De Barcelona a Madrid





Llamar por teléfono. Eso fue lo primero que hizo Mike Krzyzewski después de que finalizara el último encuentro del Mundial de Baloncesto con un aplastante 129 a 92 a favor de su selección. Del otro lado del teléfono Paul George, el escolta de Indiana Pacers y principal sacrificado de este viaje hacia el triunfo tras su escalofriante lesión de tibia y peroné que le tendrá apartado de las pistas durante más de un año. Aquel fatal incidente ocurrió el pasado 1 de agosto, el día en el que los norteamericanos, en un partido de entrenamiento entre ellos, disputaron los minutos más igualados de todo este trayecto.

Desde el cambio de siglo y de milenio no he visto una selección estadounidense mejor que ésta. En 2000 un triple lanzado por Jasikevicius estuvo a punto de enviar el partido de semifinales a la prórroga, en 2002 fueron sextos en su mundial, en 2004 terceros en Atenas, en 2006 terceros en Japón y desde 2008 ganan pero no convencen coleccionando estrellas que se dedican a lucir músculo, asumir protagonismo y defender más bien poquito. El equipo de 2014 estuvo bien confeccionado, gozó de equilibrio y en él los egos encontraron acomodo sin necesidad de asumir tiros insensatos ni acaparar flashes. El equipo de 2014 no fue un desfile de aleros acumuladores de juego y lanzamientos, sino una muy buena mezcla de bregadores, intimidadores, referencias interiores, falsos cuatros, tiradores tras recepción y después de bote y jugones que demostraron poder compartir el balón. Este equipo defendió cuando hizo falta con piernas y con manos para correr, qué digo correr, para volar por la pista con una ocupación perfecta de las calles y una calidad de pase irreprochable. Y sin alguno de los pívots más conocidos y dominantes de la NBA reboteó en defensa y en ataque por deseo y anticipación pudiendo así marcar el tempo de los partidos.

Este equipo, a priori una versión “c”, abrió numerosos debates y terminó generando otros. Se dudó del respeto de los jugadores NBA, y de la propia liga, hacia el baloncesto del resto del mundo. Se pensó que serían batibles, que terminarían perdiendo por falta de experiencia, talento y conocimiento del juego. Y las dudas se disiparon mientras a algunos nos surgen otras. ¿Se ha vuelto a multiplicar la distancia entre el baloncesto NBA y el baloncesto FIBA?

La victoria aleccionadora de San Antonio y la exhibición de esta selección invitan a pensar que sí. La NBA vive una época dorada y goza de un fondo de armario de jugadores inacabable. Institutos y universidades siguen siendo el granero perfecto, una especie de Actor´s Studio para las futuras estrellas de la liga. En ellos los jugadores se forman en la búsqueda de la excelencia técnica a base de numerosas horas de repetición y uno contra uno. ¿Su primacía obedece a cuestiones de potencial demográfico? Sí, pero también es cuestión de escuela. De método y concepto. Mucho que aprender.

El Mundial diseñado para que nuestra selección culminara quince años de éxitos inspiradores nos ha dejado una reedición “sui generis” del Dream Team. Sin el glamour de aquellos nombres, sin tres de los cinco mejores jugadores de la historia en sus filas, me permito este desafío a la nostalgia y la historia en virtud de la calidad del baloncesto que estos jugadores, aún proyectos de estrella, han desplegado en la cancha. Mi enhorabuena para ellos y mi reconocimiento al cuerpo técnico comandado por ese ejemplo de honestidad, dedicación y amor al baloncesto que es Mike Kryzewski, Coach K. Su gestión del capital humano se estudiará algún día en las escuelas de negocios.




UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

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