Hoy hablan ellos por ti





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Lejos de los focos y de los flashes, de los homenajes públicos y de aquellos otros más privados y sentidos; reunidos en la casa de Pedreña que abandonara para siempre, hace hoy trescientos sesenta y seis días, Severiano Ballesteros, se encuentran las herramientas gracias a las cuales The Spanish Matador pudo hacer volar una bola de poco más de cuatro centímetros de diámetro con destino a la cumbre del golf.

Seguro que los recuerdas Seve. Son esos palos que te acompañaron a lo largo del mundo desde la Georgia de Ray Charles hasta la imperial Japón. Hoy, con el mar bravío como escenario de fondo, se han juntado en tu sala de trofeos y, embebidos por el aroma de la costa cantábrica que te vio nacer hace poco más de cincuenta y cinco años, han querido romper su silencio y dedicarte estas bellas palabras. 

(Se pone en pie un hierro 3 con varilla de acero adaptada para niños)

“Yo fui el primero. Tu único amor en aquellos tiempos difíciles en los que la familia aún dependía de los ingresos derivados de la modesta cabaña ganadera que poseía tu padre. Te dijeron que fui un regalo, un obsequio de un viejo socio del Real Club de Golf de Pedreña. Lo cierto es que él no sabía qué hacer conmigo y encontró en tu juventud y descaro la mejor excusa para mandarme a paseo. Redujo mi talla y me adaptó a tu estatura. Poco te importaron los pocos grados de mi cabeza de acero o la leyenda de indomabilidad (el hierro 3 es uno de los palos más difíciles de jugar para los amateurs) que se cierne sobre mí. Eras tan feliz teniéndome en tus manos... Aún recuerdo aquellos golpes que dabas a hurtadillas en el campo cuando el sol ya había caído y los búhos se sentían dueños de la noche. Muchos se fueron desviados. Pero tú nunca cejaste en el empeño de conseguir la bola perfecta, esa que se mantiene en el aire y dibuja una trayectoria parabólica camino del infinito. Cualquier otro mortal hubiera necesitado meses, pero tú en unos pocos días ya me manejabas con absoluta destreza. Una noche de verano, otra más, mientras colocabas con tu mano izquierda la bola sobre un pequeño tee de arena, en medio de una playa vacía, me comentaste al oído: “quiero que ésta vaya perfecta”. Y entonces realizaste un swing redondo y plano, con un leve trasvase de peso desde tu costado izquierdo hacia la cadera derecha para luego desenroscarte en torno a tu aún tierno cuerpo hasta golpear la bola con ese punto G que todos los palos tenemos y que tan pocos golfistas encuentran. Y entonces nos fusionamos, pasamos a ser uno mientras observábamos cómo esa bola blanca, apropiada en una de tus muchas escaramuzas por el campo, se perdía en el horizonte. Desde entonces te quise. Desde hace un año, estimado Seve, simplemente te echo de menos”.

(Se sienta entre aplausos y toma la palabra, también en pie, un hierro 9)

“Cuando nos encontramos ya no eras un desconocido. Figurabas entre los favoritos para el Open Británico en todas las casas de apuestas del Reino Unido. Los ingleses te respetaban. Sus mujeres e hijas directamente te adoraban. No eras el típico español bajito, irreverente y perezoso que se acababa de despertar de un larga pesadilla llamada dictadura. Nada que ver. Reconocían en ti eso que los anglosajones llaman “flair” y los franceses “charme”. Vamos, lo que en castizo viene a ser estilo o encanto. Era 1979 y lo recuerdo como si fuera ayer. Caminaste decidido hacia el tee del 16 de Royal Lytham y planeaste mandar la bola a la derecha para mejorar el ángulo de entrada a green y generarte, así, una buena ocasión de birdie. No había otra manera. Por desgracia la bola se desvió más de la cuenta y acabó debajo de un coche aparcado en un parking habilitado para ello. Pudiste aliviarte sin penalidad y la bola apareció apoyada sobre una superficie de hierba muy pelada. “No hay problema” pensaste, y poco después reclamaste mis servicios como siempre hacías; sin necesidad de palabras, agarrándome por el cuello para después cogerme por el grip. Posaste tu mano izquierda. Después añadiste la derecha y tras mirar varias veces al objetivo empezaste a moverme en un backswing (movimiento del palo hacia la subida) recortado ideal para mantener la bola baja y controlada. He de confesarte, ahora que no me escuchas, que cerré los ojos cuando comenzaste la bajada. Nunca había experimentado una situación de tanta presión y es que no se es todos los días el hierro 9 del jugador que marcha líder del Open Británico. Lo mejor de todo es que el golpe acabó a unos seis metros del hoyo y que luego mi compañero, el putter, hizo su trabajo embocando para birdie y dándote una renta cómoda que hasta el propio Hal Irwin, nuestro máximo perseguidor, interpretó como decisiva luciendo su toalla blanca en señal de capitulación. Hoy, gracias a ti, soy uno de los hierros 9 más famosos del mundo y sólo lamento una cosa: no saber cómo llegar a ese lugar en el que hoy te encuentras para poder estar de nuevo entre tus manos”. 



(Lágrimas de emoción se entremezclan con vítores desatados. Se sienta el hierro 9 y se pone de puntillas, para no pasar desapercibido entre sus compañeros más altos, un putter. No cualquier putter.)

“Apenas se movía una pequeña brisa aquel domingo de julio en la cuna del golf. Estoy convencido de que hasta los dioses del viento se tomaron el día libre para presentarse, de incógnito, en Saint Andrews, con el afán de verte batallar contra el genial Tom Watson, no en vano apodado El Británico, (por ser un gran jugador de links, tipo de campo pegado al mar con escasa vegetación arbórea y sin apenas alteración del terreno original) quien te perseguía un hoyo por detrás metiéndote presión. Y entonces el dieciocho y ese inoportuno corte de señal (se empezó a emitir una carrera de caballos) en la televisión pública española que impidió que cientos de miles de paisanos pudieran visionar, en directo, aquel momento crucial de nuestra historia. De la nuestra, tuya y mía, y de la de todos tus compatriotas pues, aunque siempre te sentiste más querido en las islas británicas, nunca dejaste de amar a esa nación un tanto olvidadiza con sus mitos que es España.

Quienes entiendan un poco de golf sabrán valorar la dificultad de aquel golpe de cuatro metros en uno de los greenes más movidos que recuerdo. De hecho pusiste mi cara apuntando más de un metro a la derecha del objetivo. “Demasiado”, pensé, pero dócil y obediente no me moví. Pasé con firmeza a través de la bola y ésta salió donde tu querías, unos centímetros más a la derecha de lo que yo pensaba. Y empezó a caer. Pero no lo hacía al ritmo adecuado y, sinceramente, pensé que se nos había escapado por el lado alto. “Bueno, ya le ganaremos a Tom Watson en el playoff”, elucubraba, cuando de pronto y de manera inesperada la bola adoptó una curva más pronunciada para acabar entrando en el hoyo por el lado opuesto al mar. Birdie y Open Británico. Bueno, todo eso y mucho más. Sobre todo un gesto para la historia, un puño en alto dirigido al cielo en el que hoy habitas. Me emociono al verme de nuevo reposando orgulloso sobre tu mano izquierda, rememorando lo feliz que me sentía por haber cumplido con mi parte del trabajo. Y entonces, no he necesitado repasar las cintas para acordarme, me dirigiste, también a mí, al mismo cielo donde una avioneta mostraba al mundo un cartel que decía: “Well Done Seve from the Scotsman”. Y entonces, de vuelta en la bolsa, lloré de emoción por saberme parte de un cuento que ni siquiera el paso de los siglos podrá hacer olvidar. El tuyo Seve. Maestro. Amo.”



Los catorce palos reunidos en la casa de Pedreña se levantaron para brindar por su jefe fallecido, por la inmortal leyenda de Severiano Ballesteros, la misma que se alimenta no sólo de títulos y trofeos, sino sobre todo de golpes imposibles sobre los que podríamos estar horas dialogando. Con la muerte de Seve se fue algo más que un jugador de golf. Se fue un ídolo. Sólo espero que allá donde se encuentre se haya topado con un nuevo hierro 3 adaptado, en esta ocasión, a los dolores de espalda que tanto le mermaron al final de su carrera, con el que poder dibujar vuelos de bola sólo al alcance de un cántabro hecho a sí mismo, amante de su tierra y bendecido por un don. 



Siga usted, genio, descansando en paz. Nosotros, sus fieles seguidores, y también sus viejos palos, así se lo deseamos. 


1 comentarios:

Explorador dijo...

No sé de golf, así que puedo repetir una anécdota de un hombre escocés que hablaba con una admiración desmedida por el hombre que desafió a los americanos en un deporte que dominaban absolutamente.

Hace años, ese hombre cogió un tren muy de mañana para ir a st Andrews y ver a ese español jugar. Y un golpe memorable en el hoyo 17. Quizá se aproximó a esa "trayectoria parabólica camino del infinito". Lo cierto es que hay momentos que resumen eternidades. Y Seve parecía tener unos cuantos de ellos. DEP y que sigaís disfrutando de él los aficionados al Golf.

Un abrazo :)

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