Los europeos





Hace tiempo cayó en mis manos una edición de contrastada solera de la novela de Henry James “Los Europeos”. En ella, dos hermanos franceses acuden a visitar a su familia de Nueva Inglaterra fundiéndose de esta manera el puritanismo propio de este extremo de los Estados Unidos, colonizado no lo olvidemos por calvinistas que huían de las persecuciones religiosas en la madre patria, y el libre albedrío propio de la burguesía europea del XIX, una clase social que levitaba por encima de las epidemias, la violencia y el hambre que acuciaba al pueblo llano.

Pues bien, unas palabras de Popovich esta misma noche me han hecho pensar de nuevo en esta obra de James que habitaba ya en la cara oculta de la estantería. Con delicadeza he quitado el polvo y he releído alguno de sus pasajes. De esta manera he recordado la incestuosa curiosidad que despertaron en Félix sus dos primas o la indiferencia con la que desde un principio actúa su hermana Eugenia, deseosa, nada más llegar, de regresar a la Francia de Napoleón III.

Es el técnico de los Spurs un ejemplar cuanto menos peculiar. Sus canas, sus cuatro títulos y el merecido reconocimiento del que goza dentro del mundillo de la NBA le permiten decir lo que le da la gana sin temor a quedar en ridículo. Su palabra es ley dentro del vestuario de los Spurs, aunque en los últimos años ha ido ganándose la confianza de los pesos pesados demostrando que además de mano dura, también tiene mano izquierda. En más de una ocasión ha cedido su pizarra a alguno de sus jugadores para que fueran ellos quienes diseñaran las jugadas de final de partido, “ellos saben mejor que yo quién está en mejor momento, dónde y cuándo quieren recibir la pelota”. El pasado mes de noviembre, en un momento en el que el calendario parecía más bien un campo sembrado de minas para su equipo por la sucesión de encuentros en muy pocos días y en diferentes pabellones, Popovich decidió darle descanso a cuatro titulares en un partido televisado a nivel nacional. Le costó a su equipo una multa sí, pero rápidamente recibió el apoyo de colegas y analistas. A ver si no puede gestionar uno su plantilla como le dé la gana.

Sus palabras, de las que se ha hecho eco hoy mismo Marca.com (ver aquí) son, al menos, una invitación a la reflexión. Probablemente alabar la preparación de los entrenadores europeos y las aptitudes de los jugadores formados en el viejo continente no suponga desvelar secreto de estado alguno, pero que lo diga Popovich ayuda a remover conciencias. Y es que el entrenador de los Spurs es uno de los principales defensores de la globalización del baloncesto y uno de los portavoces más cualificados para que esta idea, lejos de resultar burda, cale en las mentes de los propietarios de las franquicias y en la de los gerentes de ese gigante del marketing y el merchandising que es la NBA.

Ahora bien, y retomando de paso el hilo de la entrada, las palabras de Popovich contrastan con una realidad que nos dice que Andrei Kirilenko ha sido elegido mejor jugador europeo del año 2012. El ruso, no cabe duda, es un magnífico talento capaz de hacer de todo, y todo bien, sobre una cancha de baloncesto, pero si en los más de diez millones de kilómetros cuadrados que van desde los blancos Urales hasta la verde Irlanda y desde el polo norte hasta el Mediterráneo no hay un jugador mejor que él, es que algo falla. En Estados Unidos, con menor extensión y la mitad de habitantes, podríamos citar más de quince jugadores con mayores aptitudes, se llamen atléticas, tácticas o técnicas, que el ruso. 



No sé si se trata de genética, de cultura deportiva o de métodos de enseñanza, pero la realidad es que la cantera norteamericana es más prolífica y, sobre todo, menos coyuntural que la europea. Kirilenko, de 32 años, sucede en el galardón a Juan Carlos Navarro, también con 32 años, que sucedió a su vez a un Dirk Nowitzki, de 34 que siguió a un Pau Gasol a punto de cumplir 33 primaveras. Siguen surgiendo genios (Shved, Ricky Rubio, Gallinari), sí, pero sin un patrón geográfico o temporal previsible. Una vez que el telón de acero se volvió transparente la escuela balcánica se balcanizó, es decir, se dividió en tantas como países y, además, empezó a sufrir el expolio prematuro de sus futuras promesas por parte de clubes que ofrecían mejores condiciones de futuro a nivel económico, pero no a nivel formativo. En los 90 los aficionados podíamos recitar de memoria las plantillas de Yugoslavia o Croacia. Ahora pronunciamos algún nombre y recordamos otros con dificultad. ¿Qué está pasando? Pues lo mismo que en Rusia por parecidos factores geopolíticos. Italia, por otra parte, aunque un compañero del curso de entrenadores me trataba de convencer de que el trabajo de cantera es bueno, padece la crisis económica, la ausencia de patrocinadores. En España nos aferramos a esos paritorios que aún sobreviven por una mezcla de romanticismo y entrega por parte de sus técnicos. Larga vida a la Penya y al Estudiantes. No sé qué haríamos sin ellos. 



En este mundo de influencias mutuas, en este camino de ida y vuelta que inauguró Colón hace más de quinientos años, el sentido de los flujos ha ido cambiando. Aquellos bostonianos de claro sesgo rural que inmortalizó Henry James admiraban los aires europeos de sus familiares, su capacidad para degustar una obra de arte o la habilidad para disfrutar del tiempo libre. Los europeos, en cambio, no entendían el porqué de una moral tan rígida, el denuedo con el que cumplían sus obligaciones religiosas o la cantidad de horas que empleaban en el cuidado del jardín sus primos de Nueva Inglaterra.

La Historia y la Economía ya emitieron juicios al respecto, y aunque éste sea un blog de baloncesto a nadie se le escapa que es más fácil obtener resultados dentro de un país en el que 50 estados se declaran encantados de formar parte del mismo que en un continente con 45 países que cualquier día pueden ser 46 ó 47. O 48. Y si el mapa político está tan fragmentado lo mismo ocurre a nivel federativo. Cada federación nacional, si no cada federación regional, si no cada club, hace de su capa un sayo, fija sus objetivos y trata de cumplir con su parte del trabajo. Luego, si el destino quiere que salga un gran jugador, todos correrán a apuntarse el tanto y hablarán de métodos maravillosos y toda una serie de cuentos fantásticas que habría podido firmar Allan Poe.

Por lo tanto, esta vez y sin que sirva de precedente, no le puedo dar la razón a Popovich aunque sea cierto que existen entrenadores preparados y jugadores tan buenos técnica y tácticamente como el mejor estadounidense. Simplemente no se puede hablar de baloncesto europeo pues de existir carecería de una única identidad. Se puede hablar de buenos técnicos, de escuelas de baloncesto de alto prestigio o de clubes que trabajan bien la cantera, pero no de un baloncesto europeo.

La senda va por otro lado. Se distancia la línea de tres puntos (una línea de tres puntos que surge en Estados Unidos), se introducen los catorce segundos (el reloj de posesión, adivinen, también fue un invento suyo), se pinta una semicircunferencia bajo el aro y pronto se ampliarán, Dios lo quiera, las dimensiones del campo. Es decir, la corriente es unidireccional. Ellos crean, nosotros copiamos. Y ojo, cada vez copiamos mejor y por eso hay equipos como España que en un partido pueden hacerle frente a su selección, pero aun así, el esfuerzo, por lo que sea, sigue resultando insuficiente.

El proteccionismo fue la seña de identidad de un país que proclamó el libre comercio de puertas para fuera mientras seguía imponiendo aranceles a los productos agrarios del exterior. Así creció su sector agrario y de los réditos del mismo se benefició el sector industrial y el financiero. Gracias a estos beneficios se fundaron las mejores escuelas del mundo y en ellas se formaron los profesionales con más iniciativa del planeta. El modelo de vida americano puede ser criticable e incluso aborrecible. Esconde muchas miserias y desconoce el significado de la palabra escrúpulo, pero en el baloncesto, que es de lo que aquí se trata, sigue siendo el más eficiente. 



Tendrán que pasar muchas décadas para que los entrenadores europeos puedan contarse por decenas en la NBA. Sirvan como consuelo, por el momento, las palabras de Popovich.

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

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