Fleischmann vs Leonard

 



En el pueblo inventado de Cicely, en el que se encuentra ambientada la serie Doctor en Alaska, conviven un médico de carrera, el Doctor Fleischmann, procedente de Nueva York, y Leonard (sin apellido), un chamán salido de una de las tribus indígenas que aún resisten los envites de la megalomanía propia del hombre blanco. El primero es un gran conocedor de la disciplina, un concienzudo estudioso de las últimas novedades en el campo de la medicina, un firme creyente de las reglas de la causalidad y un descreído, en cambio, de la espiritualidad o la relación entre el ser humano y la naturaleza. El segundo también estudia, claro, pero dedica muchas más horas a convivir con los pacientes, en cuyas viviendas se instala para comprender mejor sus hábitos, acceder a su esencia y conocer sus relaciones antes de ofrecer un diagnóstico.

 

Últimamente me siento un poco Doctor Fleischmann, quizá porque la lista de pacientes se asemeja más a la suya que a la de Leonard. Y me afecta especialmente leer y reconocerme en la siguiente cita de Ernesto Sabato: Hoy el hombre no se siente un pecador, se cree un engranaje, lo que es trágicamente peor. Y esta profanación puede ser únicamente sanada con la mirada que cada uno dirige a los demás, no para evaluar los méritos de su realización personal ni analizar cualquiera de sus actos. Es un abrazo el que nos puede dar el gozo de pertenecer a una obra grande que a todos nos incluya.

 

Muchas veces me veo desde fuera ofreciendo las recetas que nuestro conocimiento del baloncesto nos invita a emitir. Velando por el equipo, ese poder abstracto que subyuga a los individuos cuando estos no pueden expresarse, a favor del equipo, esto sí, pero con cierto margen para la creatividad. Hace unos días un chico talentoso, inteligente, alto, coordinado, “hecho para jugar al baloncesto” dejó el equipo junior que entreno por una serie de razones sobre las que simplemente podría especular, pues, cual Doctor Fleischmann, en todo este tiempo me he dedicado únicamente a operar como un médico de carrera, un entrenador de pizarra, subsumido por una agenda que me impidió hacer lo que me hubiera gustado, ser Leonard, el chamán, y haber anticipado lo que sucedía, aunque fuera para determinar lo mismo, que quizá lo mejor de todo fuera que dejase el baloncesto. Que el baloncesto no es la panacea ni la solución de todo y que, tal vez, esté en lo cierto y lo mejor sea dejarlo, no seamos tan engreídos.

 

No sé si la responsabilidad es de Iberdrola, del precio del alquiler o de mi mediocridad (que me impide acceder a determinadas condiciones), pero acontecimientos como el abandono repentino (repentino a mis ojos ciegos) de este chico y otras situaciones me han llevado a replantearme mi posición dentro de este mundo. Aceptar determinado número de responsabilidades por llegar a fin de mes es deshonrar y faltar, tal vez no al código hipocrático ni al engranaje, pero sí a la visión más holística de lo que supone ser un educador y un entrenador. En este caso concreto, sin ir más lejos, el entrenamiento del junior sucede al del infantil. Termino y empiezo, como quien curte el cuero, sin esos milagrosos quince minutos previos en que palpas y sientes el corazón de los chicos. Y al terminar el fiambre soy yo. Luego no hay posibilidad para el diálogo, para la comunicación. Opero como el Doctor Fleischmann, normal que Maggie, la señorita O´Connell, piense que soy un tipo huraño.

 

Podría resignarme y decir que son las condiciones, que lo tomas o lo dejas, pero tras haber apostado por hacer buenas mis vocaciones, entrenar y escribir, aunque ambas sean por las renuncias que implican, como dice un buen amigo mío, casi un sacerdocio, y tras haber descartado juntar letras como quien pica carne, creo que ha llegado el momento de dejar de dar recetas en el consultorio de los banquillos y cambiar mi aproximación al entrenamiento en baloncesto, reduciendo el número de pacientes, maximizando el tiempo que paso con ellos, ensanchando los horizontes, profundizando en las relaciones. Y ya me las apañaré para vivir porque, como decía Julio Iglesias, me estaba olvidando de hacerlo. 

 

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Aupa Juanjo. Al chamán también se le escapaban. Nadie puede controlar todo. Esta preocupación solo dice todo lo que aportas en tu vocación en el banquillo y tu deseo de mejora y excelencia. Pero seguro que sen más los casos de acierto y atencion que los de sorpresa. El final de la temporada además es especialmente intenso y complejo, no puede empañar el día a día que se borra por una sola situación. Ch

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