Saber decir adiós

“En mi palabra nunca existió la rendición, porque eso es para mí el Real Madrid”. Con palabras como éstas se despedía una leyenda del madridismo, el 7 que sucedió a Juanito y Butragueño, el ídolo de quienes crecimos viéndole pasear el escudo con orgullo y lealtad por los campos de toda Europa.

No os preocupéis, no es éste un nuevo post sobre fútbol. Se trata más bien de una oda a aquellas figuras que trascienden del deporte mismo y lo elevan hasta las más altas cotas. Es también una crítica a la desazón y la falta de aprecio con la que tratamos a nuestros mitos de cualquier especialidad, y no sólo del deporte, una vez que abandonan su etapa de esplendor.

Y es que Raúl ha sido y será uno de los grandes embajadores de la marca España en el extranjero y lo será gracias a su buen hacer sobre el terreno de juego y, principalmente, al erigirse como un adalid de la causa del juego limpio y del máximo respeto por la vida y por el deporte que, al fin y al cabo, para el capitán fueron palabras sinónimas.

Las plumas oportunistas de los críticos más ácidos y rastreros, ávidas de hacer sangre, rápido sacarán a la luz que la selección comenzó a cosechar éxitos toda vez que el madridista dejó de acudir a la cita con la roja. ¿Acaso el mejor Raúl no fue y será siempre mejor que el mejor Villa? ¿Acaso no habría podido empujar igualmente los goles que el asturiano marcó ante Portugal o Paraguay?

No se es líder e historia de un club del calado del Real Madrid si no has sido realmente genial. No le sitúan a uno a la altura de Di Estéfano si su carrera fuera la de un mediocrillo del tres al cuarto. Y aún así escucharemos críticas. Aún así alzarán la voz los iletrados y envidiosos que olvidan lo que Raúl significó para el deporte entre 1994 y 2008 (temporada en que es nombrado mejor jugador de la liga tras marcar los mismos goles que Villa sin haber tirado ningún penalty).

En Estados Unidos Raúl González Blanco sería una leyenda no sólo del deporte, también de la nación. Su último partido sería emitido por todas las cadenas nacionales varias veces y la retirada de su número sería uno de los momentos más recordados. Sus compañeros le rendirían pleitesía y sus rivales, sus grandes enemigos deportivos, le abrazarían dándole las gracias por haberles ayudado a ser mejores.

Hoy, pretencioso de mí, me atrevo a intentar encontrar paralelismos en el adiós de dos grandes. Uno, de Indiana, 2,06 y un rubio mostacho, se convirtió en el héroe de la ciudad de Boston. Otro, de Madrid y 1,77 metros de estatura demostró tener el corazón más grande y más blanco del mundo. Ambos, leyendas del deporte serán siempre venerados. Sin embargo, su despedida, aunque emocionante, fue muy distinta. Juzgad vosotros mismos.



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Se despide el más grande, lastima que no se haga como se debe.

Kna, Raulista a muerte

Anónimo dijo...

Estoy contigo Juanjo, la manera en que cuidan sus mitos los norteamericanos es ejemplar. Raúl es uno de los grandes, pero se va como un cualquiera con mil aficionados en las gradas que pasaban por allí en vez de en un evento organizado como dios manda. Un saludo,

NCAA fan

Anónimo dijo...

Es lo que más me temía de mi idolo de la infancia. Ciertamente no estaba para jugar en este Madrid, quizas quiera demostrar que aún puede aportar algo al futbol. Solo espero que cuando se retire definitivamente tenga el homenaje que se merece este señor que 16 años dio TODO lo que tenía por el Real Madrid.

Dani Palmero

JJ Nieto dijo...

Raúl, sin duda, es uno de los más grandes jugadores de la Historia del fútbol. Nunca se vio recompensado cómo se merece (¿Cómo pudo robarle Michael Owen el balón de oro de 2001, año en que fue pichichi de la liga y de la champions?) y tampoco se ha despedido, si es que no hay partido de homenaje más adelante, cómo es debido. Raúl merece más. Tomemos nota de quienes nos sacan, en este aspecto, mucha distancia.

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