Entrenar era esto



                               

Ayer, tras la derrota ante Colegio Leonés en un partido que suponía un todo o nada en la lucha por la final a cuatro, tocó a su fin la temporada en la competición autonómica de Castilla y León. Lo hizo con un quinto puesto final que habríamos firmado en septiembre y que ahora, en cambio, nos deja un sabor amargo, el de sabernos, vano consuelo, merecedores, por juego y sensaciones, de una plaza que ocuparán otros. Así es el deporte, enemigo de los estériles condicionales, de un realismo tan brutal que a veces abruma.

Lo cierto es que llegamos unos días tarde a nuestro mejor nivel, hecho provocado por una sucesión de lesiones que, aunque no fueran determinantes al caer en la mitad de la temporada, retrasaron la preparación de varios jugadores. Lo cruel es que llegamos a la meta con capacidad para correr otra maratón, pero nos encontramos con que ya habían quitado los carteles publicitarios. También nos quedamos seis puntos cortos de recuperar un average que a la postre resultó determinante, una renta de doce que se fabricó en unos pocos y fatídicos minutos de un parcial que no supimos atajar (yo el primero) en la ida.

Pero qué placer entrenar a los catorce chicos que componen el grueso de la plantilla, y a los otros cinco, pertenecientes al equipo de primer año, que en un momento u otro nos han ayudado a entrenar y han participado en algún partido. Con su respeto, su atención y su genuino amor al baloncesto hicieron de cada práctica un espacio de recreo, de cada hora dedicada a su preparación, una inversión productiva en la que era muy fácil poner lo mejor de uno mismo. Este grupo hizo de la necesidad virtud, de la ausencia de expectativas un revulsivo para creer y crecer (y a fe que creyeron y crecieron).

Qué imprescindible es, en una dinámica de grupo, que la fe y la confianza fluyan por una autovía despejada en ambos sentidos y en todas las direcciones. Del tronco a las ramas y de cada rama a las otras ramas que integran el árbol. Tanto como el hecho de valorar por igual las canastas anotadas como las no recibidas. Y los medios por encima, incluso, de los resultados: las ayudas defensivas, los bloqueos, los rebotes, los buenos balances y los segundos esfuerzos por encima de la postrera canasta. Sin desdeñar el talento, por supuesto, merecedor de alabanzas, claro. Pero para eso ya están todos los demás.

Acabada la temporada brindo por cada dedo ofrecido en gesto de agradecimiento al autor de un generoso y preciso pase. Y por los ocho brazos que levantaron al compañero tendido en el suelo tras un esfuerzo por atrapar el balón. Y por cada cuerpo que se puso delante de un rival más alto y fuerte ofreciendo el pecho, en perfecta posición defensiva, para provocar un error o una falta ofensiva. En esos detalles residió la base de nuestra ostensible mejora.

Por primera vez en mi carrera he logrado poner un símbolo de “checked” en cada objetivo programado, aunque tras una semana de merecido descanso para todos, afrontaré con motivación renovada la obsesión por los detalles y la lectura de situaciones tácticas universales, esa de las que se compusieron nuestros movimientos, series cortas en las que buscábamos colocar el balón donde queríamos para que fueran los jugadores, protagonistas del juego, los que decidieran qué, cómo y cuándo. No por ello dejo de hacer autocrítica, sabedor de que pude aprovechar mejor algunos minutos de entrenamiento, calcular mejor las progresiones, dar a cada uno lo suyo de forma más individualizada, reconocer mejor los momentos claves de un partido, sacar más rendimiento a alguno de los chicos,…

No quiero olvidarme de agradecer a Rodrigo Valladares su inestimable colaboración, por más que en ocasiones no le hiciera suficientemente partícipe de mis porqués, error que sigo cometiendo. Él ha sido clave en este pequeño éxito ejerciendo de algo más que un ayudante para mí y de mucho más que un soporte espiritual para todos los chicos que encontraron en él un confidente en el que sus propios mensajes rebotaron, mejorados por su experiencia y valores.

Y despido emocionado esta entrada que hace las veces de obituario de una temporada que recordaré toda mi vida y que, después de un año muy difícil, en el que fue complicado encontrar momentos de disfrute, me ha reunido de nuevo con los motivos que un día de septiembre de 2008 me llevaron a reunir al equipo de fútbol sala que entrenaba en el colegio con el objetivo de convencerlos de que lo pasaríamos mejor jugando al baloncesto. Sirva esta entrada como prueba documental de que lo hicimos. Y de que lo hemos vuelto a hacer.

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

1 comentarios:

Rodrigo dijo...

Que pocos entrenadores hay como tú Juanjo y que falta hacen, y no me refiero sólo a todos tus conocimientos sobre el juego, los cuales no tienen nada que envidiar a los de ningún “profesional”. El agradecido tengo que ser yo por haberme brindado la oportunidad de formar parte de un proyecto como éste, el cual repetiría mil veces, y haber podido aprender del que estoy convencido que es uno de los mejores formadores que he conocido. Pero bueno, las despedidas tiempo al tiempo y aún no es el momento. ¡Por ahora un abrazo enorme!

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