El lazo eterno





¿Sabes lo que nunca pude entender, entrenador? Por qué abandonaste las clases de lengua inglesa. Es evidente que sientes verdadera pasión por la literatura”. Sus ojos comenzaron a brillar, como cada vez que evocaba un recuerdo feliz. “¿Sabes, Kareem? Mientras estuve en la Marina recibí varias cartas de mis jugadores de baloncesto, pero muy pocas de mis estudiantes de inglés. (…) Eso me hizo pensar que algo relacionado con el deporte, no sé muy bien qué, algo relacionado con la competitividad o la persecución de objetivos comunes, nos hacía estar íntimamente unidos”.

Muerto Dios, asesinado el padre, caídos los ídolos, puesta en duda la razón y relativizado el valor de los símbolos, los seres humanos nos hemos colocado en una difícil situación. Sin embargo, tal y como anunciaba Hemingway, el paso del tiempo no implica que ya no necesitemos héroes: somos adultos, es verdad, pero el camino de la supervivencia es cada vez más arduo.

No es fácil elegirlos. Sobre todo a raíz de descubrir que Gokuh es un personaje de ficción y no quien habría de acudir al rescate del planeta. Y la búsqueda se complica cuando hablamos de deporte y entrenadores en la medida en que la alta competición, con la presión que conlleva, suele poner de relieve la debilidad del espíritu humano, sus conflictos internos, los automatismos aprendidos, sus decisiones inconscientes. Es más, el proceso mismo de entrenar parece exigir, muchas veces, un histrionismo perfectamente ensayado que no es siempre distinguible de una pérdida de control o descarrilamiento emocional, que desacredita la bondad de la profesión.

También John Wooden, el referente al que sigo cuando miro a los ojos a los jugadores y pienso en liderazgo y ejemplaridad moral, cometió errores en sus inicios. Los revela Kareem Abdul Jabbar en el libro que le ha dedicado a su entrenador, un ensayo de base autobiográfica que, si bien adopta la fórmula del top ventas norteamericano, en el contenido recuerda, salvadas las distancias, a los diálogos de Platón, aunque Wooden, al contrario que Sócrates, ya hubiera dejado expuesto por escrito gran parte de su pensamiento.

Si la comparación con el filósofo ateniense les parece exagerada, este oriundo de Indiana y ciudadano adoptivo de Los Angeles puede ser considerado uno de los grandes maestros del aforismo, esa sentencia breve que resume de forma concisa un principio o una regla y que todos los entrenadores, por sus bondades a la hora de traducir nuestro pensamiento, deberíamos dominar. Les dejo con algunas citas, propias del Coach Wooden o prestadas de sus escritores preferidos, que se incluyen en el libro y que me atrevo a afirmar que deberían figurar en el banquete diario de todo entrenador, al menos como aliciente para pensar sobre el sentido de nuestra tarea y hacer más completa la experiencia personal de los jugadores que tenemos la fortuna de liderar.

1. Preguntarle a un deportista si le gusta ganar es como preguntarle a un broker de Wall Street si le gusta el dinero. Seguro, queremos ganar, pero, seguro, ganar no es nuestro objetivo.

2. Ganar es el subproducto del trabajo duro como la perla es el resultado del duro esfuerzo de la ostra en su lucha contra un parásito o un grano de arena.

3. Preocúpate más de tu carácter que de tu reputación, porque el carácter es lo que realmente eres, mientras que la reputación es solo lo que otros piensan de ti.

4. Las películas de baloncesto que tratan de equipos sin aspiraciones no deberían terminar con ese equipo logrando el campeonato, sino con ese equipo una vez aprendida la lección. Es decir, con los chicos saltando a la pista felices por haber alcanzado nuevas cuotas de sabiduría, esto es, el inicio del juego seguido de los créditos.

5. Las personas que luchan nunca pierden el partido. Sucede, simplemente, que no llegan a tiempo para hacerlo.

6. La peor consecuencia de la muerte es que separa a los supervivientes de la vida.

7. Un entrenador tiene la extraña suerte de poder educar sin provocar resentimiento.

8. Enseñar los mecanismos de la compasión es tan importante como conducir al éxito.

9. “El miedo a la muerte es el resultado de tenerle miedo a la vida. Un hombre que vive plenamente está preparado para morir en cualquier momento” (Mark Twain).

10. ¿Acaso no termino también con mis enemigos convirtiéndome en su amigo?

11. La meta de un hombre debería estar más allá de su entendimiento, ¿para qué, si no, existe un cielo? (Robert Browning).

12. Lo peor que puedes hacer por aquellos que realmente amas es hacer por ellos lo que pueden hacer por sí mismos.

En fin, diez títulos universitarios, sí, pero sobre todo el respeto de centenares de jugadores que aprendieron a calzarse el primer día que llegaron a UCLA, pues, como pronto comprendieron, una arruga en el calcetín podía provocar una rozadura, y una rozadura podría dejarles fuera del partido, lo que debilitaría las opciones del equipo. El respeto y la certeza de haber estado unidos por el lazo eterno, símbolo de una unión perenne que sobrevivió a la muerte del maestro como lo hará con la de todos sus alumnos.



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

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