El mejor (por inesperado)





Como cuando Phileas Fogg descubrió que su tiempo no había acabado, que había ganado un día viajando hacia el este y que aún tenía veinticuatro horas para abrir las puertas del Reform Club y ganar su apuesta. O como cuando nace un hijo inesperado con el que ya no se contaba. Así nos sentimos, en cierta manera, los aficionados españoles de baloncesto después del triunfo de esta noche. Pensábamos que nuestros ochenta días se habían agotado y que no habría más vástagos de los que presumir, que toda la cosecha estaba ya recogida y que aguardaba un largo período de barbecho en el horizonte.

Pero no, cuando ya las canas acechan a quienes éramos unos niños cuando Gasol y compañía ganaron el oro junior de Lisboa, el principal referente de esta dinastía inigualable aún sigue alucinándonos con su polifacético despliegue en la cancha. Su control del rebote defensivo, su capacidad para la intimidación, su dominio de los tiempos y de los espacios tanto en el poste medio como en la cabeza de la bombilla y su calidad para resolver en situaciones de uno contra uno, bien anotando, bien asistiendo; lo convierten en uno de los más grandes jugadores europeos de todos los tiempos. Pero la mirada de admiración que le lanzó Felipe VI mientras se reunían para la foto con el trofeo no tenía que ver solo con estas cualidades, sino principalmente con la naturalidad con la que ejerce su liderazgo y asume su posición en esta España rota por maleantes que han hecho un uso cínico de la palabra; para llenarse la boca con ella o para escupirla en el suelo.

A pesar del justo reconocimiento a lo realizado por Pau Gasol, el baloncesto, por sus propias características, nos exige recalcar la labor colectiva e incluir en esta lista de agradecimientos a todos cuantos participaron de este enorme éxito. Mención aparte, quizá, merece Felipe, tal vez el hombre que debió saltar a la cancha para arreglar el desaguisado en los cuartos de final del pasado mundial. También Rudy, por su sacrificio, por aceptar que aun no pudiendo ofrecer su mejor versión, el equipo le necesitaba aunque dolorido. También los Sergios, jugando a otro paso del que imponen en el Real Madrid, asumieron un papel protagonista en ausencia del resto de bases y de Navarro. Ribas también cumplió, como lo hizo Claver cuando nos hizo falta su presencia en el rebote. Y caso aparte fue el de Mirotic. El montenegrino se ganó un nuevo visado a la selección. No es Ibaka, pero sí un complemento más que apropiado para el juego de Pau Gasol. El próximo año surgirá nuevamente el debate. No tengo la respuesta.

Sí me mojo, en cambio, a la hora de valorar muy positivamente la labor del cuerpo técnico. La de Nacho Coque, al frente de la preparación física, pues todas las dudas de los primeros partidos quedaron despejadas con las exhibiciones en los últimos cuartos de los cruces de octavos en adelante. Es decir, la selección llegó justa, sí, pero premeditadamente justa al inicio de la competición. La de los fisios, recuperando gemelos, tratando espaldas, reparando golpes físicos pero también morales (la lejanía de la familia, las críticas de los aficionados,...). La de los entrenadores ayudantes, Jaume Ponsarnau y Txus Vidorreta, que estudiaron a los rivales con mimo y al detalle y, por supuesto, la de Sergio Scariolo, ese personaje de videojuego con el que siempre querrías jugar por ser sus vidas infinitas. Y su conocimiento. Y su templanza. Y su profesionalidad.

Ganamos sin Ricky, Navarro, Calderón, Garbajosa, Carlos Jiménez, Ibaka, Marc Gasol,… Ganamos contra Nowitzki, Antetokoumnpo, Parker, Bjelica, Gallinari o Valanciunas. Ganamos mientras en España se señalaban culpables con el dedo y se afilaban las guillotinas. Ganamos cuando ya no contábamos con ello, cuando habíamos asumido YA el progresivo languidecer de nuestros héroes. No, no es 1999, ni 2006. Ni 2011 o 2012. Comprúebenlo, si no, mirándose en el espejo.


UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

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