Borrón y cuenta nueva





Conocí a Antoni Daimiel una noche, enfocado por una cámara, con los brillos disimulados por el maquillaje, cuando las ojeras aún no enmarcaban sus ojos y con unos cuantos kilos menos de los que luce ahora. Lo hice sentado a la vera de un viejo televisor, aquél por el que tantas lágrimas hubo de absorber mi padre el día que lo mandamos al destierro y lo cambiamos por otro de pantalla plana, tan plana como su personalidad, nada que ver con la de aquel viejo aparato al que tuvimos que acoplar gran cantidad de cables para que sobreviviera a la nueva ola tecnológica. Y es que aquel carcamal de marca Philips que desentonaba con la tapicería del sofá y la cristalera y era el objeto de las burlas de todos los amigos que pisaban nuestra casa, llegó a la vida de mi padre el mismo año el que se casó con la mujer de su vida y, a la sazón, mi madre. Así, donde todo el mundo veía un atentado contra el sentido común, mi padre veía un proyecto de vida. Y así, de igual modo, cuando recuerdo aquellos años de NBA salpicados de anécdotas a la luz de la luna con el volumen casi inaudible, donde todos ven años de austeridad y cicatería, yo veo la felicidad del adolescente que transgrede las normas y trasnocha para ver baloncesto, la absurda, aunque entonces no lo parecía, superioridad moral de quien cree estar convirtiéndose en un hombre gracias a los comentarios de una de las parejas más entrañables de la historia de la televisión: Montes y Daimiel.



Por este motivo, y tras un par de lecturas de un libro que su autor escribió a regañadientes después de la insistencia de compañeros y “amigos”, podría embarcarme en una crítica complaciente, poner paños calientes y echar mano de tópicos para recomendar su lectura, más aún ahora que estamos inmersos en un tórrido verano de aires africanos y perspectivas desérticas.



Yo, Antoni, orgulloso como debes de estar por las cifras de ventas y el reconocimiento del gran público, prefiero obsequiarte, porque te quiero, con una dosis de sinceridad, con unas cuantas palabras de alguien que nunca te hubiera recomendado escribir este libro, sobre todo a sabiendas de que no querías hacerlo. Prefiero ver en tu obra, sin que me ciegue la pasión, al viejo televisor despojado de cualquier connotación sentimental. No espero que me lo agradezcas. Tal vez, sí, que me disculpes por ello.



No sé muy bien lo que pretendías. Si ésta había de ser una crónica de los últimos diecisiete años de la liga, te faltaron paciencia y páginas para lograrlo. Si el libro estaba llamado a ser una antología de anécdotas, perdona mi falta de memoria, pero termino su lectura sin recordar ninguna. Ni siquiera como cuaderno de viajes tiene el grado de elaboración preciso, la minuciosidad en el relato. A veces pienso que esta obra fue el producto de unas cuantas patadas en el estómago que te hicieron vomitar notas mentales que conservabas dispersas en tu memoria y que salieron regurgitadas en el marco de una estructura que de simple roza lo banal (repaso en orden cronológico a lo acontecido en la liga, trayectoria de los españoles y algunos casos de la crónica negra para finalizar con otros de la crónica en rosa). 



Si hubiera de recurrir a alguna de las frases, o de los motes, que ilustraron tus noches junto a Andrés este libro te convertiría en firme candidato a la presidencia del club de los que se dejan llevar, de los que aprovechan su fama y otro tipo de talento para engatusar a un público fiel dispuesto a consumir literatura en papel cuando ésta, como alargar la vida del viejo televisor o trasnochar para ver partidos infumables, es una práctica cada vez más en desuso. Escribir este libro debió de ser, para ti, como pasear a Miss Daisy, un asunto de unos pocos meses que cuenta, además, verbigracia, con la fortuna de leerse en una tarde (menos mal).



Esperando rentabilizar mis quince euros, busqué en las páginas de “El Sueño de mi Desvelo” historias bien narradas de la Norteamérica profunda y también de aquella otra de postal, recuerdos impagables de tus conversaciones con Andrés en torno a una buena mesa repleta de alimentos, con Van Morrison de fondo y el libro de petete, un chupa chups y una calabaza como complementos. Y, sin embargo, las calabazas me las llevé yo pues, buscando volver a enamorarme de aquel tiempo pasado en el que fui tan feliz, terminé aborreciéndolo y dándome cuenta, a su vez, de lo mucho que hemos cambiado. Tanto tú, como yo.



El Sueño de mi Desvelo me dejó, sin duda, más sueño que desvelos. Descubrí pocas cosas que no supiera y las que descubrí, la verdad, nunca quise saberlas. Aun así, Antoni, espero que renueves tu contrato con el Plus y sigas amenizando las retransmisiones en el medio en el que, sin duda, mejor te mueves, la televisión. La vieja y la nueva.

Después de haber escrito lo que he escrito porque así lo pienso, lo que me salió del alma y de las entrañas, espero que me perdones. Yo ya lo hice contigo.



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

1 comentarios:

Juanpe Núñez dijo...

Estoy contigo al 200% con el artículo Juanjo!!! ¿Por que todo han sido alabanzas hacia el libro? ¿por que en este país todo tiene que ser pleitesia?... Simple la respuesta, las palabras 'libertad de expresión' son palabras sin sentido

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