Eternamente jóvenes





La eterna juventud no depende de cremas antiarrugas o dietas milagrosas. La eterna juventud depende de la calidad de nuestros recuerdos y de las vivencias acumuladas en el zurrón de la memoria. Todos nosotros, al menos los que nos detenemos de vez en cuando a reflexionar sobre aspectos que no se compran con dinero, tenemos una época fetiche, una década en la que nos hubiera gustado vivir. Idealizamos, quizá por desconocimiento, momentos de nuestra historia en base a mitos que sobreviven en nuestro imaginario colectivo. Y en el imaginario colectivo del baloncesto, una época y dos iconos se elevan por encima del resto. Los ochenta: Magic y Bird. 

A Courtship of Rivals (Un noviazgo entre rivales), un documental con el sello HBO, nos presenta la relación entre ambos genios, los paralelismos y también las contradicciones de dos carreras que no se entenderían de manera separada. Probablemente, de no haber existido uno de los dos, las alforjas del otro estarían, hoy, aún más cargadas de títulos. Como las de Federer o Nadal o las de Ali o Frazier. ¿Hubieran optado Larry o Magic por haber ganado más anillos en ausencia del otro? La duda ofende.

A su grandeza, la de ambos, contribuyó lo singular de unos años marcados por las políticas conservadoras de Reagan y Bush y su contraste con los movimientos cívicos urbanos que tenían como leitmotiv principal la liberación de las clases sociales marginadas por un sistema cada vez más voraz. Por otro lado, los medios de comunicación se sofisticaban y se convertían en un cuarto poder omnipresente. El baloncesto, tras una larga década de hiberno (hasta las finales de la NBA se emitían en diferido), se convirtió en la verdadera atracción del país. Ni siquiera las hazañas de Montana pudieron competir con los duelos en la cumbre entre dos chicos de orígenes humildes llamados a dominar su deporte. 

En los ochenta la distancia aún suponía una barrera real. Las noticias volaban entre Los Ángeles y Boston a velocidad de paloma y el periódico aún debía leerse en papel. Allí, en los viejos papers, Magic y Larry buscaban con ansiedad las estadísticas de su rival (las de hace dos noches) mientras degustaban el primer café de la mañana. El hecho de que la tecnología aún fuera analógica dotó de romanticismo a sus duelos. Se encontraban dos veces al año en temporada regular y se citaban para la final. Se vigilaban en la distancia, se respetaban desde el silencio y, no nos equivoquemos, se odiaban dentro de la cancha. 

Aunque la prensa tratara de vender esta rivalidad como una contienda entre un negro y un blanco, entre el libertinaje hollywoodiano y el puritanismo de la añeja Nueva Inglaterra, Magic y Bird simplemente saltaban a la cancha para vencer. El baloncesto lo era todo en sus vidas y la victoria, claro, suponía una motivación más que suficiente. Sin embargo, pese a que la historia de Magic y Bird es la de una sucesión de contiendas deportivas que comienzan en la final del Torneo Universitario de 1979 y culminan en las finales de la NBA de 1987, su vida, la de ambos, no se explica sin atender a los momentos en que se cruzaron sus caminos y a los paralelismos que cimentan sus historias. Además de la falta de holgura económica durante su infancia, Magic y Bird gozaron de referentes familiares que dieron sentido a sus tempranas vidas, de entrenadores que apostaron por ellos, de compañeros de enorme talento que les ayudaron a ser lo que finalmente fueron. Ambos, además, se toparon con la adversidad al final de sus carreras. Los dolores de espalda de Larry mediatizaron sus últimos cuatro años de baloncesto; el contagio del V.I.H por parte de Magic le obligó a tomar la decisión más difícil de su vida: dejar el baloncesto. 

El uno, con la muñeca más perfecta que Dios ha creado, el otro, con la sonrisa más ancha que el mundo ha conocido. Demasiado perfectos para ser reales, demasiado perfectos para fusionarse. Barcelona y un cada vez más lejano 1992 fueron testigos de que nada es demasiado, de que a veces, en un mismo tiempo y lugar pueden coincidir dos fuerzas opuestas para rescatar al ser humano de lo anodino de su existencia y convertirle, de pronto, en una raza privilegiada y eternamente joven. Tanto, al menos, como sus recuerdos. 



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

1 comentarios:

Explorador dijo...

Que ganas de verlo :) Creo que habría que añadir que, a diferencia de tantos mamelucos que se hacen llamar deportistas, ellos lo eran de verdad, más competidores que nadie en la cancha, pero sin tener que odiarse ni minusvalorar los méritos del otro. Que Johnson se pusiera una camiseta de los Celtics en el homenaje a Bird es un ejemplo bastante aclarativo. Entendieron que se necesitaban y lucharon contra el otro y contra sí mismos por ser los mejores. Fueron la caña :D

Un abrazo :)

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