De pasada






Dado que no me he levantado muy olímpico, ni de cuerpo ni de espíritu, y dado que no es motivo de ninguna resaca, voy a optar por tratar el tema Río de manera más bien oblicua. De pasada, como siento que han llegado a su fecha de inauguración estos Juegos que confirman la muerte del deporte en su versión romántica, decimonónica y coubertiniana. O como prefieran llamarla.

No descarto, tampoco, que sean los años los que hayan provocado esta rebaja en el entusiasmo, este cercenamiento de la pasión infantil con la que antes afrontaba la llegada de este acontecimiento. Pero claro, antes creía en las naciones, y en la fraternidad entre las naciones. Y en el deporte, y en los valores que se le asociaban. Y en la limpieza de los deportistas. Y en la honradez de los prebostes del COI. Y en Prometeo como benefactor de la humanidad y azote de los dioses.

Sin embargo, a escasas horas para el encendido de la antorcha, todo lo que ocupa la actualidad en torno a este magno evento, son aspectos derivados relacionados con la seguridad y la tensión social en el país anfitrión, la emergencia sanitaria del Zika o el caso de dopaje institucionalizado en Rusia. Por no hablar de los aspectos organizativos, con una villa olímpica que se desmonta y con un cenagal por laguna para la disputa de una serie de pruebas acuáticos. Quisiera equivocarme, pero mucho me temo que, en esta ocasión, los Juegos no van a servir de catapulta, sino de espejo. Y no, Rio no es la mujer más bonita del reino.

En cuanto al baloncesto, me pillan revisando plantillas y resultados en los partidos amistosos. Suficiente para saber que hay un favorito claro y dos aspirantes que se elevan sobre el resto. El favorito, obvio, es Estados Unidos, un equipo repleto de bajas que echará de menos, sin duda, a Harden, Westbrook, Paul, Lebron, Aldridge, Griffin, Davis,… pero que debe bastarse para conquistar el oro no solo por el talento individual, sino por tener una concepción del baloncesto tan simple como integrada en el ADN de los jugadores. Los veremos defender con numerosas fintas y muchas manos, rebotear y correr como panteras, y dividir y doblar, o jugar situaciones de pick and roll central, para conseguir ventajas inmediatas en los primeros ocho segundos de ataque. Y bueno, algún balón interior le meterán a DeMarcus Cousins, el cinco puro más dominante que ha parido la liga desde la retirada de Shaq.

Justo por detrás, quizá a quince o veinte puntos en condiciones normales, están Francia y España, las dos grandes potencias europeas de los últimos años y, en mi opinión, en este orden. Si un Gasol de leyenda nos permitió vencerlos en su Eurobasket tras una brillante prórroga, no es difícil olvidar que en las dos ocasiones anteriores el resultado fue favorable a los galos. ¿Por qué Francia antes que España? Por juventud y exuberancia física. Por estar llevando a cabo el relevo generacional de los Diaw, Parker, Pietrus y compañía con mucha mejor nota que nosotros. Ahora bien, todo queda, nuevamente, en manos de lo que pueda hacer Pau, ese hombre de estado, como lo define Kzyzewski, capaz de invertir los términos del sentido común y devolvernos a una final olímpica aun sin la presencia de su hermano y con sus compañeros de batalla cada vez más fatigados.

Y luego ojo. Ojo a Serbia y a Croacia, aunque se les augure más peligrosos en Tokio. Y al anfitrión, por si algún día le da por jugar con ocho, dado que en condiciones normales no dejan de ser una buena banda al servicio, eso sí, de un gran director de orquesta: Rubén Magnano. Y en menor medida a Argentina, sin pegamento entre la generación de los padres (Ginobili, Scola o Nocioni) y la de los hijos. Más peligrosa que éstas es Lituania, sin duda: más grande, más fuerte, más técnica. No, en cambio, Australia, suma de nombres resultones pero sospechosa habitual de incurrir en comportamientos anárquicos. Ni el resto; China, Venezuela o Nigeria, concesiones simbólicas de la geografía en pos de un universalismo panfletario en el que ya no cree ni dios.




UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

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