esas actividades promovidas en las que invertir será un acto provechoso. En este sentido, aunque corran malos tiempos en lo económico, urge reconocer el carácter profesional de los entrenadores, entrenadores de verdad, digo, aquellos que acarreando un alto coste de oportunidad dedican años en su formación para ofrecer una mejor educación deportiva y un potencial desarrollo de alto nivel a sus jugadores.

Alcanzada la conclusión de que, por numerosos factores, la despensa luce cada vez más vacía, aparentemente en número e indudablemente en ilusión, toca hablar de escuela. Escuela en clara conexión con despensa, porque entre jugadores y entrenadores siempre ha existido una relación biunívoca directamente proporcional en la que sólo existen dos posibilidades: todos pierden o todos ganan. De la cantidad de jugadores procede la calidad, dicen, pero también de la calidad de los entrenadores, en cuanto que reclamo, la cantidad y, en función de la calidad del proceso de enseñanza-aprendizaje, es obvio, la calidad de los jugadores. Siento que el razonamiento sea tan confuso, pero su derivada les va a parecer muy sencilla de entender.

Empiezo, pues, por el final. España lleva años sin sacar jugadores (no jugadoras) de máximo nivel. Los bases han dejado de ser Raúl López (34 años) o José Manuel Calderón(33) para ser, con todos los respetos porque son muy buenos en su nivel, Jaime Fernández o Josep Franch (considero a Ricky Rubio una rara avis, un ejemplo extremo de precocidad al que, por cierto, se le puede achachar un freno en la progresión). Navarro y Rudy Fernández superan o rozan la treintena y, además, no pueden ser considerados jugadores de escuela, sino genios heterodoxos hechos, en gran medida, a sí mismos. De aleros altos ni hablamos. Sobrevivimos durante largo tiempo gracias a la inteligencia táctica y los cojones, me dejo de eufemismos, de un Carlos Jiménez que no era precisamente un dechado de técnica individual. Es difícil atribuirle a ningún método el éxito de los hermanos Gasol, aunque nadie puede negar que durante su formación hubo muchos aciertos, más por decisiones individuales que en base a ningún modelo. Aun así Pau tiene 34 años, igual que Felipe, y Marc 29.

Todo mientras ganamos medallas una tras otra desde hace más de una década y desde las más tiernas edades. En la federación lo llaman “saber competir”, pero algunos pensamos que quizá, lo que estamos haciendo se llama “abusar de la táctica”. Cuestión de enfoque. Lo que pasa es que este mal se reproduce también en los clubes cuyas planificaciones incluyen numerosos aspectos tácticos en detrimento del desarrollo puro y duro del jugador. Dado que la despensa no es muy grande y hay mucho ego, en banquillos y despachos, que alimentar, se prefiere comer hoy y pasar hambre mañana. Porque tal vez los que pasen hambre mañana sean otros. Porque ahora, y éste es el razonamiento que predomina, soy yo el que, siguiendo con el símil, engordo mi palmarés de cartón piedra.

Así, mientras en Serbia, Lituania o Croacia, países con infinitamente menor potencial demográfico y un número de licencias federativas semejante al de España, sacan jugadores de manual con una calidad técnica indiscutible cada año, aquí la sequía ha empezado a afectar a la selección absoluta, sobre la que acechan largos años de travesía por el desierto, salvo que se decida, y ellos quieran, estirar el hálito de vida que aún echan por la boca sus estandartes.

Mi apuesta es clara. Fomentemos la formación de los jugadores relativizando el valor del resultado en cantera. Apostemos por los entrenadores que demuestran capacidad y talento para ayudar al desarrollo individual de jugadores. Pospongamos la enseñanza de complejos sistemas, aspecto a mi modo de ver más fácil de aprender con el paso de los años, para priorizar todo lo relacionado con la enseñanza de la técnica y la táctica individual. Hagamos bailar a nuestros jugadores con el balón, hagámosles jugar uno contra uno hasta que comprendan que el defensor, como diría Ramón Jordana, no es Dios ni nadie que se le parezca, tampoco una especie de muro que sólo podemos superar con una infinita sucesión de bloqueos.

Finalizo afirmando que este análisis más global de la situación del baloncesto en España que se plasma también en la escasa presencia de nacionales en los equipos ACB, no supone en ningún caso minimizar las responsabilidades que el cuerpo técnico y los propios jugadores deben asumir tras no conseguir los objetivos en este Mundial. Lo que he querido decir es que este mal es más profundo y que no empieza, ni termina, en Orenga. Escuela y despensa. No hay otra fórmula ni proyecto si queremos que estos tiempos dorados se repitan algún día. 




UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

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