San Pedro y San Pablo





El 29 de junio es una fecha señalada para la cristiandad. Si San Pedro fue la piedra angular sobre la que se asentó la Iglesia tras la muerte de Cristo, Pablo de Tarso, judío converso, fue el mejor altavoz de los principios del cristianismo haciendo de la necesidad virtud al legarnos alguno de los documentos literarios de mayor interés de la Antigüedad, las cartas con las que se dirigió a las diferentes comunidades.

Hoy, onomásticas aparte, se presenta la gira de la selección olímpica de baloncesto, la archiconocida entre el vulgo como ÑBA, la que forman trece hombres y un equipo técnico y de cuyos éxitos se apoderan, sin rubor, cientos de burócratas cuya única labor es estar presentables para la foto. A las doce de la mañana, en breves minutos, nuestro Pedro (Juan Carlos Navarro) y nuestro Pablo (Pau Gasol) tomarán la palabra para prometer trabajo y dedicación, nunca resultados.

Así, desde la prudencia, se embarcan en esta nueva aventura olímpica, la tercera de esta generación de jugadores de baloncesto que se ha ido renovando al compás del paso del tiempo y que no entiende de nombres y sí de principios. Y es que, por muchas críticas que le hayan llovido a Sergio Scariolo, lo cierto es que el equipo nacional mantiene un mismo estilo desde que en 2006 se impusiera en el Mundial de Japón.

La irrupción de la figura de Marc, la ausencia de un cuatro abierto de garantías por la imposibilidad de llevar a dos jugadores naturalizados (y que impide la presencia de Mirotic), y el hecho de no poder contar con un tres de las garantías que ofrecía Carlos Jiménez nos exige apostar por un modelo de juego distinto. Así, con dos interiores interiores y sin un alero alto con la capacidad que una cita como los Juegos exige, todo pasa por generar espacios a partir de una referencia en el poste bajo, por circular la pelota de esquina a esquina sin que ésta se detenga largo rato en las manos de ningún jugador. Todo pasa por confiar en el cerrojo que imponen los Gasol e Ibaka bajo nuestro aro, por las aptitudes intimidatorias de nuestros hombres altos para cubrir los déficits a nivel físico de nuestros dos mejores exteriores.

Calderón y Sergio llevarán la manija. Una fusión de ambos terminaría configurando un jugador diestro en todo tipo de suertes. Calderón empezará y terminará los partidos salvo inspiración sobrehumana del canario. Manejará el tempo del partido, alimentará a los perros grandes y encontrará con su habitual precisión en el pase a los tiradores saliendo de los bloqueos. A su vez, su tiro exterior se convertirá en una amenaza para aquellas defensas que intenten prestar especial atención a nuestro juego en el poste medio o a las penetraciones de Navarro y Rudy.

Sergio, por su parte, tratará de dinamitar los partidos compartiendo minutos en pista con Llull, Ibaka y también con Reyes. Con estos tres jugadores a su alrededor, al tinerfeño sólo le será necesario encender su prodigiosa mente para encontrar líneas de pase para los alley-hoops de Ibaka, los tiros en cinco metros de Reyes y las salidas fulgurantes a la contra de Sergio Llull.

Víctor Sada y Rafa Martínez se juegan el último puesto. Estudiando los movimientos pasados del seleccionador, lo lógico sería que incluyera a Sada por su capacidad reboteadora y la habilidad para minimizar el rendimiento de determinados jugadores rivales a los que deberemos vigilar muy de cerca en nuestro periplo por Londres.

Pero más allá de Navarros y Rudys, de Marcs e Ibakas, de Caldes o Chachos, nuestro referente volverá a ser Pau. Nuestro particular San Pablo, una rara avis que jugó de alero hasta los 19, de ala pívot hasta los 23 y de center puro hasta los 28 para retomar el papel de cuatro tanto en los Lakers como en la selección por la presencia a su lado de dos pívots puros como Bynum y Marc, es quien nos debe aproximar al oro a través de su constancia en la sala de máquinas, su experiencia ganadora y su talento para convertir en fácil lo difícil. En las próximas fechas conoceremos su destino, el equipo en el que militará, si le da la gana, a partir del próximo octubre. Pero no nos equivoquemos, el daño (para los rivales) ya está hecho. Pau ya ha sido decapitado de todas las maneras posibles, ha sido vendido y revendido y si ha jugado en los Lakers es porque la liga vetó su traspaso a Houston en una operación a tres bandas que debía concluir con Chris Paul en el equipo de oro y púrpura. Pau ha conocido el olor a mercancía barata y se ha sentido tratado como un cualquiera en una liga en la que ha ejercido un papel dominante durante más de una década. Por ello, que nadie espere a un Pau achantado y retraído, a un ser acomplejado ante el aluvión de estrellas que pese a las bajas presentará el combinado de Estados Unidos. Pau es un hombre en una misión. Una misión que pasa por la consecución de un oro histórico que hará que sean otros los que, al fin, se caigan del caballo y le reconozcan, de una vez, el lugar que por derecho propio le corresponde. 



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Al rescate






Esta mañana madrugué. Como todos los días. Esta mañana salí a correr. Como casi todos los días. Esta mañana desayuné. Como cualquier otro día. Pero no, pronto me di cuenta de que no era un día más. No porque la atmósfera amaneciera caniculosa y asfixiante. Tampoco porque Jose, el del kiosco, se retrasara en la hora de apertura en algo que a cualquiera le puede ocurrir. Lo que pasó, me doy cuenta ahora, fue que esta mañana me desperté temprano, salí a correr y desayuné como todos los días, pero lo hice sobre un país diferente que miraba al mundo con una autoestima recobrada y un anhelo renovado de sobrevivir.

Todo gracias a un instante. A un instante representado por un centímetro que, caprichoso, determinó que entre el todo y la nada a España le tocara el todo. El todo en forma de victoria épica, de gesta medieval en medio de un período de crisis económica que amenaza con barrer las últimas huellas de lo conseguido. El fútbol, en este país de sol y playa, flamenco y toros que es España, se erige en un aceite con carácter balsámico, un remedio universal, la última pica en Flandes.

Cuesta creerlo. Más aún cuando en un deporte cuyo sistema de puntuación se basa en una anotación llamada gol, el partido finaliza cero a cero. En cualquier otro espectáculo, el campo estaría inundado de tomates si en ciento veinte minutos no pasara nada reseñable. Pero no, no quiero utilizar este altavoz para criticar esas taras que me hacen aborrecer el fútbol durante la mayor parte del año. Quería emplearlo para alabar la capacidad que tiene para unirnos a todos los ciudadanos en un abrazo común, para destruir fronteras interiores e ideológicas, para empalmar corazones a través de una conexión tan invisible como inmortal que nos hace sentirnos hijos de un mismo Dios. O lo que sea.

Hoy España es un país fuerte que acoge con aconsejable escepticismo la presumible subida de la prima de riesgo y el color rojo en los índices bursátiles. Hoy España no se siente ni tan pequeña como sus políticos ni tan grande como para saber que detrás de su caída viene irremediablemente la del resto de Europa. Y es que España habló con el lenguaje que más le gusta, el de sus deportistas emblema, el de los Nadal, Alonso o Gasol, el de nuestra selección de fútbol. También el de todos aquellos más modestos que esperan, ansiosos, a que la llama olímpica se encienda sobre el cielo de Londres para demostrarle al mundo que ser español es, simplemente, un honor y un privilegio. Anoche España fue rescatada y el rescate, aunque no lo creáis, se presentó en forma de balón.

Y si la noche del 27 de junio fue la del rescate definitivo de nuestra querida España, la noche del 28, también con luna creciente en el cielo estelado, supondrá un antes y un después en la trayectoria deportiva de los Hornets de Nueva Orleans. El rescate, en el Golfo de Méjico, tiene nombre y apellidos. Se llama Anthony Davis y su juego tiene tantos recursos como pelo su entrecejo. De las cualidades atléticas de este superhombre dependerá, en gran medida, el que la ciudad del jazz y del tranvía, se recupere para siempre de las secuelas del Huracán Katrina. Será en una noche, la del draft, que promete desvelarnos el futuro de Gasol y el devenir de numerosas franquicias que, como los Boston Celtics o Los Ángeles Lakers, afrontan el inevitable camino de la reconstrucción. La promoción se presenta profunda, pero sólo un hombre está llamado a jugar el rol de hombre franquicia, el de un Indiana Jones al rescate. 



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

No disparen al pianista







El verano, en nuestra cultura de trabajar once meses para intentar disfrutar uno, representa un tiempo para la reflexión, una especie de paréntesis en nuestros quehaceres cotidianos que nos impulsa a viajar, leer y, en definitiva, a redescubrir todas aquellas pasiones que dejamos aparcadas una vez que la infancia llega inevitablemente a su fin.

Lo mismo sucede en el mundillo del baloncesto. Durante el período estival éste se reencuentra con su vertiente más lúdica, la de parques y playgrounds. En estas catedrales del juego individualista y del lucimiento por el lucimiento el jugador de equipo se encuentra fuera de lugar, como una talla 44 en un desfile de moda o como, tirando de tópico, un pulpo en un garaje. Aun así, desde este humilde estrado, me gustaría que las canchas en la calle recuperaran el ambiente que de unos años a esta parte parece haber desaparecido. Me encomiendo a la crisis para que las terrazas y las jarras de cerveza dejen paso a un regreso paulatino del jugador a las canchas. Un regreso, eso sí, que no debe ser repentino y que conviene acompañar con un poco de trabajo aeróbico previo y con un control en el consumo de grasas saturadas.

Pero volvamos a la reflexión, a esa necesaria pausa que nos debemos regalar cada poco tiempo para redefinir objetivos y analizar porqués. Ello, tan necesario en todos los ámbitos de la vida, se vuelve imprescindible cuando a baloncesto nos referimos. Ya sea desde la óptica de un jugador, amateur o profesional, desde la de un entrenador o un árbitro, siempre es oportuno realizar un balance.

Un balance que, por otra parte, no nos puede llevar tres meses. Se trata de identificar las causas, de valorar las consecuencias y de plantear mejoras para ponerse, enseguida, manos a la obra. El jugador debe identificar sus déficits a nivel técnico y táctico y asesorarse sobre la mejor forma para corregirlos. Debe profundizar en el trabajo físico y debe realimentar su deseo no tanto en términos de resultados, como sobre todo en términos de ambición.

El entrenador, por su parte (por la mía), debe aprovechar este tiempo para estudiar y viajar, para conocer nuevos métodos, leer opiniones y observar partidos con la lupa del que ve más allá de lo que todos ven. Debe indagar en nociones que se alejan de lo estrictamente baloncestístico como las pertenecientes a campos como la psicología o la propia filosofía. Toda actividad que le lleve a conocer mejor a las personas en todas sus dimensiones será bienvenida en el proceso.

El árbitro debe reciclarse. No sólo en cuanto al conocimiento del reglamento, sino sobre todo en cuanto a la interpretación del mismo. Viendo partidos y hablando con jugadores acabarán por definir un estilo propio y personal que les identifique convirtiéndolos en únicos e irrepetibles. De esta manera el jugador sabrá, antes de que empiece el partido, cómo actuar y de qué manera dirigirse al colegiado en función de las características de su arbitraje.

Me preocupan los que ya decidieron colgar las botas, los que no se dieron tan siquiera unos días para averiguar si el virus del baloncesto aún seguía pululando por su organismo. Me inquieta el chico (la chica) que interpretó el baloncesto como un problema y no como una solución. En categorías inferiores son varios los chicos que tienen decidido dejar de jugar, muchos los que no conciben el modo de complementar los estudios con el ejercicio y aprendizaje de nuestro deporte. Otros, en medio de fases vitales complicadas, sacudidos por circunstancias difíciles de corte personal, deciden que no hay nada en el baloncesto que les pueda ayudar. Yo sólo les pido, les demando, les exijo, que recuerden a través de las fotografías o los vídeos o simplemente explorando en los recovecos de su memoria, lo felices que se sintieron el día en que anotaron su primera canasta, en el que dieron su primera asistencia o cuando entendieron el valor de una ayuda defensiva, la máxima expresión del trabajo colaborativo que exige el baloncesto, el máximo exponente de esa comunión de esfuerzos que implica jugar en un equipo. Y es que aunque formar parte de una colectividad implica renuncias, lo cierto es que siempre, si se juega con el corazón abierto y la mente despejada, las recompensas son mucho mayores.

Por eso chicos, en ese salón de película del oeste en el que se convierte a veces nuestra vida, recordad la única regla que rige en ese mundo sin ley: No disparen al pianista. No apunten al baloncesto, el único inocente de toda la cantina. 



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

El retorno a lo más básico






En la noche más corta del año, con los rayos del sol incidiendo perpendicularmente sobre el Trópico de Cáncer, bajo una atmósfera abrasiva, casi asfixiante, el peso de la historia cayó sobre Miami para premiar al mejor equipo de la liga en una temporada 2011-2012 que, gracias al nivel de sus playoffs, ha visto como el asterisco que planeaba sobre ella se ha desvanecido entre las dosis de buen juego y la emoción de algunos partidos que ya ocupan un lugar preeminente en la videoteca de los buenos aficionados.

El último, en cambio, más que un partido de leyenda será sólo una efeméride, una fecha para el recuerdo y el estudio, un hito más en la imparable carrera de Lebron hacia la inmortalidad que define a todos los prohombres que, en sus diferentes profesiones y actividades, y en todas las generaciones, fueron más allá del mero desempeño eficiente de sus labores dejando en la memoria de sus coetáneos momentos imborrables y sensaciones contrapuestas mezcla de admiración y abatimiento.

Abatimiento como el que sintieron todos los miembros de un equipo llamado a ser asiduo visitante de las finales de la NBA. Los Thunder se han dejado tarea pendiente para septiembre. En los despachos deberán decidir no sólo entre Harden o Ibaka, sino también, el tipo de guardia pretoriana que desean para rodear y hacer sentir seguro a Kevin Durant. Sinceramente, el modelo a seguir lo han sufrido en sus carnes. Directivos de Oklahoma City, junten a Durant con un pívot que pueda jugar dentro y fuera y rebotear, denle dos aleros que sean una verdadera amenaza desde las esquinas y domen a la fiera Westbrook para que entienda quién debe jugarse el sesenta por ciento de las posesiones del equipo. Y si la solución se llama traspaso no lo duden, háganlo. Cuentan en sus filas con un, como afirmaría el propio interesado, Kobe Bryant de 2,08, con un raro espécimen de anotador compulsivo con la sangre fría necesaria como para ganar partidos igualados. No lo desaprovechen.

Tuvo el anillo de esta pasada madrugada esa extraña cualidad. La de ser de uno sin dejar de ser de todos. Si Lebron dominó la serie, no lo hizo sin la ayuda esencial de sus amigos. En determinados momentos del quinto partido a James se le puso cara de Montana o Elway (más aún ante los poco agresivos dos contra uno que dibujó Brooks en una pizarra en la que nunca creyeron sus jugadores) y empezó a repartir juego a una y otra esquina aprovechando la atención, lógica, que la defensa de Oklahoma le prestaba. De ello se aprovecharon Miller, Battier, Chalmers y hasta el propio Norris Cole, fieles escuderos que atacaron con la libertad que les proporcionó el saberse guarnecidos por su rey. Por su rey y por su príncipe. Al fin Wade supo entender su rol en este equipo, aceptar que ya no tiene las piernas ni el respeto arbitral del 2006 para plegarse a un papel fundamental, aunque no protagonista. Y no me quiero olvidar de Bosh, el tercero en discordia, cuyo regreso tras la lesión abdominal fue clave para derrocar a quienes más dificultades pusieron en el camino de los Heat hacia el anillo, los Celtics de Boston.

Otros dos nombres propios merecen titulares aparte. Uno es el del filipino, el alumno aventajado del entrenador con más caras y registros de la liga y otro de esos nombres propios, Pat Riley. Spoelstra supo dar con el mensaje en los momentos críticos y, en aquella bronca con Wade que parecía marcar el inicio de las hostilidades, salió reforzado al definir el límite de las competencias entre entrenador y jugador. Ello, por no hablar de los sistemas defensivos, los mejores de la liga junto a los de Boston y Chicago, aplicados, a su vez, por los físicos mejor preparados. Las rotaciones defensivas de los Heat son una delicia para los que disfrutamos con el trabajo en equipo que supone una defensa de este cariz. La actividad de los hombres en el lado débil, la capacidad de intimidación de James o Wade y la astucia de Haslem o Battier, la convierten en un obstáculo cuasi infranqueable. Los Heat sufrieron ante Hibbert y Garnett y entendieron, supieron hacerlo, que Durant se fuera a más de treinta por partido. Así, mientras la defensa de los Thunder fue la de un equipo de los ochenta, siempre detrás de la bola con una distancia y agresividad más propia de otra época, la de los Heat dibujó límites internos, cotos vedados por los que no querían que pasara la pelota. De ahí los errores de los de Oklahoma, de ahí todo ese flujo de puntos en transición. 



Y si la defensa, obra maestra de la ingeniería filipina, es del siglo XXI, qué decir del juego de Lebron. Sus críticos le tacharon de egoísta en lo que supuso, además de una falacia, un inmenso error. Quienes le temen se consuelan con su presumible decadencia anticipada, con un natural declive en sus facultades físicas que fechan allá por el 2016. Él, en cambio, habla del regreso a lo más básico, de jugar sin odio, de amar el baloncesto. Lebron encontró en la derrota el acicate para trabajar más duro. No se sorprendan si en octubre su tiro en suspensión aparece mejorado y si sus porcentajes en el triple se elevan por encima del cuarenta por ciento. Y es que para Lebron, la alegría por el anillo conseguido no durará, tan siquiera, lo que tarda en llegar el invierno. Su plan consistirá en unos días de descanso, una cita con la gloria olímpica y más sesiones de mañana y tarde para seguir retrocediendo en el tiempo, para seguir redescubriendo una esencia, la del baloncesto, que no está ni en el marketing ni en la prensa, que está en lo más básico, en los fundamentos. 



UN ABRAZO Y ENHORABUENA A MIAMI HEAT POR SU SEGUNDO ANILLO DE LA NBA

Ahora ya lo sabes





Estimada majestad:


Hace poco más de un año me dirigí a usted de la siguiente manera: ¿Cuál es tu lugar? Lo hacía después de que los Mavericks se pusieran a un solo triunfo de la victoria en las Finales de la NBA. Entonces, en un partido de triple doble, simplemente hiciste dejación de tus funciones cuando los balones más quemaban. Desapareciste del país al más puro estilo Carlos V y su obsesión por su Alemania natal. Claudicaste como lo hubiera hecho el borbón más borbón de todos los borbones en Fontainebleau dejando al país, tu equipo, en la más desoladora orfandad.

Ahora, en cambio, te muestras ante el mundo como un rey noble y considerado. Despachaste a los Celtics con señorío recordando lo difícil que te lo habían puesto en temporadas pasadas. Ahora, en las finales, alabas al Príncipe Durant tachándolo de imparable. En tus declaraciones evitas rememorar el pasado y anticipar el futuro. Vives en el presente como indican todos los manuales de budismo o zen. Y en ese presente te sabes superior al resto de congéneres. Entiendes que sólo tú puedes fallar una bandeja tras chocar con Ibaka y Perkins para después rehacerte y coger tu propio rechace. Entiendes que no te hace falta anotar como Durant, rebotear como Howard ni asistir como Rondo para ser el jugador más completo y decisivo del campeonato. Tu cetro, como desde que llegaste a la liga, sigue siendo propiedad de todos tus compañeros. En cambio, cuando todos los ojos del mundo depositan la mirada sobre tus hombros, ya no cedes la batuta y te cobijas en cualquier esquina de la cancha. Ahora eres el rey de principio a fin, en las buenas y en las malas, igual en Rivendel que en Mordor, tanto en la paz como en la guerra.

Que no nos engañen tus entradas ni tu rostro demacrado. Tienes 27 años y los mejores partidos de tu vida por jugar. Si te haces con el anillo lo habrás hecho con varios meses menos de lo que lo hizo el propio Michael Jordan para dar comienzo a una enorme racha triunfal que aún pudo ser mejor de no haberse retirado en el 93. Habrá que ver cómo te pasa factura el contador de esfuerzos y partidos tras haber llegado a la liga siendo un adolescente. El tiempo dirá si “The Decision” fue la correcta y si la costa de Florida es esa tierra prometida escriturada y tú El Elegido anunciado por todos los profetas.

No olvides que aún no conseguiste nada, que si bien un 3-1 es una garantía estadística de éxito, en frente de ti hay un extraño mutante con las mejores cualidades de un base o escolta en un cuerpo de 2,08 y brazos infinitos que no entiende ni de números ni de leyendas y es que él, Kevin Durant, se dedica, simplemente, a jugar al baloncesto de esa forma desenfadada que tanto gusta en los parques del bajo New York o en los suburbios del D.C.

A estas alturas, después de haberte negado más de tres veces, ya no puedo dejar de apostar por ti. Será en el quinto partido, con todo el mundo mirando, cuando bajo la luz de los focos del American Airlines Arena, en tu particular y voluntario destierro, en la Ítaca que se te aparece en todos los sueños, te autocoronarás emperador y rey de todos los que practicamos este deporte. Sólo un Kevin Durant tocado por una varita podría impedirlo. Disfrutemos de estos momentos para la historia. Saboreemos cada segundo de este baloncesto que no están regalando Heat y Thunder en el lugar que Lebron ha elegido para establecer su legado. 



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Tougher than the rest






Aprovechando el último día de “The Boss” en España he querido rendirle un personal homenaje utilizando alguno de sus títulos más conocidos para hacer un pequeño análisis sobre las múltiples lecturas que nos está dejando la final de la NBA.

Land of hope and dreams. Una tierra para la esperanza y para los sueños. Justo eso es la Península de Florida en la que unos españoles atracaron allá por el siglo XVI. Más recientemente, Miami se ha convertido, también, en una vía de escape ideal para los disidentes cubanos perseguidos por el régimen militar. La imagen del American Airlines Arena reflejado sobre la lámina de agua que lo circunda con la noche ya cerrada sobre Miami vino a corroborar esta teoría. Sin duda un fantástico escenario para que los sueños se vean de una vez cumplidos. 



Cover me. La confianza en el compañero es el principal pilar de la defensa de los Heat, una retaguardia ideada para contener los ataques, siempre de frente en uno contra uno o pick and roll, de unos Thunder a los que les cuesta anotar si no es en transición. Las rotaciones defensivas de los de Spoelstra son simplemente magníficas y su capacidad física no tiene nada que envidiar a la de los chicos de Oklahoma.

Wish I were blind. Eso debió pensar Joe Crawford cuando señalizó la cuarta falta personal de Kevin Durant. El veterano árbitro no quiso pasar por alto un leve contacto del antebrazo de éste sobre Wade y envió a la estrella de los Thunder al banquillo cuando estaba desarrollando su mejor juego ofensivo. Joe Crawford no quiso hacer la vista gorda y a los de Brooks se les cayó el mundo encima mientras el aro se les hacía cada vez más pequeño.

My best was never good enough. Al menos hasta ahora. Lebron James tiene muy claro que su talento atlético y baloncestístico no ha sido suficiente hasta la fecha. Por ello entiende que está ante su gran oportunidad para demostrarle al mundo, y sobre todo a sí mismo, que su juego, a fecha de hoy, sí es el requerido para erigirse en el único dueño y señor de la competición.



Working on a dream. Tipos como Bosh, una estrella cómodamente instalada en un rol secundario, Battier, Haslem o James Jones lo tienen muy claro, ellos trabajan por un sueño y lo hacen en el sentido más literal de la palabra. Su actuación sólo puede ser calificada como de profesional y ello, en estos tiempos que corren, es toda una garantía de éxito. En la batalla de secundarios los Heat se están imponiendo a unos jugadores de Oklahoma perdidos en medio de una rotación que, en mi opinión, no está siendo la acertada.

Thunder Road. Empieza a oscurecer sobre la cada vez más estrecha carretera por la que han decidido circular los Thunder para llegar hasta su objetivo final. Su juventud les impide preocuparse por las cerradas curvas y las escarpadas cunetas. En la eliminatoria contra San Antonio ya se asomaron al precipicio. No les gustó lo que vieron y ganaron los cuatro partidos siguientes. ¿Serán capaces de controlar el pánico y llegar hasta ese lugar llamado Victoria?

Tougher than the rest. Así, más duro que los demás, ha demostrado ser Lebron James en estos tres partidos que llevamos de final. Su juego no está siendo brillante y sus tiros en suspensión, pocos, no están cayendo en el aro. Sin embargo, a base de potencia, deseo y ambición, Lebron James está consiguiendo sumar en ambos lados de la cancha y está haciéndole la vida mucho más difícil a un Kevin Durant que si no hace más tiros es porque la defensa de James se lo impide.

El cuarto partido, en la madrugada del martes al miércoles, nos dará muchas pistas sobre el destino del acontecimiento más importante de un deporte, no lo olvidemos, nacido en los Estados Unidos. A partir de su desenlace podremos presumir cuál de los dos equipos yacerá sumergido en las profundidades del río y cuál, sin embargo, se adentrará en un túnel de amor, el que conduce inevitablemente hacia el anillo de la NBA. 



UN ABRAZO Y BUEN VIAJE DE VUELTA BOSS

El Show debe continuar





Decía Pablo Laso, finalizado el encuentro de ayer, que al final siempre gana el mejor. Yo, disidente como de costumbre, niego la mayor. Y es que el Regal Barcelona no es mejor equipo que el Real Madrid. No tiene mejor plantilla ni practica un baloncesto más armonioso o académico. Simplemente ganó un partido más. El primero, gracias a un triple imposible. El cuarto gracias a los ajustes defensivos planteados por su técnico. El quinto, por una mayor sangre fría. Tres por un total de once puntos que valen una liga -enhorabuena a todos los culés-, pero que no demuestran, necesariamente, una superioridad baloncestística respecto al eterno rival.

La mañana del domingo, el día después del todo o nada, ha amanecido con la noticia de la renovación de Pablo Laso en la que es, sin lugar a dudas, una buena nueva para el madridismo. En estos últimos años al proyecto blanco le han sobrado nombres a los que les ha faltado tiempo. Avalados por su trayectoria llegaron Maljkovic y Messina. Apremiados por la urgencia del ganar o ganar ficharon para hoy olvidándose del hambre del mañana. Ahora, en cambio, la salud de la sección se asienta sobre la juventud de sus piezas más importantes (Llull, Sergio Rodríguez, Nikola Mirotic) y sobre la estabilidad que aporta esta renovación de un técnico que entiende muy bien la psicología de sus jugadores y que lee con destreza las necesidades de cada partido.

Puede ser poco popular publicar esta defensa del técnico vitoriano pocas horas después de que se consumara la derrota y culminara, así, una temporada marcada por la temprana eliminación de la Euroliga y por la consecución de una Copa que puede saber a poco. No debemos olvidar que éste es el año 1 de un proyecto, que en nueve meses no es posible edificar un conjunto ganador, pero sí poner los mimbres.

Y este equipo tiene mimbres. Tiene todos los pilares necesarios para no abandonar en un buen período de tiempo la senda de la victoria. De poco serviría provocar una catarsis ahora que el Real Madrid le ha vuelto a pelear los títulos al Barcelona de la mano de un estilo inconfundible y casi inimitable que se alimenta de la locura incontrolada de Llull y de la más programada de Sergio Rodríguez. Rebotear y correr, algo que ya hacían los Celtics de Red Auerbach en los sesenta, son dos premisas que, aunque nos transportan a otros tiempos, (los de, por ejemplo, los Lakers del Showtime) marcan el nuevo concepto de modernidad aplicado al baloncesto. Conceptos que conviven con los más antiguos y académicos de los Obradovic o Ivkovic (a los que parece adherirse Xavi Pascual), aquéllos basados en reducir el número de posesiones y controlar el tempo del partido y que, por el momento, rinden dividendos en Europa al amparo de un reglamento (hay que ensanchar el campo, castigar con antideportiva las faltas que cortan deliberadamente las transiciones del oponente, imponer los tres segundos defensivos,...) y de un criterio arbitral que los canonizan.

Permitidme felicitar al Real Madrid, a sus jugadores y a su cuerpo técnico, por la gran temporada realizada y por las que vendrán. El rumbo está encauzado y todo el mundo sabe a qué y cómo juega el equipo blanco. Y ello, espero que sus críticos lo comprendan, es gracias a la figura de un Pablo Laso que ha manejado a la perfección un vestuario joven y no sobrado de experiencia que tiene todo lo necesario para que las vitrinas del museo acojan a nuevos inquilinos en un futuro cercano. El 16 de junio de 2012 no es la fecha de un entierro y sí el día en que el Madrid se demostró a sí mismo que pudo, puede y podrá con los mejores equipos del mundo tras un partido en el que quedó patente que el show, sí amigos, debe continuar. 



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

¿Realidad o ficción?





En este mes de junio plagado de acontecimientos deportivos, el destino en forma de dos grandes finales ha conseguido situar al baloncesto en el lugar que nunca debió dejar de ocupar. Así, aunque la Eurocopa centre la atención del gran público, de la mayor parte de la ciudadanía aficionada o no al deporte, las finales de la ACB y de la NBA están poniendo a prueba a los paladares más exigentes del sibarita de sofá en que unos cuantos nos convertimos cuando llegan estas fechas. Así, ante tal nivel de espectáculo, a uno sólo le cabe preguntarse si todo esto es de verdad, si es realidad o ficción. Por ello, adaptando para mi modesto blog una de las secciones más exitosas de la web de ESPN voy a intentar analizar, desde un ángulo muy personal, alguna de las claves que determinarán el resultado final de ambas eliminatorias.

REGAL BARCELONA 2 – REAL MADRID 2

El rendimiento de Lorbek será el termómetro que medirá las opciones del Regal Barcelona en el quinto partido. ¿Realidad o ficción?

Realidad. Todos contamos con que Navarro sume 15-20 puntos incluso no estando brillante. Laso cuenta con ello y tiene armas para defender un gran partido del escolta, pero no, en cambio, ha demostrado tener un plan para frenar los pick and pop de éste con el esloveno. De la capacidad del ala-pívot para anotar dentro y fuera y de la habilidad del Madrid para frenarle dependerá muy mucho, me temo, el resultado final del quinto y decisivo partido.

Laso apostará por mantener durante mucho tiempo un cinco puro (Begic, Tomic) en pista para aprovechar su ventaja de centímetros en el poste bajo. ¿Realidad o ficción?

Ficción. La pareja Reyes-Mirotic es la que le proporciona al Madrid un mejor equilibrio en ambos lados de la cancha. Tomic y Begic serán una opción durante los dos primeros cuartos, pero en los minutos finales el partido dependerá de la capacidad de Felipe para rebotear en defensa y en ataque y de la madurez que demuestre Niko tanto para atacar el aro, anotar desde el perímetro y, sobre todo, frenar a Lorbek.

Xavi Pascual utilizó, en el cuarto partido, una rotación de ocho hombres. La mejora fue evidente. ¿Simplificará Laso la rotación?

Realidad. Me temo que sí. Aunque uno de los grandes avales de este Real Madrid ha sido la profundidad de su plantilla y las rotaciones cada seis-siete minutos con el objetivo de mantener la intensidad en pista, una final es una final y demanda que los minutos se los repartan los jugadores que cuentan con la confianza plena del entrenador y de sus compañeros. Salvo que presenten un gran rendimiento en su primera oportunidad lo lógico es que Pocius, Begic y Suárez se repartan muy pocos minutos.

Pronóstico Regal Barcelona-Real Madrid. Aunque recuerdo como si fuera ayer aquel quinto partido en el que Djordjevic tuvo que salir escoltado del Palau, creo que el Madrid dilapidó su mejor opción en el cuarto. Quisiera equivocarme, pero con el grado de protección arbitral hacia Navarro y Lorbek y con el factor cancha a favor, el Barcelona es favorito. Sólo si se permite una mayor dureza defensiva y el Madrid logra imponer un tempo rápido podrán los de Laso ganar el partido.

MIAMI HEAT 1 – OKLAHOMA CITY THUNDER 1

Cincuenta tiros de Westbrook por cuarenta y dos de Durant en lo que va de finales. Todo hace indicar que los de Brooks intentarán revertir esta tendencia y alimentar mejor a su estrella. ¿Realidad o ficción?

Ficción. No mientras Lebron James siga encima de Kevin Durant y el equipo no consiga liberarle para salir con ventaja. A Westbrook se le apagan las luces por dos motivos. Uno es que su visión de juego es limitada. Otro, que se ve muy superior a sus pares. Para mí, la mejor receta pasa por conseguir liberar a Westbrook de la fantástica defensa de Wade y conseguir que Durant ataque uno contra uno contra cualquiera que no lleve “James” en el dorso de su camiseta. De lo contrario, a Westbrook no le quedará otra que asumir tiros malos para no consumir la posesión. 



Chris Bosh apenas se ha jugado un par de opciones en el poste bajo. Aun así, Scott Brooks mantuvo durante mucho tiempo a Perkins en su marca. Chris Bosh se aprovechó de su ventaja en estatura y envergadura para irse hasta los 7 rebotes ofensivos. Nick Collison debe jugar más minutos en el próximo partido. ¿Realidad o ficción?

Realidad. De hecho Perkins sólo disputó 20 minutos, si bien es cierto que fue en el segundo cuarto cuando Bosh hizo más daño bajo los tableros. Ibaka no estuvo centrado en las rotaciones defensivas y un triple no defendido de Battier le condenó a pasar un largo período en el banquillo. Creo que Brooks no debe tener miedo en utilizar su quinteto estrella con Westbrook-Harden-Sefolosha-Durant-Ibaka (con salida de Collison para dar descanso a este último) desde el principio protegiendo a Durant de la defensa de James y colocando a Ibaka sobre Bosh.

El duelo Lebron James-Kevin Durant es el mejor que se ha vivido en unas finales desde el Bird-Johnson. ¿Realidad o ficción?

Realidad. Jordan nunca experimentó uno de estos matchups durante sus seis finales disputadas (y ganadas). Es cierto que en momentos se encontró frente a frente con Magic (un Magic ya veterano), Drexler (el único que sí jugaba en su misma posición pero, aunque gran jugador, muy lejos del nivel de James o Durant), Barkley (más un ala-pívot), Payton (un base) o Stockton (un base). Aunque el Pierce-Bryant tuvo su atractivo, tampoco llega al nivel de lo que nos demuestran partido a partido estos dos titanes de la canasta, dos aleros que anotan de formas muy diferentes pero que, a fin de cuentas, ocupan la misma posición en la cancha. Es más, ni siquiera el propio duelo entre Bird y Magic vivió un enfrentamiento tan directo como el que pudimos presenciar la pasada madrugada en el momento en que Durant se jugó la canasta decisiva por encima de la defensa de Lebron James. 



Miami Heat ganará los tres partidos de casa y se llevará la final. ¿Realidad o ficción?

Ficción. Oklahoma City ganará, al menos, un encuentro y devolverá la eliminatoria a su arena. Ojalá la serie llegue con un 3-2 para Heat y que podamos vivir toda la emoción del baloncesto en dos últimos partidos jugados a vida o muerte. Las estadísticas dicen que es muy difícil ganar los tres partidos seguidos en casa y el propio devenir de la serie invita a que estos partidos sean muy igualados. Será divertido. Eso seguro.

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Juego de Tronos





Derrocadas las dinastías más pujantes de la primera década de siglo, Spurs y Lakers, y enterrada, aunque es difícil adivinar si para siempre, la mística que envuelve a los caballeros del trébol, un nuevo panorama se abre en ese océano de tierra que se encontraron españoles, ingleses y holandeses allá en la Edad Moderna.

En esa tierra indómita, mezcla de pedregales y llanuras fértiles, de montañas cuarcíticas y desiertos fríos, dos reinos se disputan la hegemonía. De la Península de Florida, estrecha franja de tierra que separa el Océano Atlántico del Golfo de Méjico, proceden los Heat, los señores del calor, doce guerreros acostumbrados a batallar sin armadura intentando hacer daño en el campo abierto. Su indiscutible señor responde al nombre de Lebron James. Le escoltan sus dos más fieles aliados: Dwyane Wade y Chris Bosh. Su séquito, más que por su habilidad o destreza, destaca por su intachable fidelidad, por su más que probada lealtad.

Dos mil kilómetros hacia el oeste, entre las Tierras Altas y las Grandes Llanuras, asolado por incendios y tornados, se erige el reino del trueno gobernado por una dinastía que abandonó, hace pocos años, el frío y lluvioso noroeste para instalarse en latitudes más cálidas. Aquí, en esta tierra de nadie abierta al ataque de cualquier enemigo que ose penetrar sus fronteras, manda Kevin Durant, un extraterrestre con cualidades de procedencia desconocida. Un siempre insidioso Westbrook, le disputa el cetro desde dentro. Por fortuna, el otro miembro del triunvirato se encuentra centrado en otras guerras y es que para Harden no hay nada mejor que herir una vez tras otra la moral del enemigo a base de triples o penetraciones imposibles. Cabe destacar, también, la imponente presencia de dos centinelas, Serge Ibaka y Kendrick Perkins, la pareja mejor preparada para contener los ataques enemigos.


Calor y trueno no son realidades físicas enfrentadas. Más bien, al contrario, se encuentran íntimamente ligadas y coalescen en el tiempo. Lo que está claro, es que ambas necesitan de una importante fuente de energía, una energía que, durante las dos próximas semanas, encontrará su origen en el deseo que ambos reinos tendrán por hacerse con el anillo de la NBA, un anillo para dominarlos a todos.

Un anillo que pasa, ya en clave baloncestística, por lo que puedan hacer secundarios como Battier o Haslem en los Heat y Collison o Fisher en los Thunder. Su aportación suele pasar desapercibida, pero son esos puntos con los que los rivales no cuentan los que más daño hacen a la estrategia rival.

Será clave, también, la aportación de Chris Bosh. Puede que Spoelstra siga utilizándolo desde el banquillo para igualar el flujo anotador que aporta Harden en Oklahoma y para evitar enfrentarlo, directamente, con esa guardia pretoriana formada por Perkins e Ibaka que protege el aro de los de Brooks.

Decisivas, también, serán las actuaciones de Westbrook y Wade. Dos de los mejores dribladores de la liga, dos de los físicos más explosivos, se verán cara a cara durante muchos minutos cada partido. No descarten que Westbrook defienda a Wade en los minutos calientes de la serie mientras Durant se “relaja” tapando con su envergadura los triples y las penetraciones de Mario Chalmers.

Será interesante, también, comprobar cuál de los entrenadores conduce la partida a su terreno, quién de los dos, Spoelstra o Brooks, mueve sus fichas antes para colocar un quinteto formado por cuatro exteriores. Creo que a ambos, por las piezas que tienen, les puede interesar oponer este formato. En ese momento la táctica dejaría paso al talento y la trinchera a un frente descubierto de cualquier tipo de obstáculo para que decidan el talento y la fortaleza mental.

Será esta última cualidad, la fortaleza mental, la que termine por decidir cuál de los dos monarcas es el rey mejor preparado para dirigir los designios de la nación. Aunque a priori parece imposible decantarse por Lebron James o Kevin Durant atendiendo a cuestiones numéricas o deportivas más allá de gustos o preferencias personales, esta final, este choque en las alturas, nos puede dar muchas pistas sobre el verdadero carácter de los aspirantes. James intentará anotar en transición, tras penetración, desde el tiro libre o a través de sus suspensiones en el rango de los 5-6 metros. Durant, además de todo eso, puede hacerlo también desde más allá de los 7,24. James defenderá a Kevin. No, en cambio, Kevin a James salvo en contadas ocasiones. Lebron, buen conocedor de la leyenda de Alejandro el Magno, intentará convertir el duelo en algo personal. Durant, más persa que macedonio, más Darío que Alejandro, se refugiará en sus tropas sabedor de que la gloria final no pasa por meter, rebotear o asistir más que Lebron, sino porque el equipo anote un punto, aunque sólo sea uno, más que el rival. 




Por ello ganarán los Thunder, por la astucia y saber hacer de su rey. He ahí mi pronóstico. Los del trueno en siete bonitos partidos en una final que promete ser la mejor desde las que libraron Celtics y Lakers en los ochenta. Y tú, ¿con qué rey te quedas? 



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Adiós muchachos





Son las cinco y cuarto de la madrugada y la noche salmantina, espesa, amenaza con regalarnos un lluvioso domingo. Podría acostarme y redactar este post a la luz del día con la distancia que marcan las horas y el sosiego de un necesario descanso.

Pero no. Prefiero hacerlo ahora, con el vello aún de punta después de fundirme, yo también, en el abrazo que Glenn Rivers le ha brindado a cada uno de sus jugadores en el día, la noche, en que parece cerrarse definitivamente una ventana que los Celtics, durante estos últimos años, se han empeñado en dejar abierta a golpe de orgullo y corazón, de trabajo y deseo. 




La noche de Miami se tiñó del blanco de los Heat. Del blanco de la baldosa con la que ahora, imagino, se miran cara a cara cada uno de los miembros del equipo derrotado. Ellos, que se han dicho todo mirándose a los ojos en las incontables batallas que incluye una temporada NBA, son ahora incapaces de buscar el rostro de sus compañeros. Todos, titulares o suplentes, se sienten responsables y se preguntan qué se pudo hacer mejor.

Esta derrota, esta exhibición del Big Three de Miami (70 puntos), supone un punto de no retorno, el pistoletazo de salida para un proceso de renovación que no se puede alargar más. Se cierra, pese a que la nostalgia nos invite a pensar lo contrario, un ciclo que mereció más que un título y que estuvo marcado, aunque su reciente resurrección les lleve a algunos a minimizar este hecho, por la lesión de Kevin Garnett en febrero de 2009.

Aquella lesión mediatizó la defensa del título y, también, la temporada siguiente o lo que es lo mismo, los mejores años que tenían en sus piernas Allen, Pierce y el propio Garnett. Con éste de traje en el banquillo, Orlando nos apeó en un doloroso séptimo partido en el Garden de la Final de Conferencia y, en 2010, sólo unos minutos sobraron para que, con Perkins también lesionado, los Lakers se impusieran colocándose a un solo anillo de los 17 de los Celtics. 

Ya habrá tiempo para hacer balance. Sobrarán las ocasiones para repasar las fotos que nos dejaron estos cinco años de baloncesto en estado puro. Es prioritario analizar el presente y preparar un futuro que se presenta incierto. Sigue Rivers, a quien Danny Ainge le extendería un contrato vitalicio si la liga lo permitiera. Sigue Rondo, el mejor jugador calidad-precio de todo el campeonato y un base que puede atraer a jugadores con talento por su capacidad para hacer mejores a sus compañeros. Sigue, en teoría, el capitán Paul Pierce, al que aún le quedan dos años de contrato y uno opcional. Digo en teoría porque deberá tratarse de su esguince de ligamento y analizar si merecerá la pena un nuevo verano de penurias para llegar preparado al training camp.

Entran en el mercado Kevin Garnett y Ray Allen. A la Máscara no le faltarán ofertas. Es una garantía de 15-10, amén de ser un verdadero catalizador defensivo con precisas nociones sobre el secreto. Me gustaría, a qué seguidor de los verdes no, verle de regreso en octubre intentando que se repita aquel beso en el parqué del Garden al grito de “Impossible is Nothing” que nos regaló la noche en que ganaron el anillo. Tampoco le faltarán ofertas a Ray Allen para ser el sexto hombre de cualquier equipo con aspiraciones, el verdugo en partidos igualados que necesiten de su precisión. No se extrañen si, tras operarse su maltrecho tobillo, aterriza en South Beach. Tampoco deberían hacerlo si le ven vestido de azul en Oklahoma City si Sam Presti da preferencia a la renovación de Ibaka sobre la de Harden.

De los secundarios nada se sabe. Insisten, lo leo ya por la mañana, Pietrus, Bass y Dooling en regresar, en volver para experimentar de nuevo las sensaciones de este año marcado por la adversidad en forma de hombros dislocados (Avery Bradley) y corazones enfermos (Jeff Green, Chris Wilcox). No desean, lo dice Dooling, que su estancia en los Celtics concluya entre lágrimas después de haber sentido, muchos años después, las típicas sensaciones de un equipo de instituto o universidad. 

Soy pesimista. Cuando las emociones dejen paso a la racionalidad a Danny Ainge no le quedará otra que reconocer que es el momento de iniciar la limpia. Doc y él valorarán la posibilidad de que regresen algunos jugadores, pero más que de sentimientos hablarán del precio que están dispuestos a pagar. Me temo que los agentes libres pasarán de largo por la ruta que conduce a Boston. Son los jugadores del 2012 una raza despojada de valores, unos profesionales dispuestos a renunciar a conocer el sabor de la tradición y lo que significa ser un Celtic a cambio de un proyecto deportivo ambicioso en el corto plazo y de un puñado de dólares. Y se entiende, vaya, pero es triste.

Triste porque se avecinan tiempos de crisis en la franquicia más laureada de la liga. Se intuye una larga travesía por el desierto como la que ya vivimos durante los noventa. Sólo espero que los que vuelvan y los que lleguen vistan la camiseta blanca y verde, verde y blanca, con la responsabilidad de saber que ya lo hicieron antes estos tres tipos, Ray Allen, Paul Pierce y Kevin Garnett, a los que o mucho me equivoco o no volveremos a ver juntos. 



Descanse En Paz el viejo Big Three. Sólo puedo deciros que me habéis robado muchas horas de sueño, que me habéis enseñado infinitos valores y me habéis hecho amar cada día más este maravilloso deporte. Por ello y por tantas otras cosas sólo puedo deciros... Adiós muchachos, compañeros de mi vida.

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Uno de esos días





Ayer fue uno de esos días. Uno de esos días en los que la jungla se convierte en un afable safari. Uno de esos momentos históricos en los que un rey se deja de cazar elefantes en Botswana para ser, simplemente, eso, el rey.

Y el rey, en esa espesa selva que se preveía iba a ser el Boston Garden, fue Lebron con 45 puntos y 15 rebotes que no lo dicen todo, que no reflejan en toda su crudeza el dominio tiránico que James ejerció sobre un partido que podía haber sido decisivo.

En este contexto los Celtics decepcionaron. Se olvidaron del manual del juego en equipo, quisieron cantar “a capella” un solo que resultó desafinado. Sobre todo Paul Pierce, un capitán acomplejado que quiso rememorar aquel séptimo partido de las semifinales de conferencia de 2008 entre Celtics y Cavaliers en el que Lebron también se fue a 45, pero en el que él replicó con 41. Pero ya no están las piernas para alardes. Son ellas, no otra cosa, las que hacen que los triples no entren, que los tiros de media distancia no caigan donde solían caer. Hay veces en las que el corazón no es suficiente. Ayer sin ir más lejos.

Los Celtics volvieron a desaprovechar un sexto partido para cerrar una eliminatoria. Lo hicieron contra Atlanta y Cleveland en 2008. Contra Chicago y Orlando en 2009. Contra Lakers en 2010. Ganaron los tres primeros séptimos en casa. Perdieron uno en el Garden y otro en el Staples. Se repite el mismo patrón de convertir lo fácil en difícil. El problema es que ahora lo difícil roza lo imposible y el coro suena a despedida.

Tendrá que regresar el Rondo extraterrestre. Tendrá que aparecer el Garnett inoxidable. Será necesario, por encima de todas las cosas, que a Lebron el aro deje de parecerle una piscina. Si no, de poco servirán los ajustes defensivos de Doc o los posibles triples de Allen. Si desde todos los ángulos, distancias y posiciones, Lebron anota una vez tras otra de la forma en que lo hizo en este histórico sexto partido en el Garden, a los de Rivers sólo les quedará hacer las maletas y rendirse a la evidencia.

Porque el 45-15 de anoche fue simplemente impecable. Mucho más eficiente que los 63 del Dios disfrazado de baloncesto del que habló Larry Bird tras las dos prórrogas del primer partido de la primera serie de playoffs entre Boston y Chicago en 1986. Mucho más eficiente y mucho más importante. Estoy convencido de que Lebron podría haberse ido a una cifra ridícula de haberlo necesitado. No hizo falta. Ni para ganar ni para permanecer, para siempre, en la memoria de los buenos aficionados. Fue sensacional. Como aquella otra en Detroit. Como la que puede suceder en cualquier momento. 



Para el sábado permítanme recomendarles una buena siesta. Les espera un domingo con fútbol y tenis que empezará con una noche que no será otra cualquiera. A la luz de la luna reflejada sobre el Atlántico Miami y Boston se jugarán un pase para las finales de la NBA en un partido que puede suponer la despedida del viejo Big Three de Celtics y el despegue de un nuevo trío victorioso, el que forman Lebron, James y los demás. Lo siento Wade pero, y a pesar de tus grandes partidos contra Indiana, cuando Lebron juega así sólo te queda ayudar y mirar. Lo mismo que al resto. Disfrutémoslo.

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Va de finales





Junio es un mes especial. Es prólogo y epílogo, alba y ocaso, hola y adiós. Es un salón de entrada con vistas al deseado verano, pero también una especie de finisterre en el que es inevitable echar la mirada atrás. Este junio, como siempre, va de finales. De finales de curso, de finales de ciclo. De finales tristes, pero también felices. De finales que son el final y de otros que son sólo el principio. Lo que es seguro es que, al menos el baloncesto, aún nos tiene que deparar varios de éstos inciertos.

El deporte de la canasta apura los últimos acordes de su genial melodía. Este año, es cierto, nos regalará un bis en Londres, pero no sabemos, aunque lo esperamos, si la cita olímpica logrará estar a la altura de los regalos que nos viene haciendo durante todo este año. Hagan memoria, si no, y recuerden esa canasta de Printezis que puso el lazo dorado a una remontada digna de cualquier epopeya griega. O las sorpresas con las que nos obsequiaron Real Madrid y Perfumerías Avenida en los respectivos trofeos coperos. Por no hablar de lo mucho y bueno que se está pudiendo ver en los playoffs de la NBA en una temporada a la que habrá que quitarle para siempre el asterisco del lockout.

Pero no se trata de hacer balance. No, al menos, todavía. No cuando aún se encuentran en juego las dos competiciones más importantes de la esfera basket. Desde hoy, y quizá hasta que se dispute un quinto partido, se pone en juego la hegemonía en el territorio español entre las dos marcas más reconocibles de nuestro deporte y, probablemente, de nuestro país. Real Madrid y Barcelona miden fuerzas y comparan sus particulares virtudes enfrente de un espejo detrás del cual, esperemos, estén millones y millones de aficionados. Los de Laso jugarán a ser más y los de Pascual intentarán que todo parezca menos. El Madrid buscará ser más rápido, más alto y más fuerte, es decir, jugar en campo abierto, anotar en la zona y controlar el rebote. El Barcelona, por su parte, intentará minimizar todas las aptitudes del conjunto blanco apelando a su mayor cualidad, la defensa. Si hiciéramos caso a la máxima baloncestística de que los ataques ganan partidos y las defensas campeonatos deberíamos ir entregándole el trofeo a los de Pascual. Por fortuna, a Laso también le salen las cuentas. Le bastará con que su colección de talentos le ganen en inspiración a un Navarro al que no sabemos muy bien cuánto le están afectando sus repetidas lesiones.

En el otro lado del charco, en esa sucesión de noches mágicas que a modo de aurora boreal iluminan nuestras casas de madrugada, las finales de conferencia han ido cogiendo forma. Se disputaron ya los quintos y habitualmente decisivos encuentros. Para sorpresa de todos, al menos en la Conferencia Este, ganaron los visitantes. Los jóvenes traviesos de Oklahoma City de la mano de su cuarteto mágico de cuerda en el que no debemos dejar de incluir a Ibaka y los viejos rockeros de Celtics que, siguiendo una partitura un poco más emborronada, siempre consiguen reunir la admiración de todos los que les seguimos. Consiguieron, ambos, ganar tres partidos consecutivos con todo lo que ello implica. Demostraron que es posible ajustar sobre el ajuste y prever lo que el entrenador rival puede diseñar. Ganaron Thunder y Celtics. Ganaron Brooks y Rivers. Ganaron Durant y Harden, Pierce y Garnett. Lo dicho, con diferentes registros y modos de hacer. Apelando a patrones opuestos que, si logran cerrar las eliminatorias, veremos colisionar en una Final que no por inesperada dejaría de albergar grandes dosis de interés.

Llega el final. El ganar o el irse a casa. Se siente ya el calor de las caldeadas atmósferas que tanto en el Ford Center de Oklahoma City como en el TD Banknorth Garden de Boston se están cociendo a fuego lento para recibir a Spurs y Heat, los a priori favoritos que ahora sienten la necesidad, imperiosa, de ganar para jugar la Final. De ganar, para que no sea el final. 



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